(Universidad de Buenos Aires - Facultad de Filosofía y Letras)
Benedict Anderson, Una vida más allá de las fronteras, Buenos Aires,
Fondo de Cultura Económica, 2020.
Una vida más allá de las fronteras es la autobiografía intelectual de un profesor académico. La caracterización ya comporta cierta tensión porque no siempre los avatares de una vida se relacionan directamente con la construcción de un pensamiento crítico. Es decir, un gran pensador no necesariamente tiene que tener una vida apasionante ni los hechos de su vida son totalmente responsables de los conceptos que ha creado. Además, como se sabe, los académicos suelen pasarse horas y horas en la biblioteca, escribiendo sus papers, dando clases o asistiendo a congresos. Sin embargo, la vida de Benedict Anderson (1936-2015) no carece de hechos curiosos. Nacido en China, nacionalizado irlandés, hermano de otro scholar de prestigio (Perry), estudiante en un colegio de elite en Inglaterra, profesor en Estados Unidos desde 1958 y especialista en el Sudeste Asiático, con extensas estadías en Indonesia y Tailandia, víctima de persecuciones y prohibiciones, testigo de guerras civiles y autor de un best-seller académico (Comunidades imaginadas. Reflexiones sobre el origen y la difusión del nacionalismo, de 1983 y traducido al castellano diez años después), Anderson de todos modos no pone el acento de su relato en los hechos más o menos extraordinarios de su vida sino en la significación que tuvieron en su existencia académica. Los acontecimientos narrados aparecen sub specie academica.
Una vida más allá de las fronteras tiene la virtud de volver fascinante la conformación de un campo, el de los llamados Estudios del Sudeste asiático. Esas horas en el estudio, en el aula o en la biblioteca, retirados en apariencia del mundanal ruido, pueden tener efectos impensables, sobre todo en Estados Unidos donde la relevancia de la agenda social y política involucra a las agencias gubernamentales pero también, sin subordinarlas, a las universidades. De hecho, hoy en todo el mundo se habla del Sudeste asiático categoría que no surge de una autodefinición de los países implicados ni de accidentes geográficos sino de la ardua tarea de thinkers académicos y pensadores como Benedict Anderson que se dedicaron a darle forma. Es en la historia de esa formación de un área de estudios, que tiene lugar la vida de Benedict Anderson.
Ya desde el título, Anderson manifiesta una insatisfacción y curiosidad con las formas del conocimiento de la historia y las ciencias sociales. En Una vida más allá de las fronteras, hay que entender ese “más allá” como el señalamiento de una falla en nuestro arsenal conceptual, la idea de que un concepto naturalizado (“frontera”), de uso frecuente y legitimador de diversas políticas, lleva una cantidad de connotaciones que no podemos deshacer. El más allá de las fronteras no solo tiene que ver con su estudio sobre el nacionalismo sino que también se refiere a otras dimensiones del saber: las fronteras disciplinarias (hay un capítulo titulado “Interdisciplinario”), las intelectuales y las idiomáticas (buena parte del libro está dedicado a cómo aprendió indonesio, holandés, tailandés, tagalo y castellano). El título es curioso porque ¿hay un más allá de las fronteras? ¿Una vez que pasamos una frontera no nos encontramos con otras? ¿Hay un más allá de las fronteras o se trata, como dice la expresión en inglés, de un no man’s land? Con esa metáfora imposible, el autor parece querer dar cuenta de una experiencia muy contemporánea: la de que nos quedamos sin hogar, en un no man’s land permanente pero que eso es a la vez la posibilidad de una promesa: deshacernos de la herencia nacionalista del siglo XIX y que aún está vigente. Hay un concepto muy interesante que Anderson desliza en la página 103 y que es el del “nacionalismo angustiado”: como si la adopción de una nacionalidad en tiempos actuales (y en el caso de él son varias) no es tanto motivo de celebración épica sino de una falta o una insuficiencia para vivir en el mundo actual. Por eso Una vida más allá de las fronteras es la autobiografía de un intelectual cosmopolita, alguien que siente que su lugar es el mundo y que reflexiona sobre nuestra incapacidad de crear comunidades imaginadas más abiertas, tolerantes e integradoras. No la vida más allá de las fronteras del paria (que sería la dimensión desdichada de ese “más allá”) sino la del ciudadano del mundo.
El cosmopolitismo de Anderson no es abstracto ni neutral: pertenece a dos formaciones muy específicas del siglo XX: el cosmopolitismo académico y el limítrofe.
El cosmopolitismo académico ha crecido muchísimo en las últimas décadas y es el efecto de los viajes de investigadores, de las becas, los congresos y las formaciones de campos de estudio en el que suelen confluir personas de los más diversos orígenes. Un tema para investigar puede llevar a conocer otros países, eventualmente a radicarse en ellos y a comenzar a formar parte de una comunidad que está dispersa por varias partes del globo. Yo diría que en el libro hay una pregunta subterránea y que es la siguiente: ¿cuál es para un investigador académico su lugar de pertenencia, cuál es su hogar, cómo se forma su mundo? Y como interrogante que surge de la obra de Anderson, hasta qué punto pese a formar parte de esos vínculos e itinerarios globales, seguimos anclados en imaginarios nacionales. Es obvio que no se trata de negarlos, pero sí de preguntarse sobre las nuevas condiciones que plantea para el conocimiento este tipo de intercambios, la globalización y la creación de áreas artificiales (como el Sudeste asiático) pero que dan cuenta mucho mejor de los acontecimientos que los enfoques nacionales restringidos.
En segundo lugar, el cosmopolitismo de Anderson puede ser definido como limítrofe para diferenciarlo del cosmopolitismo de los márgenes. Denomino cosmopolitismo de los márgenes al que practicaron Jorge Luis Borges, Oswald de Andrade o Victoria Ocampo y cuyo objetivo fundamental es reformular los universales a través de la tradición occidental de carácter europeo. Es decir, definirse –aunque sea por la parodia o por la diferencia– con esa tradición que se remonta por lo menos hasta el siglo XVIII. El cosmopolitismo limítrofe, en cambio, conecta puntos que no necesariamente pasan por Europa; en todo caso, Europa es un invitado más. El hecho de haber nacido en China, de pertenecer a una familia irlandesa y, finalmente, de haberse dedicado a estudios del área del Sudeste asiático explican el recorrido tan curioso de Comunidades imaginadas donde si bien la referencia a Inglaterra es clave (hay que decir que Anderson hizo sus estudios secundarios en el Eton, una de las escuelas de elite del Reino Unido) en realidad está allí para revisar su relación con la tradición inglesa de izquierda y el nacionalismo desde la experiencia limítrofe (recordemos que el libro no solo incluye el Sudeste asiático sino también Latinoamérica). Leído desde su autobiografía, Comunidades imaginadas puede ser considerado el libro de un viajero a zonas menos mapeadas del globo que vuelve a Inglaterra para contarle a los ingleses en qué consiste el nacionalismo.
En este sentido, Indonesia –el país en el que Anderson hace su estudio de campo– tenía uno de los Partidos Comunistas más grande del mundo con 3 millones de afiliados a principios de los sesenta, momento en el que Anderson está haciendo su trabajo de campo. Anderson escribe este libro buscando permanentemente el nexo que une nacionalismo, internacionalismo y cosmopolitismo. “El buen nacionalismo está ligado al internacionalismo” y el aprendizaje de idiomas y la traducción forman parte de ese entramado en el que puede aspirarse a abolir determinadas fronteras.
Atraído por el “nacionalismo anticolonial no europeo”, Anderson comienza sus estudios en el área del Sudeste asiático en los años cincuenta en la Universidad de Cornell, en Ithaca. Según el propio Anderson, Estados Unidos carecía de archivos coloniales del área y entonces sus investigaciones y las de sus colegas son paralelas a la creación de archivos y bibliotecas. El objetivo aparece enunciado en la página 61 del libro: “Una de las misiones del programa era ilustrar al Estado”, y esto es muy interesante porque es una relación en tensión, como lo muestra los informes sobre Indonesia que iban en contra de las posturas norteamericanas en materia de política exterior. Una vida más allá de las fronteras también es un alegato por la independencia de la investigación académica y su tarea crítica. Más de uno de los relatos contenidos en el libro –como el caso de Suharto y la prohibición de entrar a Indonesia– reflexionan sobre el lugar del académico entre la investigación crítica, la gestión o la militancia.
En el cosmopolitismo fronterizo y académico una de los desafíos más interesantes es, justamente, la construcción de un hogar. Anderson es particularmente perceptivo al modo en que una investigación es, a su modo, una historia de amor con el objeto elegido. “Poco a poco, llegamos a saber lo suficiente para advertir más cosas, y aun así seguimos siendo forasteros. Pero si nos quedamos el tiempo suficiente, las cosas vuelven a darse por sentadas, como las dábamos en casa, y tendemos a ser mucho menos curiosos y observadores que antes. Comenzamos a decirnos, por ejemplo: “Conozco Indonesia del derecho y del revés”. La cuestión es que las buenas comparaciones provienen a menudo de la experiencia de extrañeza y las ausencias”. O sea que la construcción de un hogar (de intimidad, familiaridad y confianza) no debe destruir ese impulso original, que tiene más que ver con la docta ignorancia que con las certezas.
Una vida más allá de las fronteras es una historia de extrañeza, de extranjería y a la vez de un enorme esfuerzo por producir familiaridad, por crear un hogar, por borrar fronteras no porque se suprimen las diferencias sino porque se apuesta por el pluralismo, el diálogo y el entendimiento mutuo.