Reordenando el mundo
Historiador, Profesor Asociado de Estudios Latinoamericanos y del Caribe

(Emory University - Atlanta)

El volumen colectivo New World Orderings: China and the Global South, editado por el sinólogo Carlos Rojas y la antropóloga Lisa Rofel, ilumina a través de doce ensayos multidisciplinarios un proceso central de nuestra época: los “nuevos ordenamientos del mundo” (referidos también como worldmaking, metáfora en boga en estudios literarios y de historia intelectual) producidos por la interacción entre un actor crecientemente decisivo, “China”, y el “Sur Global”. El entrecomillado es intencional, para señalar que el argumento general del libro plantea tres preguntas importantes, dos de ellas explícitas –sobre la pluralidad de actores e influencias escondida en la palabra China y sobre la pluralidad de mundos que su influjo crea– y otra implícita, sobre la categoría sur global. Pero veamos primero algunas claves de lectura de este rico y estimulante libro.

Lisa Rofel y Carlos Rojas (coords.), New World Orderings: China and the Global South, Sinotheory, Durham, Duke University Press, 2023.

Lisa Rofel y Carlos Rojas (coords.), New World Orderings: China and the Global South, Sinotheory, Durham, Duke University Press, 2023.

En primer lugar, un tema tan amplio (¡China y la transformación de la mayor parte del mundo!) demanda disciplinas y enfoques muy variados. El libro incluye especialmente la literatura y la antropología, pero también la sociología, las relaciones internacionales y el cine, con continuas referencias a la historia, las migraciones y la economía, sus doce capítulos organizados en tres partes (Geopolítica y Discurso; Trabajo e Intercambios; Movilidad y Desplazamiento). Estos ejes se cruzan entre sí casi permanentemente, produciendo un fértil diálogo de perspectivas. La diversidad también es temática –historia y lenguaje, relaciones internacionales y literatura, migraciones y economía, género y política, racismo, racialización y cine– y espacial –aprendemos sobre África, América Latina y el Sudeste Asiático–, por parte de autores que trabajan en diferentes espacios académicos de Estados Unidos, China, Taiwán y Argentina. Una ambición multidisciplinaria, integradora de la realidad material, espacial y cultural de la interacción de China con el mundo, que es un ejemplo valioso para cualquier otra investigación de la globalización pasada o presente.

Respecto del nuevo “orden” internacional, explorado aquí desde la perspectiva de las influencias económicas, diplomáticas, demográficas y culturales de China en su construcción, cabe destacar que aquel no aparece ni como concierto armónico, ni como caos. La imagen general es la de una transformación de final incierto, animada por una multiplicidad de actores y mercados en escalas muy variadas, resultado, tal como afirman los editores en la Introducción, de tres temporalidades sucesivas y sedimentadas. En la larga duración, la interacción entre China y sus vecinos y otros rincones del mundo desde hace muchos siglos, involucrando comercio y migraciones (y por lo tanto también identidades y literaturas). En el tiempo medio, el internacionalismo comunista chino, desde el llano y luego desde el Estado, que marcó las relaciones internacionales, la economía, la política editorial, la de la lengua y la de los imaginarios ideológicos desde mediados del siglo veinte. Y en el corto, la globalización económica, cultural y geopolítica que, desde las reformas iniciadas en 1978, pero sobre todo en el siglo XXI, está transformando una vez más los vínculos entre China y el mundo. Estas tres temporalidades nos invitan a observar el vértigo de los cambios actuales desde la perspectiva de historias más largas, que en parte los explican y en parte son resignificadas por ellos.

El libro se ocupa por igual de las relaciones de China con América latina, Asia y África. Pero a diferencia de las últimas dos, América latina es objeto de un capítulo específico sobre sus relaciones económicas y geopolíticas con China, a través del estudio del “Consenso de Beijing” que viene superponiéndose en el siglo XXI con los retazos del otrora hegemónico de Washington. Entre los numerosos argumentos y observaciones de Luciano Bolinaga en este capítulo cabe destacar que, a diferencia del sudeste asiático, región con la que China entabla relaciones plurilaterales, su estrategia regional hacia América latina se basa en el bilateralismo: interactúa y negocia con cada país de la región de manera independiente. Estas relaciones, que son también pacíficas (no hay alianzas militares) y asimétricas (China es el actor más poderoso en cada caso), están apoyadas en tres pilares: el reconocimiento de sus aspiraciones sobre Taiwán, inversiones en infraestructura e importaciones agrícolas. Del otro lado, los países de la región tienen estrategias individuales, no colectivas, hacia China, fenómeno que hace notoria la necesidad de una integración regional latinoamericana, no como mero eslogan, sino como respuesta absolutamente práctica a los “nuevos ordenamientos” del mundo.

El único país de América latina tratado de manera específica, en dos capítulos, es Argentina, tematizada como productora y exportadora de soja a China, destino de inversiones chinas en infraestructura y, específicamente Buenos Aires, destino migratorio y a la vez productora de discursos literarios y cinematográficos sobre “China” como otro imaginario. Partiendo de la paradoja de una influencia económica China en Argentina más poderosa que las interacciones concretas entre personas de ambos pueblos, Rachel Cypher y Lisa Rofel presentan una serie de encuentros reales e imaginarios chino-argentinos en escenarios variados: la pampa sojera, las negociaciones sindicales de la industria petrolera, las organizaciones de comercio, el comercio barrial de Buenos Aires y una película (Un cuento chino, 2012). El capítulo de Andrea Bachner discute novelas de Ariel Magnus y César Aira y películas como la mencionada de Sebastián Borenzstein y Happy Together, del taiwanés Wong Kar-wai, también filmada en Buenos Aires, alrededor de un elemento fundamental en las relaciones reales e imaginarias entre Argentina y China: el trabajo. Bachner sugiere que esa producción literaria y cinematográfica captura de manera fantasmática, y a menudo etnocéntrica, la centralidad del trabajo en las relaciones entre China y Argentina. El trabajo detrás de las mercancías de consumo y de la producción agropecuaria permanece invisible. Así, la crítica cultural plantea una pregunta que alcanza a la política y a las relaciones internacionales, y que invita a nuevos estudios sobre las relaciones entre China y América Latina a articular estas dimensiones –trabajo, economía, geopolítica, migración y cultura.

En este sentido, el libro se suma a una corriente de estudios sobre el influjo de China en el resto del mundo y del que mencionaré apenas tres, simplemente porque son relevantes para mi trabajo como historiador latinoamericanista. Desde la historia intelectual, Martín Bergel ya había señalado a este país, dentro de la figura del “Oriente” en general, como decisiva para la imaginación tercermundista en Argentina y América latina. Desde la crítica literaria y cultural, Laura Torres-Rodríguez estudió el “espectro” de China y Asia en general en una revisión de la tradicional orientación transatlántica de los estudios sobre la modernidad mexicana. Y muy recientemente, desde la sociología cultural, Claudio Benzecry produjo una etnografía global de la industria del diseño creativo de calzado, en la que “China” es un espacio en red con otros –en Seattle y Nueva York, Milán y Novo Hamburgo en el sur de Brasil– entre los que circulan trabajadores, capitalistas, capitales, diseños y los zapatos mismos.1

El argumento que estructura New World Orderings es precisamente que múltiples “Chinas” exigen como tales una variedad de enfoques analíticos para entender los “nuevos ordenamientos” que sus interacciones con “el Sur Global” producen, en todas esas dimensiones –de la geopolítica al trabajo, de las migraciones a las producciones artísticas. Abordemos pues estas tres ideas clave.

“China” aparece en este libro de muchas maneras. Es a la vez un actor geopolítico (Bolinaga); un generador de migraciones (a Malasia, Sudáfrica, Tanzania, Argentina); un destino de migración de pequeños comerciantes de toda África, muchas de ellas mujeres (el excelente capítulo de T. Tu Huynh); un “archipiélago” de circulación de novelas (el de Ng Kim Chew); y una comunidad lingüística transnacional anclada en una tradición común de escritura ideográfica, marcada por exilios y migraciones que a veces invierten los conceptos de “origen” (homeland) y “diáspora” (el iluminador capítulo de Carlos Rojas). Estas múltiples “Chinas” provocan la “creación de nuevos mundos” literarios, en un ecosistema de publicaciones y autores en chino que abarca numerosos países y que desafía la visión euro/anglo-céntrica de la “literatura mundial” y del “mercado mundial” de libros. Nuevos mundos comerciales, como los almacenes barriales “chinos” de Buenos Aires y los distritos comerciales de Sudáfrica. Nuevos mundos geopolíticos, que promueven nuevas posibilidades de integración en la economía mundial a caballo entre los consensos de Washington y Beijing. Nuevos mundos económico-espirituales, para los migrantes de África Occidental en Guangzhou que practican doctrinas cristianas de prosperidad. Y nuevos mundos lingüístico-identitarios entre la población de lengua china en Malasia y Singapur.

La introducción define el “sur global” del título de manera breve y ambigua: “sur global no se refiere a una configuración geográfica fija, sino más bien a una a la vez contextualmente situada y colectivamente imaginada” (p. 4). La figura reaparece en el magnífico capítulo de Nicolai Volland sobre la diplomacia cultural china de las décadas de 1950 y 1960, pero lo hace en un argumento que es en verdad sobre la subsidiaridad de la burocracia educativa y editorial “tercermundista” china respecto de la soviética. Más aún, esta política de solidaridad cultural era concretamente afro-asiática. (No hay una política fuerte hacia América latina, más allá de unas pocas traducciones). En el libro en general, más que un “sur global”, lo que vemos son tres “sures” específicos: el sudeste asiático, con el que China tiene una larga historia de relaciones de contigüidad, lengua, exilios, comercio y literatura; África, continente hacia el que China proyecta relaciones extractivas y un imaginario racista, y América latina, continente de inversiones estatales e importaciones agropecuarias.

Estos tres sures son presentados como “los rangos más bajos de los ordenamientos globales capitalistas” (Mingwei Huang, p. 174), y a ellos llegan los migrantes económicos chinos desde finales de los años setentas, motivados por el deseo de ascenso social y una ética “emprendedorista”, a vender mercancías fabricadas en China a las clases populares y medias sudafricanas, tanzanas o bonaerenses. ¿Quiénes son estos migrantes? Mingwei Huang enumera con precisión sociológica sus ocupaciones en China, antes de migrar a Johannesburgo: obreros de la construcción en Fujian que trabajaban levantando casas financiadas con remesas de otros migrantes; granjeros de un campo cada vez más despoblado; ex-trabajadoras fabriles (factory girls) de la industria exportadora en los años noventa; y los más jóvenes, empleados precarios del sector de servicios, sin trabajo fijo. “La mayor parte de mis informantes eran trabajadores precarios del sector peor pago de los servicios [y] tenían una escolarización incompleta” (p. 175). Su estrategia está basada en la movilidad: la disposición a migrar entre ciudades y regiones persiguiendo oportunidades. Una globalización “desde abajo”, pues, solo indirectamente vinculada a la globalización “por arriba”, la de los acuerdos geopolíticos interestatales e inversiones millonarias en infraestructura y alimentos.

Esta migración es un flujo literalmente global, que abarca también a los destinos favoritos: Europa, Estados Unidos y Australia, con los que China también ha entablado estrechas relaciones económicas y geopolíticas y hacia donde migran trabajadores “emprendedores”. Pero en este punto las preguntas se multiplican necesariamente: ¿qué distingue al “sur global” dentro de ese flujo migratorio y comercial global? ¿Son diferentes los orígenes sociales de los migrantes chinos en Seattle y en Tanzania? Mirando hacia atrás, ¿qué distinguía a los migrantes cuasi-esclavizados que construyeron los ferrocarriles de California de los que lo hicieron en Cuba? Ayer y hoy, ¿por qué asumir que la migración a una ciudad europea o estadounidense presenta ventajas objetivas en comparación con hacerlo a São Paulo o Buenos Aires? ¿Es Tanzania más peligrosa que Baltimore o Dallas, considerando los índices de violencia y racismo (anti-negro y anti-asiático)? No son preguntas retóricas. Seguramente hay en sus respuestas claves que permitan diferenciar al “sur global” respecto de Estados Unidos, Europa, o Australia en el terreno de las migraciones chinas y los “nuevos mundos” que ellas crean. Pero son preguntas empíricas que deben ser explicitadas al plantear los contornos espaciales y conceptuales de una investigación de contornos globales.

La idea de una jerarquía entre “norte” y “sur” globales, en la cual China sería un “pivote” o “sostén” (los editores usan la palabra fulcrum, p. 4) es a la vez iluminadora y problemática. Por un lado, permite ver al mundo como totalidad conflictiva; pero por el otro, corre el riesgo de reproducir dos sentidos comunes ideológicos que suelen habitar objetos de investigación “globales”. Un sentido común racializante, que divide al mundo en blanco vs. negro/marrón, y otro economicista, que lo divide en desarrollado vs. subdesarrollado. Estas abstracciones binarias tienen por supuesto un anclaje en la realidad y en la percepción de los actores. Pero dejan de funcionar una vez que el análisis revela, por un lado, que racializaciones y contradicciones del desarrollo existen también dentro del supuesto “norte”, del supuesto “sur” y de la misma China; y por el otro, que “raza” y “desarrollo” no son medidas universales ni objetivas, sino contextuales y percibidas, y que por lo tanto desafían los presupuestos de la investigación. Así, visto de cerca, el “sur global” ni está solamente en el sur, ni es estrictamente global. El influjo de China en el mundo revela relaciones sociales que construyen múltiples mercados capitalistas (de novelas, de soja o de baratijas) rearticulando antiguas geografías y creando nuevas en todo el globo, en un proceso al calor del cual los actores transforman sus posiciones de clase y su identidad, cultura y percepciones étnicas. El desafío para la crítica al racismo y a las desigualdades globales consiste pues en evitar tropos ideológicos racializantes y positivistas, estudiando por el contrario racializaciones y jerarquías concretas –tal como proponen los editores de este libro y lo practican sus autores– en su naturaleza “contextualmente situada y colectivamente imaginada”.

Un ejemplo de la sofisticación requerida por esta perspectiva lo ofrece la discusión del “archipiélago” literario y cultural del sudeste asiático, que se relaciona de maneras muy variadas con la escritura y la oralidad chinas (los capítulos de Ng Kim Chew, Carlos Rojas y Shuang Shen). Los países de los mares del sur de China son parte del mundo textual chino y a la vez son “el sur” (nanyang). Los modernismos culturales y literarios de los años veinte y treinta del siglo pasado en esta región fueron contemporáneos al criollismo universalista de Borges o las traducciones de literatura universal para los niños de las escuelas mexicanas encargadas por José Vasconcelos. Nanyang era también el “color local” sureño, tropical, de una nueva literatura china. Y la región fue un espacio para la traducción entre lenguas –chino, inglés, malayo y otras– en tiempos de colonización inglesa y en tiempos de construcción nacional en Singapur, Malasia, Indonesia, Taiwán, Hong Kong y otros países (el libro no discute específicamente Vietnam ni Filipinas). Tomando algunos de estos elementos, Shuang Shen propone en el capítulo que cierra el libro que las relaciones de China con este “Sur” cercano son una clave para pensar las relaciones con el más amplio “Sur Global”. Por un lado, los modernismos, traducciones soviéticas, diásporas, conflictos anticoloniales (contra China misma y contra los imperios europeos), relaciones interestatales, comercio y migraciones que han articulado a China con sus vecinos del sur cercano lo han hecho de un modo más intenso, lingüística y demográficamente, que con el resto del mundo. En contraste, las relaciones con África, el resto de Asia, Medio Oriente y América latina –y también con Europa y Estados Unidos– involucran distancias mayores y traducciones diferentes. Pero precisamente el creciente alcance e intensidad de los lazos actuales de China con todas estas regiones distantes las aproximan a ese otro sur cercano, cuya diversidad institucional, geopolítica, económica y lingüística preanuncia “nuevos ordenamientos” igualmente diversos.

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Martín Bergel, El Oriente desplazado. Los intelectuales y los orígenes del tercermundismo en la Argentina, Bernal, Argentina, Universidad Nacional de Quilmes, 2015; Laura J. Torres-Rodríguez, Orientaciones Transpacíficas. La Modernidad Mexicana y El Espectro de Asia, Chapel Hill, University of North Carolina Press, 2019; Claudio E. Benzecry, The Perfect Fit: Creative Work in the Global Shoe Industry, Chicago, University of Chicago Press, 2022.