(Université d'Aarhus - Danemark)
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El movimiento por la recuperación de la memoria histórica en España ha sido un movimiento amplio y fuerte, con una profunda base social en diferentes capas sociales y generacionales de la población del estado español. La memoria cultural de un acontecimiento histórico como la guerra civil española se construye a través de un diálogo coral entre discursos sociales y voces particulares en la esfera pública, siendo el literario un discurso importante entre ellos. Es importante porque ofrece a la sociedad unos modelos narrativos que el mundo cultural puede emplear para contar y comprender su propio pasado. El estudio de los patrones narrativos utilizados nos permite hacer una radiografía de la cultura de memoria de un determinado momento y, quizás aún más importante para el estudio que se presenta en este artículo, los patrones narrativos no utilizados también revelan rasgos interesantes sobre las directrices ético-políticas de una cultura de memoria.
Víctimas, traumas y memoria cosmopolita
El discurso predominante de la cultura de memoria del estado español fijó desde el principio su punto de vista en el sufrimiento de la víctima. En este sentido ha estado fuertemente influido por el discurso transnacional de la memoria del Holocausto y esta influencia no ha sido casual, ni directa. No ha sido directa porque la influencia del discurso del Holocausto no ha llegado directamente de Alemania o de Europa central, sino que ha llegado a través de lo que Michael Rothberg acertadamente ha denominado procesos multidireccionales de memorias con América Latina1. Es de sobra conocido que ha habido procesos de intercambio, de inspiración y de interacción entre los movimientos de memoria de España y de Chile, por ejemplo el caso de la petición de extradición de Pinochet, entre España y Argentina, los desaparecidos, entre Chile y Argentina y entre todos los países del cono sur y de Centroamérica.
Y no es casual que sea así, porque como afirman Aleida Assmann y Sebastian Conrad, a partir del cambio de milenio ya no tiene sentido hablar de discursos de memoria como algo delimitado exclusivamente a un contexto nacional2. Según los investigadores alemanes el discurso del Holocausto se ha extendido y universalizado, así que a partir del 2000 debemos analizar los movimientos de memoria, sus discursos y sus patrones narrativos como fenómenos transnacionales. Sin embargo, aunque sean discursos y patrones transnacionales, es preciso reconocer que la recepción siempre es local y que los efectos y repercusiones políticas se realizan dentro de un ámbito local o nacional. Como afirma Andreas Huyssen: “Aunque los discursos de memoria parecen ser globales según unos parámetros, siguen estando estrechamente vinculados a las historias de determinadas naciones y estados […] el lugar político de las prácticas de memoria sigue siendo nacional, no post-nacional o global”3. Es decir, los discursos de memoria pueden adoptar patrones narrativos transnacionales, pero en el momento de interpretar sus funciones y efectos políticos y sociales tenemos que contextualizarlos en un ámbito local y nacional.
El discurso predominante en el estado español estuvo desde el principio caracterizado por el afán de encontrar los restos de los desaparecidos y llegar a conocer la verdad sobre lo que había pasado. Y siendo un discurso contra-hegemónico vinculado a un movimiento social de protesta, este discurso contribuyó a re-politizar la relación con el pasado y tuvo en España un efecto claramente progresista en el sentido de que también cuestionó de forma crítica el proceso de la transición. Con el tiempo este discurso se convirtió en una petición para incluir el derecho a la memoria entre los derechos humanos. Emilio Silva escribe:
Los recursos públicos y la atención a víctimas de la violencia tienen que ser una política de derechos humanos que no puede depender del capricho de quienes gobiernen […] (L)as políticas públicas asistenciales a víctimas de delitos violentos tienen que ser universales y responder a las necesidades materiales y emocionales de quienes se hayan visto afectados directa o indirectamente por el terrible dolor de una pérdida violenta4.
Maria Lai, La leggenda del sardus pater, 1990, filo e ricamo su tessuto, cm 36x30
El discurso de Emilio Silva se inscribe en el discurso transnacional de la memoria del Holocausto, que Daniel Levy y Nathan Sznaider denominan el discurso de memoria cosmopolita5. Según Cento Bull & Hansen, la memoria cosmopolita se caracteriza por la aplicación de la perspectiva del sujeto individual y se afana por llegar una reconciliación social en el presente mediante la relegación de los conflictos sociales a un pasado ya pasado6. Este modo de rememorar no tematiza la lucha de clases y el desequilibrio en la distribución de los bienes, sino que se fija en los derechos humanos. Debemos, según esta pauta, ampliar los derechos humanos con el derecho a conocer la verdad sobre el pasado como un derecho universal7. La idea predominante es que el acto de contar las historias de las víctimas olvidadas, devolverles sus historias individuales, recordar sus nombres y reconocer sus sufrimientos, es una forma de hacer reparaciones. En este sentido el acto de hacer memoria llega a formar parte del trabajo dirigido a compensar las injusticias cometidas y el hecho de que durante la transición española no se haya hecho ninguna justicia transicional convierte esta demanda en una acusación política, tanto a la sociedad actual como al mismo proceso de transición. La sociedad del estado español sigue dividida frente a la cuestión de la memoria histórica y se discute en clave metafórica si la memoria “reabre” o “cicatriza” las viejas heridas. Estas imágenes, que aplican el trauma físico al estado mental de una nación, invitan a entender la división política sobre la memoria histórica en términos psicológicos.
Teorías del trauma
La memoria del Holocausto ha dado lugar a diferentes tradiciones de memoria y sus interpretaciones, entre ellas la idea del trauma como un rasgo colectivo y cultural. Pero examinado desde el campo de la narrativa podemos afirmar que el concepto del trauma, en el sentido de trauma psíquico o huella traumática en la escritura, no ha encontrado una base fuerte en España. Según la versión fuerte y literal de la teoría del trauma de Cathy Caruth la estructura del trauma individual puede adaptarse directamente a los procesos colectivos y sociales de recuperación de la memoria de un pasado violento. Es decir, fenómenos como la pérdida de sentido y el resurgimiento involuntario y fantasmagórico de lo reprimido, pueden hacerse patentes desde un punto de vista colectivo. Caruth también insiste en el hecho de que la sensibilidad reforzada del sujeto traumatizado puede aportar una fuerza liberadora en el sentido de que puede descubrir y hacer visible lo que en otras circunstancias queda cubierto y reprimido. Esta tradición teórica ha sido criticada por Wulf Kansteiner. Según Kansteiner, la teoría de Caruth se inspira más en la filosofía deconstructiva de Paul de Man que en la investigación psicológica contemporánea sobre el trauma8, y el historiador alemán afirma que aunque algunas visiones del pasado se hayan generado a través de experiencias traumáticas, no pueden retener esta cualidad en el momento de convertirse en memoria cultural9.
Otro teórico del trauma es Dominick LaCapra. LaCapra comprende, por su parte, el concepto del trauma en un sentido más figurativo cuando se trata de su materialización en textos. Para él, el trauma es “una experiencia que trastorna, desarticula el yo y genera huecos en la existencia”, pero en el caso de la escritura literaria, donde en la mayoría de los casos el autor acoge las viviendas traumáticas de otros, se trata de expresar lo que él llama un “desasosiego empático”10. El desasosiego empático “opone una barrera a la clausura del discurso y pone en entredicho las explicaciones de hechos límite […] con las cuales intentamos tranquilizarnos o beneficiarnos”. LaCapra propone denominar el efecto de este desasosiego “trauma secundario”11.
Tomando la definición del “trauma secundario” como punto de partida podemos constatar que ha habido una diferencia notable en el discurso novelístico de los últimos quince a veinte años entre España y América Latina. La nueva narrativa latinoamericana está, en palabras de Alfonso de Toro, caracterizada por “una estrategia de lo no dicho, del desplazamiento, de la postergación infinita, de lo por decir y nunca formulado, como narrativas maestras de la alusión”12. Una estética que, en resumidas cuentas, se asemeja al trauma secundario de Dominick LaCapra. En España, en cambio, no se trata de no poder darle expresión a los sucesos del pasado, ni de no poder darle sentido por efecto del trauma. En España se trata de una frustración por no tener conocimiento sobre el pasado y ganas de compensar la humillación que sufrió la generación de los abuelos y bisabuelos por el olvido colectivo. Por eso hemos sido testigos de esa ola de historias sobre el pasado violento y los crímenes cometidos, narradas por la generación de los nietos con la finalidad de revelar la “verdad”, de ponerla en palabras y de darle sentido13. Frente a la escritura traumática de la novela hispanoamericana, la novelística española se caracteriza, en palabras de la hispanista argentina Raquel Macciuci, por un “afán cognitivo”14.
La novela de memoria española está escrita por autores en su mayoría nacidos entre 1950 y 1980, es decir, por la generación de los nietos de los que vivieron y lucharon en la guerra, con lo cual se trata de una transición transgeneracional de memoria. Es tentador basarse en el conocido concepto de la “postmemoria” de Marianne Hirsch para explicar el compromiso de la generación de los nietos con la memoria de la guerra civil como un efecto traumático transgeneracional, y así ha sido efectivamente aplicado15. Pero el concepto de Hirsch encuentra su base en una interpretación fuerte y literal del concepto del trauma psíquico individual e insiste en la posibilidad del traslado de los efectos mismos del trauma entre generaciones. Si planteamos que la narrativa de la generación de los nietos en España no sigue el patrón narrativo del trauma, que tampoco la mayoría de los autores dedican su escritura a la recuperación de la memoria de sus propios familiares, y que hasta cierto punto los nietos de los vencedores también se empeñan en recuperar la memoria de los vencidos, creo a estas alturas que sería un error aplicar el concepto de Hirsch a la situación en España. En cambio, el concepto de novela afiliativa de Sebastiaan Faber parece mucho más adecuado para explicar el traslado intergeneracional en España. Según Faber, la novela afiliativa se caracteriza por el hecho de que la transmisión filiativa del trauma está sustituida por un acto de asociación consciente, basada menos en la genética que en la solidaridad, la compasión y la identificación16. El concepto de Faber tiene la ventaja de indagar en la función social del discurso literario, enfocarse en la práctica discursiva y social de la novela, y considerar tanto la escritura como la lectura de textos según la perspectiva de los actos de habla. En este sentido el concepto de Faber se corresponde con algunos usos figurativos del concepto de trauma que se refieren a los procesos sociales que toman como punto de partida la misma derrota y la posición de la víctima para la construcción de las identidades culturales.
El psiquiatra turco-chipriota Vamik Volkan propone el concepto del “trauma elegido” para referirse a los procesos identitarios cuando la memoria de unos sucesos violentos a través del tiempo pierden sus efectos traumáticos (pérdida de sentido, repetición forzosa etc.) para convertirse en un mito cuya función principal es contribuir a la construcción de la identidad cultural del grupo en cuestión17: el pueblo checo rememora de este modo la batalla de montaña blanca (Bila Hora) en 1620 frente a los españoles; los daneses la derrota en Dybbøl frente a Bismarck en 1864. Pero según Volkan esta forma y función del trauma elegido puede cambiar si el trauma elegido se radicaliza debido a acontecimientos en la actualidad. Como ejemplo menciona la manera en que la memoria de la batalla en el Campo de los Mirlos (Kosovo Polje) en 1389 durante siglos desempeñó la función de un trauma elegido para los serbios hasta radicalizarse a través del discurso famoso de Milošević en 1989 para estallar en las guerras balcánicas. Y si el trauma elegido se radicaliza posiblemente se producirá un colapso temporal provocando la confusión entre pasado y presente, que reproducirá en la actualidad las expectativas, miedos, fantasías y reacciones de defensa asociados con el trauma elegido. En cierto modo se puede decir que la guerra civil en general, y en concreto quizás la batalla de Madrid con su lema de “No pasarán”, se ha convertido para muchos españoles en un suceso que ha desempeñado una función importante en la construcción de las identidades colectivas y sociales durante muchos años. No obstante, estamos en el caso de España frente a una situación donde sólo podemos hablar de un trauma elegido para una parte de la población y donde la actualización del trauma (todavía) no se ha producido.
Otra manera de enfocar la relación entre trauma colectivo e identidades culturales la encontramos en dos sociólogos, el americano Jeffrey Alexander y el alemán Berhard Giesen.
Para Alexander un trauma se hace colectivo cuando el agravio vivido por un grupo está concebido como una amenaza a la identidad social de este grupo. Es decir, un trauma social no simplemente se produce como el resultado del sufrimiento de un grupo, sino que es necesario que la crisis social se convierta en una crisis cultural18 de modo que este agravio irrumpa y cambie la médula de su identidad. El lapso entre el agravio sufrido y la recuperación del mismo en la memoria cultural es el proceso traumático, que en el caso español correspondería a los primeros veinticinco años de la época democrática. Y como se trata de una crisis cultural e identitaria, la facultad de la imaginación juega un papel fundamental en la superación de este proceso, lo cual quiere decir que no se trata de una represión de la memoria en sentido psicológico, ni tampoco de un proceso de superación como cura, sino de procesos culturales de construcción simbólica y narrativa, de la elaboración historias con tramas y personajes19. Para Giesen, en cambio, el trauma social sí resulta en el efecto de una falta de comprensión cuando una sociedad, una o dos generaciones después de haber pasado por una fase traumática, empieza a acercarse a la memoria de los hechos del pasado. El efecto inmediato del trauma colectivo durante el período de latencia consiste en la erosión de la confianza en las instituciones sociales, miedo, falta de solidaridad y pasividad en relación a las actividades políticas. En este caso, cuando las nuevas generaciones empiezan a interesarse por la memoria de los hechos, las representaciones de estos hechos serán a menudo sometidas a discusiones y conflictos entre diferentes posiciones sobre responsabilidad y culpa. Cuestiones sobre quiénes eran las víctimas más importantes y quiénes los culpables “implican cercanía o distancia en relación al centro simbólico de la sociedad y se convierten en temas de importancia para la identidad de las generaciones posteriores”20. Como consecuencia el trauma social será trasferido a otras arenas sociales como la investigación histórica, los museos, la novela o el cine. Estamos otra vez en el campo de la narrativa. Vamos a ver cómo podemos interpretar la narrativa española actual sobre la guerra civil y la represión franquista en la imagen de un trauma social.
Punto de vista en la novela de memoria
Entre las muchas novelas que se editaron en el momento que emergió el movimiento de la memoria histórica, la absoluta mayoría ha sido enfocada en la recuperación de la memoria de las víctimas. El discurso transnacional de memoria que incluye el pasado violento desde la perspectiva del victimario, tanto de forma exclusiva como de forma multiperspectivista, está proliferando en el mundo occidental21, pero esta tendencia no la podemos encontrar en España con la misma fuerza. En el período entre 2000 y 2016 sólo podemos detectar unas pocas novelas sobre la propia guerra civil que incluyan esta perspectiva22 y en casi todas podemos ver cómo los narradores tienen sus dificultades ético-políticas para defender este enfoque. Cercas se siente obligado a inventar a un héroe republicano como contrapeso para que la novela no quede “coja”; y Corral y Méndez convierten los soldados del ejército nacional en víctimas. Otras novelas editadas durante los mismos años se dedican a descripciones de personajes pertenecientes al bloque de los vencedores en épocas posteriores23. Podemos decir que convierten en “memoria pantalla”24 a la figura del victimario de otras épocas, detrás del cual podemos divisar el victimario principal, el falangista convencido de la guerra civil y la postguerra inmediata. Chirbes, Rosa y Martínez de Pisón escriben sobre delatores y arribistas en la última parte del régimen, Cano escribe sobre el conflicto vasco, Muñoz Molina sobre un crimen político en otro país y Marsé sobre un crimen no político en los años 50. Podemos preguntarnos ¿por qué no ha sido posible hacer una descripción matizada de las condiciones políticas y sociales que convierten a gente normal y corriente en asesinos y criminales de guerra? Si el hecho de escribir y leer literatura es un oficio de formación cívica y cultural, y según mi criterio lo es, será un reto importante para el discurso literario indagar en los procesos políticos y sociales que facilitan este tipo de desarrollo, sobre todo en una situación en la que estos factores se reproducen a un ritmo acelerado. Y si autores literarios y directores de cine y de documentales europeos y estadounidenses han sentido esta necesidad, ¿por qué no ha pasado en España?
Maria Lai, Lenzuolo, 2007, filo su tela, cm 103x150.
Es mi hipótesis que tenemos que buscar la respuesta en la forma particular que tuvo la transición en España. Los vencedores, convertidos en el bloque social detrás del régimen, no se vieron forzados a tomar responsabilidad por las injusticias cometidas y por lo tanto no quisieron implementar ninguna forma de justicia transicional, lo cual tuvo como resultado que la cultura de memoria que empezó a desarrollarse veinticinco años después de la muerte del dictador hubo de desempeñar la función de hacer reparaciones, de hacer justicia. Escribir y leer historias sobre las víctimas olvidadas es, en efecto, darles el reconocimiento que nunca tuvieron, con lo cual se puede entender el hecho de escribir sobre los vencedores y los victimarios como un acto que reproduzca la injusticia histórica. En la medida en que la cultura de memoria del estado español actúa así, obstaculiza una función que podría desempeñar el discurso novelístico, la función política y social de imaginar los contextos sociales, los procesos políticos y las situaciones existenciales que permiten la deshumanización del “otro”. Sólo indagando en los procesos que les arrebatan a grupos enteros de ciudadanos su calidad de seres humanos será posible comprender cómo se convierten en lo que Judith Butler ha denominado seres “no-llorables” – seres que no se califican como seres humanos y que se pueden matar sin escrúpulos. Por eso la literatura tiene la obligación de abrirnos los ojos para ver cómo se presenta el mundo visto a través de los ojos de las personas en camino de convertirse en victimarios.
El desarrollo reciente indica, desde luego, que la situación en España puede estar abierta a un cambio, ya que sólo en la primera parte de 2017 acaban de publicarse al menos tres novelas que total o parcialmente incluyen la perspectiva del victimario como personaje de interés. Y curiosamente encontramos el nombre de Javier Cercas tanto en la primera etapa como en esta última.
Dos contribuciones recientes que incluyen la perspectiva del victimario
A continuación, vamos a señalar los rasgos más importantes y comentar las diferencias esenciales en la manera en que dos novelas recién publicadas, ambas en 2017, abordan la representación de los victimarios en la guerra civil.
Javier Cercas: Desde “Soldados” a “El monarca”, 2017
Soldados de Salamina, publicada en 2001 e inmediatamente un éxito literario y comercial, se puede considerar el punto de partida de toda la inmensa ola de literatura de memoria. En esta novela el narrador en primera persona, llamado Javier Cercas como el autor empírico, cuenta cómo llegó a conocer la historia de Rafael Sánchez Mazas, co-fundador de la Falange Española en los años 30 y más tarde ministro en el primer gobierno de Francisco Franco. La novela cuenta también la historia de cómo Sánchez Mazas fue capturado, condenado a muerte y finalmente cómo se escapó de su propia ejecución ante el pelotón uno de los últimos días de la guerra civil. El narrador cuenta cómo el falangista logró sobrevivir en la montaña gracias a la ayuda prestada por los catalanes, en su mayoría republicanos vencidos. En este sentido podemos decir que el narrador se empeña en construir un relato en el que Sánchez Mazas aparezca como víctima, pero una vez el narrador ha terminado su relato real sobre Sánchez Mazas en la primera parte de la novela, se da cuenta de que no está satisfecho con el resultado. La novela ha quedado “coja” en palabras del propio Javier Cercas narrador, supuestamente porque la intención de plasmar al falangista como víctima queda lógicamente frustrada debido a la posición poderosa del personaje. Así que, después de haber añadido otro relato sobre la búsqueda y el encuentro con la persona que posiblemente le salvó la vida al falangista, parece finalmente haber encontrado la forma estéticamente adecuada para la novela. Si al principio intenta escribir sobre un personaje real y conocido que pertenece al grupo de los vencedores, al final reconoce que su novela sólo se puede terminar de forma satisfactoria si incluye un elemento imaginario que alude a la lucha heroica de los vencidos republicanos.
En El monarca cuenta la historia de su propia familia en Extremadura, que perteneció al bando de los sublevados durante la guerra. Otra vez cuenta la historia a través de un narrador que se llama como él. Sin embargo, si en Soldados las diferencias que marcaron la ficción de la trama eran evidentes, en El monarca el narrador es el autor real. Y si en Soldados contó la historia de una persona públicamente conocida, el fundador de la Falange, cuenta en El monarca la historia local de su propia familia en el pueblo extremeño Iberhernando. El protagonista de la historia del pasado es su tío abuelo llamado Manuel Mena que murió a los diecinueve años en la batalla de Ebro como alférez en el ejército nacional, pero Cercas se aprovecha de este punto de arranque para también contar la historia de sus dos abuelos, ambos destacados personajes de la derecha política de aquellos años; incluso incluye a su propia madre, que como niña había adorado a su tío Manuel y durante la infancia del autor le había contado sobre él. Para el autor/narrador que, según su auto-imagen, es de izquierdas, este pasado familiar se había convertido en una vergüenza y un tabú, de manera que, si en la primera novela el narrador auto-ficcional lucha con su propia identidad a través de la historia de Rafael Sánchez Mazas que no logra plasmar como víctima, en El monarca el autor real cuenta la historia real de su propia familia para enfrentarse con el tabú y la vergüenza contra los que ha luchado durante toda su vida adulta: la responsabilidad de las atrocidades cometidas por la derecha política en la injusta guerra civil. Leído de esta forma, el protagonista real de las dos novelas es el narrador mismo en busca de su propia identidad, y el retrato de Sánchez Mazas en Soldados aparece como una historia pantalla para la historia real sobre su propia familia – una historia que le pareció imposible escribir en 2001. En cambio, en 2017 sí le parece posible, y al escribir la historia de sus familiares vencedores, los convierte a través de la escritura en víctimas. De este modo la novela sigue fiel al paradigma narrativo de la cultura cosmopolita; un modelo narrativo que considera el acto de hacer memoria como una forma de hacer justicia a las víctimas. La novela se acerca al pasado para rendir homenaje, pero en vez de rendir homenaje a las víctimas de siempre, los republicanos, convierte a los falangistas locales de provincia en víctimas.
El procedimiento para lograr esto consta de varias estrategias narrativas. En primera estancia se construye la guerra como una condición de la existencia humana en la que participa “la gente” sin discriminar. Lo importante no es si esa gente pertenece a uno u otro bando político, a los vencedores o a lo vencidos, sino que hayan padecido “la guerra”. Esta manera de construir la relación individual del sujeto con su destino también determina la manera en que el narrador construye la relación del sujeto individual con la, o más bien con su, historia. En un momento dado el narrador piensa lo siguiente: “[A]unque Manuel Mena fuera un vencedor de la guerra, la gente se había limitado a contar leyendas sobre él y nadie había escrito su historia […] ¿Significaba eso que después de todo Manuel Mena no era un vencedor, aunque hubiera luchado en el bando de los vencedores?”25. Considerado desde este punto de vista puramente individual, Manuel Mena merece ser recordado como todos los demás que han participado en “la guerra”, ya que no tiene culpa de las atrocidades cometidas. Pero, como falangista y alférez en el ejército nacional, ¿no es culpable?
Aquí entramos en la segunda estrategia narrativa que consiste en la representación de la gente de provincia como inocentes, seducidos por los demagogos de los extremismos violentos, sean de derecha o de izquierda. Dice Alejandro, un primo socialista del narrador:
¿Cómo iba a entender eso [que el enemigo real no eran los pobres labradores locales sino los señoritos de las grandes ciudades, HLH] la gente de aquí, si la mitad eran analfabetos y no tenían más horizonte que el del pueblo, si la inmensa mayoría no había salido nunca de aquí y sólo veían a los de aquí y no de allí? (178).
Y es secundado por un amigo suyo, Manolo Amarilla que también intenta comprender. Dice:
Mi abuelo Alejandro era un hombre traumatizado por el desorden y por la imposibilidad de convivir en paz, por el miedo. Igual que tu abuelo Paco. Ninguno de los dos fue a la guerra por pasión política, porque quisieran cambiar el mundo o hacer la revolución nacionalsindicalista […] Fueron a la guerra porque sintieron que era su obligación, porque no vieron otra salida. ¿Y sabes lo que sacaron en limpio de la guerra? Nada. Otros se pusieron las botas, se lo llevaron todo, pero ellos no (180).
Así se construye a un victimario inocente, o sea, a otra víctima de las ideologías totalitarias. Bien es cierto que justo después de este pasaje se destaca la pobreza y la desigualdad extrema de la sociedad española del momento como co-determinantes de la radicalización violenta (181), pero eso no quita que la finalidad ética y política de la narración sea la de liberar a Manuel Mena y a los demás familiares del narrador de la culpa moral de las atrocidades cometidas durante la guerra civil, legitimando así el acto de hacerles justicia al contar sus historias. En un momento dado, cuando el narrador está hablando con su primo Alejandro, éste dice:
“Mira, Javi. Yo no quise nunca saber nada de mi familia, de la familia de mi padre, sobre todo, que es la tuya, ya sabes, los que mandaban en el pueblo. Me parecían horribles. Ahora, con la edad, creo que los entiendo mejor, pero…” “Eso es lo que debería intentar yo si contase la historia de Manuel Mena”, intervine. “¿El qué?”, preguntó Alejandro. “Saber”, dije. “No juzgar’” añadí. “Entender”, aclaré (162).
Si el motor principal detrás de la escritura del narrador en Soldados de Salamina fue la búsqueda de la identidad personal, este motivo no sólo sigue siendo imperativo en El monarca, sino que se ve reforzado tanto por la evidente identidad entre narrador y autor, como por las estrechas relaciones familiares entre los victimarios del pasado y la familia del autor. El deseo de deshacerse de la culpa histórica como persona influye en la misma forma de contar: el diálogo deliberado entre el narrador y una serie de personajes del mismo mundillo cosmopolita, algunos representantes locales y otros personajes investidos con un incuestionable capital cultural, como es el caso de David Trueba. Los diálogos forman parte del proceso de mímesis de memoria26 a través de la investigación, por ejemplo, cuando el narrador se entrevista con los últimos testigos directos, o con los hijos o nietos de ellos, con expertos e historiadores; aunque, no obstante, sirven para consensuar la interpretación de los falangistas locales como víctimas de las ideologías totalitarias. En ningún momento presenta el texto un diálogo auténtico entre las diferentes voces del pasado, o entre voces del pasado y del presente. En los pasajes sobre el pasado sólo llegamos a conocer la voz del propio narrador que insiste en lo auténticamente real de su relato. Sigue repitiendo que no quiere inventar voces, pensamientos y emociones; eso es oficio de los literatos, dice. En cambio, llena página tras página con un discurso sobre las batallas con datos y fechas, información sobre el tipo de armamento y movimientos de las divisiones de los ejércitos, elementos que pertenecen al discurso más tedioso de la historiografía positivista. Pero al hacer esto, al combinar el discurso historiográfico positivista con el diálogo consensuado sobre la interpretación de este pasado, se le escapa la posibilidad de hacer comprender al lector lo esencial: ¿cómo lograron convertir a gente normal y corriente en criminales responsables de atrocidades de masa? La ficcionalización de los acontecimientos podría haber sido una estrategia literaria que hubiera contribuido a que los personajes cobrasen vida. Esa vida independiente del personaje es, desde mi punto de vista, el presupuesto más importante para que el lector pueda identificarse con los personajes y convivir con sus experiencias de forma empática. A través de este proceso de identificación empática la novela podría haberse presentado como una forma de testimonio auténtico, aportando así algo más allá de lo común a la memoria cultural de la guerra civil.
Javier Reverte “Banderas en la niebla”, 2017 (Banderas)
La novela de Javier Reverte (1944) trata del período inmediatamente anterior al golpe de estado y los primeros meses de lucha de la guerra civil, principalmente en Andalucía. La novela está contada por un narrador extradiegético en tercera persona, pero todos los capítulos están focalizados de forma alternada por dos personajes, representantes de cada uno de los bandos del conflicto bélico. Los dos son personas históricamente reales y los sucesos contados son ficcionalizaciones de hechos históricos que también implican a personajes reales. Uno de los protagonistas es José García Carranza, torero sevillano con el apodo de El Algabeño. Es mujeriego y famoso por su agilidad en la lidia y su valentía, pero en el momento del golpe de estado ha llegado a la edad donde ya no puede ganarse el honor en la plaza de toros. El otro es un joven comunista inglés, John Cornford, estudiante de Cambridge, bisnieto de Charles Darwin y voluntario en las brigadas internacionales.
En los dos primeros capítulos el narrador nos presenta a los dos protagonistas algunos años antes de la contienda bélica y ofrece de este modo al lector la posibilidad de familiarizarse con el contexto histórico-cultural que ha dejado su impronta en la mentalidad de los personajes. El Algabeño está arraigado en el tradicionalismo más rancio, para el que uno de los valores más importantes en la vida es ganarse el honor de hombre a través de las conquistas, sean sexuales o violentas; Cornford está formado en los gustos refinados de la elite académica inglesa y en el idealismo de la izquierda política, destacando los valores de la igualdad humana y la justicia social.
El resto de los capítulos del libro avanza cronológicamente, alternando de forma regular capítulo a capítulo entre el punto de vista de uno y otro protagonista, desde el momento inmediatamente anterior al golpe militar hasta el último capítulo donde confluyen las dos historias en la misma batalla, en la que los dos resultan mortalmente heridos. Se trata de la aplicación de un multiperspectivismo27 de dos visiones diametralmente opuestas, que permite al lector comprender desde dentro el horizonte de interpretación de cada uno de estos dos hombres, sin que eso signifique que las atrocidades cometidas sean justificadas o perdonadas. No obstante, la novela demuestra claramente que, aunque mueran en la misma batalla, los dos protagonistas no están librando la misma guerra. Si El Algabeño lucha para defender su hombría y para volver a experimentar la euforia producida por la adrenalina, John Cornford lucha para frenar lo que desde su óptica es la barbarie. En este sentido podemos decir que la novela rinde homenaje a John Cornford, haciendo memoria de su nombre y sus actos, pero la inclusión paralela de la historia de El Algabeño cambia la perspectiva. En conjunto las dos historias crean una memoria agonista28 que permite al lector comprender cómo las dos visiones del conflicto no sólo estuvieron arraigadas en diferentes formas de vida, sino también hasta qué punto la barbarie desatada dependía de determinados procesos sociales.
Las repetidas ocasiones en que el narrador vincula el ejército nacional con la guerra colonial en Marruecos son significativas a este respecto: los oficiales rebeldes de más peso se conocían ya de allí y habían tenido sus experiencias de combate en esta guerra, muchos soldados españoles se habían formado como reclutas allí mismo, por no hablar de la presencia de miles y miles de regulares marroquíes entre las tropas nacionales. Como ha afirmado entre otros Hannah Arendt, los totalitarismos de los años 20 y 30 no podrían haber tenido lugar sin las experiencias coloniales de los ejércitos europeos29. Asimismo se inscriben las experiencias de los militares españoles en la guerra en Marruecos como una precondición imprescindible para comprender el contexto cultural y social que condicionó la envergadura y la crueldad de la violencia desatada durante y después de la guerra. En este sentido podemos afirmar que, aunque la novela no rompa con la postura ético-política hegemónica de la cultura de memoria que implica que contar equivale a hacer justicia, logra añadir otra dimensión de comprensión a través de la yuxtaposición multiperspectivista de dos trayectorias de vida que se cruzan en un mismo punto catastrófico.
Dos diferentes modos ético-políticos
Maria Lai, I luoghi invisibili, 1988, filo su tela.
Podemos resumir que el discurso hegemónico de la cultura de memoria del estado español fija su punto de vista en el sufrimiento de la víctima, respecto a lo cual la narrativa de los últimos diecisiete años no es ninguna excepción. La absoluta mayoría de las novelas toman su punto de partida - y su punto de vista narrativo también - en el sufrimiento de las víctimas y participan en la práctica de brindar homenaje y hacer reparaciones en sentido político y social a través de la rememoración literaria. Pero el hecho de que el género de “perpetrator-fiction” ya se haya hecho patente como un discurso de memoria transnacional fuera de España y la existencia de lo que con anterioridad hemos denominado las novelas de memoria pantalla sobre gente de la zona gris, arribistas vinculados al régimen en épocas posteriores y criminales de todo tipo, dan testimonio de que un cambio estaba por suceder en España. Lo que hace falta es discutir por qué este cambio se produce ahora y determinar lo que implica en sentido ético-político.
Para empezar, hay que decir que las dos novelas no representan una ruptura con la narrativa anterior en todos los sentidos, sólo en la forma de incluir, en mayor y menor grado y de manera diferente, la perspectiva del victimario principal de la historia reciente de España: el falangista o victimario de la guerra civil. Pero comparten con las novelas anteriores la idea hegemónica de que narrar sobre la guerra civil y la represión franquista equivale a rendir homenaje y hacer justicia. Eso quiere decir que siguen formando parte del mismo paradigma narrativo vinculado al movimiento de la recuperación de la memoria.
Ambas novelas también se diferencian de la narrativa sobre los perpetradores del Holocausto por las estrategias textuales aplicadas para tomar distancia respecto al punto de vista del victimario. Como queda señalado por Pettitt, las novelas que toman a los nazis como protagonistas suelen hacer una descripción del personaje del nazi como una persona que considera importante por un lado formar parte del grupo y, por otro, como alguien que muestra un comportamiento social desviante: fanatismo semi-religioso, falta de empatía y/o prácticas sexuales estrechamente vinculadas con relaciones de poder30. No encontramos estas estrategias en las novelas comentadas. Cercas se empeña en retratar a su tío-abuelo como un joven simpático y normal, en todos los sentidos, que sólo nació y creció en circunstancias desafortunadas. Y el retrato de El Algabeño en Banderas nos pinta el perfil de una persona que quiere destacar frente a los demás y, aunque sea infiel a su mujer casi de forma sistemática, este comportamiento tampoco representa un desvío en relación con la cultura machista en la que vive. Y en cuanto a su capacidad de empatía y moral, sigue fiel a sus principios en el sentido de que no mata a un chico menor edad que le ataca, porque “no mata a mujeres y niños”31.
Al principio de este artículo presentamos la hipótesis de que el concepto de trauma social nos permite comprender el desarrollo del movimiento como una respuesta a una crisis cultural e identitaria, cuya resolución consiste en la construcción simbólica y narrativa de historias que confirman la legitimidad de la identidad de la víctima. Siguiendo este razonamiento, podemos suponer que la importancia que han tenido durante la última década cuestiones también cargadas de peso identitario como el 15M, los desahucios, la corrupción, la violencia de género y la independencia regional, ha hecho disminuir el afecto invertido por mucha gente en la cuestión de la memoria histórica. Y con la disminución del afecto invertido se relaja el rigor con que se gestiona el orden discursivo. Si hace quince años probablemente era impensable publicar una novela de memoria sobre un falangista, hoy resulta admisible para gran parte del público lector siempre que sea concebida y discutida dentro del paradigma hegemónico de identificación con la víctima.
Si distinguimos entre modo narrativo y modo ético-político, podemos decir que ambas novelas representan un cambio en sentido narrativo, pero están diferenciándose entre sí en sentido ético-político. Según el concepto de ”modo ético-politico” presentado por Anna Cento Bull y Hans Lauge Hansen32, podemos distinguir entre tres diferentes formas de establecer la relación de una narración con los conceptos morales de lo bueno y lo malo en la memoria de un pasado violento. El modo antagonístico aplica los conceptos morales a los agentes particulares del texto, el modo cosmopolita los aplica a entidades abstractas como formaciones ideológicas (democracia frente a los totalitarismos, por ejemplo) y el modo agonístico los deconstruye para contextualizar la violencia en sentido político y social. Si aplicamos estos conceptos podemos ver que El monarca convierte a los falangistas locales y rurales en víctimas de la demagogia fascista, siguiendo de esta forma el modo cosmopolita de aplicar los conceptos morales a principios abstractos. El conflicto político y la violencia se presentan como algo que pertenece al pasado, con lo cual nos podemos permitir buscar la reconciliación, el consenso y la fe en las instituciones del presente democrático. En Banderas, en cambio, se contextualizan las diferencias mentales y culturales de los dos protagonistas en sentido social y cultural. Son adversarios y libran diferentes guerras, pero cada cual tiene sus razones. En este sentido la novela admite de forma agonista que los conflictos y la violencia seguirán existiendo mientras haya desigualdad, represión y machismo en el mundo, recordándonos que es nuestra responsabilidad en el presente evitar que los conflictos lleguen a desembocar en una violencia generalizada.
Notes
1
Michael Rothberg, Multidirectional Memory: Remembering the Holocaust in the Age of Decolonization, Stanford, Stanford University Press, 2009.
2
Aleida Assmann, Sebastian Conrad (eds.), Memory in a Global Age. Discourses, practices and trajectories, Basingstoke, New York, Palgrave Macmillan, 2010, p. 3.
3
Andreas Huyssen, Present Pasts. Urban Palimpsests and the Politics of Memory, Stanford, Stanford University Press, 2003, p. 16 [Traducción mía, HLH].
4
Emilio Silva Barrera, “España: Es hora de acabar con el apartheid de las víctimas de la violencia”, El diario, 13 de julio, 2017.
5
Daniel Levy, Nathan Sznaider “Memory Unbound: The Holocaust and the Formation of Cosmopolitan Memory”, European Journal of Social Theory, n° 5-1, 2002, p. 87-106.
6
Anna Cento Bull, Hans Lauge Hansen, “On Agonistic Memory”, Memory Studies, n° 9-4, 2016.
7
Anna Reading, “Identity, memory and cosmopolitanism: The otherness of the past and a right to memory?”, European Journal of Cultural Studies, n° 14-4, 2011, p. 379-394.
8
Wulf Kansteiner, “Genealogy of a Category Mistake: A Critical Intellectual History of the Cultural Trauma Metaphor”, Rethinking History, no 8-2, 2004, p. 203.
9
Wulf Kansteiner, “Finding meaning in memory: A methodological critique of collective memory studies”, History and Theory, no 41, 2002, p. 187.
10
Dominick La Capra, Escribir la historia, escribir el trauma, Buenos Aires, Ediciones Nueva Visión, 2005, p. 63.
11
Dominick La Capra, Escribir la historia, escribir el trauma, Buenos Aires, Ediciones Nueva Visión, 2005, p. 64.
12
Alfonso de Toro, “Literatura ‘glocal’”». Reinstädler (ed.), Escribir después de la dictadura. La producción literaria y cultural en las posdictaduras de Europa e Hispanoamérica, Madrid/Frankfurt, Iberoamericana/Verveurt, 2011, p. 274-75.
13
Raquel Macciuci, María Teresa Pochat (eds.), Entre la memoria propia y ajena. Tendencias y debates en la narrativa española actual, La Plata, Ediciones del lado de acá, 2010.
14
Raquel Macciuci, “La memoria traumática en la novela del siglo XXI. Esbozo de un itinerario”, in R. Macciuci, M. T. Pochat (eds.), Entre la memoria propia y ajena. Tendencias y debates en la narrativa española actual, La Plata, Ediciones del lado de acá, 2010, p. 36.
15
Hans Lauge Hansen, Juan Carlos Cruz Suárez, “Literatura y memoria cultural en España”, in H. L. Hansen, J. C. Cruz Suárez (eds.) La memoria novelada, Bern, Peter Lang, 2012, p. 30.
16
Sebastiaan Faber, “La literatura como acto afiliativo: la nueva novela de la guerra civil (2000-2007)”, in P. Álvarez-Blanco, T. Dorca (eds.), Contornos de la narrativa española actual (2000-2010), Madrid/Frankfurt, Iberoamericana/Verveurt, 2010, p. 102-3.
17
Vamik D. Volkan, “Transgenerational Transmissions and Chosen Traumas: An Aspect of Large-Group Identity”, Group Analysis, no 34-1, 2014.
18
Jeffrey Alexander, Trauma. A Social Theory, Cambridge, Polity Press, 2012, p. 15.
19
Jeffrey Alexander, Trauma. A Social Theory, Cambridge, Polity Press, 2012, p. 3.
20
Bernhard Giesen, “Social trauma”, in N. J. Smelser, P. B. Baltes (eds.), International Encyclopedia of the Social and Behavioral Sciences, Oxford, Elsevier, 2001, p. 1475 [Traducción mía].
21
Richard Crownshaw, “Perpetrator Fiction and Transcultural Memory”, Parallax, n°17-4, 2011; Robert Eaglestone, “Avoiding Evil in Perpetrator Fiction”, Holocaust Studies, n° 17-11, 2011 y Joanne Pettitt, Perpetrators in Holocaust Narratives. Encountering the Nazi Beast, Kent, Palgrave Macmillan, 2017.
22
La noche del diablo (Dalmau 2009), Soldados de Salamina (Cercas 2001), La ciudad de arena (Corral 2009) y Los girasoles ciegos (Méndez 2004).
23
Crematorio (Chirbes 2007), El vano ayer (Rosa 2004), Twist (Cano 2011), La noche de los tiempos (Muñoz Molina 2014), Esa puta tan distinguida (Marsé 2016) y El día de mañana (Martínez de Pisón 2011).
24
Michael Rothberg, Multidirectional Memory: Remembering the Holocaust in the Age of Decolonization, Stanford, Stanford University Press, 2009, p. 12.
25
Javier Cercas, El monarca de las sombras, Barcelona, Random House, 2017, p. 132. En las páginas siguientes incluimos las referencias de página de la novela en el texto entre paréntesis.
26
Término acuñado por Birgit Neumann en “The Literary Presentation of Memory”, A. Erll, A. Nünning (eds.), A Companion to Cultural Memory Studies, Berlin/New York, de Gruyter, 2010.
27
Hans Lauge Hansen, “Multiperspectivism in the Novels of the Spanish Civil War”, Orbis Litterarum, no 66, 2011, p. 148-166.
28
Anna Cento Bull, Hans Lauge Hansen, “On Agonistic Memory”, Memory Studies, no 9-4, 2016, p. 390-404.
29
Hannah Arendt, The Origins of Totalitarianism, New York, Hartcourt, Brace and World, 1966.
30
Joanne Pettitt, Perpetrators in Holocaust Narratives. Encountering the Nazi Beast, Kent, Palgrave Macmillan, 2017, p. 33-46.
31
Javier Reverte, Banderas en la niebla, Barcelona, Plaza & Janes, 2017, p. 232.
32
Anna Cento Bull, Hans Lauge Hansen, “On Agonistic Memory”, Memory Studies, no 9-4, 2016.