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Personas desparramadas, objetos reunidos: los desafíos de estudiar a una comunidad obrera en tiempos posindustriales
Chercheuse en histoire sociale et culturelle du travail

(CONICET - IDAES-UNSAM)

Portada del libro de Daniel James y Mirta Zaida Lobato, Paisajes del pasado: relatos e imágenes de una comunidad obrera, Buenos Aires, Edhasa, 2024.

Portada del libro de Daniel James y Mirta Zaida Lobato, Paisajes del pasado: relatos e imágenes de una comunidad obrera, Buenos Aires, Edhasa, 2024.

Este es un libro que condensa muchos recorridos: el de los varones y mujeres que vivieron en la ciudad de Berisso durante el siglo XX, el de las vidas de los dos autores y también el de la historiografía de la que ambos son protagonistas centrales. En casi 600 páginas, se delinean las narrativas que construyeron la comunidad de Berisso y también el camino que compartieron la historiadora argentina Mirta Lobato y el historiador inglés Daniel James, sus diálogos, dudas y discusiones en torno a un proyecto que empezó a ser imaginado hace casi tres décadas. Los intercambios de larga data entre ambos autores, referentes de la historia del movimiento obrero, del trabajo, de las trabajadoras y del peronismo, resultaron en un ejercicio de investigación que aunó la historia social con acercamientos propios de los análisis culturales.

El libro examina las trayectorias múltiples y heterogéneas que construyeron a Berisso como una “comunidad obrera”. Esta expresión, que aparece en el subtítulo, no es el punto de partida de la historia, sino el horizonte de llegada de quienes, en sus vidas íntimas y en sus intervenciones públicas, construyeron y disputaron los relatos que fueron conformando algo vivido como una comunidad. Al mismo tiempo, sus cuatro capítulos nos presentan una infinidad de trayectorias tan diversas que parecen querer tensionar, una y otra vez, cualquier sentido de homogeneidad y armonía que la noción de comunidad podría evocar.

Frente a la profusión de fragmentos de experiencias, James y Lobato tomaron decisiones cruciales como los narradores de la historia, en especial al posicionarse como conocedores “situados” (p.13). Son parte de lo que cuentan. Explicitan decisiones, dudas, temores y sus propias trayectorias en apartados titulados “notas de investigación”.  Renuncian a cualquier posición de exterioridad a la historia, con consecuencias importantes. Exponen de manera frontal una infinidad de lecturas teóricas en su búsqueda de marcos conceptuales y claves interpretativas, por momentos eclécticas, que los ayuden a descifrar las heterogéneas series documentales que van armando con cartas, fotografías, álbumes, entrevistas y objetos. A esto, suman todo lo que los ayude a pensar, aun cuando no se pueda constituir como una serie: olores, ruidos, colores, ruinas.

¿Cómo evitar la centralidad excluyente del peronismo y de la inmigración cuando se trata de una localidad, como Berisso, conocida como “la cuna del peronismo” y “la capital del inmigrante”? A este desafío central se suma el de hacer la historia de una comunidad obrera en tiempos posindustriales, cuando las crisis y las incertidumbres se vuelven más urgentes que cualquier noción de destino definida de antemano. En los dos casos, la búsqueda es por dar más lugar a las sorpresas de la investigación que a convicciones o expectativas fuertes definidas de antemano, que suelen dificultar la escucha.

Para enfrentar ambos desafíos, Lobato y James construyeron una perspectiva que combina espacio y tiempo de formas sorprendentes en cada capítulo. La historia es siempre sobre Berisso, pero no hay ninguna unidad estable bajo esta denominación: el primer capítulo se concentra en la calle Nueva York, un recorte espacial que “conserva tiempo comprimido”, como indica el epígrafe de Bachelard. El capítulo se organiza como un palimpsesto de representaciones y eventos que se mueven entre la nostalgia, la mirada crítica y la imaginación de futuro a partir de diferentes tiempos presentes. El movimiento temporal parte de una muestra fotográfica de 1997 y un documental de 2006 como registros de momentos de crisis de cambio de siglo, para luego desplegarse hacia una serie de momentos del siglo XX y sus impactos en la materialidad de la calle (p.34).

Entre el rastreo de estas intervenciones sobre la calle y sus usos en diferentes tiempos, la huelga de 1917 irrumpe en el texto como un momento para el cual las memorias en disputa no son una guía confiable. De hecho, la huelga es “un enigma para la mayoría de los habitantes actuales de la calle Nueva York” (p.94). Para descifrarla, a partir del reconocimiento de que los “sucesos de Berisso” pueden no ocupar un lugar protagónico en la memoria local, entra la historia social para construir el conflicto como un problema: la movilización colectiva de los trabajadores en 1917 fue parte del bullicio y del hacerse de la clase en la calle Nueva York, aunque haya sido opacada por los sucesos posteriores.

El manuscrito de un inmigrante búlgaro, Juan Petcoff, en julio de 1992, concentra el mosaico de sentidos de la icónica calle de forma reveladora. El texto consiste en una “repetición acumulativa de datos” (p.105), palabras separadas por pequeños guiones. El efecto es el de una sucesión de imágenes en las que hay lugar para “juegos prohibidos, prostitutas, pistoleros” y también para los obreros organizados, la escuela pública y el circo. El espacio de la calle (primera, segunda, tercera cuadra, plaza) organizaba la memoria de este inmigrante llegado en la década de 1920, con un paso por el frigorífico, por células comunistas, y también por las provincias del norte. A diferencia de las fotografías familiares analizadas en el segundo capítulo, Petcoff se hace retratar en 1940 muy cómodo tomando mate en su conventillo – a los ojos de los autores, su pose y su mirada ayudan a poner en cuestión los sentidos de precariedad y miseria atribuidos a este espacio (p.51).

Petcoff condensaba en su registro algo cercano a lo que E. P. Thompson denominó “los baluartes de Satán” para referirse a la experiencia de las mayorías, más allá de la mirada moralista de los reformistas bien intencionados que hablaban en su nombre (y más allá de la historiografía que tomó la palabra de estos reformistas por el todo).1 Sin mencionar a Thompson, Lobato y James construyen el escrito de Petcoff y su retrato como una evidencia histórica para matizar interpretaciones historiográficas devenidas en lugares comunes, como las que terminaron disociando los elementos que componían la experiencia social de inmigrantes como él. Los autores proponen, entonces, volver a juntar estas dimensiones: la organización política y las prácticas de consumo, las identidades colectivas y los sentimientos íntimos, las inmigraciones internacionales y las movilidades internas.

En el capítulo 2, James y Lobato asumen la tarea de buscar huellas, indicios y singularidades reveladoras, siguiendo los términos de Carlo Ginzburg. A partir de fotografías, álbumes y cartas familiares, rastrean las trayectorias migratorias transatlánticas, en especial de dos familias, una ucraniana, otra croata. El objetivo es comprender las reconfiguraciones de identidades étnicas en la experiencia de la comunidad. Tampoco en este capítulo Berisso es solo Berisso: la experiencia local es un nodo por el que se cruzan vínculos familiares, ansiedades de género, intentos de control moral sobre las mujeres y tensiones generacionales que se desbordan hacia otros espacios. Considerada de forma conectada y dialógica (p.160), en el contexto de las expectativas de noticias y de fotografías, la vida en Berisso depende de las cambiantes percepciones de las distancias espaciales y temporales que atraviesan la vida de quienes se arraigan allí. Quizás uno de los más destacables aportes de este capítulo sea la conexión que los autores establecen entre los sentimientos de pertenencia familiar vividos en lo cotidiano migratorio y las identificaciones políticas colectivas, especialmente en tiempos de nuevos e intensos sentimientos nacionalistas.

Si en el capítulo 2 veníamos acompañando una proliferación descontrolada de indicios reveladores, el capítulo 3 da lugar a un trabajo de hurgar en silencios, ausencias y sequías. Considerar a Berisso en el contexto menos evidente de las identidades provincianas construidas en las migraciones internas los lleva a examinar la geografía social y cultural de las campañas de la provincia de Santiago del Estero, al norte del país. La pregunta más amplia sobre la construcción de identidades colectivas enmarca los interrogantes específicos sobre las relaciones entre migraciones internas, la identidad política del peronismo y las tensiones étnicas y raciales expresadas en torno a la figura del “cabecita negra” como referencia despectiva al migrante interno.

En este capítulo, el involucramiento de los investigadores en la historia los vuelve portadores de noticias y mediadores entre familiares en “los dos polos” de la migración, diría el antropólogo Hugo Ratier, encargados de tareas de búsqueda de parientes imposibles de cumplir.2 De a poco, las dificultades y la aridez van siendo reemplazadas por los lazos sociales, las transformaciones de los ejercicios políticos de la deferencia y los vínculos de compadrazgo. Los ejercicios de memoria de informantes como Pancho Palomino o Blanca Serrano construyen un mundo que se expresa en desacomodamientos espaciales y temporales, concebidos en términos binarios (el aquí y el allá; el entonces y el ahora). Nuevamente, esos itinerarios individuales permiten a los autores reconsiderar los sentidos historiográficos atribuidos al peronismo como ruptura: más que su irrupción, las transformaciones importantes residen en las formas cotidianas de vivir el ejercicio de la autoridad y de la dominación.

El ejercicio de historizar a partir de lo cotidiano sugiere otras dimensiones menos obvias de análisis: la habilidad del peronismo para interpelar afectividades de una “cultura regional”; la importancia de la cultura política “vecinalista” de Berisso por sobre el asociacionismo que busca preservación cultural; finalmente, el replanteo de la discusión sobre los “cabecitas negras”. Para los autores, la expresión no se refiere solo a la hostilidad de clase y a antagonismos políticos, con sus sentidos anti-obreros y anti-peronistas, sino a tensiones étnicas hacia “adentro de la clase obrera”: cosas que se vivían con intensidad en situaciones cruciales para las y los jóvenes, como eran los bailes, generando resentimientos y sufrimientos persistentes (p. 401).

En el último capítulo, la acumulación de documentos históricos, fragmentos, recuerdos y las muchas temporalidades llega a su clímax. La creación del “Museo 1871” y las discusiones sobre la patrimonialización de la calle Nueva York abren la puerta a un doble ejercicio: por un lado, interrogar de forma más directa los sentidos de Berisso como un “teatro de memorias en pugna”, en los términos de Raphael Samuel. Convergen en esas páginas las narrativas de quienes transitaron por la calle Nueva York, quienes cruzaron el océano, y quienes vinieron de Santiago del Estero.

Por otro lado, los autores vuelven a exponer sus aprietos en las “notas de investigación”: “Queríamos registrar todo, aunque éramos conscientes de su imposibilidad y de que la velocidad de los cambios nos superaba” (p. 450). La frase es reveladora: reconoce que no se puede saber “todo”, a la vez que admite la dificultad de darle un fin a la búsqueda. Los sujetos de la historia y sus autores luchan contra el tiempo. En esta lucha, importa menos la derrota inevitable que el aprendizaje de hacer suyo el paso del tiempo para lograr atravesarlo: me refiero tanto a los tiempos de Berisso, los relatos y las imágenes de la comunidad obrera, como al tiempo de la investigación que se extendió por décadas. En el trascurso combinado de los dos está la decisión sobre qué historia contar y principalmente sobre cómo contarla.

Uno de los efectos de este paso del tiempo es la acumulación de objetos –en el museo y en la investigación– que desafían clasificaciones, volviendo a mezclarse. El “caos de los recuerdos” enmarca una eventual cercanía entre los dos investigadores y otros coleccionistas populares. Sin embargo, para quien es practicante de la historia, esta es una oportunidad de identificar nuevos indicios, esta vez sobre la emergencia de una “estética de la nostalgia posindustrial” (p. 490). A la luz de los contextos construidos en cada capítulo, vista a la luz del tiempo que no se detiene, la experiencia industrial de Berisso es una experiencia histórica delimitada, que se vuelve cada vez más acotada. En contraste, la experiencia posindustrial en las ruinas que se acumulan sin cesar demanda otras periodizaciones. En este sentido, el libro es más que un esfuerzo por retomar algunas cuestiones clásicas de la historia argentina a través de las herramientas de análisis cultural: es también una forma de abrir la puerta a otra historia.

Dada su amplitud temática, esta obra dispara muchas posibilidades de lectura. Algunas son exploradas por los propios autores, cuyas voces en diálogo explícito se pueden escuchar en una serie de podcasts que acompaña el libro.3 Concluyo este comentario con una breve digresión sobre el lugar de la disciplina histórica en el uso ecléctico de análisis culturales de distintas proveniencias para revisitar algunas preguntas clásicas de la historia social argentina del siglo XX, en particular aquella construida en el cruce entre migraciones e historia del movimiento obrero. Aparentemente, la filosofía, la crítica literaria y la antropología ganan espacio a la historia. Pero solo aparentemente. En el corazón de la operación del libro, surge una breve referencia al antropólogo Hugo Ratier con su texto sobre el “cabecita negra” y en especial su temprana elaboración de un problema de investigación sobre las migraciones internas. Los autores lo mencionan para indicar la ausencia de abordajes como este, que duró poco. Iniciado en 1963 en el marco de un proyecto de actividades de extensión de la Universidad de Buenos Aires en las llamadas villas miseria, se interrumpió con el golpe militar de 1966.

En una entrevista, Ratier conectó esta experiencia etnográfica con su interés previo por las religiosidades afrobrasileñas, que lo había llevado a acercarse al estudio del candomblé. Lo había motivado el antropólogo e historiador de la religión italiano Ernesto De Martino, con quien entró en contacto, esperaba relacionar dichas religiosidades con las creencias y manifestaciones del tarantismo en el sur de Italia.4 Esta puerta también se cerró de forma abrupta con la muerte de De Martino en 1965. A partir de ahí, Ratier se alejó de la cultura afrobrasileña para concentrarse en la etnografía de las villas, decisión que lo llevó a la Isla Maciel, en la región portuaria de la ciudad de Buenos Aires, que a su vez lo condujo a Empedrado, en la provincia norteña de Corrientes, de donde eran provenientes muchos de sus habitantes.

¿Qué le quedó a Ratier de este acercamiento un poco indirecto a De Martino? En la reflexión de Rosana Guber, De Martino, a través del antropólogo italiano Marcelo Bórmida, más allá de sus intenciones, le proveyó a Ratier y a otros estudiantes de antropología de aquel momento un lenguaje para un primer acercamiento a la investigación etnográfica.5 A su vez, para Ricardo Abduca, es llamativo que De Martino estuviera haciendo en Italia algo que podría ser llamado ahora de etnografía “multisituada” o “translocal”, precisamente el nudo del ejercicio incipiente del proyecto de Ratier sobre las migraciones que conectaban la Isla Maciel con Empedrado.6

Para James y Lobato, Hugo Ratier se volvió relevante como un temprano (e interrumpido) acercamiento a la construcción histórica de las migraciones internas y la organización de la vida social en espacios conectadas. Pero sus escritos sobre el “cabecita negra” y sobre los migrantes correntinos no parecen haber sido inspiradores sólo por el tema. Resuena también que su abordaje etnográfico esté atravesado por la historia y la política de formas profundas, más allá de las intenciones de sus maestros, tal como se observa en su atención a las conexiones entre folclore y antropología, y entre etnografía y procesos históricos.

Resulta interesante observar que el libro cuenta con esta presencia soslayada de De Martino en al menos dos momentos: no solo en la breve pero importante mención a la sensibilidad etnográfica e histórica de Ratier, sino también en Carlo Ginzburg, cuya lectura cumple una función importante para ambos autores. En especial, su búsqueda por indicios y singularidades en la lectura de las fuentes más allá de las intenciones de sus productores pone de relieve un aporte de la tradición de la historia social. En efecto, Ginzburg atribuyó a la lectura de Il mondo magico [1948], mientras empezaba sus estudios, el acercamiento a una forma antropológica de pensar que le abrió la posibilidad de imaginar que documentos inquisitoriales podrían revelar actitudes y comportamientos de los hombres y mujeres enjuiciados por brujería.7

Lobato y James compartieron una serie de intereses comunes en el largo recorrido de la investigación y creación de este libro. Discutieron entre sí y con autores y perspectivas teóricas diversas, tensionando sus ideas para construir evidencias a partir de los restos, ruidos y objetos con los cuales construyeron sus particulares series documentales. Más allá de las divergencias, una y otra vez reafirmaron su compromiso con los protagonistas de esta historia: los hombres y mujeres que vivieron en Berisso y cuyas narrativas articularon sentidos de comunidad cambiantes. La agenda de la historia social inspira sus decisiones de devolver rostros y trayectorias de vida a la masa de personas más o menos anónimas. Más allá del compromiso con ellas, su propósito es el de situarlas en relación con las fantasías, deseos y memorias de otros sujetos, buscando poner en juego la incertidumbre de sus propios presentes. Entre estos otros sujetos están ellos mismos, Mirta y Daniel, como partícipes de este diálogo en muchos tiempos. Ellos construyen contextos históricos, algunos desconocidos en la propia comunidad, observan y formulan con sus palabras y con sus autores los sentidos de paso del tiempo que se condensa en lugares y objetos. Se resisten a atribuir sentidos totalizantes, finales, y también se resisten a sucumbir al “caos de recuerdos”.

Algunas resonancias de Ginzburg, de Ratier y quizás incluso de De Martino reaparecen en sus movimientos de acercamiento respetuoso y comprometido con las incertidumbres de los distintos presentes que se analizan con relación a muchos pasados. Su resistencia en posicionarse de forma externa a quienes estudian los lleva a reconocer cómo sus intervenciones también cambian el sentido de las cosas estudiadas. Es el caso de Mishná, el librito de procedimientos religiosos con la carne que no fue reivindicado por una narrativa comunitaria judía, pero que termina ganando un “sello de autenticidad”, dicen ellos, con humor, porque “somos nosotros, los historiadores”, que decimos que tienen un sentido –aunque también sabemos perfectamente, todo esto también cambiará.

El flujo de reflexión se interrumpe de forma abrupta, casi como si los autores se acordaran que hay otras cosas de que ocuparse. Pero en estas 500 y tantas páginas, somos nosotros, las lectoras y los lectores, quienes tenemos nuestra oportunidad de participar y dar continuidad a este diálogo que no termina y que nos acompaña frente a las incertidumbres de este presente.

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    1

    Edward Palmer Thompson, La Formación de la Clase Obrera en Inglaterra, Madrid, Capitan Swing, 2012, p. 81.

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    2

    Hugo Ratier, “De empedrado a la Isla Maciel. Dos polos del camino migratorio”, en Antropología rural argentina: etnografías y ensayos, Buenos Aires, Ed. Filosofía y Letras Universidad de Buenos Aires, 2018.

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    4

    Hugo Enrique Ratier, Antropología rural argentina: etnografías y ensayos, Buenos Aires, Ed. Filosofía y Letras Universidad de Buenos Aires, 2018, p. 17.

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    5

    Rosana Guber, “El compromiso profético de los antropólogos sociales argentinos, 1960-1976”, Avá. Revista de Antropología, 2010, n. 16. En este recorrido, no estoy considerando las improntas y la intención del propio Bórmida, y ni siquiera de la de De Martino, sino más bien algunas derivas de sus contactos con Ratier, y más abajo, la lectura de Ginzburg. Sobre la influencia de Bórmida en la predominancia de un modelo histórico-cultural austro alemán fuertemente cuestionado en la arqueología pampeana, ver Gustavo G. Politis, “A setenta años de las investigaciones de Oswald Menghin y Marcelo Bórmida en las cuevas de Tandilia”, Runa, 2022, vol. 13, n. 3, pp.431-448.

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    6

    Ricardo Abduca, “Prólogo. Hugo Ratier. La separación de lo exótico y la laboriosa construcción de la antropología argentina”, en Hugo Enrique Ratier, Antropología rural argentina: etnografías y ensayos, Buenos Aires, Ed. Filosofía y Letras Universidad de Buenos Aires, 2018.

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    7

    Carlo Ginzburg, “¿Qué he aprendido de los antropólogos?, Alteridades, 2009, vol. 19, n. 38, p. 138.

    Pour citer cette publication

    Schettini, Cristiana, « Personas desparramadas, objetos reunidos: los desafíos de estudiar a una comunidad obrera en tiempos posindustriales », dans Agüero Ana Clarisa et Sazbón Daniel (dir.), "", Passés Futurs, 17, 2025, consulté le 24/06/2025 ;

    URL : https://www.politika.io/fr/article/personas-desparramadas-objetos-reunidos-los-desafios-estudiar-a-una-comunidad-obrera