María Elvira Roca Barea, Imperiofobia y leyenda negra. Roma, Rusia, Estados Unidos y el Imperio Español, 2016.

(Universitat de València - Departament d'Història Moderna i Contemporània)

María Elvira Roca Barea, Imperiofobia y leyenda negra. Roma, Rusia, Estados Unidos y el Imperio Español, Madrid, Editorial Siruela, 2016.

María Elvira Roca Barea, Imperiofobia y leyenda negra. Roma, Rusia, Estados Unidos y el Imperio Español, Madrid, Editorial Siruela, 2016.

Los medios de comunicación se han hecho eco recientemente en España del éxito editorial del ensayo histórico de la profesora Elvira Roca Barea – especialista en el ámbito de la literatura clásica y medieval – titulado Imperiofobia y Leyenda Negra: Roma, Rusia, Estados Unidos y el Imperio Español. Desde una perspectiva cronológica muy amplia, la filóloga malagueña analiza los estereotipos negativos que han dañado profundamente la imagen de España; deteniéndose especialmente en sus paralelismos con otros tipos de propaganda crítica con el poder de Roma, Estados Unidos y Rusia. En su opinión, la Leyenda Negra ha sido “la sombra de los imperios” y más concretamente, una propaganda “creada por los poderes rivales o locales con los que el imperio ha colisionado en su crecimiento.”1 La autora incide en dos puntos en concreto: en primer lugar, advierte a los lectores de la pervivencia de los prejuicios contra España en el imaginario colectivo actual, y en segundo lugar, se preocupa por el “horrible” riesgo, a su juicio, de que “las creaciones literario-propagandísticas” suplanten a la historia verdadera.”2

Desde estas premisas y pese a que el objetivo de la obra es – según la autora – profundizar en el surgimiento, la configuración y expansión de una leyenda “que llega a ser opinión pública y sustituto de la historia,”3 su texto va más allá de una pretensión meramente académica. Su perspectiva es la del rechazo de la Leyenda y la defensa de España, entendida esta última casi como una obligación.4 Desde este enfoque, su libro persigue la exculpación de las acusaciones que se han vertido contra el imperio español desde hace cuatrocientos años. Su planteamiento es que los otros son más malos que España y que, además, lo hicieron peor.

La representación del pasado que nos dibuja en su obra legitima una idea política bien sencilla, a saber: el imperio es bueno, y España, como tal, cuenta con un pasado meritorio y digno de admiración. La clave de su libro es, más bien, situar la polémica sobre la Leyenda en el conflictivo contexto político actual, ofreciendo a los lectores una apología del imperio español muy oportuna con tal de debilitar cualquier visión negativa de la historia de España que pueda deslucir el pasado nacional. Después de todo, su obra es una alabanza a la historia imperial de España. Hay en ella muchas dosis de autoestima, víctimas y responsables del pasado, de todas sus fortunas y desdichas, que se deslizan imbricados a lo largo de un texto dedicado a combatir la Leyenda. En opinión de la propia autora, puede comprenderse que holandeses e ingleses, por ejemplo, hayan dotado de credibilidad a los tópicos de la hispanofobia. En cambio, aquellos españoles que son hispanófobos “mantienen una actitud perjudicial para ellos mismos.”5 ¿Por qué? Esta idea reviste, en mi opinión, suma importancia en el contexto político presente.

La autora pretende que el lector albergue cierto sentimiento de orgullo por el hecho de contar con un pasado a sus espaldas que anime y refuerce su sentimiento de españolidad. Desmitificar los oscuros tópicos que han obsesionado durante tanto tiempo a los españoles no es en absoluto un planteamiento novedoso, después de las críticas provenientes del hispanismo estadounidense y francés. A pesar de ello, su libro ha encontrado un amplio mercado editorial en unos tiempos específicos de desafío a la unidad nacional española, y muy posiblemente, con el ánimo de ofrecer algún tipo de certeza identitaria que está siendo cuestionada, sobre todo, desde la atalaya del independentismo catalán.

A mi parecer su libro es el relato de una verdad maniquea que, entre diferentes juicios y valores, va abriéndose camino a lo largo de sus más de cuatrocientas páginas. Más que una aportación de índole historiográfica, el ensayo de Elvira Roca Barea se adentra en el terreno del debate político. El pensamiento que recorre el libro se impregna de un marcado sentimiento de imperiofilia, en su pretensión de utilizar el pasado para reforzar la identidad colectiva nacional y ofrecernos un pretérito tintado de blancos y negros que sustentan ideologías políticas y en el que se mezclan contextos, – el de Bartolomé de Las Casas con el de Noam Chomsky, por citar un ejemplo – coyunturas y conceptos históricos muy dispares entre sí. La autora hace uso de diversas contraposiciones que operan generando diferencias entre nosotros y otros, en la idea, ya muy manida, de “normalizar” y glorificar el “esplendoroso” pasado de España.

El imperio español sale, por tanto, muy bien parado de este libro. El propio planteamiento de su ensayo histórico – que critica, por cierto, los largos silencios a los que nos han condenado los historiadores – deja a un margen otros vacíos singulares. Entre ellos las propias resistencias políticas y sociales que suscitó ese imperio que tanto ensalza Roca Barea y las visiones incompletas o más bien sesgadas de personajes históricos tan controvertidos como el propio Bartolomé de Las Casas. Puede afirmarse que la obra no persigue – como nos recordaba Marc Bloch – “comprender mejor” la problemática de la Leyenda, sino que su empeño entra de lleno en el terreno de los juicios de valor.6

La autora reconoce que “la leyenda está vinculada por su base al subsuelo de muchos nacionalismos europeos, ya que la España católica ocupó en ellos el lugar del malvado enemigo que todo nacionalismo necesita para existir.” En su opinión, el nacionalismo es “la enfermedad [a la que Europa] debe la mayor parte de sus desgracias.”7 Dejando a un margen la enconada controversia historiográfica que conlleva el hecho de asociar el concepto contemporáneo de nacionalismo a los lejanos tiempos de Lutero, Roca Barea subraya la importancia de la imperiofobia como sustrato de los nacionalismos europeos.

Sin la Leyenda Negra sostiene la autora que las naciones formadas contra el imperio español se quedan sin historia. Y, por supuesto, en todo este recorrido deja arrinconada la importancia de la Leyenda en la propia configuración y desarrollo del nacionalismo español, como han subrayado con acierto e inteligencia las investigaciones de Ricardo García Cárcel, Isidro Sepúlveda y Jesús Villanueva, algunas de las referencias fundamentales de una historiografía que ha puesto de manifiesto las diferentes dimensiones políticas y culturales de esta problemática histórica.8 Sabíamos por trabajos académicos anteriores que la Leyenda Negra, como nos indica la autora, no es un asunto exclusivamente español ni absolutamente excepcional.

Una de las últimas publicaciones sobre el tema es el libro coordinado por los profesores María José Villaverde y Francisco Castilla Urbano, que nos demuestra como existen otras formas – muy distanciadas de la elegida por Roca Barea – de explicar el surgimiento, las diversas manifestaciones y el éxito de la Leyenda, sin recurrir a los juicios de valor ni a planteamientos maniqueos. Muchos han sido los historiadores que nos han recordado la importancia de la Leyenda Negra en la articulación de diferentes ideologías, procesos identitarios y emociones que el pasado suscita. Y cuenta con una cada vez más amplia colección de monografías y artículos especializados desde la perspectiva tanto histórica como literaria y artística.9

Además de lo señalado, puede añadirse que la Leyenda es también un problema de pertenencia del pasado, del peso asfixiante que el pasado ejerce sobre el presente – y a la inversa, de la influencia de nuestras concepciones presentistas en su construcción – así como de las tensiones y conflictos que se derivan de su escritura y uso continuado.10 El significado del pasado, construido alrededor de estrategias políticas y operaciones del lenguaje muy complejas, es crucial. En esta línea, la famosa Leyenda aparece como un problema de interpretación y de usos públicos de la historia, de las instrumentalizaciones en las que se han sustentado las diferentes culturas políticas de nuestro tiempo. Un buen ejemplo de lo anterior es la obra de María Elvira Roca Barea. Sobre todo, si tenemos en cuenta su propia opinión impregnada de un sentimiento de nostalgia por el imperio cuando reconoce que “hace más daño que beneficio recordar qué glorias alcanzaron los antepasados y cuán lejos estamos ahora de ellas.”11 La reputación y el honor de España quedan fortalecidos en un libro que, en cierto modo, puede entenderse como un instrumento para fabricar españoles. Y ello mediante la superación de cierta idea de victimización y culpabilidad que una parte de la sociedad ha asumido a través de una lectura pesimista de su pasado.

A mi parecer, una de las aportaciones más sugerentes de su ensayo histórico reside en la integración de la Leyenda en un marco amplio en el que se comparan los diferentes aparatos propagandísticos que atacaron la reputación primero de Roma, y después de Rusia y Estados Unidos. Mirar hacia otros imperios es una de las claves interpretativas que nos ofrece la autora para explicar el problema como un fenómeno histórico más largo en el tiempo. Plantearse cómo se ha construido la propaganda contra los imperios en términos comparativos – el caso de la rusofobia, por ejemplo, que Roca Barea remonta a la Francia del “Siglo de las Luces” – es una línea enriquecedora de investigación. Sin embargo, esta aportación queda oscurecida por su perspectiva de lo imperial que es la de una verdad, a su juicio, muy molesta: básicamente, que el imperio existe porque mejora las condiciones de vida de sus habitantes.12 Con este juicio de la autora, el imperio español merece, como ella misma afirma, cierta justicia histórica. Y a esta opinión orienta el desarrollo de los capítulos de su obra.

Estos capítulos se organizan en tres partes diferenciadas. Después de un recorrido por la historia del término y de las críticas a Kamen y García Cárcel (y señalando con posterioridad las “trabas ideológicas que pululan en la historiografía”13) pasa a desentrañar en la primera parte de la obra (pp. 23-122) cómo se producen y propagan los tópicos que han conformado la ideología antiimperial. Se trata de un conjunto de opiniones “infundadas” que han perjudicado y disminuido la grandeza de estas organizaciones políticas, temidas por su notable poder y por sus ansias de expansionismo. Aquí se dedica a explicarnos el concepto de imperiofobia, que, a decir de Roca Barea, se entiende como un fenómeno supraideológico de profundas raíces que se analiza, en consecuencia, a través de la propaganda que el “débil” realiza contra un pueblo más “poderoso.”

Entre estos prejuicios que se elaboran contra los imperios, y que gozan de prestigio intelectual – como ella misma sostiene, se han convertido en una verdad aceptada que pretende “desmitificar” – se sitúan la supuesta maldad y la depravación de un imperio que vino por azar o casualidad, la idea de la ausencia de civilización, las máximas compartidas sobre la ilegitimidad del poder, la impiedad, el profetismo sobre su propio devenir, la ausencia de nobles ancestros y el robo; estereotipos que han impregnado esta propaganda y compartido a lo largo del tiempo. Estos tópicos nacen de cierto complejo de inferioridad que se proyecta en la imperiofobia y se difunden gracias a la actividad de las élites políticas e intelectuales, a través de la prensa y la literatura que le confieren prestigio y credibilidad.

El lector comprueba sin mucho esfuerzo que imperiofobia es el concepto fundamental del texto. Nacida de cierta frustración y orgullo herido, se entiende como una forma de racismo, apoyado en diferencias de color y en religiones que integran importantes mecanismos de manipulación y propaganda.14

En la segunda parte del libro (p. 127-347) la autora se dedica a desgranar las formas y diferentes episodios que ha tomado la imperiofobia durante la época moderna. En primer lugar y siguiendo a Arnoldsson, se dirige hacia el Mediterráneo, con Italia como primer lugar en el que se manifiestan los prejuicios – sangre marrana, el goticismo humanista, el saqueo de Roma en 1527 – entre el teatro y los autores cultos. Subraya también que la propaganda italiana fue mucho menos dura que la protestante, que por su parte contó con las inventivas de personajes como Martín Lutero – cuyas teorías servirían siglos después para llevar a cabo la tragedia nazi, según apunta – y Guillermo de Orange.

Ambos llevaron la demonización de España desde la perspectiva religiosa – la idea de equiparar España al Anticristo – a su máxima expresión. La denigración de todo lo católico vuelve a producirse en la propaganda inglesa, que incorpora nuevos clichés como el de la cobardía y la incompetencia, y después en los Países Bajos donde, por cierto, no hubo levantamiento ni insurrección en tiempos de Felipe II sino, según la autora, una guerra civil. Después se detiene en los dos núcleos principales que integran la propaganda antiespañola y que ya son dos lugares comunes de la historiografía: la Inquisición – como innovación de la propaganda luterana – y la conquista de América.

Las razones que ofrece Roca Barea para marcar cierta diferenciación entre España y sus otros, entendidas en términos positivos y nacionales son muchas y variadas. Menos condenados por la Inquisición de lo que pudiéramos imaginar –cuyo comportamiento es “impecable” a su parecer–, un imperio católico más tolerante que simbolizó la idea de una Europa “unida y plurinacional” frente al enemigo protestante, una mayor violencia fuera del imperio que dentro, porque “los ejércitos que enviaron a Italia Enrique VIII y Francisco I provocaron más muerte y destrucción que los ejércitos de Carlos I”15 y porque, en contraposición a la mala fama del duque de Alba – conocido por la represión llevada a cabo en los Países Bajos – los “fanáticos calvinistas perpetraron las mayores atrocidades en Gante.”16

A diferencia de otras grandes potencias – Inglaterra, citará en esta ocasión – España escucha los lamentos de los indios que están bajo su protección. Sin olvidar que, mientras en Europa no existía libertad de expresión, España gozaba – a su entender – del citado privilegio en tiempos del dominico Francisco de Vitoria. Las estrategias son especialmente evidentes en relación al imaginario protestante, preguntándose al respecto: “qué pasaría si a alguien se le ocurriera hacerle un monumento a Torquemada, que, comparado con Calvino, parece una mascota.”17

Especial atención dedicaré al apartado que escribe sobre América, ya que entre sus páginas se proyectan con mayor claridad sus concepciones presentistas e ideológicas. Una buena prueba de ello estriba en las similitudes que establece entre el dominico sevillano Bartolomé de Las Casas y el antiamericanista estadounidense Noam Chomsky, dos hombres que vivieron en contextos históricos profundamente dispares, sin que ello preocupe excesivamente a la autora. Ambos criticaron a sus propios imperios, mezclando, según Roca Barea, medias verdades y medias mentiras. Sostiene que los dos se han visto protegidos por importantes grupos de poder: Las Casas amparado por la Iglesia y, Chomsky, favorecido por la izquierda.18 Otro punto en común es que ambos fueron universalmente respetados dentro y fuera de sus países.

Convendría matizar la afirmación de la autora de que nadie levantara su voz en España para criticar a Bartolomé de Las Casas por el tono de sus acusaciones. El dominico además de ser respetado por muchos de sus contemporáneos, también sufrió el menosprecio y los vituperios de las élites culturales españolas desde el siglo XVI y con especial incidencia en el siglo XVIII y XIX. No fueron pocos los que le acusaron de mentir, conspirar y tener ambiciones personales muy oscuras, de albergar incluso un odio visceral hacia la propia España y a los conquistadores e, incluso, de padecer algún desorden psicológico responsable de la alteración de sus cálculos demográficos.19 Ilustrados y liberales fueron muy conscientes de las negativas consecuencias que tuvo la Brevísima para la imagen de la nación, ya bastante maltrecha durante aquella época. Bartolomé de Las Casas es percibido entonces como una amenaza para su propia patria, un obstáculo en el relato del pasado que se desea promover desde las instancias políticas y culturales.20

Siguiendo con su visión de la conquista, descubrimos que la mayor parte de la expansión de los españoles en América se hizo pactando con los indios. En una entrevista en Infocatólica la autora afirma que los españoles hicieron en América muchos más pactos que guerras y que los largos tiempos coloniales fueron un “periodo de paz y prosperidad anómalo,” porque “no hubo guerras significativas hasta las independencias.”21 En su libro vuelve a subrayar que la convivencia entre las razas en época colonial fue bastante pacífica y “no hubo ni conflictos importantes ni grandes convulsiones sociales.”22

Conoce bien la escritora los trabajos de los jesuitas – que permitieron conservar la música barroca en el Amazonas, según relata en su ensayo –, pero también las rebeliones del caudillo indígena Túpac Amaru, las revueltas de los caribes – que pusieron en jaque a las órdenes religiosas en las laderas del Orinoco a lo largo del XVII y XVIII – los levantamientos de los mapuches y las revueltas encabezadas por líderes indígenas durante el periodo borbónico. Esta conflictividad social no permite asociar los siglos de dominio español a un periodo de paz perpetuo y de “excelente” convivencia social. La defensa del colonialismo español es más que evidente en este punto, y le lleva a convertir al indígena en un mero agente pasivo de la conquista; además de ensalzar, en suma, la “civilización” que los españoles llevaron a los americanos.23

Roca Barea ensalza el desarrollo demográfico y urbanístico de México y Perú, el éxito sanitario colonial y la idea de que América Latina está habitada por los indios, mientras en América del Norte fueron prácticamente exterminados. Sólo destacaré dos datos que pueden sorprender al lector, en la línea de defender el proceso de conquista y los siglos de dominación española. Afirma de que Lima “en los días coloniales tenía más hospitales que iglesias y por término medio había una cama por cada 101 habitantes, índice considerablemente superior al que tiene hoy en día una ciudad como Los Ángeles.24” Y otro más: los jornales de los trabajadores que se pagaban en Tierra Caliente y en Veracruz eran tres veces superiores a los del resto del virreinato. Y fuera de América incluso “los salarios de estas zonas eran los más elevados del mundo occidental.”25 Los usos públicos del pasado se manifiestan en toda su amplitud con la intención de recordar al lector la fortuna que corrieron los indígenas que vivían bajo el poder de la monarquía española. A los anteriores se añade el caso del ámbito educativo, al señalar que de los centros de educación superior fundados por los españoles “salieron 150.000 licenciados de todos los colores, castas y razas.”26En toda esta argumentación, la autora exonera a España de algún tipo de responsabilidad en el fracaso económico de América Latina.

Y un pequeño espacio podemos dedicar, finalmente, al controvertido recurso discursivo al canibalismo. Retoma a Las Casas en este caso como responsable de haber contribuido a la construcción del mito del buen salvaje, una elaboración mítica que tuvo gran predicación durante los siglos XVIII, XIX y XX. Aquí entran en escena los indígenas para equiparar, al menos a una parte de ellos, con el nazismo y afirmar que “la cultura azteca era un totalitarismo sangriento fundado en los sacrificios humanos”27 un concepto que, a todas luces, resulta absolutamente inapropiado para designar la realidad social azteca.

La tercera y última parte (p. 353-476) se dedica principalmente a los tópicos de la hispanofobia ilustrada que integran la modernidad – las obras de Bayle, Montesquieu, Voltaire, Raynal y el enciclopedismo – y finaliza su amplia perspectiva histórica en los siglos XIX, XX y XXI en el terreno del nacionalismo y el racismo científico. La autora señala la importancia de la hispanofobia como argumento central en la Ilustración francesa, pese a que la historiografía más reciente ha señalado la existencia de otras visiones más equilibradas que valoraron positivamente el legado de España en Europa.28 Mientras critica a los ilustrados franceses por su noción de progreso, realiza una apología de la Compañía de Jesús porque su actividad “generó prosperidad, riqueza y auténtica civilización, sin prisa y sin destrucción.”29

Continúa explicando el éxito de la Leyenda debido, entonces, a su amplia versatilidad y usos políticos – aunque sólo algunos de ellos – en diferentes contextos. En efecto, los tópicos tienen mercado – el estereotipo de la España romántica, de la España negra – y es francamente útil como mecanismo político y cultural para crear la otredad del enemigo. El liberalismo español asumió, según Roca Barea, todos los tópicos de la Leyenda – la España de la decadencia y el fracaso que dibujaron muchos historiadores, en su intención de explicar su propia contemporaneidad – y rechazó incluso una parte de su propia historia como actitud propia de la modernidad. La autora insinúa comparaciones llamativas, una vez más, como las condenas a muerte dictadas por el Santo Oficio en la España dieciochesca, ya en decadencia, para acto seguido preguntarse por la cantidad de muertos que produjo la Revolución Francesa.30 Finalmente, relaciona la hispanofobia y los prejuicios anticatólicos con su uso y difusión en contextos más contemporáneos, como la historiografía norteamericana tras la guerra de Cuba, la prensa, el cine, la televisión y la crisis de la deuda vivida en 2007.

Después de la lectura del libro, algunos interrogantes continúan todavía sobre la mesa. Si el pasado ha sido una carga para nosotros – la España oscura de la Inquisición y los conquistadores – esta obra permite que nos desprendamos de ella y podamos transformarla en un pretérito mucho más cómodo. A mí el pasado, en cambio, no me asfixia, más bien como historiadora trato de comprender lo que se ha escrito sobre él. Y en este sentido, considero que la opción más enriquecedora en nuestro análisis de la Leyenda, no reside, como sostenía Jesús Villanueva, en considerar el problema desde el punto de vista de si los estereotipos se corresponden con la realidad histórica.31 Ni mucho menos dirimir quién lo hizo peor. Sin ápice de dudas, esta perspectiva no ayuda a explicar ese complejo proceso que fue la Leyenda Negra.

Recurrir a la contraposición dicotómica, excesivamente simplificadora, entre lo verdadero y lo falso, el mito y el hecho histórico, y la manida confusión “contaminante” entre historia y literatura, ni explica las dinámicas propias ni las claves internas de la Leyenda. En la actualidad más inmediata, considero que una cuestión de interés histórico reside en comprender los nuevos contextos, ya alejados del tiempo de Juderías, en los que se usa la Leyenda con fines políticos. Y el desafío propuesto por el independentismo catalán brinda nuevos escenarios. Más allá de la propia Leyenda, la pregunta más espinosa que este libro nos sugiere, después de todo, es quién nos cuenta el pasado como verdad y cómo lo hace. La respuesta no es precisamente sencilla, puesto que se halla inmersa en arduos debates históricos y políticos, inscritos en relaciones de poder y en complejos procesos de subjetividad, en los diferentes presentes y en los pasados que estos producen.

Couverture Imperiofobia y leyenda negra

María Elvira Roca Barea, Imperiofobia y leyenda negra. Roma, Rusia, Estados Unidos y el Imperio Español, Madrid, Editorial Siruela, 2016.

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1

María Elvira Roca Barea, Imperiofobia y leyenda negra. Roma, Rusia, Estados Unidos y el Imperio Español, Madrid, Siruela, 2016, p. 50.

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2

María Elvira Roca Barea, Imperiofobia y leyenda negra. Roma, Rusia, Estados Unidos y el Imperio Español, Madrid, Siruela, 2016, p. 289.

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3

María Elvira Roca Barea, Imperiofobia y leyenda negra. Roma, Rusia, Estados Unidos y el Imperio Español, Madrid, Siruela, 2016, p. 16.

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4

María Elvira Roca Barea, Imperiofobia y leyenda negra. Roma, Rusia, Estados Unidos y el Imperio Español, Madrid, Siruela, 2016, p. 17.

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5

María Elvira Roca Barea, Imperiofobia y leyenda negra. Roma, Rusia, Estados Unidos y el Imperio Español, Madrid, Siruela, 2016, p. 443.

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6

Marc Bloch, Apología para la historia o el oficio del historiador, México, Fondo de Cultura Económica, 2006, p. 139-143.

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7

María Elvira Roca Barea, Imperiofobia y leyenda negra. Roma, Rusia, Estados Unidos y el Imperio Español, Madrid, Siruela, 2016, p. 226.

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8

Ricardo García Cárcel, La Leyenda Negra. Historia y opinión, Madrid, Alianza, 1992; Isidro Sepúlveda, El sueño de la madre patria. Hispanoamericanismo y nacionalismo, Madrid, Fundación Carolina, Centro de Estudios Hispánicos e Iberoamericanos, Marcial Pons Historia, 2005; Jesús Villanueva, Leyenda Negra. Una polémica nacionalista en la España del siglo XX, Madrid, Los Libros de la Catarata, 2011. Sobre su vertiente americana, véase entre todos los títulos disponibles, el de Miguel Molina Martínez, La Leyenda Negra, Madrid, Nerea, 1991 y los trabajos recogidos en Margaret R. Greer, Walter D. Mignolo y Maureen Quilligan, Rereading the Black Legend. The Discourses of Religious and Racial Difference in Renaissance Empires, Chicago, University of Chicago Press, 2008.

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9

Un repaso en Antonio Sánchez Jiménez, “La Leyenda Negra: para un estado de la cuestión” en Yolanda Rodríguez Pérez, Antonio Sánchez Giménez, Harm den Boer, España ante sus críticos. Las claves de la Leyenda Negra, Madrid, Iberoamericana; Frankfurt am Main, Vervuert, 2015, p. 23-44.

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10

Puede comprobarse en una entrevista que el lector encontrará en https://blogs.20minutos.es/xx-siglos/2018/06/07/maria-elvira-roca-barea-espana-ha-perdido-la-batalla-contra-su-leyenda-negra-por-incomparecencia/. La autora afirma que “es horrible pertenecer a un pueblo con una historia vergonzosa, genera una llaga moral y una extraordinaria incomodidad.” [Consultado el 28 de junio de 2018].

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11

María Elvira Roca Barea, Imperiofobia y leyenda negra. Roma, Rusia, Estados Unidos y el Imperio Español, Madrid, Siruela, 2016, p. 216.

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12

María Elvira Roca Barea, Imperiofobia y leyenda negra. Roma, Rusia, Estados Unidos y el Imperio Español, Madrid, Siruela, 2016, p. 141.

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13

María Elvira Roca Barea, Imperiofobia y leyenda negra. Roma, Rusia, Estados Unidos y el Imperio Español, Madrid, Siruela, 2016, p47.

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14

María Elvira Roca Barea, Imperiofobia y leyenda negra. Roma, Rusia, Estados Unidos y el Imperio Español, Madrid, Siruela, 2016, p. 112 y 129. Señala que “los pueblos imperiales generan una leyenda negra no por lo que hacen sino por lo que son.”

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15

María Elvira Roca Barea, Imperiofobia y leyenda negra. Roma, Rusia, Estados Unidos y el Imperio Español, Madrid, Siruela, 2016, p. 135.

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16

María Elvira Roca Barea, Imperiofobia y leyenda negra. Roma, Rusia, Estados Unidos y el Imperio Español, Madrid, Siruela, 2016, p. 244.

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17

María Elvira Roca Barea, Imperiofobia y leyenda negra. Roma, Rusia, Estados Unidos y el Imperio Español, Madrid, Siruela, 2016, p. 190.

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18

María Elvira Roca Barea, Imperiofobia y leyenda negra. Roma, Rusia, Estados Unidos y el Imperio Español, Madrid, Siruela, 2016, p. 76.

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19

Así lo demuestran los ataques que contra Las Casas escribieron los jesuitas Juan Nuix (1782) y Diosdado Caballero (1799), el jerónimo Fernando de Zevallos (1766) y el Semanario Erudito de Antonio de Valladares (1788). Véase Nuria Soriano Muñoz, Bartolomé de Las Casas, un español contra España, Valencia, Editorial Alfons el Magnànim, 2015.

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20

Un ejemplo es la teoría de la extranjerización que cobra cuerpo en algunas apologías de la conquista de América como la de Juan de Escoiquiz (1798), México conquistada. Ello no resulta óbice para que se produjeran defensas del personaje como la que después escribió Llorente y se asumiera el contenido de su lucha política. Véase Bernat Hernández, Bartolomé de Las Casas, Barcelona, Taurus, 2015 y el caso concreto del párroco Cabral de Noroña en Anaya Hernández, Luis Alberto. “Proceso contra el clérigo don Miguel Cabral de Noroña por un sermón crítico a la colonización canario-americana” Anuario de Estudios Atlánticos, nº 28, 1982, p. 521-548.

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22

María Elvira Roca Barea, Imperiofobia y leyenda negra. Roma, Rusia, Estados Unidos y el Imperio Español, Madrid, Siruela, 2016, p. 305.

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23

Algunos de estos tópicos fueron desgranados por el profesor Matthew Restall en un libro muy accesible, pensado para el público no especialista. Matthew Restall, Los siete mitos de la conquista de América, Barcelona, Paidós, 2004. Véase también desde otro punto de vista la obra de Miguel León Portilla, La visión de los vencidos: relaciones indígenas de la conquista, México, Universidad Autónoma de México, Coordinación de Humanidades, 1972. La proyección de los prejuicios eurocéntricos en Edmundo O’Gorman, La invención de América, México, FCE, 2006.

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24

El dato lo ha extraído de Powell y su obra Árbol de Odio, y, a su vez, de la obra del profesor Francisco Guerra.

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25

María Elvira Roca Barea, Imperiofobia y leyenda negra. Roma, Rusia, Estados Unidos y el Imperio Español, Madrid, Siruela, 2016, p. 333.

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26

María Elvira Roca Barea, Imperiofobia y leyenda negra. Roma, Rusia, Estados Unidos y el Imperio Español, Madrid, Siruela, 2016, p. 304.

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27

Más interesante es el análisis que nos ofrece del canibalismo Carlos Jáuregui, Canibalia, canibalismo, calibanismo, antropofagia cultural y consumo en América Latina, Madrid, Frankfurt Am Main, Iberoamericana Vervuert, 2005.

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28

José Checa Beltrán, “Lecturas sobre la cultura española en el siglo XVIII francés”, en José Checa Beltrán (ed.), Lecturas del legado español en la Europa Ilustrada, Madrid, Frankfurt Am Main, Iberoamericana Vervuert, 2012, p. 105-138.

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29

María Elvira Roca Barea, Imperiofobia y leyenda negra. Roma, Rusia, Estados Unidos y el Imperio Español, Madrid, Siruela, 2016, p. 382.

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30

María Elvira Roca Barea, Imperiofobia y leyenda negra. Roma, Rusia, Estados Unidos y el Imperio Español, Madrid, Siruela, 2016, p. 434.

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31

Jesús Villanueva, La Leyenda Negra. Una polémica nacionalista en la España del siglo XX, Madrid, Los libros de la Catarata, 2011.