Criollismo y nación, cultura y estado
investigator

(Universidad de Buenos Aires – Conicet – UnSam)

Sobre Ezequiel Adamovsky, El gaucho indómito (2019)

Sobre Ezequiel Adamovsky, El gaucho indómito. De Martín Fierro a Perón, el emblema imposible de una nación desgarrada (2019)

¿Cómo no hubo hasta ahora un estudio completo sobre el criollismo en la cultura argentina? ¿Cómo no lo hubo, siendo el criollismo, desde su producción literaria hasta sus efectos políticos, uno de los componentes fundamentales de aquello que, según las diversas circunstancias, se reconoció como emblema o identidad nacional? Esa historia, que había estado dispersa en diferentes textos de corte notablemente literario aparece ahora organizada en El gaucho indómito de Ezequiel Adamovsky, un libro que lo es, a la vez, de historia, de cultura, de literatura, de política1. Hay dos aspectos fundamentales que quiero destacar, para empezar, de la propuesta de Adamovsky. Primero, que se trata de una reconstrucción en la que subyace la creencia de que estudiar el criollismo no es simplemente una tarea de historización, sino que sirve tanto para revisar los modos en los que ha sido configurador de la Argentina y de lxs argentinxs como para ponderar los efectos posteriores e incluso contemporáneos. Esa dimensión actual se abre desde el comienzo con el interrogante sobre los motivos para la elección del gaucho, con toda su carga matrera, como emblema privilegiado de lo nacional. Segundo, se trata de una indagación que se lleva a cabo a partir de la lectura y la interpretación de muy diversos materiales, ya sea fuentes, ya sea bibliografía pertinente, pero también en función de una perspectiva más ontológica : « ¿Es posible que el hecho insólito de que haya asumido ese lugar pueda revelarnos algo sobre la propia Argentina, sobre las tensiones y conflictos irresueltos que marcaron su constitución como nación? », se pregunta Adamovsky respecto del gaucho. El interrogante no puede sino evocar la conjetura que en los años 70 se hiciera Borges al plantear que la historia argentina sería otra si se  hubiera elegido como clásico el Facundo de Domingo F. Sarmiento en lugar del Martín Fierro de José Hernández. Pero si Borges creía que, en tal caso, esa historia hubiera sido mejor, el libro de Ezequiel Adamovsky, en su estudio sobre el criollismo, va en una dirección muy diferente. Porque si la conjetura de Borges está planteada « desde arriba », o sea desde una perspectiva letrada, el recorrido que propone Adamovsky explora el « criollismo desde abajo », es decir, el criollismo popular.

El gaucho indómito está organizado en nueve capítulos que parten del nacimiento de la gauchesca oral y escrita tras la Revolución de Mayo para, atravesando el siglo XIX, focalizar en los años 70 con la publicación de Martín Fierro y Juan Moreira (cap. 1) y en la emergencia fuerte de los folletines populares con gauchos y del circo criollo en la década de 1880 así como en la proliferación de prácticas criollistas populares entre los años 90 y el Centenario (cap. 2), hasta llegar a los usos políticos del criollismo durante el peronismo (cap. 8). Complementariamente, el libro analiza, por un lado, el contraste con las representaciones románticas del mundo gaucho y el proceso de canonización del Martín Fierro (cap. 3), el nacimiento del vínculo entre criollismo y política (cap. 4), la cuestión étnico-racial (cap. 5) y el revisionismo con sus reconfiguraciones del pasado (cap. 7) ; y por otro, se detiene en dos figuras hasta el momento poco conocidas pero muy significativas de la escena popular, como el payador criollo Martín Castro (cap. 6) y el folklorista militante Buenaventura Luna (cap. 9). De ese modo, el libro articula eficazmente tres ejes: la definición y la cronología criollistas, las cuestiones de corte conceptual, la trayectoria popular de autores tan fundamentales como olvidados; estos ejes rodean, en su especificidad y en sus cruces, el fenómeno del criollismo y lo redefinen de un modo que era necesario para enfatizar sus alcances político culturales.

Si consideramos los principales abordajes críticos sobre el criollismo, hay tres referentes imprescindibles que recorren el siglo XX : El criollismo en la literatura argentina publicado por Ernesto Quesada en 1902, que hace un paneo crítico del fenómeno y subraya sus consecuencias sociales negativas: una compilación con varias fuentes, entre ellas el texto de Quesada, hecha por el crítico literario Alfredo Rubione en los años 80, y finalmente el ya clásico libro de Adolfo Prieto, El discurso criollista en la formación de la Argentina moderna, de 1988, en el que se establece una clara periodización así como las proyecciones culturales y sociales de un fenómeno entendido sobre todo literariamente. En los últimos años, aunque no de un modo sistemático, se han revisado algunos de estos argumentos y resultados (Sylvia Saítta en la prensa periódica, Patricio Fontana en el cine, Nicolás Suárez en la relación entre cine y literatura), demostrando que, si se atiende a manifestaciones no estrictamente literarias, el criollismo no habría terminado, tal como señala Prieto, tras el Centenario, sino que pervivió o derivó en otras manifestaciones populares. Como si tomara el guante de estas reconsideraciones, Adamovsky plantea, en un contexto de larga duración, una historia del criollismo entre 1870 y 1955, es decir, aproximadamente, entre la publicación de la primera parte del Martín Fierro (1872) y el final del primer peronismo, a la vez que propone una definición amplia, que no solo excede por completo a la literatura sino que además pasa por encima de distinciones que han sido en buena medida inconducentes para pensar el criollismo, como las que podrían encontrarse, por ejemplo, respecto del nativismo, el moreirismo o el ruralismo.

Estas reformulaciones, que provienen de una decisión a la par teórica que metodológica, tienen dos corolarios también fundamentales y que ya adelanté : el criollismo entendido como fenómeno político cultural constituido, entre la oralidad y la escritura, por textualidades y prácticas muy diversas, y el criollismo pensado como criollismo popular construido « desde abajo » por elementos variados (desde la producción de payadores a la de poetas folklóricos) que es preciso recuperar de los archivos o reponer en ellos.

Según sugiere Adamovsky, la definición de un criollismo « desde arriba », es decir vinculada sobre todo a sus usos letrados, surgió entre finales del siglo XIX y comienzos del XX de la necesidad de resguardar a la literatura de tema gaucho, en la que estaba incluida una zona de la gauchesca, de la producción popular criollista, asimilada en gran medida al moreirismo (tal como se llamó al fenómeno de admiración y empatía ante gauchos bandidos reales o ficticios). En ese sentido, la operación de Adamovsky es prácticamente la inversa, ya que separa al criollismo definido por sus producciones plebeyas de tema y/o lengua gaucha y por sus recepciones igualmente populares, de lo que sería el uso letrado del criollismo. En ese punto, la gauchesca se convierte en un problema, ya que si bien estamos ante eso que Josefina Ludmer, una de las pocas criticas citadas en El gaucho indómito, definió como una alianza entre lo bajo y lo alto, el hecho de que lo alto y lo bajo, precisamente, no puedan separarse en la instancia de enunciación incide en que tampoco pueda distinguirse lo letrado de lo popular en las instancias de circulación, recepción y apropiación. Pero la necesaria atención puesta en ese criollismo « que produjo, consumió y diseminó historias de gauchos antes y después de que las élites las hicieran propias » (p. 12) involucra ineludiblemente a la llamada literatura gauchesca porque esta representa las tensiones y contradicciones propias de todo hecho cultural en el que lo culto y lo popular intervienen en instancias diversas y nunca se mantienen inalterables. ¿Qué explica el impacto de ventas del Martín Fierro a lo largo de la década del 70, con sus doce ediciones en once años y su total de cincuenta mil ejemplares? ¿Fue la alianza constitutiva entre la oralidad gaucha y la cultura impresa o la apropiación que de él hicieron los sectores rurales? Probablemente los factores son de diverso orden y, en todo caso, ahí radica esa potencia que ya hacia el Centenario se comprobaría tanto en la reapropiación de la simbología gaucha por parte de los inmigrantes como en la consagración cultural del poema de José Hernández realizada por Leopoldo Lugones y Ricardo Rojas.

Otra cuestión derivada de la diferencia entre el criollismo « desde arriba » y el criollismo « desde abajo » es la transmisión por parte de este último de versiones del pasado que entraban en colisión con las ofrecidas por el Estado. Como bien señala Adamovsky, eran versiones opuestas a las visiones escolares de la historia. Esas versiones criollistas, ya presentes en el siglo XIX, circularon, en el siglo XX, en la literatura popular, en el teatro, en el cine y en la música folklórica, y se extremaron, en gran medida a través del ensayo, en el revisionismo de los años 30 que construyó la contigüidad y analogía entre gaucho matrero y montonero federal en su reivindicación del rosismo de las décadas de 1830 y 1840, y se desplegaron por todas las vías en los usos políticos del criollismo durante el primer peronismo. Pero me interesa subrayar acá el papel central de los medios masivos en la circulación del criollismo y en especial, entrado el siglo XX, del cine, porque solo a partir de las condiciones de producción y consumo propiciadas por los medios es posible entender la pregnancia del fenómeno (su constitución y sus actualizaciones). Más aún: solo a partir del cine, entendido a la vez como medio artístico y como industria, puede pensarse, propongo, la eficacia de la utilización política del criollismo. Esta observación me parece importante para abordar el estudio de Adamovsky no solo porque avanza en su reconstrucción, como ya mencioné, más allá del período clásico que llega a 1915, sino porque el cine vuelve a poner en evidencia las tensiones y las mezclas entre la mirada desde arriba y la manifestación desde abajo, y esto afecta tanto los modos y agentes de su producción (desde guionistas y directores hasta inversores y distribuidoras) como las prácticas de su consumo y sus reapropiaciones (la experiencia comunitaria del cine, la localización de los espacios de proyección, etcétera).

Con respecto a las cuestiones de orden conceptual, El gaucho indómito realiza un desplazamiento, ya anunciado en su título y en consonancia con lo señalado arriba, que asocia el criollismo a la figura del gaucho antes que a sus atributos: es Martín Fierro en vez de Martín Fierro lo que le importa a Adamovsky. Eso lo habilita para un análisis imprescindible de los aspectos étnico raciales y las operaciones de invisibilización de lo criollo por parte de las élites culturales y políticas; también para introducir tópicos como la masculinidad o la identidad. Este tipo de abordajes redimensiona la reconstrucción criollista a la par que la pone en sintonía con las discusiones contemporáneas procedentes de los estudios culturales o de la teoría cultural. Ese desplazamiento, además, justifica largamente una perspectiva fundamental: narrar la trayectoria de una figura popular como prisma para leer el criollismo. Así, de la mirada amplificada de la historia, tamizada por los núcleos conceptuales, a la mirada concentrada de las biografías culturales, el estudio de Ezequiel Adamovsky se convierte en un abordaje multifocal.

Pero El gaucho indómito, como ya anuncié, nos ofrece una intervención fuerte en el presente, que si bien despunta a lo largo de todo el argumento, se expande en las conclusiones, que pueden leerse como un ensayo independiente, que nos atrapa a la vez que nos motiva a seguir pensando : « qué podemos entender de la Argentina a través de esa centralidad sin embargo tan inestable e indócil ». A esa altura, queda claro que lo que importa no es tanto separar a la cultura producida por las élites de la producción cultural de las clases plebeyas, aunque Adamovsky por momentos lo haga, sino demostrar que la voz plebeya no fue un objeto pasivo en manos de esas élites : « la historia del criollismo popular deja ver las marcas de la efectividad cultural que han tenido las clases bajas, que se dejó sentir incluso en aquellos productos generados por letrados o por el mercado ». Esta afirmación, junto con aquella sobre las apropiaciones de la « tecnología escrituraria » que han hecho « sujetos auténticamente plebeyos », constituye, podría decirse, la definición « dialógica y relacional » de la cultura que sostiene Adamovsly, cuyo trabajo como historiador se suma, así, a la de otros trabajos recientes que también buscaron demostrar la incidencia significativa de las clases subalternas en espacios dominados por las clases hegemónicas. Con ese marco, Adamovsky hace una suerte de resumen iluminador de algunos de sus principales aspectos con el fin de responder por qué, después de todo, fue un gaucho matrero como Martín Fierro el elegido como emblema nacional. La respuesta, más allá de la elección consagratoria de las élites culturales y políticas, es de orden etnogenético: se refiere al proceso de constitución de una distintividad grupal que atravesaron los tan diversos habitantes del territorio argentino. En esa etnogénesis gaucha, criolla, me resuena la definición de clase media que diera Adamovsky en su monumental Historia de la clase media argentina (2009). También acá, como si la confianza final estuviera en los modos de autopercibirse, de autoconstruirse, encuentra el sentido del criollismo y la elección del gaucho como emblema nacional en « el sentido de ser un nosotros ». En ese juego esquivo entre el gaucho indómito (que, no hay que olvidarlo, siempre actúa individualmente llámese Fierro o Moreira), el nosotros (que busca obstinada y a veces erráticamente, sobre todo, la pertenencia social) y el Estado (que biopolitiza para excluir o, si no, para incluir) habría que seguir pensando, creo, las tramas complejas, ¡y complicadas!, de una cultura argentina contemporánea que ha reconvertido las distinciones convencionales entre lo culto y lo plebeyo.

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Ezequiel Adamovsky, El gaucho indómito. De Martín Fierro a Perón, el emblema imposible de una nación desgarrada, Buenos Aires, Siglo XXI, 2019.