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Críticas y autocríticas: las revisiones teóricas de la izquierda en la transición democrática

La crisis provocada en el campo cultural por la dictadura que comenzó en marzo de 1976 y la fuerte represión que se desató entonces llevó a una fractura en el campo con intelectuales que partieron al exilio y otros que quedaron en el país en un lugar marginal. Asimismo, la derrota política, el exilio y la persecución política llevaron a que algunos grupos políticos e intelectuales comenzaran a revisar sus prácticas políticas y las tradiciones intelectuales que las habían animado. La posterior apertura democrática en 1983 permitió, junto con el regreso de los exiliados, una puesta al día del debate en un proceso de recomposición del espacio cultural. Al mismo tiempo, en el marco de la reconstrucción de la vida universitaria, muchos intelectuales que se incorporaron a la universidad, un espacio al que muchos llegaban por primera vez, buscaron no resignar el lugar del intelectual y conformaron espacios de intervención pública. Uno de los espacios que surgió en este proceso fue el Club de Cultura Socialista (CCS) fundado en 1984, producto de la unión de dos grupos de opinión representativos de la nueva izquierda intelectual: el grupo de la revista Punto de Vista y el grupo de la revista Controversia publicada en el exilio mexicano1. El objetivo de la presente exposición es intentar dar cuenta de que una de las funciones del CCS fue la de ser un espacio para realizar una autocrítica sobre las trayectorias pasadas. Esta autocrítica implicó también una discusión sobre el rol que debía tener el intelectual en la nueva situación surgida luego de la apertura democrática.

La mayoría de los intelectuales que se nuclearon en el CCS provenía de los sectores universitarios que, en los tempranos años sesenta se agruparon en lo que se conoce como la “nueva izquierda argentina”2conformada en torno a la figura del intelectual “comprometido”. Estudios ya clásicos han mostrado cómo el cruce entre las ideas de Sartre y el marxismo llevó a la valoración de la praxis por sobre la tarea intelectual y, en este contexto, tanto grupos vinculados a distintas corrientes marxistas como los que se acercaron al movimiento peronista privilegiaron la idea revolucionaria como medio de solucionar el conflicto social, prestando su apoyo o colaborando activamente con las diversas organizaciones armadas durante los años setenta. En un contexto internacional en donde las guerras anticoloniales, la revolución china, el tercermundismo y especialmente la revolución cubana hacían pensar en la revolución como un horizonte cercano y posible, muchos intelectuales decidieron involucrarse directamente. Este “compromiso” de los intelectuales borró las tensiones entre cultura y política generando una suerte de “antiintelectualismo” en el propio campo intelectual, que los alejaría además de una valoración positiva sobre las instituciones liberales y la democracia3.

Diboujo, n°5

José Antonio Suárez Londoño, dibujo, 2005.

Uno de los grupos político-intelectuales que conformaron la izquierda intelectual en los años sesenta fue el que se organizó en torno a la revista Pasado y Presente, una de las publicaciones más destacadas de la historia intelectual argentina en la segunda mitad del siglo XX. Fundada en Córdoba en 1963 por los jóvenes comunistas cordobeses José Aricó, Oscar del Barco, Samuel Kiczkovsky y Héctor Schmucler y el porteño Juan Carlos Portantiero, la revista sería el primer emprendimiento de este grupo cultural que realizaría a lo largo de las décadas siguientes una serie de proyectos editoriales marcados por su voluntad de renovación de la cultura de izquierda. El grupo fundador había colaborado activamente con Héctor P. Agosti, un importante intelectual responsable del área ideológica y cultural del partido comunista e introductor del pensamiento de Antonio Gramsci, y en este nuevo proyecto buscaba hacer conocer los debates que no se realizaban en el interior del partido además de criticar su pensamiento dogmático. A pesar de la cercanía con Agosti, luego de la publicación del primer número la revista fue condenada por la dirección del partido y sus miembros expulsados. Pasado y Presente tuvo dos etapas, la primera de las cuales se publicó en Córdoba entre 1963 y 1965 y una breve segunda en Buenos Aires en 19734. Como grupo cultural sus miembros realizaron además una serie de proyectos editoriales que fueron muy significativos para la cultura marxista y de izquierda como son los “Cuadernos de Pasado y Presente” de los cuales se publicaron 300 títulos desde 19685.

Cuando desde mediados de la década del setenta, y especialmente luego del golpe de 1976, muchos argentinos partieron al exilio, México se constituyó en uno de sus principales destinos. Varios de los miembros de Pasado y Presente junto con otros exiliados organizaron en 1980, en el marco del Comité Argentino de Solidaridad, el Grupo de discusión socialista o “Mesa Socialista” con el objetivo de realizar “un examen crítico de las teorías y las prácticas de los movimientos socialistas”6. El año anterior habían comenzado a publicar la revista Controversia: para el análisis de la realidad argentina7que es normalmente señalada como el espacio en el que se realizaron las reflexiones más profundas respecto de las experiencias pasadas (el gran viraje, según Burgos) y la que marcaría el fin de la experiencia de Pasado y Presente8. La revista, que es ciertamente heterogénea ya que lo que buscaba era generar un debate, tal como revela su título, trabajó distintos ejes temáticos que fueron desde lo que el exilio argentino en México llamó “la derrota” de los movimientos populares, hasta la crítica de la experiencia guerrillera, con un fuerte tono autocrítico y la discusión sobre la construcción de la democracia y su articulación con el socialismo. El abandono de las posiciones revolucionarias y la recuperación de la idea democrática fue posible por un lado por la crítica a determinados postulados del marxismo-leninismo como eran la teoría del partido revolucionario y la vanguardia revolucionaria o el discurso heroico sobre la clase obrera. En este sentido para intelectuales como Juan Carlos Portantiero o José Aricó fue central la obra de Gramsci, pensador que ya los había acompañado en la experiencia de Pasado y Presente, pero que ahora les permitía pensar la revalorización de la política frente a la determinación de lo económico y el carácter plural de las luchas políticas. La búsqueda de un “nuevo paradigma de socialismo” aún inédito debía constituirse sobre los pilares de “socialismo y de democracia” según las palabras de José Aricó.

Hacia los años ochenta el grupo de la revista Controversia entró en contacto con el grupo que en la Argentina publicaba la revista Punto de Vista desde marzo de 1978. Si bien la industria editorial fue uno de los tantos espacios afectados por el plan sistemático de control y disciplinamiento aplicado en el campo cultural por el gobierno dictatorial –lo que impidió que revistas o editoriales en las que colaboraban miembros de la izquierda intelectual siguieran funcionando–, algunos proyectos lograron desarrollarse9. En un contexto de desarticulación de la vida pública se constituyeron diversos tipos de “guetos”, grupos de estudio o seminarios, que permitieron a los intelectuales reflexionar sobre su propia situación al mismo tiempo que continuar con su trabajo intelectual10. Es de esta forma que surgió Punto de Vista, fundada por Carlos Altamirano, Beatriz Sarlo, Ricardo Piglia, Hugo Vezzetti y María Teresa Gramuglio. Todos, a excepción de Vezzetti, que era psicólogo, provenían del campo de las letras. La revista ha sido considerada una prolongación del proyecto final de la revista bibliográfica Los Libros, para una crítica política de la cultura, fundada por Héctor Schmucler, uno de los fundadores de Pasado y Presente en 1969. Los Libros había procurado realizar una actualización de las líneas teóricas y críticas de la literatura y las ciencias sociales a través de una vanguardia vinculada a la política y su segunda etapa, marcada por la presencia de Altamirano, Sarlo y Piglia en su consejo editorial, se caracterizó por una creciente politización de sus artículos, “en una línea de izquierda revolucionaria identificada con el maoísmo”11.

Cuando a mediados de 1977 se reunieron con la idea de reconstruir algunos vínculos entre intelectuales, la mayoría de ellos se encontraba en una situación de semiclandestinidad por su militancia en la izquierda revolucionaria. Altamirano y Sarlo habían militado en el Partido Comunista Revolucionario (PCR) de orientación maoísta y Piglia conservaba vínculos con otro grupo maoísta, Vanguardia Comunista, que sería el que financiaría los primeros números. A fines de 1977 decidieron publicar una revista, el medio más viable en el nuevo contexto de la Argentina y a su vez, el que mejor conocían por sus trayectorias anteriores sabiendo que no podrían firmar sus artículos12. Punto de Vista buscó separarse tanto de la izquierda marxista como de la tradición peronista y populista conservando su identidad de revista de izquierda y se instaló como una “revista de cultura”. Como explicaron en un editorial que se publicó a los diez años de su primer número, los que comenzaron la revista se proponían reivindicar básicamente un derecho, “el de seguir pensando, a través del ejercicio de la opinión, el discurso y la crítica, que por esos años habían desaparecido prácticamente del espacio público. Los diez o doce primeros números de la revista quizás hoy puedan ser leídos desde esta perspectiva inicial: eran más de lo que decían”13. El proyecto de los intelectuales de Punto de Vista tuvo dos características principales: la revisión de la tradición intelectual y literaria argentina y la modernización de la crítica. En este sentido, la puesta en circulación de otros discursos con la introducción del culturalismo inglés o de autores como Pierre Bourdieu, no sólo operaron renovando el campo cultural sino que les permitieron responder a las cuestiones políticas desde una preocupación respecto de las cuestiones culturales14.

No es el objetivo de la presente exposición discutir la proyección de la actuación colectiva del CCS ni tampoco afirmar que este grupo representaba de forma unánime al campo intelectual, aunque sí lo es destacar que fue representativo de un sector de la izquierda dispuesto a revisar su participación en la historia pasada. Las relaciones entre el grupo de Punto de Vista y algunos miembros del Grupo de discusión socialista datan de principios de los años ochenta, como se señaló previamente, cuando luego de un viaje a México acordaron la publicación del material que estaban produciendo en México y que no circulaba en Argentina. Con la apertura democrática, cuando la revista comenzó a hacer de la “cuestión democrática” y de la “crítica a la izquierda” una suerte de programa que ampliaría el foco antes limitado a temas culturales, las firmas del “grupo mexicano” fueron centrales en sus páginas. Las relaciones establecidas entre estos grupos se consolidaron cuando en 1984 Juan Carlos Portantiero y José Aricó se incorporaron al Consejo de Redacción de Punto de Vista, a su vuelta del exilio. Este sería el momento también en que comenzaron a publicarse en Punto de Vista las primeras reflexiones autocríticas ya que previamente, como señala Sarlo, la represión hacía imposible las revisiones públicas, o pensar las equivocaciones y las fallas que habían provocado lo que ella llama “el delirio colectivo de la primera mitad de los años setenta”. Por otra parte, el hecho de que una importante cantidad de intelectuales partiera al exilio impidió que las revisiones se hicieran con “aquellos con los que queríamos revisar el pasado”.

El CCS y las páginas de Punto de Vista fueron un importante escenario para el desarrollo de estas reflexiones dando cuenta de la conformación de un espacio de sociabilidad intelectual con ideas y valores compartidos. En este sentido se podría pensar que una de las funciones del CCS, entre otras tantas, por cierto, fue la de crear un espacio para tramitar la historia reciente, un espacio para realizar una autocrítica, un análisis de la propia historia o de la historia de la generación y que dio lugar a pasajes, distanciamientos teóricos y una revalorización de la democracia por parte de quienes intervinieron en la política nacional dentro de las izquierdas. Las miradas críticas sobre el pasado político reciente, realizadas entre otros por Oscar Terán, Beatriz Sarlo y Carlos Altamirano, se plasmaron en Punto de Vista y se caracterizan por el cruce entre el análisis del pasado y sus propias experiencias. Los cruces entre la memoria y la historia son un rasgo de época en el análisis del pasado. En el caso de Terán presenta la particularidad de que además de haber formado parte de la experiencia de la nueva izquierda construyó, como historiador de las ideas, una mirada sobre el período que se constituiría en hegemónica en su obra Nuestros años sesentas publicada en 1993. Interesa, en este sentido, no tanto dar cuenta de las derivaciones de la autocrítica de Terán sino más bien pensar en las características de esa “crítica ochentista” en donde la revisión del pasado radicalizado está acompañada de una revisión de la tradición marxista15. Para Terán la polémica por la “crisis del marxismo” y la crítica a los socialismos reales fue en el caso argentino una polémica “doblemente aplazada” por el terrorismo de estado. Ello impidió ver el autoritarismo presente en el peronismo y la izquierda y la negación de la democracia como valor sustantivo16. Así como consideraba que las experiencias comunistas del siglo XX “no pueden dejar de arrojar efectos de sospecha sobre la propia teoría”, en el caso argentino era preciso que el marxismo realizase una revisión del pasado revolucionario propio intentando establecer las responsabilidades en el mismo.

El análisis sobre el proceso en Nuestros años sesentas presenta la dificultad de la coincidencia entre el objeto de estudio y su propio itinerario. Para Terán durante los primeros años sesenta la práctica cultural mantiene su autonomía pero los elementos autoritarios y conservadores del golpe de estado de 1966, al que nomina como “bloqueo tradicionalista”, llevaron a que sectores de la izquierda argentina se confirmaran en sus posiciones de subordinación de la esfera cultural a la política que fue lo que llevó a la tragedia posterior. El foco es puesto en la violencia y en la responsabilidad propia. La violencia militar no debería, según Terán, exculpar la responsabilidad de la izquierda ya que esto “no haría más que contribuir a ese viaje tan argentino por los parajes de la amnesia”. La responsabilidad es entonces propia y de cercanos, y dice Terán: “fuimos entonces parte de una generación y de una tendencia que apostó con furor y que fue derrotada con crueldad”; sin embargo, “el marxismo es preciso que ingrese en un arreglo de cuentas en donde nuestras responsabilidades difícilmente podrían exagerarse”. La autocrítica es crítica a otros,

tanto las versiones peronistas como de izquierda, tanto las estrategias insurreccionalistas como guerrilleras, tanto el obrerismo clasista como el purismo armado, estuvieron fuertemente animados de pulsiones jacobinas y autoritarias que se tradujeron en el desconocimiento de la democracia como un valor sustantivo17.

El cruce entre la autocrítica personal y la generacional también está presente en las reflexiones de Beatriz Sarlo. Al igual que Terán los textos están en plural a pesar de que la voz del texto es fuertemente autorreferencial. ¿Qué hacer con el pasado, entonces? Para Sarlo el pasado no puede ser la pura negación de lo sucedido pero recuperar la memoria tampoco significa

recordar sólo lo que nos hicieron, aceptar la pasividad de las víctimas y presentar, como todo pasado, la lista de nuestros padecimientos. Recuperar la memoria nos compromete a recordar también lo que hicimos, no para proponer una tranquilizadora equivalencia entre pueblo autoritario y régimen autoritario, entre ferocidad terrorista y ferocidad represiva, entre guerra justa y guerra sucia. Creo, precisamente, que recuperar la memoria supone, quizás en primer lugar, no apostar a ningún sistema de equivalencias simétricas, que nos asegure una perspectiva de hoy desde donde mirar los lugares pretéritos18.

En la reconstrucción de esta autobiografía colectiva Sarlo proponía no echar todas las culpas afuera, hacia el campo militar, sino hacerse cargo de las responsabilidades propias. Decía Sarlo,

estamos hoy enfrentados con todo nuestro pasado y, se sabe, allí no todas las condenas ni todas las acusaciones pueden tener a los militares como objeto. Nuestra autobiografía tiene un lugar abierto para nuestras responsabilidades: somos una parte de lo ocurrido en la Argentina, y haber sufrido más no es una razón para que en la construcción del pasado nos olvidemos de nosotros, cuya soberbia nos hizo creer, en algunos momentos, que en la claridad de la revolución futura nos habíamos convertido en amos de la historia19.

En este sentido, la propuesta de Sarlo era continuar con una discusión ya abierta por Héctor Schmucler en Controversia ya que consideraba que “es hora de que también hablemos de nosotros”20. La pregunta que quedaba pendiente entonces era cómo establecer una continuidad que contuviera las experiencias del pasado pero que a la vez las sometiera a la crítica que era imprescindible.

Estas experiencias cruzaban generaciones y así como al CCS se incorporaron intelectuales de una generación más joven, la reconfiguración del campo y la discusión sobre el lugar que debían tener los intelectuales en la nueva situación abierta por la democracia no se limitaba a los intelectuales que fueron militantes en los años setenta sino a la nueva generación que intentaba buscar su lugar en un campo intelectual convulsionado. La mirada nostálgica que no se limitaba a la generación anterior, sino que estaba presente también en la nueva generación, la de los mediados de los ochenta tal como muestra Lucas Rubinich en su “Retrato de una generación ausente”. Rubinich intentaba contestar a la pregunta sobre el lugar que debe tener esta nueva franja de intelectuales en el campo y para ello, en primer lugar, señalaba los obstáculos para definir a este grupo que él describe como “franja fantasma”, “despoblada franja improductiva”, o que tendría sólo “existencia potencial”. Esta mirada decepcionante sobre el propio grupo crecía cuando se la intentaba comparar con los predecesores, que vivieron en un clima diferente ya que:

no tenemos ahora la euforia de esos años de la revolución cubana, ni el psicoanálisis, ni la sociología como elementos novedosos del campo intelectual, no escribimos al amparo de la ley de Sartre, ni ‘descubrimos’ a Cortázar. Lo nuevo dejó de serlo (eso no sería nada) y lo que es peor, algunos mitos se fueron desmoronando21.

En los años ochenta el clima ya no era fervoroso, no hay faros y los modelos teóricos están en crisis. Según Rubinich, “estamos cansados y somos menos jóvenes”. Eran sobrevivientes que se formaron de manera autodidacta, que no tuvieron modelos ni “padres”, sino algunos hermanos mayores con los que se reunían en “anónimas habitaciones”. Los calificativos de Rubinich sobre la nueva generación están signados por el patetismo. Ollier y Thompson van a criticar no sólo este último aspecto sino también su visión globalizadora y homogenizante que tendía a borrar las diferencias y los matices propios de las diversas trayectorias individuales. La idea central que recorría el texto de Rubinich era la ausencia y la mirada decepcionante que parte de la comparación con los predecesores a quienes colocaba en un lugar ideal. El derrotero de las generaciones más jóvenes fue, según los autores, diferente. Se incorporaron a la política en una época contestataria en un proceso que arrastró a todos, “a expertos y novatos”. Y si bien en un primer momento se aferraron al recuerdo y la nostalgia más tarde realizaron un ajuste de cuentas marcado por la problemática de la responsabilidad. Ollier y Thompson criticaban el tono nostálgico de Rubinich señalando el aprendizaje de una lección, diciendo que “la revolución no era inevitable. La historia no tiene destino. Tiene responsables. Y ahí comenzamos –algunos más valientemente, otros menos– a advertir cegueras, desaciertos y responsabilidades”. Esto los llevó a dejar de hablar en nombre del pueblo o del proletariado y a hablar en nombre propio22.

Esta autocrítica que cruza generaciones, como bien explica De Diego, “contrasta vivamente con las posturas que los mismos actores solían sostener una década atrás, en las que la dimensión subjetiva quedaba sepultada bajo el peso de los imperativos políticos”. El tipo de autocrítica con el reconocimiento de errores, las críticas a los dogmatismos, al sectarismo y la revalorización de la democracia al haber experimentado democracias “en serio” se corresponde con “la resistencia a elaborar teorías más o menos sistemáticas sobre lo ocurrido: no es lo que pasó, sino lo que nos pasó”23. Ahora bien, la reflexión no se limita a una revisión de las transformaciones ideológico-políticas de la izquierda y la mirada polémica sobre los discursos articuladores del sentido común de las fracciones intelectuales, sino que tiene la intención de encontrar el lugar nuevo del intelectual en relación a la política en un contexto en donde las discusiones se alejan de la idea del compromiso y se acercan a la de la “responsabilidad” de los intelectuales. Beatriz Sarlo publicó en 1985 un artículo en el que retomaba el tema pero en el que intentaba también avanzar hacia el lugar de los intelectuales en el presente. Los derroteros de una fracción de izquierda y peronista revolucionaria que afectaron profundamente el espacio intelectual eran vistos críticamente por el lugar subordinado que los intelectuales aceptaron ocupar en relación con la acción política en los años 60 y 70 ya que lo que se buscaba era “destruir los límites de los discursos y prácticas intelectuales o artísticos para instalarlos en el espacio de las luchas sociales y políticas”24. La autora criticaba esta unificación de las “prácticas y discursos intelectuales bajo el fuerte imperio de la política” que se articulaba a la idea de que el discurso de los intelectuales debía ser significativo para los sectores populares. Por otra parte, la “primacía de la política” en el período anterior y la resistencia a pensarse como especialista, la insatisfacción frente a los discursos que tuvieran como interlocutores a los pares, iba acompañada de la idea de convertir a los saberes en patrimonio de todos en relación con la política arrastrando el discurso del intelectual hacia espacios donde pudiera cruzarse con otras dimensiones de la experiencia social. Fue así como

este proceso se vio acompañado por el cruce de la lógica intelectual con la lógica política y finalmente con la rendición de la lógica intelectual. Ni en el peronismo, ni en los partidos de izquierda revolucionaria se podía actuar y pensar al mismo tiempo. Entonces la acción comenzó a devorar a la razón crítica sobre la que, de algún modo se había fundado este movimiento vasto de incorporación de intelectuales y artistas a la política25.

Ahora bien, una vez realizada esta revisión la autora pensaba que nada podría ser peor que quedarse petrificados en la contemplación del pasado ya que esto ocluía la posibilidad de reconstruirse como intelectuales públicos. Consideraba que

sería preferible que en esta edad nuestra de la razón, algunas de las fuerzas afectivas que convirtieron a la política a centenares de artistas y universitarios, no fueran contempladas escépticamente mientras se las hunde en el mismo balance con que se juzga a nuestro autoritarismo, nuestra violencia, nuestra insensibilidad frente a la cuestión democrática…26.

La figura de campo intelectual de Bourdieu a la que recurría para explicar el derrotero pasado de los grupos intelectuales era también la que posibilitaba pensar el nuevo lugar del intelectual. La recuperación de la identidad de intelectuales implicaría reconocer los límites de la práctica dentro del campo, que esos límites son definidos desde afuera y aceptar que las prácticas y los discursos no están afectados por una carencia que puede ser colmada desde afuera. El desafío era repensar las relaciones entre cultura, ideología y política, como relaciones gobernadas por una tensión ineliminable que es la clave de la dinámica cultural. Se trataría, entonces, “de pensar al intelectual como un sujeto atravesado por esta tensión y no como subordinado a las legalidades de una u otra instancia, listo para sacrificar en una de ellas lo que defendería en la otra”27.

Entonces, la autora concluía recuperando el título del artículo sobre la escisión o mímesis de la realidad política. Decía Sarlo:

no hay pacto de mímesis entre cultura, ideología y política. Más bien podría decirse que hay distintos juegos de relaciones entre elementos siempre heterogéneos. Quizás el reconocimiento de esta heterogeneidad, puede constituirse en un presupuesto para idear y producir los vínculos que, en los años anteriores, sólo pudieron ser pensados bajo la figura de la subordinación y del principio explicativo único28.

El camino recorrido la llevaba a pensar que la tarea del intelectual de izquierda debía ser más bien, la de trabajar sobre los límites, “con la idea (vinculada a la transformación) de que los límites pueden ser destruidos pero también con el reconocimiento de su existencia y del peso de su inercia”. Se separaba entonces de la mirada nostálgica sobre el pasado en donde la cultura se subordinaba a la política aunque parecía asumir la responsabilidad de la tarea del intelectual público de una forma “más distanciada y menos imperativa que la del compromiso en los años sesenta y setenta”29.

Dos números después Beatriz Gereman y Alejandra González le respondían destacando el tono nostálgico de las reflexiones de Sarlo en el que observaban, a pesar de la autocrítica, una recurrencia a posibilitar “un diálogo entre la masa y la clase intelectual. Pero ¿existen? Quizá la masa, el pueblo, no sean más que el supuesto imprescindible para el supuesto que los funda, y el intelectual, un nuevo narciso perdido en su propia contemplación”30. La pregunta que quedaba pendiente es si los intelectuales debían elegir entre explicar al pueblo o aislarse en el gremio, poniendo el foco en la tendencia a la institucionalización académica del intelectual, o “¿por qué reincidir en la búsqueda de una figura general y pública que no sea la del político?” sobre todo cuando la alianza entre política e intelectuales no ha sido sencilla. Las autoras pensaban que

Escisión o mímesis ¿no es un planteo circular? Un planteo que recoge nostalgias bajo la óptica más optimista. Escisión o mímesis de la realidad política, fundándose por supuesto en la nostalgia de un fenómeno colectivo.

Para Gereman y González era preferible la política en sus instituciones internalizada en los hombres nuevos a la nostalgia por la reconstrucción de un intelectual público.

Diboujo, n°6

José Antonio Suárez Londoño, dessin, 2005.

La reflexión sobre el problema de la recolocación como intelectuales de izquierda revelaba los conflictos generados además por cambios que trajo la democracia sobre todo frente a un gobierno radical que no les era totalmente ajeno31. Los primeros mil días fueron, nuevamente según Sarlo, un momento de ajuste de cuentas con el pasado político, de autocrítica y de entusiasmo con la democracia dentro de los límites del espacio político-cultural institucionalizado. Ahora bien, ¿cuál era el lugar de los intelectuales en la nueva situación en donde la legalización que comenzó con la democracia les quitó esa identidad oposicional que había caracterizado a la izquierda durante la dictadura? El foco de las reflexiones se pondrá en la necesidad de pensar una identidad nueva que no repitiera ese esquema pero que a la vez les permitiera elaborar un conjunto de temas o modos de acción distintos tanto de la izquierda partidaria como del programa radical. En este sentido, una de las propuestas podría ser la recuperación de algunos de los valores que habían animado a la izquierda en períodos anteriores como es la sensibilidad hacia los sectores populares y marginales. La crítica a haberse sentido voceros de esos sectores “en una delegación de representatividad que jamás nos había sido otorgada por ellos”, buscaba no por cierto reeditar ese pasado sino “recordar que no todo en nuestro pasado fue un error siniestro”. De esta forma la reconstrucción de “nuestra identidad de izquierda podría significar también que encontremos puntos fuertes de interés y preocupación por el destino de los sectores populares”. La pregunta sobre cómo tender ejes de comunicación con esos sectores queda sin respuesta. Otras propuestas de intervención en el espacio público, según Sarlo, tienen que ver por un lado con la introducción en la agenda de discusión pública de temas como la violencia urbana, la droga, la educación y el control y gestión popular del gobierno de las ciudades, la salud pública que son temas que afectan en primer lugar a los sectores populares y, por otro lado, con “diseñar propuestas que se abran al máximo de igualdad, participación e intervención, en el marco de una regulación de conflictos que no juegue sólo a la estabilidad democrática sino que simplemente la presuponga como condición para el cambio”.

El pasaje por la experiencia autoritaria fue un punto de inflexión para intelectuales formados en la cultura de izquierda. Con la apertura del proceso democratizador y el retroceso de los discursos y formulaciones ideológicas totalizadoras, cobraron legitimidad los saberes especializados del mundo social, que se declararon competentes en áreas particulares, decía Carlos Altamirano, a la vez que los intelectuales se incorporaban en la cosa pública, ya sea en la gestión estatal, como asesores técnicos o políticos o en los “mass media”, lo que demostraba “una búsqueda por parte de los intelectuales de instancias más públicas (es decir no reservadas al campo de los colegas) para articular sus ideas y argumentos”. Sin embargo, más allá de estos espacios Altamirano consideraba que era deseable que el intelectual no se estancara en los hábitos de la institución y que no fuese solamente un intérprete del orden. De esta forma era deseable que aparecieran

más allá del poder y de los que aspiran al poder, más allá de la institucionalización académica y estatal, intelectuales que hagan preguntas impertinentes, reinterpreten el conflicto lo hagan aparecer y legitimen cuestiones que no figuran en la agenda pública ni merecen la atención de los media32.

El retroceso de la figura clásica del intelectual y el pasaje a intelectuales académicos fue el que terminaría dominando la cuestión de los intelectuales. Más allá de los roles posibles para el nuevo lugar del intelectual las reflexiones al respecto no dejan de tener un tono nostálgico frente a la decadencia de las vanguardias y los intelectuales del siglo XX con vocación generalizadora. Dice Sarlo:

Los intelectuales tienen poco que hacer, excepto que sigan un camino de reconversión técnica: los expertos de lo particular a quienes ya no acecharán los peligros de adjudicarse una representación sustentada en valores. En su figura técnica, aquellos que fueron intelectuales hoy son expertos: no sólo su saber se ha particularizado (y esto es inevitable si se piensa en la complejidad exigida por cualquier intervención en las sociedades contemporáneas), sino que su moral también es particularista. Los lazos que unían al intelectual con la sociedad pertenecen a un imaginario en vías de extinción, al que se reemplaza por el de un territorio perfectamente limitado donde el experto llega con su expertise33.

El realismo político imponía la aceptación de los límites y los particularismos que definen campos. Ahora bien, acá la autora se proponía mirar críticamente este nuevo lugar del intelectual. Como lo que no es específico queda entregado el dominio del gusto o de la opinión y

como nadie quiere reconocerse en el lugar del utopista ni del profeta, el discurso de los intelectuales pierde filo crítico y, por este camino, bajo la apariencia de volverse más humilde y democrático, llega en verdad a ser más concesivo con el poder y, al mismo tiempo, practica el seguidismo de la opinión pública34.

Este “neopopulismo intelectual” ya no reconoce dos viejos conceptos movilizadores como el pueblo o la nación pero “si la quiebra histórica de estos conceptos dejó a los intelectuales en disponibilidad para someterse a crítica, ello no debió necesariamente significar que las ideas globales, fundadas en valores, debían expulsarse para siempre”. Esta resignación del espíritu crítico producía indiferencia ética y estética, una opinión construida en los medios y un respeto del sentido común que parece lo más valioso. Una cultura celebratoria

emerge como el resultado, casi siempre banal, de una práctica de expertos que, mientras señalaban las dificultades que atravesó la intelectualidad de este siglo, sus errores y su unilateralidad crítica, acompañan su caída como si fuera una liberación.

Ahora bien, las discusiones generadas sobre el lugar público de los intelectuales y la necesidad de intervenir activamente en la instalación de temas en la agenda pública llevaron a desarrollar una serie de emprendimientos culturales en el seno del CCS como por ejemplo la creación de la revista La Ciudad Futura en 1986 que buscaba crear un espacio para la “confrontación de las distintas voces que animaban un proyecto de reconstitución de la sociedad argentina sobre bases democráticas y socialistas”35. Posteriormente se crearon una serie de grupos de estudios sobre distintas áreas de interés como es el tema de la Universidad, la organización de seminarios sobre temas relacionados con el cambio, las experiencias socialistas, la reforma del estado y las instituciones, las nuevas formas de participación política. Esto los llevaría también a organizar en 1988 un Centro de Estudios dependiente del CCS dedicado a la problemática del cambio y la transformación. En los mismos textos producidos para presentar al Centro de Estudios se hablaba del inicio de la proyección pública del CCS intentando marcar el comienzo de una nueva etapa. Interesa muy brevemente aquí señalar dos cuestiones. Una de ellas es la estrecha vinculación entre el tipo de intervención que se proponía desde el CCS con sus centros y su revista con las propias de otros momentos de la cultura argentina en las que los espacios universitarios estaban clausurados para los intelectuales de izquierda y sus actividades sólo podían desarrollarse en centros privados, en revistas, en editoriales. Este tipo de prácticas intelectuales se da simultáneamente a la activa participación de estos mismos actores en la reconstrucción de la vida universitaria con la participación en la construcción de un marco académico con cargos docentes o de gestión e investigación especialmente en las facultades de Filosofía y Letras y Ciencias Sociales en la Universidad de Buenos Aires.

Diboujo, n°7

José Antonio Suárez Londoño, dibujo, 2005.

La llegada de un gobierno democrático en 1983 abrió la puerta a una serie de debates y polémicas que daban cuenta de los cambios políticos y culturales y las transformaciones ideológicas que se desarrollaron durante la dictadura. En este sentido las posiciones de un grupo de intelectuales de izquierda nucleados en el Club de Cultura Socialista si bien distan de ser unánimes son representativas de un sector de la nueva izquierda intelectual. Las miradas autocríticas formuladas de modo personal o colectivo les permiten realizar un ajuste de cuentas con su pasado que los lleva a reconocer los errores de un modelo en el cual se subordinó lo político a lo intelectual. El nuevo escenario abierto con la democracia permitió además de la autocrítica la posibilidad de pensar una modalidad de intervención intelectual diferente que se produce en el marco de un proceso de incorporación como docentes o investigadores a la universidad. Sin embargo, los problemas para pensar una identidad nueva se originan no tanto en este nuevo lugar de profesionalización académica sino en la instancia de encontrar el lugar de intervención en el espacio público. En este sentido, más allá de lo que los autores analizados afirman, las propuestas que surgen a partir de los debates parecen mostrar la dificultad para encontrar esta nueva identidad o la dificultad para resignar el lugar del intelectual público.

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    El principal promotor de proyecto fue José Aricó y estaba acompañado por Beatriz Sarlo, Carlos Altamirano, Juan Carlos Portantiero, María Teresa Gramuglio, Sergio Bufano, Marcelo Cavarozzi, Alberto Díaz, Rafael Filipelli, Ricardo Graciano, Arnaldo Jáuregui, Domingo Maio, Ricardo Nudelman, José Nun, Osvaldo Pedroso, Sergio Rodríguez, Hilda Sábato, José Sarquís, Jorge Tula, Oscar Terán, Hugo Vezzetti y Emilio de Ipola.

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    Sobre la “nueva izquierda argentina” ver: Carlos Altamirano, “Estudio preliminar” a Bajo el signo de las masas (1943-1973), Buenos Aires, Ariel Historia, Biblioteca del Pensamiento Argentino VI, 2001; Claudia Gilman, Entre la pluma y el fusil. Debates y dilemas del escritor revolucionario en América Latina, Buenos Aires, Siglo Veintiuno editores, 2003; Claudia Hilb, Daniel Lutzky, La Nueva izquierda argentina: 1960-1980 (política y violencia), Buenos Aires, CEAL, 1984; Beatriz Sarlo, “Estudio preliminar” a La Batalla de las ideas (1943-1973), Buenos Aires, Ariel Historia, Biblioteca del Pensamiento Argentino VII, 2001; Silvia Sigal, Intelectuales y poder en la Argentina. La década del sesenta, Buenos Aires, Siglo Veintiuno de Argentina Editores, 2002; Oscar Terán, Nuestros años sesentas, Buenos Aires, El Cielo por Asalto, 1993.

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    3

    Claudia Gilman, Entre la pluma y el fusil. Debates y dilemas del escritor revolucionario en América Latina, Buenos Aires, Siglo Veintiuno editores, 2003.

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    4

    En la primera etapa que duró hasta 1965 estuvo bajo la dirección de Oscar del Barco y Aníbal Arcondo acompañados en el consejo de redacción por Héctor Schmucler, José Aricó, Samuel Kiczkovsky, Juan Carlos Torre, César Guiñazú, Carlos Assadourian, Francisco Delich, Luis J. Prieto y Carlos Giordano. En la segunda etapa estuvo dirigida por José Aricó.

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    5

    Horacio Crespo, “En torno a Cuadernos de Pasado y Presente”, en C. Hilb (comp.), El político y el científico: ensayos en homenaje a Juan Carlos Portantiero, Buenos Aires, Siglo XXI Editores Argentina, 2009.

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    6

    La declaración constitutiva está firmada por Carlos Abalo, José Aricó, Sergio Bufano, María Caldelari, Horacio Crespo, Alberto Díaz, Agustina Fernández, Rafael Filipelli, Néstor García Canclini, Oscar González, Emilio de Ipola, Pedro Lewin, Elsa Nacarella, Ricardo Nudelman, Susana Palomas, Marcelo Pasternac, Osvaldo Pedroso, Rafael Pérez, Olga Pisani, Juan Carlos Portantiero, Horacio Rodríguez, Nora Rosenfeld, Horacio Serafini, Oscar Terán, Jorge Tula, Gregorio Kaminsky. Revista Controversia, n° 8, año II, septiembre de 1980, México, p. 31.

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    7

    La revista estaba dirigida por Jorge Tula y el Consejo de Redacción estaba conformado por Carlos Abalo, José Aricó, Sergio Bufano, Rubén Sergio Caletti, Nicolás Casullo, Ricardo Nudelman, Juan Carlos Portantiero, Héctor Schmucler y Oscar Terán.

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    8

    Raúl Burgos, Los Gramscianos argentinos. Política y cultura en la experiencia de Pasado y Presente, Buenos Aires, Siglo XXI, 2004.

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    9

    Hernán Invernizzi, Judith Gociol, Un golpe a los libros: represión en la cultura durante la última dictadura militar, Buenos Aires, Eudeba, 2002.

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    10

    Carlos Altamirano, “El intelectual en la represión y en la democracia”, Punto de Vista, n° 28, noviembre de 1986, p. 2.

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    11

    José Luis De Diego, “Los intelectuales y la izquierda en la Argentina (1955-1975), en C. Altamirano (dir.), Historia de los intelectuales en América Latina, Buenos Aires, Katz, 2010, p. 412.

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    12

    Beatriz Sarlo, “Punto de Vista: una revista en dictadura y en democracia”, en S. Sosnowski (ed.), La Cultura de un siglo. América latina en sus revistas, Buenos Aires, Alianza Editorial, 1999, p. 526.

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    13

    Punto de Vista. Décimo año”, en Punto de Vista, n° 30, 1987, p. 3.

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    14

    Roxana Patiño, “Intelectuales en transición: las revistas culturales argentinas (1981-1987)”, en Cuadernos de Recienvenido/4, San Pablo, FFLCH/USP, 1997, p. 10.

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    15

    Para la evolución del pensamiento de Terán ver: Marcelo Starcenbaum, “Historia, política y responsabilidad: Oscar Terán y la autocrítica entre los intelectuales de izquierda en Argentina”, en Temas de Nuestra América (51-52) p. 143-160. En Memoria Académica. Disponible en: http://www.memoria.fahce.unlp.edu.ar/art_revistas/pr.7274/pr.7274.pdf

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    16

    Oscar Terán, “Una polémica postergada: la crisis del marxismo”, en Punto de Vista, n° 20, mayo de 1984, p. 20.

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    17

    Oscar Terán, “Una polémica postergada: la crisis del marxismo”, en Punto de Vista, n° 20, mayo de 1984, p. 20.

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    18

    Beatriz Sarlo, “Una alucinación dispersa en agonía”, en Punto de Vista, n° 21, agosto de 1984, p. 1.

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    19

    Beatriz Sarlo, Beatriz, “Una alucinación dispersa en agonía”, en Punto de Vista, n° 21, agosto de 1984, p. 2.

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    20

    Beatriz Sarlo, “Una alucinación dispersa en agonía”, en Punto de Vista, n° 21, agosto de 1984, p. 3.

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    21

    Lucas Rubinich, “Retrato de una generación ausente”, en Punto de Vista,  23, abril de 1985, p. 44.

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    22

    María Matilde Ollier, Andrés Thompson, “Trascendente… Intrascendente”, en Punto de Vista, n° 25, diciembre de 1985, p. 43.

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    23

    José Luis De Diego, “La transición democrática: intelectuales y escritores”, en A. Camou, La Argentina democrática: los años y los libros, Buenos Aires, Prometeo, 2007, p. 55.

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    24

    Beatriz Sarlo, “Intelectuales. Escisión o mímesis”, en Punto de Vista, n° 25, diciembre de 1985, p. 3.

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    25

    Beatriz Sarlo, “Intelectuales. Escisión o mímesis”, en Punto de Vista, n° 25, diciembre de 1985, p. 4.

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    26

    Beatriz Sarlo, “Intelectuales. Escisión o mímesis”, en Punto de Vista, n° 25, diciembre de 1985, p. 4.

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    27

    Beatriz Sarlo, “Intelectuales. Escisión o mímesis”, en Punto de Vista, n° 25, diciembre de 1985, p. 6.

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    28

    Beatriz Sarlo, “Intelectuales. Escisión o mímesis”, en Punto de Vista,  25, diciembre de 1985, p. 6.

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    29

    José Luis De Diego, “La transición democrática: intelectuales y escritores”, en A. Camou, La Argentina democrática: los años y los libros, Buenos Aires, Prometeo, 2007, p. 55.

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    30

    Beatriz Gereman, Alejandra González, “El círculo de la política”, en Punto de Vista, n° 27, agosto de 1986, p. 41.

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    31

    Beatriz Sarlo, “Los intelectuales en los mil días de la democracia”, en La Ciudad Futura, n° 2, octubre de 1986, p. 5.

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    32

    Carlos Altamirano, “El intelectual en la represión y en la democracia”, en Punto de Vista, n° 28, noviembre de 1986, p. 4.

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    33

    Beatriz Sarlo, “Arcaicos o marginales. Situación de los intelectuales en el fin de siglo”, en Punto de Vista, diciembre de 1993, p. 5.

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    34

    Beatriz Sarlo, “Arcaicos o marginales. Situación de los intelectuales en el fin de siglo”, en Punto de Vista, diciembre de 1993, p. 5.

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    35

    María Jimena Montaña, “Tras las huellas de Pasado y Presente en La Ciudad Futura”, en Prismas, Revista de historia intelectual, n° 18, 2014, Dossier: 50 años de Pasado y Presente. Historia, perspectivas y legados, p. 235.

    Pour citer cette publication

    Elizalde, Josefina (dir.), « Críticas y autocríticas: las revisiones teóricas de la izquierda en la transición democrática », Politika, mis en ligne le 24/11/2017, consulté le 15/06/2022 ;

    URL : https://www.politika.io/en/article/criticas-y-autocriticas-las-revisiones-teoricas-izquierda-transicion-democratica