Artigas en Paraguay de Pablo Serrano [español], sin firma.
Carbonilla sobre papel 30 x 36 cm, Circa 1950.
Procedencia: donación del Ing. Jorge Masenés, 2003 MHN de Uruguay.
Carpeta de Inventario N. 4026.
Geometrías del uso del pasado
José Artigas nació en Montevideo en 1764, tan hijo del patriciado como de los burócratas de la administración borbónica en sus últimas décadas de presencia en el Río de la Plata1. Múltiples documentos lo muestran en una doble actividad, la vida rural con su ardua sociabilidad y la milicia de gobierno bajo diversas formas, en especial en la frontera con el imperio de Portugal en Brasil. La revolución del mayo de 1810 lo encontró en Colonia del Sacramento, desde donde fugó a Buenos Aires para ponerse a su servicio, a fin de llevar “la libertad hasta los muros de Montevideo”. Abrazó la causa de la revolución, que en su caso devino independentista respecto a la Corona, republicana y confederal en su propuesta institucional; alcanzó a dominar militarmente su provincia Oriental y hacia 1815 logró una fugaz influencia en las demás provincias también enfrentadas a Buenos Aires, la capital del disgregado y reciente Virreinato del Rio de la Plata. La discordia y la guerra a dos frentes contra portugueses y porteños, más la derrota a manos de sus colaboradores/lugartenientes, caudillos federales de Entre Ríos y Santa Fe, lo empujaron finalmente a internarse en el Paraguay y concretar allí un imperturbable silencio de treinta años, hasta su muerte en 1850. Su memoria sería rescatada de la ignominia para ponerla al servicio de una narrativa nacional, republicana y estatal, tres décadas más tarde y no sin controversias, a la postre apagadas2.
El artiguismo como orientación política y de políticas, y como derivación interpretativa hecha desde la política y desde la investigación histórica, completan las posibilidades analíticas capaces de dar cuenta del complejo fenómeno del uso político del pasado. Una vez más Artigas ha vuelto, lo han traído de la mano, entre otros, quienes revisan la historia a partir de una idea de decadencia respecto a un “orden originario” disgregado, desatada desde su derrota en 1820; lo usan nuevamente, a izquierda y derecha del espectro político, quienes pretenden mostrar en él, o en su proyecto, una original pretensión social consagrada por encima de la política; social, también, como equivalente a popular y como antagónico a lo partidario-faccioso, como equivalente a nacional en tanto sea allí, en la sociedad pensada como unidad orgánica, donde ha de echar sus raíces la nación.
Intentaremos un acercamiento a los usos contemporáneos de Artigas y el artiguismo, sobre todo aunque no exclusivamente desde la experiencia uruguaya. El fenómeno ofrece una notable complejidad si el recorte que proponemos procura atenerse a una premisa conceptual y metodológica: una reconstrucción del uso del pasado debe circular, en principio, dentro de un perímetro trazado por “hechos históricos”, historiografías y prácticas retóricas de la política. Los medios de comunicación trazan, a veces, una línea perpendicular a éstas, ya para desafiarlas, sacarlas de su cauce y obligarlas a encontrar un lenguaje. La primacía entre estas dimensiones es cambiante y en todo caso también ella histórica.
Estudios sobre la fisonomia de Artigas
Carbonillas sobre papel de José Luis Zorrilla de San Martín, 1941-1942.
Montevideo, MHN, Colección particular.
De las praderas al panteón
El artiguismo como orientación política y doctrinaria reconocible se concreta más tarde que su producción. En su tiempo fueron los denominados artigueños, versión despectiva de unos seguidores formados en círculos letrados e iletrados, de milicias, curas y publicistas, de negociadores a menudo intransigentes y de soldados nucleados por caudillos de pago. Esa morfología social y política daba cuenta más o menos adecuada de un esquema doctrinario que si bien era ilustrado en su versión más tardía, tenía puentes firmes con el soberanismo de los teólogos escolásticos Francisco de Vitoria (1483, Burgos) y Francisco Suárez (1548, Granada) y con el catolicismo franciscano que moldeó al caudillo en sus años de formación. Con tales vectores, colocados en su limitado alcance cuando se desató la lucha militar y política en la región platense y también reformulados en la marcha, Artigas condujo cuanto pudo un movimiento republicano cuando todavía la monarquía sembraba expectativas en las elites, independentista respecto a una España “restaurada”, integracionista (el vocablo es actual) con las demás provincias siempre que no amenazaran la independencia oriental, de la Banda Oriental, fundada en claves geopolíticas.
En tanto que gobernante efectivo, más allá de la guerra que consumió casi todos los recursos materiales y humanos, Artigas se respaldó en elite mínima, en una base social rural más amplia, de propietarios y arrendatarios partidarios de la revolución y de miles de personas a las que la guerra y la revolución venía dejando desguarnecidas. Los que, como escribía La Gaceta y recuerda Tulio Halperin, nada tenían para perder y podían amenazar también el orden social3. El programa artiguista tuvo entonces ribetes radicales:
- distribución de tierras habidas en la colonia por quienes aun siendo pobladores/colonizadores luego devinieron “malos europeos y peores americanos” contrarios a la revolución;
- regulación comercial fuertemente proteccionista para el conjunto de las Provincias Unidas, resuelta con el propósito de dar incentivo a un mercado regional en los tiempos de transición hacia el libre comercio global liderado por Gran Bretaña;
- organización republicana montada idealmente sobre la “soberanía particular de los pueblos” y proyectada en un molde regional confederativo;
- talante popular de sus seguidores, en un amplio arco de oficios y funciones rurales y urbanas, a creciente distancia del mundo patricio al que el Jefe pertenecía en su origen.
Casi nada de esto quedó en pie. La intransigencia política de Artigas, la precariedad de sus alianzas militares adentro y afuera de la Provincia, la debilidad logística y material ante una arrasadora invasión portuguesa descargada en 1816, dieron paso a una guerra de exterminio del artiguismo en la Provincia Oriental y al abandono de los restantes caudillos federales que hasta entonces lo habían acompañado a distancia. En 1820 se consagró una escisión trágica para Artigas: el federalismo (lo que esto fuera como propósito y dominio) lograba su meta en la mismísima Buenos Aires, mientras el Jefe de los Orientales ingresaba en el Paraguay, perseguido, abandonado, preso primero por el temeroso Supremo, Gaspar Rodríguez de Francia y apaciblemente exiliado después, hasta su muerte en setiembre de 1850. Con alguna excepción (los partidarios blancos de El Cerrito, durante la Guerra Grande 1839-1852, lo llevaron a su precario nomenclátor de la Villa Restauración; poco más tarde Tomás Diago dio comienzo al larguísimo itinerario de su elevación monumental), Artigas fue confinado al ocultamiento, entregado al olvido conveniente, ignorado para la naciente y agitada república uruguaya. El estudio de Carlos M. Ramírez publicado tan avanzado el siglo como en 1884, fue escrito en clave polémica con el argentino - uruguayo Francisco Berra y con las publicaciones del periódico porteño Sud América y marcaría desde entonces el inicio neto de una reivindicación. Nacido en 1848 en Río Grande del Sur, Brasil, varias veces exilado por razones políticas, Ramírez habría de encontrar varios modos integrarse a la república uruguaya: la vida académica y universitaria, el periodismo militante, la participación en las luchas políticas -generalmente alineado contra los partidos tradicionales blanco y colorado- y la reivindicación de Artigas “precursor de la Nacionalidad Oriental”4. Cual analogía de nacionalismo y nación, el artiguismo dio nacimiento a Artigas; igual que con la nación, el Estado tuvo entonces un papel crucial en tanto lo integró al proyecto pedagógico de su consolidación. Sus apoyos eran precarios, los documentos pocos y sesgados, devueltos a la historia de Belgrano escrita por Mitre en 1857, o recopilados por Andrés Lamas y Clemente Fregeiro. De todos modos, la estilización mostró un formidable éxito que penetró en las escuelas y en la cultura popular, sedujo a las elites y mantuvo una función congregante en una sociedad acotada y definida más tarde como “de cercanías”. El artiguismo como reconstrucción cultural de Artigas limó las asperezas del personaje, trocó derrotas por victorias en la soledad, dotó a los hechos de una épica señalada por hitos nominados según un linaje clásico: el Éxodo, La Liga Federal, Las Instrucciones del Año XIII, la Oración Inaugural… la Revolución, incluso.
Portada del Curso de Historia Patria del Hermano Damasceno HD, 1942.
Artigas en el Hervidero. Manual de uso escolar.
Foto de JR, 2021
Celebraciones, revisiones, usos
Cien años más tarde de la muerte de Artigas en 1850, Uruguay y Argentina mostraban al mundo un desempeño económico y social descollante, al menos medido en el corto plazo. Sus caminos políticos e institucionales divergían bastante como para perfilarse netamente distintos no obstante compartir – Argentina parcialmente, por ser un territorio incomparable - una trama cultural común. Artigas y San Martín fueron convocados a los fastos celebratorios, con Luis Batlle presidente en Uruguay y Juan D. Perón en Argentina, entonces “vecinos en discordia” 5. Medio siglo después, luego de encuentros y desencuentros de difícil resumen aquí, dos presidentes “progresistas”, Tabaré Vázquez y Néstor Kirchner, profundizaron una diferencia por el uso y cuidado ambiental del Rio Uruguay que tuvo a los puentes binacionales cerrados por largo tiempo, a iniciativa de militantes argentinos apoyados por su presidente. Corrían también los tiempos del Bicentenario de la Revolución, que Argentina celebró en 2010 y Uruguay en 2011, como si el desfasaje cronológico expresara en forma simbólica los alcances de una historia compleja y conflictiva. Ello no privó a muchos militantes, dirigentes y escritores, en continuidad con algunas perspectivas de revisionismo histórico, de recuperar a Artigas como asunto propio. Debe decirse, con todo, que no era ése un movimiento de última hora sino más bien tradicional: luego de la secuencia antiartiguista trazada por los argentinos Vicente F. López y Bartolomé Mitre, un primer revisionismo argentino de fines del siglo xix y comienzos del xx recuperó el rosismo6 (hasta la década del treinta, cuando la vindicación resonaba mejor en círculos del nacionalismo conservador), estudió el caudillismo y los federales del interior y reservó atención a Artigas, Jefe de los Orientales. El segundo revisionismo fue más político y militante que estrictamente historiográfico, echó raíces en la derecha y en la izquierda, siempre desde una base nacionalista7.
En Uruguay, la historiografía académica y profesional no estuvo exonerada de la exigencia nacional estatal. Desde la política, el laicismo cívico y anticlerical entronizado en la república por el reformismo batllista (1903-1933, una versión anticipada en América del radicalismo francés y el liberalismo georgiano inglés), encontrará en Artigas la pieza más funcional a su pedagogía de la distinción uruguaya: limado en sus aristas conflictivas, jefe de la independencia, tribuno republicano, ideólogo y práctico de la Ilustración, vástago en el sur de los “padres fundadores” del norte, uruguayo al fin y al cabo, sin nexos significativos o perdurables en la región. En 1923, inicio de un momento cumbre de la euforia del primer Centenario uruguayo, un Artigas en bronce hecho por el italiano Angelo Zanelli fue llevado a la Plaza Independencia de Montevideo, la más importante del país8.
Artigas, estatua ecuestre de Angelo Zanelli, (Italia 1879-1942).
Preparación de su instalación en Montevideo, 1923.
[en linea]
Esta base cultural y política sirvió de marco no siempre apacible para los emprendimientos historiográficos, ya fueran documentales o descriptivos, e interpretativos del artiguismo. Antes de 1950, con recursos institucionales y materiales y gran prodigación intelectual, la empresa artiguista se afirmó con dos brazos ejecutores potentes, desiguales y a la vez en silencioso conflicto recíproco. Por un lado el Archivo Artigas, creado por ley en 1944, iniciativa del político e intelectual blanco Gustavo Gallinal, finalmente comandado en la práctica y durante décadas por el historiador Juan Pivel Devoto. Por otro, el Instituto de Investigaciones Históricas de la Facultad de Humanidades y Ciencias, fundada en 1945 y que tendría al argentino Emilio Ravignani a su frente como director ad honorem, luego de su destitución en 1947 por razones políticas en el Instituto homónimo de Buenos Aires. Su labor fue más amplia y diversa que la destinada a la temática artiguista, a la que hizo sin embargo importantes contribuciones documentales9.
Esta acumulación tiene su vuelta de tuerca a mediados de los años ‘60, nuevo hito del calendario artiguista dado el nacimiento del prócer en 1764, cuando era ya notorio que buena parte de los historiadores académicos y las instituciones a las que pertenecían se ubicaban a la izquierda del espectro político. Enfoques sociologizantes, más o menos marcados por el marxismo y el estructuralismo, o influidos por el revisionismo de izquierda argentino, aportaron una nueva y variopinta reconstrucción histórica del artiguismo, ya para poner en evidencia unas “bases” sociales y económicas del “proyecto”, los pesos relativos de la cuestión de la propiedad de la tierra y su función, las formas de agregación y congregación política, las modalidades de liderazgo caudillesco, por señalar algunos de los tópicos más recorridos entonces, en tiempos de la Guerra Fría. Una especial fortuna encontró poco más tarde la formulación que hizo José P. Barrán cuando refería al prócer como un conductor-conducido10, equilibrada fórmula que ponía al caudillo lejos de una perspectiva mesiánica de los individuos, ajena entonces a la tradición de la izquierda y cerca, en cambio, de un cierto talante asambleario del liderazgo. A su vez, la ensayística de aquellos años sesenta, de la llamada “generación crítica” identificada con una literatura de la declinación, vinculaba la trayectoria de Artigas a la de un proyecto político finalmente frustrado, una historia a reparar o vengar en otras coordenadas por venir y que repicaba sobre la cuestión nacional, asunto que asaltaba recurrentemente a los intelectuales cuando se proponían entender la crisis del Uruguay clásico. Alberto Methol Ferré, escritor influyente en círculos de propensión radical y admirador de Juan D. Perón, lo decía en estos términos que abrevio con premura: el Uruguay insular e insípido es el fracaso de Artigas; desde los años ‘50 había agotado su versión ensimismada, y su recuperación o su “trascendencia” sólo sería posible en tanto el país fuera capaz de cumplir una función de nexo en la región, entre los dos grandes, Argentina y Brasil11.
La izquierda guerrillera, en especial los tupamaros nacidos a comienzos de los años sesenta, influidos mucho más por el ensayismo que por la investigación académica, adoptaron a José Artigas como inspiración directa de sus propósitos, destinados a organizar la lucha armada. “Nuestra tarea como revolucionarios debe ser, en esta etapa de la lucha llevar cabalmente hasta el final la tarea histórica que nos legó el Artiguismo. Para ello debemos levantar al verdadero Artigas, el revolucionario, el conductor de pueblos. Nuestro pueblo debe conocerlo tal cual es, y no como nos lo han enseñado desde siempre”. Más adelante, el documento, destinado a la formación política de jóvenes aspirantes a guerrilleros pero luego a un público más amplio dentro de las izquierdas disputadas, se preguntaba: “¿En qué nos parecemos los Tupamaros a Artigas y los revolucionarios que lo secundaron?” La pregunta se justificaba, entendían, por cuanto “las condiciones objetivamente revolucionarias estaban dadas tanto en 1808 como en 1961”. Desde allí, el registro de parecidos y coincidencias era presentado con cierta amplitud y simplificación: “luchamos” contra el “enemigo principal, el imperialismo”, “estamos dentro de las clases desposeídas de nuestra época”, “tomamos enseñanza de las grandes revoluciones pero no calcamos sus esquemas”, etcétera12.
Los demás partidos marxistas, cada uno a su manera y conveniencia, se encontraron con el artiguismo e hicieron gala de familiaridad y continuidad. El Partido Comunista (que contaba con historiadores profesionales de notable versación y nivel académico) había resuelto ya en la década anterior aprovechar a ese Artigas social y político para asociarlo a su propio proceso de nacionalización, luego de la servidumbre estalinista. Algo similar, aunque netamente vinculado al revisionismo histórico argentino, que ciertamente no despertaba afinidad con los comunistas, fue la empresa intelectual y política que hicieron los socialistas a partir del liderazgo marxista que sobre el partido ejerció Vivián Trías. En 1971, cuando se fundó la coalición de izquierda Frente Amplio, Artigas fue especialmente apropiado para la retórica y la simbología de la nueva fuerza. Ni colorado ni blanco, los dos partidos históricos del Uruguay, la coalición de centro izquierda (democristianos, comunistas, independientes, socialistas y sectores desvinculados de las formaciones mayores) adoptó la bandera y los colores artiguistas y se presentó como la heredera de una tradición escamoteada a lo largo de la historia. Puso a un general (como Artigas) a su frente, que en sus discursos de campaña solía comenzar con la evocación precisa de los hitos del ciclo artiguista: “Artigas es nuestro”, decía el general Líber Seregni13.
Artigas en el billete de 100 pesos, 1960-1969
Pero el Padre Nuestro Artigas también fue pasado útil para la derecha política. La quiebra institucional que se produjo con el golpe de Estado militar del 27 de junio de 1973, precedida por una grave crisis social y política, encontró en Artigas una fuerte inspiración retórica, no exenta de ribetes contradictorios. Los golpistas recuperaron el perfil militar del prócer14, en desmedro del revolucionario, el reformador, el federalista, y a favor del fundador de la nacionalidad oriental asediada entonces por el “comunismo internacional”. Fue un Artigas sencillo, rural, parco, conductor por encima de banderías y facciones. El frenesí artiguista del régimen llegó a su punto cenital cuando en junio de 1977 sus restos fueron llevados a un Mausoleo ubicado en la plaza Independencia, debajo de la estatua ecuestre del lombardo Angelo Zanelli, levantada medio siglo atrás. Algún festejante propuso engalanar la sala subterránea de granito pulido con “frases célebres” del prócer, pero no fue posible evitar que algunas de ellas, en su simple enunciado textual, pudieran ser leídas como una afrenta al régimen (por ejemplo: “El despotismo militar será precisamente aniquilado con trabas constitucionales que aseguren inviolable la soberanía de los pueblos”, 1813, Instrucción No 18).
Luego de la dictadura y especialmente desde el inicio del nuevo siglo, cerca ya del Bicentenario, una historiografía uruguaya que hundía raíces en la tradición académica era capaz de dar cuenta de dimensiones nuevas o escasamente exploradas hasta entonces, por sus vínculos temáticos y heurísticos con la historiografía argentina, con los estudios sobre la Ilustración en el Río de la Plata, la reinterpretación de la cuestión de la soberanía a partir de la crisis ibérica, de los desarrollos prometedores de la historia conceptual y el estudio de la política y lo político desde las prácticas y discursos15. Si tales desarrollos encontraron el cauce académico y profesional más global de los alcanzados hasta entonces por la historiografía uruguaya sobre el tema, tal vez por ello dejaron de impactar de un modo directo en los procesos de apropiación y uso político, desde la política. El Artigas del Bicentenario uruguayo fue definitivamente más académico, con un objeto más “frío”, en el sentido que dio a la expresión François Furet respecto de la Revolución Francesa (siguiendo a Levi Strauss)16, y más allá del esfuerzo de difusión y comunicación que hizo la comunidad de historiadores ante quien lo requiriera entonces.
Síntesis cultural y a la postre libresca de ese proceso fue Un simple ciudadano, José Artigas17, muestra iconográfica que el Museo Histórico Nacional organizó “para celebrar el Bicentenario del proceso de Emancipación Oriental”. Según la Ley No 18.677, se había definido para el período 2010 a 2015 “la realización de actividades de conmemoración y celebración de los principales hechos históricos del proceso revolucionario e independentista, en la etapa comprendida entre 1810, inicio de la Revolución en el Río de la Plata, y 1815, año de la mayor expansión del proyecto impulsado por José Artigas en la Provincia Oriental y en el Sistema de los Pueblos Libres”. A tales aniversarios habría de sumarse en 2014, subrayando el papel central de su figura, el 250 aniversario del nacimiento de Artigas. Tanto la exposición iconográfica como los análisis que ofrecía el libro colocaban al Museo como la institución que debía “acompañar a las generaciones que se suceden en la forja de una ciudadanía plena. Ello requiere asumir con una mirada de cada tiempo la historia de la tierra y de su gente”. Obra serena y sobria, El ciudadano Artigas fue publicada a tiempo por el Museo Histórico Nacional. El presidente de la República, José Mujica, que había sido tupamaro entre los años ‘60 y mediados de los ‘90, puso la firma a un breve prólogo alineado con la visión canónica a la altura del nuevo siglo, recostada sobre la interpretación de Artigas como caudillo republicano e igualitario.
Los usos recientes
Más allá de las normas legales aprobadas especialmente, las celebraciones del Bicentenario de la revolución habían mostrado un leve desplazamiento cronológico, pleno de interés para nuestro tema: 1810, Mayo, en Argentina; 1811, Artigas, en Uruguay. Cada “pueblo” tuvo su fiesta y fue en su fiesta, mientras que los conflictos políticos entre los Estados echaban por tierra la hipótesis de que una presunta afinidad “progresista” de sus gobiernos saneara las relaciones diplomáticas entre los vecinos, severamente lastimadas por el conflicto del Río Uruguay. Ante el bloqueo de los puentes y ciertos movimientos en la frontera interpretados como provocación, el presidente uruguayo Tabaré Vázquez había considerado discretamente la posibilidad de recurrir a la ayuda de los Estados Unidos; de ese modo, volvía a colocar en el escenario diplomático una presencia foránea que la tradición peronista conocía bien (aunque no sabemos si la tenía entonces muy presente) y que había cobrado entidad material a comienzos de los años cincuenta. El sucesor de Vázquez, José Mujica, puso especial empeño en la recuperación de los vínculos con Argentina, y logró finalmente que el gobierno de Cristina Fernández respaldara el levantamiento del bloqueo de los puentes binacionales. Las relaciones parecieron tomar un rumbo de mayor acuerdo y, más allá de recelos permanentes, fue la base de acciones diplomáticas conjuntas de envergadura, tales como la expulsión de Paraguay del Mercosur y la admisión en el bloque de la República Bolivariana de Venezuela.
A esa altura de las cosas, Artigas y el artiguismo resonaban con alguna fuerza en Argentina, especialmente en regiones mesopotámicas del interior del país. Libros, folletos, ciclos de charlas y conferencias, actos de militancia de algunos intelectuales y periodistas, en sintonía con varios tópicos del revisionismo, “devolvieron” al caudillo oriental al olvidado marco de pertenencia originaria. Desde el gobierno nacional, también Artigas servía de piedra de toque para una retórica que enunciaba un vínculo directo y cercano con “las provincias”, que hallaba en él un punto de partida para articular una recurrente narrativa de la nación. Si una expresión de tal alcance pudiera registrarse aquí, la de Cristina Fernández de Kirchner el 25 de junio de 201318 era elocuente muestra de uso político del pasado que incluía, además, insinuaciones de autocrítica porteña, de reencuentro entre Buenos Aires y el interior. En un discurso de 40 minutos ofrecido en ocasión de los doscientos años de la ciudad de Paraná, provincia de Entre Ríos, ante un enorme auditorio presente en la Plaza, la presidente se refirió a Manuel Belgrano y luego a Artigas: “Esta bandera de Entre Ríos cruzada por esa franja roja que es el símbolo de Artigas, vivo en la tierra entrerriana, ¡que quiso ser argentino y no lo dejamos, carajo!”. La alusión refería al rechazo de los representantes orientales por la Asamblea Constituyente de Buenos Aires, en 1813, y si se la observa en perspectiva muestra un carácter bifronte de notable interés: evocada por Fernández, traducía la idea de una oportunidad perdida, de una historia más pertinente a recuperar, mientras que en Uruguay aquel hecho concreto -“el rechazo de los diputados orientales por Buenos Aires”, mencionado así por siempre en los manuales de historia- no hacía más que confirmar un mandato independentista del país, primero respecto a Buenos Aires pero más tarde al hinterland que fue quedando bajo su dominio, las Provincias Unidas.
Más adelante en el discurso, la presidente recorrió los tópicos del desarrollo nacional e industrial, de las causas populares y de la democracia de partidos. La secuencia narrativa que desgranaba esa noche invernal contenía un desenlace histórico: en los eslabones mencionó al Partido Radical como “partido histórico”, la expansión del sufragio, la asimilación social y política de la inmigración, el aporte del anarquismo, la experiencia del peronismo y “luego nosotros en el 2003 […] con la reparación de los Derechos Humanos, una suma con un solo resultado, una gran nación”. Para Cristina Fernández de Kirchner aquel momento era augural y prometeico: “el presente está en condiciones de enterrar una idea del pasado, “la historia oficial”19.
Más recientemente, con el peronismo de vuelta en el gobierno, cobró notoriedad un movimiento de ocupación o toma de tierras. El asunto tiene larga data pero, en el marco de la pandemia Covid 19, encontró oportunidades para su profundización y amplificación en los medios de comunicación. Así, pueden registrarse los casos del campo “de los Etchevehere” en Entre Ríos, del predio de la localidad de Guernica en Buenos Aires o el terreno de 600 hectáreas en El Foyel en Río Negro20. Uno de los animadores del movimiento es Juan Grabois, abogado, dirigente del Frente de Todos que elaboró un plan denominado San Martín (empleo, relocalización, integración urbana, agroecología familiar) y que reiteradamente ha invocado como antecedente directo de sus acciones a José Artigas y su política agraria, resumida en su “Reglamento para el fomento de la campaña y la seguridad de los hacendados”, aprobado en setiembre de 1815. Además de colocarse como continuidad del artiguismo, Grabois expresa algunas orientaciones del Papa Francisco referidas a la tradicional objeción católica respecto al carácter absoluto de la propiedad y a las más recientes referencias a la sustentabilidad ambiental (digamos de paso que el cardenal Bergoglio había sido un vínculo fuerte del mencionado Methol Ferré).
En la presentación del Proyecto Artigas puede leerse:
“Estamos viviendo una profunda crisis social y una profunda crisis ambiental. El desmonte, el uso de agrotóxicos, la contaminación de agua y suelos, el extractivismo, están destruyendo nuestra Casa Común. Al mismo tiempo, la economía descarta y expulsa de la Casa a sus hijos e hijas más vulnerables, negándoles su derecho a la tierra, el techo y el trabajo. Nos interpela la pregunta ¿qué mundo estamos construyendo? ¿qué mundo queremos dejarle a las generaciones futuras?
En América latina tenemos algunas derivaciones particulares de esta situación global. Somos el continente más desigual y a veces parece que nuestro destino es ser un reservorio de materias primas para los países capitalistas desarrollados. En este contexto, las ideas de algunos de los próceres del pasado están más vigentes que nunca. Uno de ellos, José Gervasio Artigas, el cerebro de un proyecto federal, popular y latinoamericanista para las Provincias Unidas del Río de la Plata que se enfrentó a las élites del unitarismo porteño y poderes extranjeros. Como consecuencia, su innovador pensamiento fue silenciado durante toda la historia, especialmente sus ideas sobre la tierra y la agricultura21.”
En un descargo posterior, el Dr. Juan Grabois reafirmaba:
“La Argentina carga el peso de 120 años de hegemonía oligárquica, con algunos breves momentos de avances en términos de justicia social. No vamos a salir de este pozo sin reformas estructurales. Por eso, seguimos levantando las banderas de Artigas: Patria Grande y Reforma Agraria. Llamamos a los pobres y sus organizaciones, a la juventud que lucha, a la militancia ambiental y a la militancia consecuente del campo popular a no bajar nunca las banderas de soberanía política, independencia económica y justicia social; a luchar con las manos, la cabeza y el corazón por tierra, techo y trabajo22.”
El Uruguay más o menos contemporáneo a estas circunstancias argentinas vivió una nueva apropiación política de Artigas y el artiguismo, esta vez desde la derecha del espectro ideológico y partidario. El proceso es muy reciente como para ser observado con perspectiva histórica, pero el movimiento político al que refiero, Cabildo Abierto, tuvo un sorpresivo y bastante exitoso desempeño electoral en 2019, llegando a alcanzar casi los guarismos del histórico y debilitado Partido Colorado y una presencia decisiva en el nuevo gobierno de coalición que desalojó al Frente Amplio del Ejecutivo, luego de tres mandatos consecutivos. Su líder es el Gral. Guido Manini Ríos, que había sido comandante del ejército durante el gobierno frenteamplista de Tabaré Vázquez.
Si se sigue con atención su prédica, Cabildo Abierto se define nacionalista, regionalista, partidario de la integración latinoamericana. Y, más atrás, se inspira en legados no del todo compatibles pero en absoluto irreconciliables del hispanismo de base católica y en el idealismo americanista de José Enrique Rodó. En un plano de menor abstracción, un tópico igualmente importante de su autodefinición refiere a la crítica de la globalización, interpretada como un entramado conspirativo por el que sucumben los estados nacionales condenados al aislamiento respecto del juego entre grandes potencias. Según estas ideas, la globalización capitalista avasalla mercados y tradiciones, hace caso omiso a los riesgos ambientales y a los rigores de la usura, se concreta en una sangría de recursos naturales, económicos y financieros. La globalización impone una agenda a través de burocracias internacionales y determina una impostura que distorsiona “los reales problemas de la gente”. No es fácil, prima facie, identificar algunas de estas posturas con la derecha clásica, y menos todavía con la ultraderecha. Es más o menos sabido que quienes niegan la vigencia y a veces la existencia histórica del eje izquierda-derecha se sitúan a la derecha del espectro ideológico. De todos modos, el pasado militar de sus dirigentes y el énfasis de algunos reclamos de la agenda conservadora no lo ponen en el campo neto de la derecha, toda vez que balancean o se balancean en sus postulados echando mano al arsenal ideológico proveniente de la tradición de las izquierdas. O, para decirlo en otros términos, sus definiciones no se alejan demasiado de otras levantadas desde las izquierdas, también contrarias a la “globalización capitalista” o a los denominados procesos de “extranjerización de la propiedad de la tierra”. En este último caso, el general Manini ha asegurado la eventualidad de que su partido apoye en el Parlamento un proyecto presentado en tal sentido por el Frente Amplio23.
En el caso de Cabildo Abierto, el recurso a la historia es una expresión bastante clara del propósito de limpiar el terreno de las identificaciones clásicas y buscar un punto en el tiempo pasado, depurado y capaz de servir de partida y acumulación. En ese contexto conceptual, Cabildo cultiva un imaginario que pretende basado en el pasado artiguista, en una interpretación excluyente de la trayectoria del prócer de la revolución y la independencia. Desde un núcleo denominado Movimiento Social Artiguista, fundado en noviembre de 2018, invoca un pasado lejano que le permite hablar del presente y escapar de algunos compromisos incómodos con el pasado reciente de la dictadura: “A partir del ideario artiguista se define una concepción del hombre, una concepción de la economía social y una concepción de la vida en comunidad”24.
Así pues, como resumen de Uruguay puede decirse que este uso del pasado, de Artigas y del artiguismo, ha sido una constante retórica en todo movimiento político que se ha reclamado como “nuevo” en la historia del Uruguay, tanto hacia la izquierda como hacia la derecha. Lo hizo el conservador Benito Nardone en 1954-59, desde la Liga Federal de Acción Ruralista, lo hizo el Frente Amplio en 1971, cuyo liderazgo fue concedido a un general de origen batllista que se desplazó hacia la izquierda a través del artiguismo social (luego de su retiro de la presidencia del FA fundó un Centro de estudios que denominó 1815, marca cronológica del artiguismo gobernante), y lo hace ahora Cabildo Abierto (nombre que evoca el pasado hispánico y la soberanía local), a partir de un Movimiento Social Artiguista que reclama “el orden” y “la justicia”, atrás de un general del ejército ascendido a esa función durante el gobierno de izquierda y finalmente destituido por su cuestionamiento al Poder Judicial. Artigas fue y es pasado útil, ya para los que apelan a una convocatoria unanimista, no partidaria o transpartidaria25 , para los que se ofrecen a la ciudadanía con un perfil social y popular, para los nacionalistas, ya partidarios del Estado clásico uruguayo o de las identidades nacionales acosadas por la globalización. Usos múltiples: ¿será eso un “héroe nacional”26 ?
Artigas en Paraguay de Pablo Serrano [español], sin firma.
Carbonilla sobre papel 30 x 36 cm, Circa 1950.
Procedencia: donación del Ing. Jorge Masenés, 2003 MHN de Uruguay.
Carpeta de Inventario N. 4026.
El uso del pasado describe su genuina geometría, un movimiento pendular que nunca queda fijo en un punto y que, más que desplazarse sobre un plano, desarrolla un volumen lleno de significaciones y controversia. Más allá de su peripecia histórica concreta, asimilable a otras pero irreductible, “el héroe” es un momento de cristalización, algo encomiable que otros hacen con él. Artigas es fascinante como aventura constructiva, y su largo silencio de treinta años después de la derrota parece habilitar un uso pródigo a la vez que oscilante. Anima las tensiones de una sucesiva contemporaneidad: el pasado lejano con el reciente, la izquierda con la derecha, lo nacional y lo regional, lo popular con lo elitario, lo social con lo político… Pero queda abierto, disponible.
Final con un tercero
Hicimos hasta aquí un ejercicio de reconstrucción pendular, en un movimiento que no debe ocultar la circularidad de los sentidos y apropiaciones. La historiografía y la política no describen trayectorias en burbuja, se influyen recíprocamente; es un proceso desplegado por actores autónomos pero abiertos. La síntesis más prudente renuncia a atribuir autoridades supremas o inapelables en el vínculo con el pasado. Sin embargo, los debates se precipitan por un camino de torpeza y equivocidad cuando se confunden y superponen las reglas de cada oficio, las modalidades y ritmos específicos de producción de sentidos. Por un lado, la política se puede hacer con una perspectiva histórica, esto es, con capacidad de apreciar en un presente acuciante los cambios y continuidades y situarse en ellos; la historiografía, a su vez, tiene alcances políticos, desde luego, pero no ha de ser ése su punto de partida ni el control político del pasado su seña identitaria. Ambos oficios pueden compartir problemas, pero los procesos argumentativos de cada uno habrán de ser diferentes y específicos si aspiran a mantener su cauce acumulativo. La política puede llegar más lejos que la historia en el trato con el pasado, puede proponer un uso cívico que en todo caso será más virtuoso cuanto más abierto o vulnerable se ofrezca al escrutinio de la investigación histórica. Pero ésta, que bien concebida no puede ser un clavel del aire, será un eco -a menudo tardío- de la vibración de la polis y de sus demandas interesadas de esclarecimiento27.
Un tercer actor no del todo separado de los anteriores, los de la política y los de la historia, es el de la prensa y los medios de comunicación, espacios de producción y circulación de sentidos, desplegados con relativa autonomía aunque menos influyentes de lo que suele creerse en los contextos democráticos27. No es pensable el problema del uso del pasado sin este actor mediático (medios y mediaciones) que es pródigo en funciones públicas por cuanto convoca o silencia, muestra o esconde, simplifica y reelabora contenidos. Los diarios, las radios, los canales de televisión de alcance masivo, en competencia y complementación con las redes sociodigitales hoy explosivas (que han alterado nuestra noción de archivo) pueden erigirse en instancias de autorización del uso del pasado y alcanzar, incluso, una función configuradora de la agenda de asuntos que condicione fuertemente a políticos y a historiadores en el desarrollo de sus tareas en la sociedad. Otra vez en este caso, lo mejor aunque no lo habitual es entregarse a la incertidumbre de los discursos abiertos, a distancia de alistamientos cruzados. El encuentro de la historia con la política es de una naturaleza diferente para cada una de ellas, pues sus requerimientos argumentativos demandan unos saberes y prácticas específicos, escondidos en su detalle, generalmente, por la relevancia de los asuntos comunes y de interés público. El escondite -dicho esto sin malicia alguna- lo construyen los medios que producen síntesis y tratan de responder eficazmente a la demanda de comunicabilidad y de interés general, y al desarrollo de audiencias y públicos que los sostengan. Para evitar un equívoco, esta articulación de actores que presento aun como provisoria reconstrucción, no busca un resultado relativo o relativista, del tipo “cada cual con su verdad”, ni mucho menos servir de base a una retórica “contra los medios”, tan habitual entre políticos y académicos. Sólo pretende introducir una crítica de las prácticas que afirme el espacio público y el debate ciudadano de los asuntos comunes. Dígase de paso que la tecnología actual permite autonomías mayores y desarrollo de productos comunicativos plenos de interés. Por ejemplo, los podcasts de historiadores, rigurosos y pertinentes, son conversaciones entre colegas (sobre libros, sobre asuntos historiográficos, sobre el presente), sustraídas de la incertidumbre del uso público, de la demanda impertinente, inoportuna, o meramente ciudadana. Para decirlo de otro modo, son piezas mejores, más precisas e idóneas para una circulación “segura”.
Esta posible mejor versión de las relaciones no siempre encuentra su espacio para concretarse. Me habré de permitir aquí dos menciones personales. La primera sobre el uso del pasado reciente, la segunda, para cerrar el texto, obviamente sobre los usos actuales del artiguismo.
Mientras esto escribo se conmemora en Uruguay el 40 aniversario del Plebiscito de 1980 que inició la lenta derrota de la dictadura uruguaya, hecho de importancia mayúscula en la historia contemporánea del país. Su memoria se va desvaneciendo, como es lógico, se suceden seminarios, charlas, eventos académicos en los que se presentan investigaciones, testimonios, evocaciones de todo tipo y certeza; los partidos políticos y los actores sociales también toman la palabra, se sitúan obviamente en relación a aquel acontecimiento que, a la luz de todo lo dicho no acaba de transcurrir, ni mucho menos completar su sentido. Como oficiante de la historia y al igual que tantos colegas he sido convocado a las mesas periodísticas, he hablado de los usos del pasado, aquel pasado tan presente, he formulado preguntas y problemas en un clima de respeto y libertad irrestrictas. Entre las preguntas se me ocurrió repetir una idea que formulé hace varios años en los programas de radio y televisión: ¿no será momento de ajustar el calendario cívico uruguayo, intocado desde hace cien años, e incorporar aquel 30 de noviembre de 1980 como lugar de memoria? Y un pliegue adicional: ¿no será más digno de memoria, con sus deberes consecuentes, aquel 30 de noviembre en el que la democracia y la libertad demostraron estar vivas a pesar de las brutales represiones del régimen militar, y no la luctuosa fecha del 27 de junio de 1973, día de la derrota y del golpe de Estado que instauró la dictadura? Es obvio que hay buenas respuestas para todas las opciones y, en todo caso, lo interesante en cuanto al uso del pasado es la discusión y el intercambio de razones.
Luego de ello, en el contexto de un manojo de problemas, el circuito mediático se activó con alguna intensidad pero eligiendo ese único aspecto -la fecha- como base para una serie de entrevistas que no fui capaz de afrontar porque creía francamente imposible escapar de una sola pregunta: ¿usted propone un nuevo feriado para el Uruguay? En twitter, mientras tanto, algunos políticos mostraban entusiasmo por una idea que yo había formulado casi como vicaria, mientras otros corresponsales de esa red, la mayoría, vociferaban sobre la necesidad de “dar vuelta la página del pasado reciente” y, más enérgicamente todavía, contra toda iniciativa que sumara días francos a un país que no quiere aceptar que el trabajo es la base de la prosperidad… Moraleja: el historiador ingresa en el debate público como intelectual, reclama un espacio para decir lo suyo, mucho más vinculado al matiz, a la duda, a la comparación, a la larga duración, que a la verdad concluyente y performativa. Se le pregunta por ella, su desafío es escapar de allí sin perder el interés de lectores y audiencias. Los políticos y los medios van por su juego y función, con derecho al uso; lo mejor es el final abierto, salvo que para ello medie la manipulación y la mentira.
Captura de pantalla del Documental Detrás del Mito, 2017, de Marcelo Rabuñal. El artista visual Fernando Corbo posa delante de una versión de un retrato de Artigas inspirado en el de Juan M. Blanes 1884 y en las propuestas de Carlos Palleiro, 1972 [en linea].
Terminemos donde empezamos, en Artigas. La Nación, el diario fundado por Bartolomé Mitre en enero de 1870, me buscó (como observador- historiador uruguayo) durante los días más agitados del episodio Grabois28. Estábamos, sin duda, ante un fenómeno claro de uso político del pasado, dado que el movimiento de “toma de tierras” tenía en Artigas una explícita inspiración y se postulaba como su continuidad histórica más concreta y legítima. No era ésta, ciertamente, una operación original o demasiado diferente en su trama argumental a la que en otros contextos y por otros medios pudieron haber consumado quienes se autopercibían herederos de una idea de patria o de nación preexistente y armaron una potente narrativa histórica que los ponía en una línea de protagonismo.
Sobre Grabois y sus movimientos, La Nación ya tenía una interpretación de los hechos de Entre Ríos y un juicio sobre el Proyecto Artigas. Era un juicio negativo y apriorístico respecto a su entrevistado, previsible de algún modo pero digno de actualización periodística. Buscó en un historiador oriental un conjunto de respuestas que mostraran al lector tradicional del diario que el artiguismo de Grabois no era otra cosa que manipulación cruda y interesada del pasado. Se encontró, espero, con una visión que intentó sustraerse de las cuestiones de la verdad y la autenticidad con las que acudimos al pasado, para volcarse más bien a los temas de la complejidad de esas relaciones, a la historicidad misma del uso por el cual se preguntaba. Verdad o mentira, bien, pero además, contextos para ciertas retóricas, usos legítimos del pasado aun contra la verdad histórica, crítica de ese uso, despiadada incluso, tendencialmente esclarecedora, tal vez.
Noviembre de 2020 – febrero de 2021
Notes
1
Agradezco la lectura y las sugerencias de Fernando Devoto, Daniel Sazbón, Ana Clarisa Agüero, Benito Schmidt, Martha Rodríguez y Omar Acha.
2
Juan Pivel Devoto, De la leyenda negra al culto artiguista, Montevideo, Ministerio de Educación y Cultura, Biblioteca Artigas, Colección Clásicos Uruguayos, 171 (compilación de los artículos publicados en Marcha, 1950), 2004; Guillermo Vázquez Franco, La historia y sus mitos, Montevideo, Fin de Siglo, 2010; Ana Frega - Ariadna Islas (coords.), Nuevas miradas en torno al artiguismo, Montevideo, Universidad de la República, Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación, CSIC, 2001; Santiago Delgado, “Artigas en disputa. Las posiciones en torno a la discusión parlamentaria sobre la ley ‘Mes de Artigas’ en 1963”, Revista Encuentros Uruguayos Volumen VIII, Número 1, Agosto, 2005.
3
Tulio Halperin Donghi [1972], Revolución y Guerra. Formación de una elite dirigente en la Argentina criolla, Buenos Aires, S.XXI, 1979, pp. 279 y siguientes.
4
Carlos Ramírez [1884, 1897], Artigas, Montevideo, Clásicos Uruguayos, 1953, pp. 14-17. La publicación de la reivindicación de Carlos M. Ramírez en 1884 guardaba sintonía con un momento fuerte del nacionalismo estatal promovido desde el gobierno dictatorial del general colorado Máximo Santos. Más allá de lo interpretativo, la recopilación de artículos y estudios en un volumen integrado mereció más tarde un lugar de privilegio en el panteón piveliano, la Colección Clásicos Uruguayos dirigida por Juan Pivel Devoto desde el Museo Histórico Nacional. Artigas fue el primer volumen de la colección, publicado en 1953. Ver: Tomás Sansón, “Historiografía y nación: una polémica entre Francisco Berra y Carlos María Ramírez”, Anuario del Instituto de Historia Argentina (6), 2006. Disponible en: http://www.fuentesmemoria.fahce.unlp.edu.ar/art_revistas/pr.62/pr.6 2.pdf .
5
El historiador uruguayo Juan A. Oddone acuñó esa expresión en un libro sobre las relaciones entre Argentina y Uruguay: Vecinos en discordia. Argentina -Uruguay y la política de los Estados Unidos. Montevideo, FHCE, 2003.
6
Juan Manuel de Rosas, jefe del “federalismo porteño”, gobernó la provincia de Buenos Aires entre 1829 y 1832, y 1835 y 1852, hegemonizando en la segunda etapa la Confederación surgida con el Pacto Federal de 1831.
7
Fernando Devoto – Nora Pagano, Historia de la historiografía argentina, Buenos Aires, Sudamericana, 2009; José Carlos Chiaramonte, Nación y Estado en Iberoamérica, Buenos Aires, Sudamericana, 2004.
8
José Rilla, La actualidad del pasado. Usos de la historia en la política de partidos del Uruguay, Montevideo, Sudamericana-Debate, 2008.
9
Ver Carlos Zubillaga, “El Instituto de Investigaciones Históricas y los estudios artiguistas”, en A. Frega – A. Islas (coords.), Nuevas miradas en torno al artiguismo, Montevideo, Universidad de la República, Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación, CSIC, 2001; Fernando Devoto – Nora Pagano, Historia de la historiografía argentina, Buenos Aires, Sudamericana, 2009. Además [en linea].
10
José P. Barrán, “Del culto a la traición”, en Brecha, Montevideo, 20 de junio de 1986.
11
Alberto Methol Ferré, El Uruguay como problema, Montevideo, Diálogo, 1967. El título evocaba uno equivalente de Pedro Lain Entralgo para España, en 1949. El argentino Arturo Jauretche había escrito un breve prólogo a Methol para la edición de 1971. Nuevas ediciones del siglo XXI, Estuario y Clásicos Uruguayos, con estudios preliminares (de Rilla en 2015 y Caetano en 2017) han mostrado la contemporaneidad del libro y su estela polémica. Todavía Methol Ferré (1929-2009) inspira vagamente a tupamaros y a militares pasados a la política. Su predicamento también es amplio en algunos sectores intelectuales y políticos de Argentina, especialmente en ámbitos católicos que se reconocen en el Concilio Vaticano II y en Medellín, y más recientemente en el Papa Francisco. En Uruguay, el veterano guerrillero Jorge Zabalza lleva ese libro como lectura de cabecera a los programas de televisión que visita; Marcos Methol, hijo de Alberto, dirige el semanario La Mañana, vocero de Cabildo Abierto, un nuevo partido político que reúne en su seno a una parte importante de los militares retirados, a ciudadanos desencantados de todos los partidos preexistentes y a sectores populares del interior del país.
Curiosa peripecia de los títulos, en 2018 se publicó en Argentina La Argentina como problema. Temas, visiones y pasiones del siglo XX (Carlos Altamirano y Adrián Gorelik –eds.-, Buenos Aires, Siglo XXI, 2018).
12
Anónimo, El artiguismo y el Movimento de Liberacion Naconal Tupamaros, 1975, reproducción fascimilar, 2020 [en linea].
El texto impreso a mimeógrafo incluye la bibliografía de referencia, “cuatro libros fundamentales” que ya habían escapado de las manos de los autores: “1) “Bases económicas de la Revolución Artiguista”, de José Pedro Barrán y Benjamín Nahum. 2) “Historia de los Orientales”, de Carlos Machado. 3) “José Artigas. Documentos”, de Oscar Bruschera. 4) “Artigas”, Ediciones “El País”, 1951”. Ver también una perspectiva posterior que, sin embargo, no mostraba variaciones en el uso del artiguismo: Melba Piriz y Cristina Dubra, Los Tupamaros. Continuadores históricos del ideario artiguista, 1997. En la página 12, concluyen: “El Movimiento de Liberación Nacional surge porque los enemigos que traicionaron el artiguismo, sólo cambiaron su cara. Porque casi todo está por hacer y porque los TUPAMAROS FUERON Y DEBEN SER LOS CUSTODIOS DE ESE PASADO” (mayúsculas en el original) [en linea].
13
José Rilla, “El padre nuestro Artigas”, La actualidad del pasado. Usos de la historia en la política de partidos del Uruguay, Montevideo, Sudamericana-Debate, 2008.
14
Isabela Cosse y Vania Markarian, 1975: Año de la Orientalidad: identidad, memoria e historia en una dictadura, Montevideo, Trilce, 1996.
15
Cabe señalar la influencia ya lejana en Montevideo de Emilio Ravignani y de José Luis Romero, la de Tulio Halperin Donghi y José C. Chiaramonte, las lecturas atentas de Francois X. Guerra, la renovación de la historia colonial, el acercamiento a lo político como práctica de participación y representación en un espacio público naciente. La profesora Ana Frega ha liderado en Uruguay esta transición historiográfica.
16
Francois Furet, Pensar la Revolución Francesa (traducción de Arturo R. Firpo), Barcelona, Petrel, 1980. La sugerencia de esta relación la debo a Fernando Devoto, quien me devolvió a la lectura de ese libro ya clásico. Romeo Pérez (2011) ha subrayado la importancia de ese proceso de enfriamiento. Romeo, Pérez Antón, “La resignificación en historia política: el diálogo con la politología y la recepción de la teoría de la historia efectual”, Crítica Contemporánea. Revista de Teoría Política, Nº1 Nov., 2011.
17
Publicación realizada en ocasión de la exposición Un simple ciudadano, José Artigas, producida por el Museo Histórico Nacional, Montevideo, Uruguay, Setiembre de 2014. Trabajos de Ernesto Beretta y Fernanda González, de Ariadna Islas, Laura Malosetti y Ana Frega.
18
El discurso completo en versión escrita puede leerse en: https://www.cfkargentina.com/cfk-bicentenario-parana-entre-rios/ La versión en You Tube https://youtu.be/9fYwvwnnkJU .
El diario opositor Clarin recogió entonces las opinones contrarias de politicos uruguayos: https://www.clarin.com/politica/cristina-artigas-uruguayos-mandaron-historia_0_S1vUupUjP7g.html .
El expresidente uruguayo Julio María Sanguinetti dedicó una columna en su semanario: http://www.correodelosviernes.com.uy/Artigas-argentino.asp
19
De las tres intervenciones reseñadas por Nora Pagano y Martha Rodríguez, la más asimilada a la retórica resumida en el largo discurso de Cristina Fernández es la que describe las características del Mural Bicentenario. Nora Pagano – Martha Rodríguez, “Construyendo imágenes y sentidos sobre el pasado nacional en la conmemoración del Bicentenario”, en A. Eujanian- R. Pasolini- E. Spinelli (coords.), Episodios de la cultura histórica argentina, Buenos Aires, Biblos, 2015.
20
(Fuente www.perfil.com). Un reportaje a Juan Grabois puede verse en: https://www.clarin.com/politica/toma-tierras-video-juan-grabois-abogado-victima-estructura-mafiosa_3_CW3IBWwpe.html
21
https://www.proyectoartigas.ar consultado 30 de nov. 2020.
22
https://www.proyectoartigas.ar/carta-de-juan-grabois-tras-el-fallo-adverso/ octubre 20 de 2020, consultado 8 de Diciembre de 2020.
23
https://www.elpais.com.uy/informacion/politica/cabildo-abierto-apoya-proyecto-fa-limita-extranjerizacion-tierra.html; Ver Samuel Blixen: “Cabildantes y frenteamplistas contra la extranjerización. Por la (poca) tierra que nos queda”, en Brecha, Montevideo, 27 de noviembre de 2020. https://brecha.com.uy/por-la-poca-tierra-que-nos-queda/
En los últimos días de diciembre de 2020, Cabildo Abierto, el Frente Amplio y un pequeño partido ecologista PERI votaron unidos y aprobaron en la Cámara de Diputados un proyecto de ley que limita la producción forestal, considerada depredatoria por los proponentes.
25
A pocos días de su fallecimiento, en diciembre de 2020, se supo que Tabaré Vázquez había pretendido fundar un movimiento llamado CEIBAL. El ceibo es “árbol nacional” de flora autóctona; Ceibal fue el plan one laptop for childe, impulsado por Vázquez en la primera presidencia. Un segundo uso de la palabra iba en un sentido netamente político, que volvía a echar mano a Artigas: “creo que hay que generar un espacio político de centroizquierda que recoja a la izquierda, si no a toda la izquierda, a una buena parte de la izquierda, aquella que conforma el caudal de la izquierda, no las corrientes marginales, y votantes de batllistas que no están cómodos en el Partido Colorado y wilsonistas que no están conformes. Y consolidar la centroizquierda. Estoy pensando en el movimiento Ceibal: Centro de Izquierda de Base Artiguista Latinoamericanista”. [en linea]
26
Rebecca Earle, “Sobre Héroes y Tumbas: National Symbols in Nineteenth-Century Spanish America”, Hispanic American Historical Review, vol. 85, n.o 3, Duke University Press, 2005.
27
José Rilla, “Prudencia, función y militancia en la escritura del pasado”, en Passés Futurs [en linea]
27
Ver Rosario Sánchez Vilela, ¿Cómo hablamos de la democracia? Narrativas mediáticas de la política en el Uruguay, Montevideo, UCU-Manosanta, 2014.
Bibliographie
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