¿... Que hubiera pasado si… ? La incitación a pensar sobre aquello que no tuvo lugar, pero habría podido tenerlo, es tan antigua como la historia misma. En sentido amplio, digresiones contrafactuales pueden encontrarse en las obras de Tucìdices, Tito Livio o en las de Pascal, frecuentemente referido como ejemplo de la profunda temporalidad de estas perspectivas. Sin embargo, es recién entre fines del siglo XVIII y principios del siglo XIX que emerge una práctica que hace del enfoque contrafactual su centro. El desplazamiento de la Providencia como argumento para explicar los acontecimientos humanos, la centralidad otorgada a las interpretaciones racionales, y especialmente la emergencia de un sentido histórico en el que los acontecimientos no sólo están inscriptos en el tiempo sino fundamentalmente a través de él, abrieron las condiciones de posibilidad para el desarrollo de las exploraciones contrafactuales.
De allí en más su suerte fue diversa. Filósofos, hombres de letras, ensayistas, políticos, legaron a los siglos XIX y XX una cantidad de relatos en los que imaginaron otros cursos para la historia, introduciendo alteraciones que conducían a un desenlace distinto del efectivamente ocurrido. Los historiadores, sin embargo, embarcados en la profesionalización de su disciplina y dispuestos a defender la naturaleza científica de su trabajo, fueron poco permeables, indiferentes cuando no hostiles, a su adopción. Si su uso como entretenimiento podía ser visto con cierta condescendencia, la máxima rankeana de alejar a la historia de las especulaciones metafísicas y restringir su jurisdicción a lo que “efectivamente ocurrió” limitó su difusión en la historiografía, más allá de la tibia y citada invitación de J. Huizinga – y algunos pocos más – a explorar el pasado recordando siempre la indeterminación a priori de los procesos.
Esta situación se ha visto modificada hacia fines del siglo XX. A partir de los años ‘90 el interés por los enfoques contrafactuales ha crecido exponencialmente en la historiografía, especialmente en el mundo anglosajón. Tanto, como para que algunos historiadores sostengan que se ha producido más sobre ese tema en las últimas tres décadas que en todas las épocas anteriores. Más allá de la potencia argumentativa de esta cuantificación, el fenómeno da cuenta de un cambio de sensibilidad hacia estas perspectivas que puede ser inscripto en transformaciones más amplias que afectan a la disciplina y más allá. El fin de los grandes modelos explicativos, el llamado fin de las ideologías, el presentismo que inunda a las sociedades, la revalorización de la capacidad de agencia de los individuos, incluso el posmodernismo y su redefinición de las relaciones entre realidad y ficción, son sindicados – en forma individual o en conjunto – para dar cuenta de la nueva entidad que cobraron las especulaciones sobre los futuros posibles y no advenidos.
La ampliación del corpus de estudios contrafactuales en la historiografía, los debates entre defensores y detractores a los que cada publicación dio lugar y las recepciones nacionales diversas, estimularon también reflexiones que hicieron de estas aproximaciones su objeto. Los recientes trabajos de Jeremy Black, Richard Evans, o el que aquí reseñamos escrito por Quentin Deluermoz y Pierre Singaravelou son una muestra de ese interés.
Así, Hacia una historia de los posibles. Análisis contrafactuales y futuros no acontecidos escrito por estos dos últimos autores, puede ser tomado como signo del movimiento antes reseñado. Pero al mismo tiempo, el libro es significativo por otras circunstancias y susceptible de ser colocado en otras inscripciones. Publicado originalmente en francés en 2016 y dos años más tarde en castellano, es una rara avis en su contexto de producción, poco proclive a ejercicios contrafactuales y a la reflexión sobre ellos. En ese sentido, es notable el esfuerzo por abrir el diálogo a otras tradiciones nacionales con las que se dialoga desde la tradición propia, y por ofrecer una reflexión que bien podríamos definir como estimulada desde la práctica. Porque si la obra es el resultado de una exploración del decurso de las tentativas de escribir historias de los posibles, es también el precipitado de un trabajo en el que la experimentación, la propuesta de modos de hacer y la puesta en práctica de estas perspectivas ocupan un lugar importante.
Esta confluencia de reflexión, análisis y acción queda en evidencia en la estructura formal de la obra. La primera y la segunda parte del libro condensan los resultados de un análisis más historiográfico y metodológico, una suerte de historia de la historia de las aproximaciones contrafactuales. En ellas hay un esfuerzo por presentar los problemas que plantea este enfoque a la historia y el aporte que podría hacer a su hermenéutica. La tercera parte, en cambio, es una invitación a la “experimentación”, a iluminar la posible dimensión participativa, lúdica y pedagógica de la perspectiva contrafactual. La originalidad de esta tercera y última sección es que la interpelación se hace a partir de casos, algunos de ellos nutridos por experiencias desarrolladas por los propios autores. Aquí se ponen de relieve cuestiones generalmente poco abordadas en este tipo de obras, como el problema de los públicos y de la recepción de estas operaciones contrafactuales.
Las conclusiones de los autores se concentran en señalar los aportes potenciales que estas perspectivas podrían hacer al análisis histórico. Aunque por supuesto, no cualquiera de estas. La clave está en la idea de los “futuros no acontecidos pero posibles”, situaciones no sucedidas pero que podrían haber sucedido en función del contexto o de las expectativas de los contemporáneos. Si la contribución principal de estas perspectivas está ligada al refinamiento del aparato crítico e interpretativo de las ciencias sociales, es a condición de que el conocimiento histórico imponga su vigilancia sobre la imaginación. Para ser útiles a la Historia, las especulaciones contrafactuales deben reducir al mínimo la continuación del relato de la alternativa a lo acontecido, circunscribiendo sus opciones a las restricciones impuestas por los hechos históricos.
Las ganancias están a la vista, revalorización de la contingencia en el desarrollo de los acontecimientos, contrapeso a la confianza excesiva en las causalidades necesarias, dilución de las certezas sobre la inevitabilidad de lo advenido, énfasis en los futuros abiertos del pasado – y, por ende, del presente –, atención a las restricciones que el contexto histórico impone a las múltiples alternativas posibles. La pregunta que deberíamos hacernos en este punto es si es necesario estimular este tipo de estudios para generar conciencia historiográfica sobre estos elementos.
Con todo, es probable que para los historiadores los mayores beneficios estén dados por lo que el interés contemporáneo en el fenómeno nos dice sobre nuestra disciplina y nuestra sociedad. Sobre lo primero, ¿el auge de los contrafactuales – y de la reflexión sobre ellos – no nos habla de una profesión histórica menos ambiciosa, con más dudas sobre sus aportes, más reflexiva sobre sus usos públicos y más consciente de sus límites que en el pasado? Sobre lo segundo, esta tendencia ¿podría ser indicativa de un intento de controlar un tiempo y unas circunstancias que parecen escaparse frente a la incertidumbre, el azar y el porvenir amenazador que el mundo parece cernir sobre nosotros?