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Gabriel Wollner estudió Filosofía, Política y Economía (licenciatura obtenida en 2005) y Teoría Política (máster obtenido en 2007) en Oxford, Políticas Públicas (máster obtenido en 2012) en Harvard, y en 2011 obtuvo su Doctorado en Filosofía en la University College de Londres. Antes de incorporarse a la Universidad de Bayreuth, fue profesor adjunto de Filosofía en la London School of Economics (de 2013 a 2015) y profesor adjunto de Filosofía Política en la Universidad Humboldt de Berlín (de 2015 a 2018). En su investigación estudia la ética y la filosofía política, y aborda diversos temas de políticas públicas y economía a través del prisma que ofrecen estos enfoques disciplinares.
En esta entrevista, Luc Foisneau y Gabriel Wollner abordan cuatro temas. En primer lugar, analizan la práctica actual de gestión de los defaults —o impagos— soberanos y los altos niveles de deuda pública, y Gabriel Wollner argumenta que el statu quo debería ser reemplazado por un régimen diferente. A continuación examinan los métodos de aplicación de la teoría contractualista centrada en las objeciones de los individuos (contractualist complaint model) a la elección de políticas relacionadas con la gobernanza financiera internacional. En tercer lugar, se preguntan qué importancia tiene la filosofía política en la reflexión de Thomas Piketty sobre la desigualdad. Finalmente, Gabriel Wollner esboza los contornos de lo que podría ser un anarquismo analítico (así como se ha hablado de un marxismo analítico), cuyo programa partiría de la centralidad de la noción de agencia en el socialismo y el anarquismo.
Gabriel Wollner fue invitado a la EHESS para presentar su artículo “Morally Bankrupt : International Financial Governance and the Ethics of Sovereign Default” (The Journal of Political Philosophy, 2018, vol. 26, n° 3, pp. 344-367) en el marco del Seminario de Filosofía Política Normativa del CESPRA.
Esta entrevista fue realizada por Luc Foisneau en el centro audiovisual de la EHESS, en el número 96 del bulevar Raspail, en París, el 11 de diciembre de 2018.
Director: Serge Blerald
El problema de la deuda y del default soberanos
Luc Foisneau – ¿Podría, para comenzar, hablarnos brevemente de lo que le condujo a interesarse por el tema de la deuda soberana?
Gabriel Wollner – Una primera y evidente razón es que el tema de la deuda soberana ha ocupado un lugar destacado en los medios tras la crisis financiera iniciada en 2007. En los periódicos se hablaba de Grecia y Argentina. Se trataba de acontecimientos importantes, que tuvieron consecuencias dramáticas en los medios de subsistencia de la gente. En Argentina, por ejemplo, la tasa de desempleo aumentó tras el impago de la deuda soberana del país. La tasa de desempleo ha aumentado, la inflación se ha disparado, etc.
Pero, sorprendentemente, los filósofos políticos tenían muy poco que decir sobre las cuestiones filosóficas morales y políticas de la deuda soberana. Había, por así decirlo, cierto silencio por parte de la filosofía política. Al mismo tiempo, los argumentos morales que se esgrimían en el debate político me parecían muy poco convincentes. Con respecto al tema de la crisis de la deuda soberana griega, por ejemplo, los políticos, pienso en particular en el Ministro de Finanzas alemán, hicieron declaraciones como: “La deuda debe ser pagada, punto. Acéptenlo como una norma. Los acuerdos deben cumplirse y la deuda debe ser saldada. No cabe debatir acerca de ninguna reducción o alivio de la misma”.
Luc Foisneau – Es lo que, en su artículo, usted denomina la “posición ortodoxa” o la “posición de statu quo” sobre la deuda soberana. ¿Podría darnos un poco más de detalles sobre esta posición de statu quo que establece que “las deudas deben pagarse, punto”? ¿De dónde procede? ¿Siempre se han tratado de esta forma las deudas soberanas o se trata de una novedad que estaría relacionada con la Unión Europea?
Gabriel Wollner – Creo que la norma pacta sunt servanda, que literalmente significa que se deben respetar las convenciones, es una norma importante en el derecho internacional. No se refiere únicamente al régimen de la deuda soberana, sino también a otros campos del derecho internacional. El régimen de deuda soberana, tal como existe hoy en día, surgió y tomó su forma actual durante los últimos treinta o treinta y cinco años. La principal forma de financiación de los Estados, en caso de convertirse en deudores, es a través de bonos. Los Estados emiten bonos, que luego son comprados por los inversores, y si ya no pueden cumplir con el pago de los bonos, entran en un estado de default soberano o trabajan para reestructurar su deuda negociando con sus acreedores para pagar menos o hacerlo en una fecha posterior. Pero el régimen de deuda soberana, tal como existe, es muy caótico, costoso y sesgado.
Luc Foisneau – ¿Cuál es en el fondo el problema? ¿Y cuál podría ser la alternativa a este régimen de deuda soberana?
Gabriel Wollner – En mi opinión, lo problemático es ante todo el caos que genera la falta de estructura, de sistema. El proceso de negociación entre el país deudor, por ejemplo, Argentina o Grecia, y sus distintos acreedores está muy fragmentado. Los acreedores se organizan en el Club de París si son acreedores soberanos, y en el Club de Londres si son acreedores privados. Y es un proceso de negociación desordenado, en el que los acreedores están por lo general en una posición fuerte. Fue muy claro en el caso de Argentina. Argentina entró en default en el 2000 —creo que en ese momento se trataba del mayor default de la historia— y entró en un proceso de reestructuración y renegociación de su deuda con acreedores privados y soberanos, con el FMI, entre otros. En un momento dado se alcanzó un acuerdo, pero luego aparecieron los llamados inversores “holdout”.
Luc Foisneau – ¿Podría explicar esto más en detalle? Lo encuentro muy interesante, pero no soy experto en la materia. Por un lado, ya se había producido una renegociación. Pero los banqueros lo ignoraron y obtuvieron una sentencia en un tribunal de Nueva York que básicamente, si no me equivoco, obligó a Argentina a pagar todas sus deudas, sin tener en cuenta los debates que habían tenido lugar antes. ¿Cómo explica usted eso?
Gabriel Wollner – Efectivamente, no es fácil de entender. Yo mismo no soy economista. Al adoptar una perspectiva filosófica, trato de dar sentido a lo que sucede en las políticas públicas y las finanzas. El problema, en mi opinión, era el siguiente.
Argentina tenía muchos acreedores. Negoció una reestructuración y un canje de sus títulos de deuda con algunos de ellos. Para ilustrar esto, suponga que tiene un bono que emití y le debo cien dólares. Y luego renegocio para devolverle cincuenta dólares, porque no puedo pagar la cantidad total. El problema es que usted no es el único acreedor. Hay muchos otros. Negociamos un acuerdo. Tal vez incluso negocie un acuerdo con la mayoría de los inversores, que en teoría debería ser vinculante para todos, incluidos los demás acreedores.
Pero esos otros acreedores, que compraron el bono depreciado en lo que se conoce como mercado secundario, compraron el bono cuando ya había comenzado la reestructuración. Así que exigieron un reembolso íntegro. Dijeron: “No nos bastan cincuenta dólares. Queremos los cien dólares de vuelta”. Los tribunales decidieron entonces que Argentina tenía que pagar los cien dólares a los llamados inversores “holdout”, lo que una vez más le generó serios problemas financieros a Argentina.
Pero hubieron de pasar años, casi quince, para que la deuda argentina finalmente se saldara, con enormes costes económicos para los argentinos y un aumento en el poder de negociación de los acreedores. Realmente es un proceso muy caótico y, como he dicho anteriormente, costoso y sesgado para las dos partes involucradas. Pero el presupuesto normativo subyacente era la regla pacta sunt servanda, que establece que las convenciones deben ser respetadas. Creo que esta es la ortodoxia normativa cuando se trata de deuda soberana.
Justicia y economía política: una aplicación del contractualismo
Luc Foisneau – Dice que no es economista, sino filósofo. ¿Podría hablarnos un poco más acerca de lo que significa para un filósofo normativo incursionar en el campo de las finanzas, o el de la fiscalidad? Y es que también se interesa por este tema; ha escrito varios artículos sobre la fiscalidad. ¿Cuál es el sentido de su enfoque? ¿Y por qué cree que necesitamos los aportes de filósofos normativos sobre estos temas?
Gabriel Wollner – Cuando uno trabaja en el campo de la teoría o de la filosofía política normativa, se plantea preguntas diferentes de las que interesan a los economistas. Me interesan las cuestiones de justicia. ¿Cuál sería una solución justa? ¿Cómo sería, por ejemplo, un proceso justo de reestructuración de la deuda? Ayuda entender la economía, entender lo que sucede en el mundo. También ser un lector informado de la sección de finanzas y economía de los periódicos. O incluso leer manuales de economía y comprender al menos los conceptos básicos. Pero, como filósofo, uno hace preguntas diferentes. Y hay cosas que le pueden parecer sospechosas, o que le llevan a cuestionar algunos de los supuestos del enfoque de los economistas ante estas cuestiones.
Le propongo el siguiente ejemplo. Intuitivamente, pacta sunt servanda (las convenciones deben cumplirse) parece una norma perfectamente aceptable. Si acordamos almorzar juntos a una hora determinada, mejor respeto ese acuerdo, ¿no? Las convenciones deben respetarse. Creo que el error que cometen los políticos, y quizás los economistas, y tal vez los abogados, es presuponer que esta norma, que parece perfectamente aceptable en un contexto interpersonal, también aplica cuando las partes que interactúan no son individuos.
Sin embargo, no se trata de individuos como usted o yo, sino de diferentes Estados soberanos, o incluso instituciones multilaterales, tales como la Unión Europea o el FMI, entre otras. Y, si uno lo piensa detenidamente, esto acarrea muchas complicaciones. Si nos contentamos con tomar prestada la norma de un contexto individual para aplicarla a un contexto donde los actores relevantes son actores colectivos como los Estados, no está nada claro que la norma conserve su fuerza normativa. El número de complicaciones que surge es considerable.
Luc Foisneau – ¿Podría decirnos más en detalle cuáles son estas complicaciones y explicarnos cómo se podría concebir una reforma del sistema internacional existente de gestión de la deuda que diera cuenta de la justicia y las preocupaciones normativas?
Gabriel Wollner – Empezaré dando más detalles sobre las complicaciones que surgen de la norma pacta sunt servanda, y luego, en la segunda parte de mi respuesta, hablaré de las perspectivas de reforma.
Si vas al banco, tomas un préstamo y te comprometes a pagarlo en un período de diez años, eres tú quien toma el préstamo, quien está obligado a devolverlo y quien se beneficia de él mientras tanto, por ejemplo usando este préstamo para comprar una casa. Pero en el caso del Estado, las cosas son mucho más complejas. ¿Quién está obligado, exactamente, a pagar el bono en un período de diez años? Probablemente los ciudadanos, a través de los impuestos. El Estado aumenta los impuestos de sus ciudadanos, y es el sistema tributario el que le permite pagar el préstamo.
Sin embargo, la composición de la comunidad de ciudadanos habrá cambiado a lo largo de estos diez años. Las personas que se verán obligadas a devolver el préstamo no son las que existen hoy, y quizás, para tener una perspectiva a largo plazo, las personas que se beneficiarán del préstamo mientras tanto siguen siendo personas diferentes. Así, el modelo que consiste en cerrar un acuerdo, beneficiarse de él por un tiempo y contraer la obligación de devolver un préstamo, no se traslada de manera sencilla al contexto internacional.
Para mí, es un error pensar que la norma pacta sunt servanda aplica en el contexto de la deuda soberana, independientemente de los méritos de esta norma en el contexto interpersonal, donde los individuos interactúan unos con otros.
Luc Foisneau – Si le entiendo bien, esto significa que los ciudadanos griegos pueden presentar reclamaciones a su Estado, a la Unión Europea o al sistema internacional. Pero el hecho de que estas personas puedan presentar reclamaciones es insuficiente. ¿Sería posible considerar todas estas reclamaciones, como parte de un modelo más general, para evaluar las políticas internacionales? ¿Para evaluar, por ejemplo, un acuerdo entre los Estados europeos, o los bancos, o el FMI, y el gobierno griego?
Gabriel Wollner – Esa es una de las ideas de mi artículo “Morally Bankrupt: International Finance Governance and the Ethics of Sovereign Default”. En muchos sentidos, el régimen de deuda soberana vigente no es convincente. Así que surgen varias preguntas: ¿Cómo sería un régimen de deuda soberana diferente? ¿Cuáles son las buenas políticas? ¿Cuáles son las instituciones adecuadas para manejar los préstamos y empréstitos soberanos? ¿Y qué conviene hacer cuando los países están al borde del default? ¿Por qué podríamos reemplazar el statu quo?
Una forma de abordar este problema es aplicar lo que se conoce como el “modelo de objeción” (complaint model)1. Este modelo fue propuesto originalmente por contractualistas como Tim Scanlon como una teoría moral de lo justo (right) y lo injusto (wrong)2, y creo que puede aplicarse a un contexto en el que lo que importa es la concepción práctica de las instituciones, como por ejemplo el ámbito de la gobernanza financiera internacional. Desde esta perspectiva, la cuestión no es qué configuración institucional generaría los mayores beneficios generales o maximizaría las posibilidades de obtener ganancias. Se trata más bien de imaginar por qué otro régimen se podría sustituir el statu quo, y la cuestión que se plantea es saber cuáles son las objeciones que los individuos podrían presentar frente al hecho de adoptar ese otro régimen o de preservar el statu quo.
Diferentes individuos se verían afectados de manera distinta si se mantuviera el statu quo o si se adoptara otro régimen para reemplazarlo. Esto podría tener un impacto en su bienestar, en lo que pueden hacer como individuos que invierten, ahorran o piden prestado dinero, o como ciudadanos de un Estado que sufre un problema de alta deuda pública, etc. Entonces, un ciudadano argentino, por un lado, podría presentar una objeción en contra del hecho de preservar el statu quo y no adoptar un régimen diferente. Por otro lado, alguien que haya invertido en un fondo especulativo y posea bonos argentinos podría presentar una objeción en contra de un sistema que facilitase la reestructuración de la deuda y fortaleciese el poder de negociación del país acreedor, es decir, en nuestro caso, Argentina.
Una vez identificadas las objeciones relevantes, la pregunta que se debe hacer es: ¿quién tiene la objeción más fuerte? Y uno debe elegir el régimen contra el cual la objeción más fuerte que se pueda hacer sea más débil que la objeción más fuerte que se pueda hacer contra cualquier otro régimen. En otras palabras, se elige la opción que es más aceptable para la persona para la que es menos aceptable3. Obtenemos la política que debería privilegiarse minimizando la objeción más fuerte que se pueda tener.
Luc Foisneau – Actualmente estamos viviendo un período de agitación social, en Francia, con el movimiento de los chalecos amarillos, pero también en muchos otros países. ¿Cómo podemos evaluar o medir la intensidad o la importancia, diría yo, de una objeción? Usted habla de “la objeción más fuerte”. Pero, ¿con qué parámetros se mide esta fuerza?
Gabriel Wollner – Para responder a su pregunta, debemos distinguir entre diferentes aspectos. El primero es: ¿cuál es exactamente la dimensión o unidad de medida utilizada para evaluar la fuerza de una objeción? Por lo general, la idea que uno podría seguir subraya la importancia de la manera en que la política institucional afecta los intereses individuales. El otro aspecto es obvio: ¿qué intereses deben considerarse relevantes? ¿Qué intereses importan? Creo que los intereses relacionados con el bienestar son importantes, junto con otros intereses, como los de las personas en tanto que agentes (agency interests).
Luc Foisneau – Estos intereses de personas en calidad de agentes (agency interests), ¿son idénticos a lo que usted denomina “intereses ligados a la autonomía” (autonomy interests)?
Gabriel Wollner – Estos últimos se refieren esencialmente a lo que uno puede hacer como individuo o como grupo, en términos de autodeterminación individual o colectiva. Podemos constatar fácilmente que una política puede tener un impacto positivo o negativo en la autonomía o bienestar de cada uno.
Luc Foisneau – Y eso es muy importante, porque a eso usted añade un tercer elemento de comparación, la justicia, mientras que la gente generalmente se enfoca exclusivamente en intereses relacionados con el bienestar. ¿Estaría de acuerdo en que uno de los atractivos de la filosofía política normativa es que es capaz de considerar una diversidad de intereses y no solo intereses relacionados con el bienestar?
Gabriel Wollner – Sí, en efecto. Creo que la justicia también importa, además de los intereses relacionados exclusivamente con el bienestar. Si uno piensa en la importancia de la justicia en la deuda soberana, por ejemplo, la cuestión que subyace es que todos tenemos interés en vivir en una sociedad justa.
Existen desacuerdos sobre lo que es exactamente una sociedad justa. Pero tomemos una posición de consenso: la teoría rawlsiana de la justicia, con su principio de diferencia que afirma que las desigualdades sólo son justas si mejoran la situación de los menos favorecidos dentro de una sociedad4. ¡Es un principio de justicia bastante ambicioso!
Las instituciones estatales pueden aplicar más o menos bien este principio de justicia. Y creo que los préstamos y empréstitos soberanos tienen una gran influencia en la capacidad del Estado para hacer cumplir un principio de justicia, no solo el principio de diferencia, sino cualquier principio de justicia. En caso de recesión económica, por ejemplo, parece importante mantener el empleo de las personas y mejorar la situación de los más necesitados sin aumentar, empero, los impuestos, porque ya estamos en una situación económica difícil. Lo que tiene que hacer el Estado es ir a los mercados financieros, pedir dinero prestado, darle un buen uso e invertirlo para poner en práctica la justicia en el contexto nacional.
Luc Foisneau – Pero, ¿qué hacer entonces, en la situación actual? El presidente Macron dijo el 10 de diciembre de 2018 que una de las soluciones era dar más dinero a las personas necesitadas. Se podría decir que cuando hace un anuncio como este, toma en consideración la dimensión de bienestar del problema. Pero, ¿realmente tiene en cuenta los otros dos elementos, a saber, la autonomía —dar más capacidad de acción (agency) a las personas— y la justicia, que parecen estar en el centro de lo que reivindican los chalecos amarillos?
Gabriel Wollner – No quiero entrar en demasiados detalles sobre la política francesa porque no sé exactamente qué dijo Macron en su discurso presidencial.
Luc Foisneau – Era solo un ejemplo para ayudarle a describir con mayor precisión la diferencia entre los tres criterios que ha mencionado y para ver cómo podríamos tener en cuenta la dimensión de autonomía o agencia. Si necesito usar mi coche para llegar a algún lugar, ¿eso también es un problema de agencia, y en qué medida?
Gabriel Wollner – Sí, eso es. La movilidad es un componente importante de la autonomía individual. Y esto puede ayudar a explicar la ira de la que surgió el movimiento francés de los chalecos amarillos. Uno podría preguntarse por qué un ligero aumento en las tasas de la gasolina o el gas era un problema tan grande. La respuesta puede radicar en que este aumento incide en los intereses que están vinculados a nuestra autonomía (autonomy interests). Si uno vive en el campo y necesita usar el coche para desplazarse o ir al médico, es importante que se pueda permitir usarlo.
Para distinguir mejor las dimensiones de bienestar y justicia, podríamos tomar, como un simple indicador de bienestar, el PIB, su crecimiento, etc. Esto no tiene en cuenta la manera en que se distribuye el crecimiento o el PIB entre la población. Sin embargo, la distribución plantea cuestiones de justicia. Quiero decir que uno puede tener altas tasas de crecimiento, un PIB alto, pero una distribución muy desigual entre la población, lo que plantea problemas de justicia distributiva.
Volviendo a nuestro tema inicial, el régimen actual de la deuda soberana tiene implicaciones importantes, no solo en lo que respecta a la capacidad del Estado de poner en práctica una concepción de la justicia a través de la política fiscal y el sistema tributario, sino también en relación a quién será más o menos favorecido en el contexto nacional. Y creo que estos tres factores son importantes cuando se procede a evaluar un régimen de deuda soberana desde una perspectiva moral.
La crítica de la desigualdad: Piketty y los filósofos
Luc Foisneau – Ha escrito una reseña muy interesante de Le Capital au XXIe siècle de Thomas Piketty5. ¿Podría compartir con nosotros su análisis del libro, así como por qué la economía de la desigualdad de repente ha pasado a un primer plano? Como sabemos, este no es el primer libro de Piketty. El primero no había disfrutado de una acogida tan favorable. ¿Qué ha ocurrido entretanto que pueda explicar la importancia que ocupa el tema de la desigualdad en el debate político actual?
Gabriel Wollner – Esta es quizás una de las ocasiones en que los filósofos se han adelantado a los economistas. Hay debates muy importantes en la filosofía política sobre el valor de la igualdad, o el problema de la desigualdad6. De hecho, este debate en filosofía política ya había perdido fuerza cuando, de repente, Piketty sacó su libro, que causó un gran revuelo. Pero creo que el tema del libro también explica su éxito: el aumento de la desigualdad, al menos dentro de los países de la OCDE, que analiza Piketty. El aumento de la desigualdad es un asunto importante.
Mi opinión sobre el libro —insisto, no soy economista y confío en el autor en lo que respecta a econometría e historia económica (el uso de datos fiscales históricos y técnicas econométricas avanzadas para llegar a las ideas y conclusiones de Piketty produce resultados extremadamente interesantes)— es que plantea una serie de cuestiones normativas interesantes. No solo las preguntas normativas a las que dan lugar los resultados de Piketty, sino también algunas preguntas normativas que podría ser útil plantearse antes de examinar los datos que recopila en el libro.
Piketty no es muy explícito acerca de por qué las desigualdades que diagnostica son problemáticas desde el punto de vista moral o desde el punto de vista de la justicia. Asegura diferentes cosas en diferentes ocasiones. La desigualdad socava el ideal meritocrático en que se basa el capitalismo, en la medida en que implica que la riqueza se hereda: no es como si realmente uno ganase su fortuna o la ganase a través de su trabajo. Las desigualdades diagnosticadas por Piketty, por tanto, no reflejan el ideal meritocrático. En otros pasajes parece preocuparse por la estabilidad de la sociedad. Cuando las desigualdades son demasiado grandes, las sociedades se vuelven, en consecuencia, inestables. También le preocupa el funcionamiento de las instituciones democráticas. Si hay demasiada desigualdad, ¿podemos seguir afirmando ser políticamente iguales?
La desigualdad es preocupante también por otras razones, que probablemente se puedan agregar a la lista7. Pero, dependiendo de por qué uno piensa que la desigualdad es problemática, no estoy seguro de que sus conclusiones siempre coincidan con las de Piketty. Tomemos el ejemplo del 1% más rico. Esto puede parecerle problemático si le preocupa la desigualdad desde la perspectiva de la meritocracia. Pero quizás otras desigualdades llamen más su atención si le preocupan las desigualdades por diferentes razones.
La desaparición de la clase media puede ser un problema, pero es difícil saber exactamente por qué razón. ¿Es mejor una sociedad en la que hay gente en la base de la pirámide y una clase media, en términos de igualdad, que una sociedad en la que hay muy poca gente en la cima, no hay clase media pero sí gente en un nivel más bajo? Piketty, por supuesto, parte del principio de que una sociedad en la que el 1% de la población posee la mayor parte de la riqueza y la clase media está desapareciendo es una sociedad más desigual. Pero yo creo que una vez que comenzamos a cuestionar por qué la desigualdad es problemática, es probable que veamos las cosas de otra manera.
Luc Foisneau – ¿Su postura es más acorde, por tanto, a la de Harry Frankfurt8, para quien la desigualdad al final no importa mucho ya que lo que importa es que todos tengan lo suficiente?
Gabriel Wollner – No, en absoluto. Creo que la igualdad es un valor importante y que el hecho de que hayan muchas desigualdades es problemático precisamente porque estas no son equitativas. Por lo tanto, apoyo el principio más ambicioso, a veces denominado “igualitarismo de la suerte” (luck egalitarianism), según el cual nadie debería estar mejor o peor que nadie sin que ello se deba a su culpa o a sus elecciones. Que todos tengan suficiente no es lo único que importa. Las desigualdades, incluso más allá del umbral de la suficiencia, constituyen un asunto importante, por ejemplo porque no son equitativas.
Marxismo analítico, anarquismo analítico: el problema de la agencia
Luc Foisneau – Esto me lleva a otra pregunta sobre la orientación actual de su trabajo. Una de las direcciones que está tomando su trabajo, si no me equivoco, se refiere al marxismo analítico y a Gerald Cohen, quien fue una de las figuras fundadoras de esta corriente de pensamiento. ¿Podría detallar las razones por las que este marxismo, que no es un marxismo ortodoxo, tiene mucho que decirnos hoy en día?
Gabriel Wollner – Creo que hay una razón más bien académica y una razón más bien práctica. En cuanto a los intereses académicos, creo que hay un aspecto importante del marxismo al que los marxistas analíticos no prestan suficiente atención. Trabajaron sobre la teoría de la historia de Marx, por ejemplo, y sobre la noción de explotación. Estos trabajos dieron lugar al debate en torno al igualitarismo de la suerte (luck igualitarism) que acabamos de mencionar. Muchos marxistas analíticos participaron en él.
Pero creo que hay elementos interesantes, por ejemplo, en el joven Marx y el marxismo occidental, que se asocian generalmente con la tradición de la teoría crítica, y que vale la pena volver a examinar a la luz de las herramientas de la filosofía política analítica. Estoy pensando, en particular, en las nociones de alienación y reificación. Estos temas eran importantes para el joven Marx, pero también ocupan un lugar central en una tradición que no es estrictamente marxista y que se asocia con figuras anarquistas como las de Bakunin, Kropotkin o, en Francia, Proudhon. Por alguna razón, el marxismo analítico nunca ha tomado realmente esta dirección.
El marxismo fue revisado analíticamente en los años 70, 80 y 90 del siglo xx. Pero no ha habido nada comparable al anarquismo. Por pura curiosidad académica, sería interesante leer los textos clásicos del anarquismo y ver si contienen ideas convincentes que pudieran ser desarrolladas por la filosofía política contemporánea tan sistemáticamente como lo han sido otras por el marxismo analítico.
Luc Foisneau – Estamos llegando al final de nuestra entrevista. Si tuviera que elegir un solo concepto de los desarrollados por Proudhon, Kropotkin y otros pensadores anarquistas, ¿cuál sería? ¿Dónde comenzaría este programa? ¿Cuál sería el primer concepto central que le gustaría abordar de forma analítica?
Gabriel Wollner – Creo que un concepto importante y al mismo tiempo capaz de nutrir una concepción políticamente interesante del socialismo es el concepto de agencia, o de agencia política, de agencia libre y racional9. ¿Qué significa, para los individuos, actuar por las razones que tienen? ¿Actuar de forma racional y autónoma? ¿Y cuáles son las instituciones sociales que permiten a los individuos actuar como agentes libres y racionales?
Desde este punto de vista, se puede desarrollar, en mi opinión, una crítica interesante y prometedora del capitalismo. Las instituciones del capitalismo hacen imposible una acción colectiva libre y racional. El concepto de agencia también puede guiar la reflexión acerca de por qué podrían ser reemplazadas las instituciones del capitalismo. ¿Cómo deberíamos organizar nuestra economía y nuestra vida política para permitir que los individuos actúen de manera libre y racional?
Creo que es importante que actuemos colectivamente de una manera que garantice las condiciones para una agencia individual libre y racional. ¿Cómo serían estas instituciones? ¿Serían compatibles con los mercados? ¿Con la propiedad privada de los medios de producción? ¿Con las instituciones estatales como las conocemos hoy? El anarquismo vuelve a entrar en escena. Creo que el hecho de abordar el caso de la agencia abre una perspectiva interesante.
John Roemer publicó un artículo en Philosophy & Public Affairs en el que defiende que la idea de socialismo debe ser revisada10. Históricamente, los marxistas o socialistas se preocuparon por la explotación y su eliminación. Roemer cree que esto es un error y que, en cambio, debemos buscar una igualdad radical de oportunidades. Por eso dice que el programa del socialismo debería consistir en la igualdad de oportunidades radical y socialista.
Creo que una tercera concepción del socialismo es interesante: el socialismo de la agencia libre y racional.
Luc Foisneau – Mi última pregunta se refiere a su labor como profesor. Usted impartió clases en Berlín. Ahora está en Bayreuth. ¿Podría decirnos cómo cree que la educación superior, por ejemplo, en su nueva universidad o en la Universidad Humboldt de Berlín, podría fomentar la capacidad de acción de los estudiantes? ¿Qué podríamos hacer como profesores de filosofía para promover la agencia libre y racional de nuestros estudiantes?
Gabriel Wollner – Creo que tenemos que distinguir entre diferentes niveles. Tenemos en primer lugar lo que ocurre en el aula. ¿Cómo interactúa el profesor con sus alumnos? ¿Qué herramientas utiliza cuando enseña? ¿Consigue llamar la atención de sus estudiantes?
La filosofía es una disciplina muy curiosa, porque a veces los estudiantes que están apenas en primer año formulan muy buenos argumentos que contradicen las posiciones del profesor, obligándole a admitir que las cosas no son como las imagina. En este sentido, estudiar o enseñar filosofía es una experiencia prometedora para el futuro de la profesión.
Otra pregunta es: ¿qué está enseñando exactamente el profesor? ¿Qué temas pertenecen a un curso de filosofía política? Debemos prestar atención a las preocupaciones de los estudiantes y no contentarnos simplemente con enseñar los clásicos. Por supuesto que hay que enseñar los clásicos, pero quizás también haya otros enfoques u otras cuestiones que respondan más a las inquietudes de los alumnos.
Notes
1
Complaint model es originalmente una expresión de Parfit. Ver Derek Parfit, Equality or Priority? The Lindley Lecture, Lawrence: University of Kansas, 1991. Scanlon aclara la brecha entre este modelo y su propia teoría contractualista en T. M. Scanlon, What We Owe to Each Other, Cambridge (MA): Harvard University Press, 1998, pp. 229-231 (NdT al francés).
2
T. M. Scanlon, What We Owe to Each Other, Cambridge (MA): Harvard University Press, 1998.
3
Rahul Kumar, “Risking and Wronging”, Philosophy and Public Affairs, vol. 43, n° 1, 2015, pp. 27-51, p. 31.
4
John Rawls, Théorie de la justice, trad. fr. Catherine Audard, París: Seuil, 1987, pp. 106-112.
5
Thomas Piketty, Le Capital au XXIe siècle, París: Seuil, 2013. Ver Gabriel Wollner, “Review of Thomas Piketty, Capital in the Twenty-First Century”, Economics and Philosophy, vol. 31, n° 2, 2015, pp. 327-334.
6
Ver Ronald Dworkin, “What is Equality? Part I: Equality of Welfare”, Philosophy & Public Affairs, vol. 10, n° 3, 1981, pp. 185-246, y “What is Equality? Part II: Equality of Resources”, Philosophy & Public Affairs, vol. 10, n° 4, 1981, pp. 283-345. Estos dos artículos se retoman en Sovereign Virtue (Cambridge, MA: Harvard University Press, 2000), pp. 11-64 y 65-119, respectivamente. Ver asimismo G. A. Cohen, “On the Currency of Egalitarian Justice”, Ethics, vol. 99, n° 4, 1989, pp. 906-944; Elizabeth Anderson, “What is the Point of Equality?”, Ethics, vol. 109, n° 2, 1999, pp. 287-337; y Larry S. Temkin, Inequality, New York: Oxford University Press, 1993.
7
Algunas de estas razones se examinan en T. M. Scanlon, Why Does Inequality Matter?, Oxford: Oxford University Press, 2018.
8
Ver, por ejemplo, Harry Frankfurt, “Equality as a Moral Ideal”, Ethics, vol. 98, n° 1, 1987, pp. 21-43.
9
Ver Gabriel Wollner, “Socialist Action”, Philosophical Topics, vol. 49, n° 1, 2021.
10
John E. Roemer, “Socialism Revised”, Philosophy & Public Affairs, vol. 45, n° 3, 2017, pp. 261-315.