
Lion of Gripsholm Castle.
¿Cómo intervenir en tanto historiadores sobre una realidad en tránsito?
El propósito de este artículo es doble. El primero consiste en presentar un escenario parcial de las actitudes adoptadas por la profesión historiadora argentina ante el acontecimiento político y cultural representado por el acceso del economista anarcocapitalista Javier Milei a la presidencia de la República Argentina. El segundo propósito esboza un enfoque orientado a repensar una teoría crítica de la historia nacional a la luz de la novedad política que desafía los esquemas interpretativos preexistentes.
Para ambas tareas carezco de uno de los privilegios ambivalentes de las y los historiadores que estudian periodos anteriores al siglo XXI: la distancia temporal y la acumulación de estudios previos que posibiliten meditar mejor sobre fenómenos contemporáneos y cuyo alcance está lejos de ser claro.
El problema elemental con las actitudes de los historiadores argentinos ante “Milei”, y aquí no me refiero tanto al individuo bizarro que preside los destinos nacionales en este momento, sino a su significación política y social, es la incertidumbre de su significación. Por supuesto, si definir las perspectivas de su poder y gestión es todavía prematuro, conocemos la proclama anarcocapitalista como meta, el minarquismo como práctica, el conservadurismo cultural como ideología, y sus severas dificultades con lo democrático y lo republicano.
He aquí mi primera afirmación: ninguna de las especialidades historiográficas conocidas es apta para brindarnos los recaudos metodológicos adecuados al análisis del acontecimiento Milei. Las historiografías económica y política demandan un recorrido cronológico incompatible con una gestión libertaria que al momento de publicarse el presente dossier apenas ha recorrido el primer tercio de su gestión. En la Argentina no tenemos una historia del “tiempo presente”. Lo más cercano a la actualidad es la floreciente “historia reciente”. Pero dicha historia reciente, a lo sumo llega a fines de la década de 1980, esto es, al desdichado final de la presidencia postdictatorial del radical Raúl Alfonsín en 19891. Más raros son los trabajos relativos a sucesos posteriores, aunque los temas ligados al retorno de las políticas del pasado en la década de 1990, la crisis del año 2001 y algunos temas del kirchnerismo prolongaron el alcance de la especialidad académica sobre todo desde la sociología y la politología. No es por azar que los primeros libros publicados sobre Milei desde las ciencias sociales provengan de la ciencia política, la psicología, la sociología o el ensayismo2. Esto se advierte en las contribuciones al libro de mayor circulación actual sobre el tópico del “Fenómeno Milei” (abandono aquí la referencia a un “fenómeno”, muy extendida, pues exagera lo sorprendente e intransferible del caso), en el cual solo uno de sus capítulos es “histórico” y fue escrito por autores provenientes de la sociología3.
Sucede que si, por un lado, la propuesta electoral del partido de Milei, La Libertad Avanza, tenía un perfil ideológico relativamente consistente ya sintetizado, a lo que debe añadirse, por parte de la vicepresidenta Victoria Villarruel, una reivindicación de la dictadura militar de 1976-1983, no es seguro que sus votantes adhirieran a una idea precisa de sociedad. El escenario parece ser más complejo. Algunos votaron a Milei por el personaje mediático que les garantizaba que con la eliminación del Estado o, en todo caso, de la regulación económica, se resolverían los problemas de la decadencia argentina. La eliminación del banco central y la baja de impuestos, así como una dolarización inmediata, eliminarían de la noche a la mañana la endémica inflación.
Con todo, hubo sectores que votaron por lo que en la Argentina se conoce como el “voto bronca”, es decir, como castigo al gobierno de turno y no tanto como apoyo convencido al político elegido. En este caso, Milei supo diseñar una estrategia discursiva exitosa al identificar a la “casta política” o “los políticos ladrones”, como el Otro al que vencer y destituir.
Aunque Milei había afirmado durante la campaña electoral que tenía un plan de acción preparado para gobernar ya desde octubre de 2023, cuando efectivamente asumió el gobierno, en diciembre de ese año se hizo evidente que carecía de ideas concretas sobre cómo proceder. No solo tuvo que acudir a personal político de otro partido político, el PRO, para ocupar cargos ministeriales, sino que hizo suyo un programa de desregulación del Estado elaborado por equipos técnicos de la candidata que venció en la primera ronda electoral, Patricia Bullrich, comandados por el economista neoliberal Federico Sturzenegger. La parafernalia de reformas acumuladas por Sturzenegger se materializó en un decreto de necesidad y urgencia, luego refrendado en el Congreso como “Ley Bases y puntos de partida para la libertad de los argentinos”. Dichos decreto y ley involucraron a varias cientos de normativas que no podían ser conocidas por el presidente ni por sus equipos administrativos en formación. Con el objeto de producir un shock entre sus interlocutores –una estrategia que Milei lleva adelante en todos los órdenes– se lanzó una reforma que se acercaba a la meta revolucionaria del gobierno: deshacer 120 años, dijo el propio presidente, de parasitismo estatal.
Lo importante es que no se produjo la dolarización de la economía para la que Milei había afirmado poseer los fondos necesarios en moneda norteamericana. Se adoptaron medidas que se había prometido jamás iban a ser tomadas, como bajar salarios y jubilaciones, subir las tarifas de servicios de electricidad, gas y agua, del mismo modo que el transporte público, sin elevar previamente el ingreso de la población. Se procedió a devaluar el peso y, en consecuencia, disminuir drásticamente la capacidad de compra de la moneda argentina. El programa de gobierno se mostró pragmático, errático y flexible. El ideologismo anarcocapitalista aprendió rápidamente a negociar con la “casta” para obtener la aprobación de leyes en el Parlamento. Mientras tanto, los dólares del exterior que iban a llegar como inversiones, luego sustituidos por un ansiado préstamo del Fondo Monetario Internacional, son todavía inciertos. La esperada victoria electoral de Trump en Estados Unidos, anhelada como solución a la entrada de dólares, por el momento ha generado más problemas que soluciones para la economía argentina.
A más de un año de la asunción presidencial de Milei, sigue sin ser claro el rumbo de la gestión en la mediana duración. Algunas definiciones son indudables: el superávit fiscal y la apreciación del peso como ancla para contener, mediante la recesión económica, el valor del dólar norteamericano, un índice culturalmente importante para la población. Pero el atraso cambiario implica una caída de los ingresos, y por lo tanto de incentivos, para los sectores productivos, sean los primario-exportadores como de los industriales, en este último caso debido a la falta de competitividad con los productos importados. La continuidad del impuesto a las exportaciones agropecuarias (aunque disminuidas) y el control del mercado de divisas, popularmente conocido como “cepo”, suscita resquemores entre los empresarios que consideran al presidente como su paladín más decidido. En abril de 2025 se levantó parcialmente el control de cambios para algunas transacciones, especialmente de individuos. Ocurrió en los términos del previo régimen de hecho basado en el bimonetarismo de peso y dólar, sostenido en toma de deuda del Fondo Monetario Internacional y el lanzamiento de bonos que incrementan las obligaciones a futuro. Aunque es una cuestión discutida la naturaleza del cese de “cepo”, es indiscutible que fue una de las razones del éxito electoral del candidato libertario en las elecciones legislativas ocurridas en la ciudad de Buenos Aires pocas semanas más tarde.
La oposición al gobierno desde la sociedad civil es ambigua. Las manifestaciones más importantes de protesta, luego de un primer gesto de la Confederación General del Trabajo que convocó exitosamente a dos paros generales (enero y mayo de 2024), provinieron de sectores pertenecientes a las clases medias: las marchas universitarias contra los brutales recortes presupuestarios y la manifestación en repudio a las afirmaciones de Milei en el foro económico de Davos, que acusó a las diversidades sexuales, y específicamente a los homosexuales, de ser inherentemente pedófilos. Es significativo que las protestas de los jubilados se constituyeran en un centro de cohesión de las diversas manifestaciones opositoras.
Pero todo este cuadro incompleto que vengo de describir carece de un sentido inequívoco. No es posible afirmar que al gobierno de Milei le vaya a ir mal en sus planes políticos e incluso en la concreción de reformas económicas importantes. Y si es escasamente viable que pueda realizar su sueño de un mercado sin Estado, en primer lugar, porque el mercado capitalista es mundial y no circunscripto a los límites de ese país austral de mediano porte económico que es la Argentina, otros resultados son más factibles. Es difícil, entonces, sostener que el mileísmo vaya a diluirse en sus fracasos en un plazo inmediato.
En tales circunstancias es complicado justificar posturas interpretativas desde un punto de vista epistémicamente histórico. De hecho, las actitudes adoptadas por las y los historiadores en la Argentina proceden de una movilización intelectual generada por lo que consideran rasgos inquietantes de la coyuntura política nacional. Un estímulo adicional al respecto proviene de la abierta hostilidad de Milei hacia la comunidad universitaria y especialmente su animadversión contra la investigación en ciencias sociales.
Personalmente me simpatiza que los historiadores tomen la palabra y opinen, incluso con énfasis, procurando aportar al debate público. No es tan convincente, sin embargo, que puedan justificar sus posturas como parte de una práctica historiográfica. Entonces, ¿de qué práctica se trata? No hay otro modo de explicarla sin acudir a textos concretos producidos durante los últimos meses.

Milei en congreso ultraconservador en España, 2024, junto a Santiago Abascal de Vox.
Modalidades de reacción entre historiadoras e historiadores
Hasta el día de hoy, las actitudes de historiadoras e historiadores ante el acontecimiento Milei fueron en general escépticas e incluso negativas. El plural espacio historiográfico argentino adoptó una postura afín a la que recorre al entero espacio de las ciencias sociales y las humanidades con la excepción del gremio de economistas, donde se advierte un escenario más contradictorio. Solo recientemente ha circulado una opinión como la de Luis Alberto Romero, quien ha procurado rescatar lo positivo de las reformas económicas y desreguladoras de un Estado visto como capturado por intereses corporativos desde hace largas décadas, mientras ha censurado los aspectos autoritarios y culturalmente retrógrados del gobierno4. Este aspecto cultural –cuya vertiente histórica es tratada por Beatriz Bragoni en otro artículo del presente dossier– es el que ha recogido mayores asentimientos críticos por parte de los historiadores, como ocurrió cuando con ánimo provocador el gobierno eligió el Día Internacional de las Mujeres, el 8 de marzo de 2024, para eliminar el Salón de las Mujeres de la Casa de Gobierno y lo sustituyó por el Salón de los Patriotas integrados por sus próceres predilectos5.
Con un conjunto de colegas del gremio historiador firmé a fines de 2023 una declaración, en el registro del manifiesto, donde se alertaba sobre los peligros que el gobierno de Milei involucraba para el piso de conquistas democráticas en la Argentina6. No me desdigo de los términos de esa declaración. En efecto, la oferta política de Milei y de su candidata a vicepresidenta coincidían en una idea antidemocrática y antiliberal, al reivindicar el dominio oligárquico (entre 1870 y 1916) y dictatorial (entre 1976 y 1983). Dicho revisionismo histórico, muy básico pues todavía no ha aparecido un relato histórico articulado en acuerdo con la visión libertaria, ha impactado en la narrativa que durante largas décadas se puede considerar vigente: la de que hubo un período oligárquico y excluyente, matizado con la innovación democrático-popular del radicalismo yrigoyenista entre 1916 y 1930, seguida por un corte antidemocrático hasta 1945 y abierto, con numerosas contradicciones, desde esta última fecha, como la crisis de la democracia argentina impulsada por el conflicto entre peronismo y antiperonismo hasta su ruptura dictatorial en 1976. A Milei y el mileísmo no le interesan los matices. Su imaginación histórica es selectiva y parcial7. Los problemas se derivan siempre del uso del Estado por la “casta” política y sus ansias de recursos provenientes de los impuestos pagados por la población. Los historiadores reaccionaron críticamente ante una mirada tan unilateral del pasado nacional.
Una posición más personal surge de la conversación que con otro firmante del manifiesto, el profesor Fabio Wasserman, desarrollamos cada uno a su modo en Canal Abierto y puede verse en Youtube8. Luego he planteado mi perspectiva con mayores detalles en una revista cultural de la izquierda argentina, que aquí retomaré en parte9. El inicio de la argumentación sostiene que un debate con la idea de la historia de Milei requiere asumir el “fracaso” de las concepciones históricas previas. Es viable sostener que el advenimiento libertario pone en cuestión un cierto consenso de que la democracia posterior a 1983, con sus vaivenes, fue una salida virtuosa al infierno dictatorial previo. 1983 involucró también un cierre de la política revolucionaria de izquierda que contribuyó a la crisis política en que se originó la dictadura. Desde entonces política y violencia debían ser mutuamente excluyentes. Pero 1983 como signo histórico fue más que una promesa de institucionalidad democrática y antiautoritaria. También se quiso guardiana de los ideales de igualdad y reconocimiento. En su contribución a este dossier, Marina Franco estudia la serie de sucesos que fueron desgastando el “pacto democrático” de los años 1980. Milei puso en cuestión dicho signo al vituperar, con su estilo violento, al presidente radical Raúl Alfonsín (1983-1989). Pero si para la “batalla cultural” libertaria hay épocas condenables, ello sucede porque se malogró una Golden age clausurada en 1916 por el estatismo y el populismo.
Desde mi punto de vista, en lugar de explorar otras edades doradas (así supo verse, en la historia argentina, en ciertas épocas, al momento rivadaviano de 1820, al rosista de 1830 y 1840, al de la “Organización nacional” posterior a 1860, al primer peronismo 1945-1955) se trata de repensar la idea misma de una narrativa de la historia nacional. Y su clave crítica más radical es negativa, pesimista, dark. Será lo que procuraré modular conceptualmente a través de una recomposición conradiana del pesimismo histórico en diálogo con la “tesis antisocial” en la teoría crítica.
Más tarde propondré la alternativa de “historias rojas”, es decir, aquellas que asuman explícitamente un proyecto socialista, justamente aquel condenado por Milei como el origen de todos los males. Argumentaré que las correcciones parciales que un rigor historiográfico sugiere tanto respecto de las tesis históricas libertarias como de la evaluación del acontecimiento Milei, sin duda valederas, son insuficientes10. Su refutación solo puede lograrse con otras historias más atractivas y convincentes.
Crítica radical del progreso: de Michelet a Benjamin y Joseph Conrad
Esto nos conduce a antepasados, desde luego, porque esto que nos sucede e interroga no es del todo novedoso. Quiero traer a colación tres autores entre numerosos otros posibles: Jules Michelet, Walter Benjamin y, fuera de la historiografía, Joseph Conrad. ¿Por qué apelar a historiadores del siglo XIX, a filósofos marxistas del siglo XX y a literatos que escribieron sus textos fundamentales hacia el 1900? Mi sospecha es que quizás la novedad que nos ocurre en las sombras del presente sea un infierno ya vivido –desde luego, con otros nombres y actores– y que el velo de las historiografías y las representaciones artísticas optimistas nos han privado de sufrir: que no hay futuro. O, más exactamente, que el único futuro negado, rechazado, es la nada. En términos cotidianos, esa historia-catástrofe es la naturalidad con la que aceptamos la existencia de la sociedad de clases sociales como premisa incuestionable de nuestra convivencia colectiva. Pero no es el único indicio del no future, pues el racismo (cuyo corolario de alcance teológico-político es el genocidio) y la indiferencia al desastre ecológico se encuentran también en todas partes sin generar demasiado escándalo en la opinión pública mundial.
Refiero a tres momentos heterogéneos del mundo histórico-literario. El primero concierne a la relectura por Walter Benjamin de un texto del historiador romántico francés Jules Michelet. En su diario personal, Michelet proclamaba: “Avenir ! Avenir ! ”. Repetía la palabra “porvenir” para construir un efecto poético de su inevitabilidad: el porvenir se mueve a sí mismo en la reiteración en que demuestra su carácter inevitable. Ricardo Ibarlucía ha reconstruido la “breve historia” del encuentro benjaminiano con la frase de Michelet, posiblemente en una reproducción en 1929 en la revista Europe11. Ese pasaje cuya datación es imprecisa, tomado de los diarios íntimos del historiador de 1839 en los días en que moría su esposa o, alternativamente, de 1842 en ocasión del fallecimiento de otra mujer casada con uno de sus discípulos, fue leído por Benjamin con los ojos del pensador de poco menos de un siglo después (y ese “poco menos” es fundamental porque todavía no se había desencadenado la Guerra Mundial que modificaría a ojos benjaminianos el horizonte de expectativa). La puntualización de Ibarlucía, quien subraya una aclaración de los editores de Europe, a saber, las reflexiones estimuladas por el momento tanático vivido por el historiador, contrasta con otra lectura contemporánea que lo traslada al ámbito histórico.
En efecto, Patrick Boucheron ha prolongado en sus conferencias en el Collège de France ese momento de las anotaciones de Michelet ante el lecho de muerte de su esposa, Pauline Rousseau, para recontextualizarlas en un uso historiador12. El pasaje subrayado es aquél en que el autor de Le Peuple escribió en relación con el velle videmur de Virgilio (libro XII de Eneidas), “cet effort de songe laborieux par lequel nous nous soulevons de la nuit au jour, de la mort à la vie”, “ese esfuerzo de sueño laborioso a través del cual nos levantamos de la noche al día, de la muerte a la vida”. Es un tema a discutir si la extensión propuesta por Boucheron es válida para la historia o solo puede ser consistentemente restringida al momento irrepetible de una muerte y el sobreponerse para avizorar, a pesar de todo, un futuro. En todo caso, vayamos a la reinterpretación por el marxista alemán hacia 1930.
Una anotación de Michelet –justamente la ponderada por Boucheron– es utilizada por Benjamin como unos de los epígrafes de su ensayo sobre París como capital del siglo XIX: “Chaque époque rêve la suivante”, “cada época sueña la siguiente”. Reescribe a su manera la frase de Michelet en clave anticapitalista: “Jede Epoche träumt ja nicht nur die nächschte, sondern träumend drängt sie auf das Erwachen hin”, “Toda época no solo sueña la siguiente, sino que al soñarla se impulsa al despertar”13. La corrección benjaminiana de Michelet es singular. Introduce un “despertar” que, según dicen las dos oraciones siguientes, de acuerdo a las cuales la astucia de la razón hegeliana hace del despertar de una pesadilla la oportunidad para algo nuevo, permite visualizar los monumentos de la burguesía como ruinas aun en pie (“Mit der Erschütterung der Warenwirtschaft beginnen wir, die Monumente der Bourgeoisie als Ruinen zu erkennen, noch ehe sie zerfallen sind”; “Con la conmoción de la economía mercantil comenzamos a conocer los monumentos de la burguesía como ruinas incluso antes de que se desmoronen”). Ese optimismo benjaminiano no fue jamás abandonado, ni siquiera en los momentos más trágicos –críticos de la idea de Progreso– que antecedieron a su suicidio en 1940. Pues, en efecto, si la “revolución” era para él un freno ante la catástrofe, hoy no tenemos ese salvoconducto.
Repensado desde nuestro presente, ese optimismo trágico de Benjamin, sobre cuyas complejidades quizás Michael Löwy ha escrito notas imprescindibles, parece excesivo, inconvincente14. Es que, si hoy tanto la eventualidad de una conflagración mundial terminal por el uso de armas nucleares no puede ser descartada, tampoco se ocultan las pulsiones genocidas en curso. Ambas situaciones son índices de la historicidad actual. Sé que esto participa de un debate abierto, pero entiendo que la brutalidad con la que se tolera el sacrificio del pueblo palestino como nuevo homo sacer en la acepción de Giorgio Agamben, revela una deriva que no puede ser vista necesariamente como un “derrumbe civilizatorio” (según Norbert Elias concibió el advenimiento del nazismo) sino como un producto posible de nuestra civilización histórica.
Immanuel Kant había soñado a fines del siglo XVIII con un proyecto de “La paz perpetua”. Más de dos siglos después, el ideal ilustrado se asemeja a una broma macabra, en la que Europa (el lugar de la razón para el autor de la Crítica de la razón pura) es un actor destacable. La ausencia de todo proyecto de un futuro compartido por las naciones del mundo induce a dar credibilidad a una extensión de la tesis antisocial al plano político e historiográfico. La tesis antisocial, generada por una impugnación de la deriva familiarista y reproductivista de la teoría crítica queer, se inspiró en la “pulsión de muerte” freudiana y la negativa a generar nuevos cuerpos para la reproducción del capital, absteniéndose de cooperar con una dinámica social donde aportamos nuevas generaciones a la acumulación económica15. En términos historiográficos, la tesis antisocial involucra una perspectiva radicalmente pesimista acorde a los tiempos en que vivimos. Lo que no está claro de la idea antisocial es si su negativa a asumir ideas de progreso puede derivar en una evasión de todo activismo político y cultural o si, por el contrario, estimula una militancia que ponga en cuestión las relaciones sociales que tutelan este presente distópico.
Respecto del plano político poco puede decirse en estas líneas pensadas para un diálogo historiográfico. Pero respecto de la historia como disciplina simbolizante y científica, las consecuencias son más comprensibles. Se trata, tal vez, de renunciar al sentido general de la Historia, al progresismo historiográfico. Y seguir los caminos fracasados, las vidas desperdiciadas, las luchas de quienes fueron derrotados pero procuraron no ser cómplices de esta lógica destructiva que fue tornándose en un Mundo.

Milei en Estados Unidos junto a Elon Musk, 2025.
Temo que, para nuestros tiempos occidentales, el ¡Porvenir! ¡Porvenir! de Michelet y Benjamin sea insuficiente. Quizás sea más afín al horizonte contemporáneo regresar al relato de Joseph Conrad Heart of Darkness, de 1899. La nouvelle de Conrad narra el viaje africano del marino Charles Marlow para encontrar al traficante Kurtz, antes un dependiente de la compañía imperialista empeñada en continuar enriqueciéndose aplastando todo lo que se oponga. Kurtz se había internado y convivido con los “salvajes”, quienes lo habían integrado y reverenciado. Cuando finalmente Marlow lo interroga, próximo a su muerte, Kurtz murmuró: “¡The Horror! ¡The Horror!”, “¡El horror! ¡El horror!”16. El relato da a entender que, para Kurtz, el “horror” era lo que la compañía europea había cometido contra la población local en su sed de ganancias y de la que él mismo había sido cómplice. Un año más tarde, ya regresado a Londres, y presionado por la novia inglesa de Kurtz sobre las últimas palabras del traficante, Marlow le transmitió que esas palabras finales habían sido el nombre de ella. El narrador reintegraba la desesperación de Kurtz ante la crueldad humana en el amor romántico y heterosexual. ¿Seremos capaces de repensar, contra Marlow, historias (argentinas, para lo que concierne a este texto) del horror y el fracaso?
Mi interrogación epocal es la de si, con las síntesis históricas en las cuales se generan explicaciones narrativas con un sentido, no somos ajenos a la situación político-cultural actual. Incluso quienes imaginamos “historias rojas” (emancipatorias, críticas, liberadoras), debemos interrogarnos si las alternativas de la experiencia histórica que estamos viviendo habilitan la factibilidad de otorgarle sentido en el pasado a una realidad actual cuya brújula es la del sinsentido. Y, según he argumentado previamente, no se trata de neutralizar el anacronismo de proyectar al pasado los desencantos del presente. Quizás también en el pasado el historicismo progresivo haya sido una ilusión y la tarea de la historiografía profesional consista en deshacer las narrativas del progreso.
En términos historiográficos, dentro del horizonte de la historiografía argentina nos encontramos con un problema capital (que temo sea algo enigmático para un público lector externo, pero al respecto procuraré ser explícito): la valoración positiva con que una bibliografía histórica identificó el periodo 1870-1930 como aquél del “progreso argentino”. Una Argentina que logró superar sus crisis con celeridad y neutralizó las fuerzas antisistémicas debido a su capacidad de integración social y económica. El nombre más representativo de esa línea de pensamiento es el del historiador económico Roberto Cortés Conde, quien publicó en 1979 un libro con el título combativo de El progreso argentino: 1880-191417. En esa línea se articuló una variante interpretativa muy importante en la historiografía local, con contribuciones esenciales como las de Ezequiel Gallo, Eduardo Zimmermann, Fernando Rocchi, y más recientemente, Roy Hora y Leandro Losada. Por supuesto, no estoy sugiriendo en modo alguno que Milei se haya alimentado de esta historiografía, cuya calidad es de primer orden. Las fuentes “históricas” de Milei provienen de fundaciones menos eruditas en materia histórica y más densas en ideología, como think tanks y universidades privadas locales ligadas al liberalismo. Pero lo que sí me interesa subrayar es cómo rearticular los debates historiográficos argentinos, en general implícitos, a la luz de la novedad política libertaria.
Encuentro deficiente cualquier crítica desmitologizadora de la “historia” afín al mileísmo, sea que enfatice en sus insuficiencias historiográficas (o inadecuación con los descubrimientos de la “historia científica”) o en sus falencias metodológicas (por ejemplo, la incertidumbre en la fundamentación de sus datos, como los del ingreso per cápita argentino hacia 1880). Algo similar, con sus rasgos particulares, se puede decir a propósito de la intervención en la disputa por la historia impulsada sobre todo por la vicepresidenta Villarruel respecto de la década de 1970.
Conjeturo lo siguiente: los relatos históricos matizados, ambiguos, pluralistas, indeterminados, son simbólica y políticamente inocuos, irrelevantes, en la coyuntura en la que nos encontramos. Al respecto, quienes nos dedicamos a la profesión histórica enfrentamos una disyuntiva: o bien abonamos a la idea de un periodo dorado en que el capitalismo argentino fue progresivo, o bien asumimos una perspectiva radicalmente crítica de las posibilidades emancipatorias de la lógica capitalista en este país sudamericano.
Entonces, ¿qué hacer si una apostura académica denuncialista es incapaz de neutralizar tesis históricas muy debatibles pero irrelevantes para un mileísmo indiferente a las impugnaciones racionales? ¿Cómo intervenir ante la aparente generalización de la “razón cínica” ajena a las demandas de verdad, buena fe y apertura al diálogo? Sugiero dos acciones prácticas: primero, formular una idea clara y elegante de la historia nacional en el seno de la sociedad global; segundo, conectarla con derivaciones político-culturales alternativas al discurso histórico libertario. ¿Disponemos de esos elementos? Seguramente hallamos numerosos recursos dispersos, fragmentos disgregados sobre momentos y temas de la historia nacional.
Es difícil rastrear antecedentes, pero solo para mencionar a los antepasados ausentes, tal vez se requiera una relectura en la clave “antisocial” de Juan Agustín García, de Milcíades Peña y de Tulio Halperin Donghi, como iluminadores de una mirada desangelada del pasado nacional. No para permanecer en la parálisis impotente sino para imaginar un recomienzo. Desde luego, otros insumos pueden ser recordados incluso como inspiración. Pienso en la Academia del Fracaso propuesta por la artista Marta Minujín en 1975 como ejercicio de vanguardia cultural. De hecho, Minujín convocó mucho más que a solo “artistas”: también tenían un lugar “filósofos, científicos, trabajadores y personas de la calle”, en la demolición de “pautas momificadas a fin de revalorizar el fracaso”.
Pesimismo historiográfico y nuevas narrativas de lucha
Admito que el pesimismo, cuando deriva en resentimiento, es posiblemente paralizante. El resentimiento es una pasión triste spinoziana que empobrece a quien meramente la sufre. Puede ser útil, en cambio, cuando alimenta la creación de algo nuevo. En materia histórica, la respuesta a la agresión declarada de Milei solo puede actuar con efectividad al defender otras narrativas de la historia, sea en el plano de la economía, de la cultura o de las prácticas políticas.
Por supuesto, como la cultura de izquierda es una hija rebelde de la Ilustración, no le está dado consolarse con la producción de símbolos ajenos a una vocación de conocimiento, de crítica y de investigación. Sabemos, no obstante, que es también preciso articular imágenes efectivas, literariamente atractivas y emocionalmente convocantes. No veo que entre la exigencia científica y la inteligencia estética deba existir una incompatibilidad de principio.
Un comienzo de la historia nacional reconoce dos nacimientos. Uno se deriva de las reformas borbónicas de fines del siglo XVIII, particularmente con el reglamento de “libre comercio” (1778) que habilitó el intercambio con algunos puertos metropolitanos y coloniales, iniciando una dinámica económica orientada a la exportación que continúa, en nuevas circunstancias modificadas por la inserción en el mercado mundial del periodo 1840-1900, hasta hoy. Esa inserción fue tema de una clásica pregunta comparativa con el mismo proceso en Estados Unidos y, especialmente, en Australia. En cualquier caso, hay sobre el periodo tesis optimistas y pesimistas. Una novedad crucial ocurrió en 1912 con la reforma electoral que habilitó una democracia de masas. Con la crisis de 1929 comienza a profundizarse, sobre todo gracias al impulso del proteccionismo de facto ocasionado por las guerras mundiales, una lógica acumulativa, a veces tensa, de agroexportación e industrialización. El peronismo intentó matizar la ecuación al favorecer, tras la vertiginosa urbanización y formación de una clase obrera organizada, una industrialización que sostuviese un mercado interno dinámico y redistribuidor.
Los límites de un mercado reducido y las derivas inflacionarias de la fórmula peronista inicial plantearon una salida “desarrollista” amistosa con inversiones extranjeras. Lo realizó el gobierno frondizista de 1958, que quiso conciliar distribución y acumulación económica auxiliada por el ingreso de capitales extranjeros. Su crisis, esencialmente política, dio paso a la Argentina vigente hasta 1975, cuando el programa de ajuste peronista llamado “Rodrigazo” procuró dejar en el pasado la Argentina “populista”. Toda la historia económica posterior, incluida la dictatorial de 1976-1983, el alfonsinismo y el menemismo, la promesa kirchnerista de un modelo inclusivo e industrializador, así como las alternativas liberales del macrismo y el mileísmo, están contenidas en esa crisis irresuelta del desarrollismo. El mileísmo desea hacer retroceder el tiempo histórico al desandar un intervencionismo presuntamente descontrolado.
Desde una perspectiva socialista, este “largo plazo” de la historia económica no puede ser quebrado desde el débil marco nacional, como en debates sin salida sobre si el proteccionismo atribuido al rosismo era industrializador ¡en 1835!, o si se perdió una oportunidad irrepetible con el naufragio del Plan Pinedo de 1940, que hubiese conciliado la exportación primaria con la industrialización. Si en algunos momentos las cuentas nacionales pudieron ser evaluadas desde cierto punto de vista como positivas, esos momentos fueron definidos por dinámicas globales objetivas y anónimas. La prueba está en que las ondas de expansión y contracción, así como redistribución y ajuste, atravesaron toda América Latina más allá de los gobiernos de turno. La intervención del Estado fue eficaz cuando se montó sobre tendencias generales, fuera entre 1870 y 1930 en sentido agroexportador o entre 1930 y 1975 en sentido parcialmente mercadointernista. Por el lugar periférico de la economía argentina en el sistema capitalista y por la dimensión de su mercado interno, no hubo posibilidad de que ninguna política económica, fiscal o monetaria, pudiera torcer determinaciones masivas ordenadas por un orden capitalista global.
Ahora bien, este es un aspecto de la historia vista “desde arriba”. Otro comienzo de la historia nacional involucra una mirada “desde abajo”, es decir, no desde las estructuras sino desde quienes experimentaron la vida histórica. Entonces la narrativa es otra. Es la de las luchas por vivir y sobrevivir en condiciones de explotación y opresión, a veces matizadas por periodos de incremento del consumo y dinámicas de ascenso social fomentadas por oleadas de redistribución progresiva del ingreso. Las temporalidades, escalas y actores de esta historia son diferentes. Con todo, el saldo global del ciclo histórico observable en el presente es negativo, si lo evaluamos en términos de desigualdad, marginalidad y pobreza.
El mileísmo enseña, sin quererlo, que es viable hallar un apoyo popular para una propuesta radical. ¿Es posible traducir esa reintroducción ultraderechista de historicidad en término de una historiografía renovada, con un signo político opuesto? En este llamado no puedo soñar con traccionar al campo historiográfico argentino que en general suele ser, mayoritariamente, reformista y progresista. Tenemos numerosos insumos pero nos falta el horizonte donde emerja lo que el peruano José Carlos Mariátegui llamó una “voluntad heroica” socialista entre las mayorías. No solo en las redes sociales y en las convocatorias electorales, sino en la sociedad toda. Historias rojas de combate, articuladoras de pasados y futuros que de continuar como hasta ahora son plausiblemente inviables. Esos relatos (en vínculo dialéctico con las dimensiones estructurales), y no amonestaciones académicas, es lo que puede oponerse al reyezuelo imaginario en el que eligió depositar su necesidad de porvenir la afición mileísta. Es cierto que hay convicciones sumamente problemáticas en algunos segmentos del mileísmo, tales como su vertiente anti-derechos, la misoginia, el servilismo ante los ricos, etcétera. Pero en lo más grueso y significativo, en lo que tiene de popular, entraña una protesta. Su emergencia obedece a la insatisfacción con los límites de la democracia burguesa (la “casta”), con sus desigualdades escandalosas, con las miserias que el Mesías economista prometió disolver con el “libre mercado”. Las historias rojas pueden ser alternativas convincentes y movilizadoras si logran descubrir las fórmulas para contraponerse a las historias “libertarias” embelesadas en la adoración de los grandes parásitos capitalistas y convocar a las mayorías a protagonizar una nueva historia.
No quiero cerrar esta sección sin señalar la crisis de otra dimensión de la historiografía argentina que podría sugerir una alternativa. Durante los últimos treinta años, una vez cuestionado el paradigma de la historiografía marxista en su versión más determinista y su idea de lucha de clases como clave organizadora privilegiada de la explicación histórica, se generó una opción interesante y sumamente productiva, sobre todo para la historia del siglo XIX: la “historia popular”18. La historia popular procuraba recuperar las experiencias y vivencias “desde abajo” de sectores que, con relaciones complejas con las élites pos-revolucionarias, construían sus opciones de vida. De algún modo, esa historia popular de amplias resonancias thompsonianas poseía una tendencia oposicionista hacia las élites, aunque no siempre de manera dualista. Las afinidades genéricamente populistas de dicha historiografía no eran ocultas, aunque es sabido en la Argentina que el “populismo” se comprende de maneras muy diversas. En todo caso, lo que me interesa enfatizar es que con la novedad libertaria se verifica, a la vez que una crisis del voto peronista, la emergencia de un liberalismo popular. Se trata de un voto juvenil, ligado al trabajo precarizado pero no solo a él (pues se observa voto libertario incluso en el empleo estatal que el programa libertario promete reducir drásticamente), y con una fuerte tendencia plebeya. Como sucede con la tradicional historiografía obrerista de la izquierda, algunas premisas de la historia popular son conmovidas por el liberalismo popular. Esta novedad exige prolongadas meditaciones imposibles de desarrollar aquí.
Algunas conclusiones
El público lector advertirá sin dificultades que este escrito, si bien está movilizado por una pasión dramática sobre el presente, carece de certezas. Esta situación se explica por la conmoción causada por la irrupción del gobierno de Milei. La gestión macrista de 2015-2019 no tuvo éxito en ninguna de sus promesas de terminar con el populismo. Luego de una mediocre gestión kirchnerista entre 2019 y 2023, el gobierno libertario de Milei se propuso radicalizar el ajuste estatal, agudizar la redistribución regresiva del ingreso para reducir la inflación, y atraer inversiones extranjeras. Por el momento, solo ha realizado las dos primeras medidas.
¿Qué podemos hacer los historiadores al respecto? ¿Limitarnos a cuestionar las afirmaciones libertarias factualmente incorrectas como lo haríamos con todo error proveniente de un sesgo ideologizado? ¿Matizar ideas demasiado simplistas y explicaciones unilaterales?
Pienso que no puede haber una sola respuesta. Y tampoco creo que sea viable separar la posición del historiador profesional de la actitud del ciudadano comprometido o activista. La ideologización de la política y, más modestamente, de la historia, por Milei, obliga a definir cuáles son los criterios de la crítica. Argumenté que la tesis interpretativa más problemática es la idea general de una visión progresiva de la historia nacional. En la “declaración de los historiadores” citada en la nota 6 de este artículo, se mencionó el “decadentismo” del discurso histórico de Milei, para quien desde 1916 se perdió el rumbo del progreso. Me pregunto cómo responden a esa apropiación los argumentos de un “progreso argentino”. La discusión sobre los horizontes de la “historia popular”, en vistas de la evidente adhesión a Milei entre las clases más desfavorecidas, es un tema abierto. ¿Puede reingresar la cuestionada historiografía marxista en este debate?
La alternativa, naturalmente tentativa, que sugiero es operar un pesimismo sistemático, que nos permita integrar la situación argentina en un horizonte al menos hemisférico de crisis de la democracia. A nadie puede escapársele que lo que está sucediendo en la Argentina no se explica por razones solo locales. Contrario sensu de las sensibilidades moderadas de esta época pos-revolucionaria, planteé que al atractivo radical de las derechas no debe contraponerse una verdad como correspondencia historiográfica (cuya importancia, desde luego, no desdeño), sino otras narrativas de cambio, que expliquen que esto que nos ocurre pertenece a las contradicciones del orden capitalista que parece haber roto con su maridaje de conveniencia con la democracia durante los siglos XIX y XX. Algo similar sucede con los “derechos sociales” alguna vez representados por T.H. Marshall como consecutivos a los civiles y políticos. En ese sentido, la acumulación del capital se demuestra en tensión con la participación democrática de las mayorías y demanda una alternativa para que, pienso, la historiografía puede ofrecer una contribución. La modestia de su aporte, pues la historia habla del pasado y no, como la política, del futuro (o su aniquilación), no es sin embargo desdeñable.
Notes
1
Esto se advierte en la compilación que, en dos volúmenes, reunió estudios sobre la especialidad en 2010: Ernesto Bohoslavsky, Marina Franco, Mariana Iglesias y Daniel Lvovich (coord.), Problemas de historia reciente del Cono Sur, Buenos Aires, Prometeo Libros-UNGS, 2010. Los quince años transcurridos desde entonces matizan pero no modifican el escenario de la especialidad historiográfica.
2
Rocco Carbone, Lanzallamas: Milei y el fascismo psicotizante, Buenos Aires, Debate, 2024; Francis Rosemberg (coord.), El goce de la crueldad: Argentina en tiempos de Milei, Buenos Aires, Peña Lillo/Ediciones Continente, 2024; Alejandro Grimson (coord.), Desquiciados: los vertiginosos cambios que impulsa la extrema derecha, Buenos Aires, Siglo Veintiuno, 2024; Javier Balza, ¿Por qué ganó Milei?: disputas por la hegemonía y la ideología en Argentina, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2024; Liliana De Riz, Laboratorio político Milei: el primer año en el sillón de Rivadavia, Buenos Aires, Ariel, 2025.
3
Pablo Semán (coord.), Está entre nosotros: ¿de dónde sale y hasta dónde puede llegar la extrema derecha que no vimos venir?, Buenos Aires, Siglo Veintiuno, 2023. El capítulo mencionado es de Sergio Morresi y Martín Vicente, titulado “Rayos en cielo encapotado: la nueva derecha como una constante irregular en la Argentina”.
4
Luis Alberto Romero, “La bosta y la seda: los senderos de Milei”, Seúl, 2 de febrero de 2025.
5
Daniel Gigena, “‘Próceres es una palabra nefasta’: sigue la polémica por el ‘panteón historiográfico’ en la Casa Rosada”, La Nación, 12 de marzo de 2024, https://www.lanacion.com.ar/cultura/proceres-es-una-palabra-nefasta-sigue-la-polemica-por-el-panteon-historiografico-en-la-casa-rosada-nid12032024/ (fueron consultados José Emilio Burucúa, Camila Perochena, Fernando Rocchi, Luis Alberto Romero, María Sáenz Quesada, Alejandro Katz y Hugo Vezzetti); Roy Hora, “Una idea de Nación arcaica y excluyente”, Clarín, 12 de marzo de 2024.
6
Una síntesis en https://www.pagina12.com.ar/719662-milei-ante-la-historia-argentina. Entre otros lugares, el texto completo se encuentra en https://www.perfil.com/noticias/actualidad/milei-ante-la-historia-argentina.phtml. Los firmantes iniciales del texto fueron Omar Acha, Marina Franco, Silvia Jensen, Federico Lorenz, Martha Philp, Ana Belén Rodríguez, Ignacio Telesca, Javier Trímboli, Julio Vezub y Fabio Wasserman.
7
El libro de historia económica más afín a la cosmovisión de Milei es el de Emilio Ocampo, El mito de la industrialización peronista, Buenos Aires, Claridad, 2018. Entre las numerosas opiniones de historiadores sobre la selectividad de la memoria histórica en Milei, puede verse la siguiente: Robertino Sánchez Flecha, “Marcela Ternavasio, historiadora: ‘Milei se asemeja a Rosas en una relación muy conflictiva con el Parlamento y las provincias’”, infobae, 5 de marzo de 2024, https://www.infobae.com/politica/2024/03/05/marcela-ternavasio-historiadora-milei-se-asemeja-a-rosas-en-una-relacion-muy-conflictiva-con-el-parlamento-y-las-provincias/.
9
Omar Acha, “Las bermudas del Increíble Hulk: el mileísmo y la creación de historias rojas”, Ideas de Izquierda, mayo de 2024, https://www.laizquierdadiario.com/Las-bermudas-del-Increible-Hulk-el-mileismo-y-la-creacion-de-historias-rojas. Ese número de la revista Ideas incluye aportes de otros historiadores de izquierda como Corina Luchía, Alicia Rojo y Pablo Volkind.
10
Por ejemplo, la razonable intervención de Roy Hora sobre el uso inadecuado y a menudo poco riguroso del concepto de fascismo para denostar al presidente y su fuerza política: Roy Hora, “Milei: la verdad incómoda”, La Vanguardia, 8 de febrero de 2025, https://lavanguardiadigital.com.ar/index.php/2025/02/08/milei-la-verdad-incomoda/.
11
Jules Michelet, “Avenir !, avenir !”, Europe: revue mensuelle, vol. 19, no. 73, 15 de enero de 1929, pp. 6-10; Ricardo Ibarlucía, “‘Cada época sueña la siguiente’: breve historia de una frase, de Michelet a Benjamin”, Eadem Utraque Europa: Revista de Historia Cultural e Intelectual, vol. 13, no. 18, 2017, pp. 127-138.
13
Walter Benjamin, “Paris: die Hauptstadt des XIX. Jahrhunderts”, en Illuminationen: ausgewählte Schriften 1, Berlín, Suhrkamp, 1977, pp. 170-184; la cita corresponde a la p. 184.
14
Michael Löwy, “Pessimisme révolutionnaire: le marxisme romantique de Walter Benjamin”, Cités: Philosophie, Histoire, Politique, no. 74, 2018, pp. 91-104; Michael Löwy, Walter Benjamin: aviso de incendio. Una lectura de las tesis “Sobre el concepto de historia”, México, Fondo de Cultura Económica, 2012.
15
Leo Bersani, “Is the Rectum a Grave?”, October: Volume 43 AIDS: Cultural Analysis/Cultural Activism, 1987, pp. 197-222; Leo Bersani, Homos, Cambridge, Harvard University Press, 1995; Judith Halberstam, “The Anti-Social Turn in Queer Studies”, Graduate Journal of Social Science, vol. 5, no. 2, 2008, pp. 140-156; Robert Caserio et al., “The Antisocial Thesis in Queer Theory”, PMLA, vol. 21, no. 3, 2006, pp. 819-828; Lee Edelman, No Future: Queer Theory and the Death Drive, Durham, Duke University Press, 2005.
16
Joseph Conrad, Murfin Ross (ed.), Heart of Darkness: Complete, Authoritative Text with Biographical and Historical Contexts, Critical History, and Essays from Five Contemporary Critical Perspectives, Boston, Palgrave Macmillan, 1996, p. 86.
17
Roberto Cortés Conde, El progreso argentino: 1880-1914, Buenos Aires, Sudamericana, 1979.
18
Cito solo una compilación representativa dentro de una bibliografía ya amplia: Raúl Fradkin y Gabriel Di Meglio (coord.), Hacer política: la participación popular en el siglo XIX rioplatense, Buenos Aires, Prometeo Libros, 2013.
Bibliographie
Omar Acha, “Las bermudas del Increíble Hulk: el mileísmo y la creación de historias rojas”, Ideas de Izquierda, mayo de 2024. https://www.laizquierdadiario.com/Las-bermudas-del-Increible-Hulk-el-mileismo-y-la-creacion-de-historias-rojas.
Javier Balza, ¿Por qué ganó Milei?: disputas por la hegemonía y la ideología en Argentina, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2024.
Walter Benjamin, “Paris: die Hauptstadt des XIX. Jahrhundert”, en Illimunationen: ausgewählte Schriften 1, Berlín, Suhrkamp, 1977.
Leo Bersani, “Is the Rectum a Grave?”, October: Volume 43 AIDS: Cultural Analysis/Cultural Activism, 1987, pp. 197-222.
Leo Bersani, Homos, Cambridge, Harvard University Press, 1995.
Ernesto Bohoslavsky, Marina Franco, Mariana Iglesias, y Daniel Lvovich (coord.), Problemas de historia reciente del Cono Sur, Buenos Aires, Prometeo Libros-UNGS, 2010.
Rocco Carbone, Lanzallamas: Milei y el fascismo psicotizante, Buenos Aires, Debate, 2024.
Rabert Caserio, Lee Edelman, Judith Halberstam, José Esteban Muñoz, y Tim Dean, “The Antisocial Thesis in Queer Theory”, PMLA, vol. 121, no. 3, 2006, pp. 819-828.
Roberto Cortés Conde, El progreso argentino: 1880-1914, Buenos Aires, Sudamericana, 1979.
Liliana De Riz, Laboratorio político Milei: el primer año en el sillón de Rivadavia, Buenos Aires, Ariel, 2025.
Lee Edelman, No Future: Queer Theory and the Death Drive, Durham, NC, Duke University Press, 2005.
Raúl Fradkin, y Gabriel Di Meglio (coord.), Hacer política: la participación popular en el siglo XIX rioplatense, Buenos Aires, Prometeo Libros, 2013.
Daniel Gigena, “‘Próceres es una palabra nefasta’: sigue la polémica por el ‘panteón historiográfico’ en la Casa Rosada”, La Nación, 12 de marzo de 2024. https://www.lanacion.com.ar/cultura/proceres-es-una-palabra-nefasta-sigue-la-polemica-por-el-panteon-historiografico-en-la-casa-rosada-nid12032024/.
Alejandro Grimson (coord.), Desquiciados: los vertiginosos cambios que impulsa la extrema derecha, Buenos Aires, Siglo Veintiuno, 2024.
Judith Halberstam, “The Anti-Social Turn in Queer Studies”, Graduate Journal of Social Science, vol. 5, no. 2, 2008, pp. 140-156.
Roy Hora, “Milei: la verdad incómoda”, La Vanguardia, 8 de febrero de 2025. https://lavanguardiadigital.com.ar/index.php/2025/02/08/milei-la-verdad-incomoda/.
Roy Hora, “Una idea de Nación arcaica y excluyente”, Clarín, 12 de marzo de 2024.
Ricardo Ibarlucía, “‘Cada época sueña la siguiente’: breve historia de una frase, de Michelet a Benjamin”, Eadem Utraque Europa: Revista de Historia Cultural e Intelectual, vol. 13, no. 18, 2017, pp. 127-138.
Michael Löwy, Walter Benjamin: aviso de incendio. Una lectura de las tesis “Sobre el concepto de historia”, México, Fondo de Cultura Económica, 2012.
Michael Löwy, “Pessimisme révolutionnaire: le marxisme romantique de Walter Benjamin”, Cités: Philosophie, Histoire, Politique, no. 74, 2018, pp. 91-104.
Jules Michelet, “Avenir !, avenir !”, Europe: Revue mensuelle, vol. 19, no 73, 15 de enero de 1929, pp. 6-10.
Emilio Ocampo, El mito de la industrialización peronista, Buenos Aires, Claridad, 2018.
Luis Alberto Romero, “La bosta y la seda: los senderos de Milei”, Seúl, 2 de febrero de 2025.
Francis Rosemberg (coord.), El goce de la crueldad: Argentina en tiempos de Milei, Buenos Aires, Peña Lillo/Ediciones Continente, 2024.
Robertino Sánchez Flecha, “Marcela Ternavasio, historiadora: ‘Milei se asemeja a Rosas en una relación muy conflictiva con el Parlamento y las provincias’”, infobae, 5 de marzo de 2024. https://www.infobae.com/politica/2024/03/05/marcela-ternavasio-historiadora-milei-se-asemeja-a-rosas-en-una-relacion-muy-conflictiva-con-el-parlamento-y-las-provincias/.
Pablo Semán (coord.), Está entre nosotros: ¿de dónde sale y hasta dónde puede llegar la extrema derecha que no vimos venir?, Buenos Aires, Siglo XXI, 2023.