FASCISMO (S): palabras, usos, analogías. Un comentario
Palazzo degli Omenoni

Palazzo degli Omenoni, arch. Piero Portaluppi, 1928-1932

 

Debo comenzar advirtiendo al eventual lector que las líneas que se exponen a continuación1 no provienen de un especialista, en la presunción de que pudiera haber uno en este grado de generalidad. Asimismo, debe aclararse que ellas no aspiran a debatir con cuanto se afirma en las entrevistas. Por el contrario, se intentará, a partir de lo que sugiere la lectura de estas, esbozar algunas reflexiones sobre los presupuestos de producción de diferentes narrativas sobre el fascismo, sobre su colocación en un horizonte temporal, sobre sus condiciones de posibilidad en dicho horizonte, y sobre su grado de Intercomunicabilidad, si miradas tomando en cuenta las diferentes temporalidades de producción. Cuestiones en torno a la reflexividad, podría decirse, o, en otra tradición historiográfica, que todo remite más a la historia rerum gestarum que a la historia res gestae, según una antigua distinción tal vez ya olvidada.

I

Las entrevistas que el lector ha leído, preguntas-respuestas, se despliegan mucho más en este segundo plano (res, o sea el de las cosas o “hechos”) que en el primero. Ese fue el propósito del comité de redacción (del que soy miembro) y de los editores. Consultar a los especialistas acerca de las propiedades del objeto, lo que implicaba que refirieran sobre un conjunto de hechos que sirven para justificarlas. Desde luego que esa apelación a los hechos es el modo de argumentación claramente preferido, sino excluyente, de los historiadores, pero no solo de ellos (hay ejemplos en este dossier), y no se quiere aquí negar la legitimidad de tan venerable tradición, sino simplemente admitir que el que esto escribe se declara incompetente para lidiar en ese terreno, y es un poco mayor de edad para tratar de leer una mínima parte de las decenas de miles de trabajos que se han escrito sobre los fascismos.

Nótese que, entre los trabajos recientes, solamente en academia.edu, hay 80.000 papers que contienen la voz fascismo, o que el reconocido historiador Emilio Gentile ha publicado trece libros en los últimos cinco años, sin que se pueda sostener, al no haber leído a la mayoría, que sea imprescindible leerlos todos. Finalmente, el historiador se encuentra hoy ante la necesidad de elegir que debería leer.

¿Es posible, partir de otro lugar y proponer cuestiones historiográficas y conceptuales en torno a los fascismos, admitiendo que este enfoque está limitado por la imposibilidad de verificar la consistencia empírica de las afirmaciones de los autores? Historia de la historiografía sin historiografía, hubiese dicho Arnaldo Momigliano (que sin embargo no dejó también él de practicarla), en tanto la relación entre los dos momentos, el de la historia y el de la historiografía, sería de unidad-distinción. Preguntar, por ejemplo, sobre el punto de vista del observador, el momento en el que construye su interpretación, el lugar, el clima de ideas, la trama de los debates políticos e historiográficos establece un grado de condicionamiento sobre las interpretaciones que acota, pero no suprime, su comunicabilidad o su verificabilidad. Esos problemas, que podemos englobar bajo el rótulo de “perspectivismo”, no son de interés para la mayoría de los historiadores (por ello un debate preliminar entre “perspectivistas” y “objetivistas” sería deseable), aunque pocos negarían, no su relevancia, sí sus implicancias.

Quisiera aquí traer un testimonio de un eminente y tradicional historiador inglés, Sir Llewelyn Woodward, por otra parte, no convencido de las bondades del “perspectivismo” sino más bien preocupado por los riesgos, mejor sería decir el abismo, del relativismo implícitos en él. En un artículo The Study of Contemporary History que abría el número inaugural de “The Journal of Contemporary History” en 1966 – número que incluía un dossier sobre “International Fascism” – dice Woodward:

“This so-called perspective really has nothing to the past as such, that is to say, with the past as a series now closed. The perspective is merely the standpoint from the viewer and his own generation regard the past. One has read the historiography of any period to realize how quickly standpoint changes, and changes not merely owing to the discovery of new evidence. Events in the past do not sort themselves the course of time by some automatic process; the present observer does the sorting, and contemporary reasons determine his order arrangement2.”

Enfaticemos, más o menos, el lugar de la interpretación o el de la acumulación de la nueva evidencia empírica, difícilmente podamos negar el impacto del presente, de los sucesivos presentes, sobre las lecturas del pasado; o sea el clima de la época, o las orientaciones de la historiografía, influidas tanto por sus propios desarrollos y sus modas, como por el momento en que alguien escribe sobre el pasado. Desde luego que el momento implica también una reflexión sobre la distancia y las mediaciones, es decir la capa de lecturas sucesivas que se han acumulado entre el objeto y el observador. Sobre esos temas y problemas aquí solamente se intentará, como se dijo, proponer apenas algunas pocas preguntas.

Asimismo, debe anotarse que, si las lecturas de cualquier fenómeno político cambian en la temporalidad, tanto en el sentido del ángulo de visión, como en el de la jerarquización de los elementos identificatorios, en el caso del fascismo – y la cuestión no es nada irrelevante – los mismos fenómenos que se denominan fascistas también lo hacen, en especial si se realiza una aproximación genérica y global de los mismos. En otros términos, salvo que se parta de una definición estricta del fascismo, como hace Roger Griffin en la entrevista, y solo se acepten nuevos candidatos si se adaptan a la misma, lo que implica atemporalizarlo, los nuevos candidatos a ser admitidos en el club deberían posibilitar la redefinición de la categoría. Y esto es así en la medida que se admita que la experiencia tiene alguna capacidad de modificar nuestros conceptos. De ser así, al aumentar permanentemente el número de casos que son englobados dentro de la denominación “fascista”, también se modificarían las propiedades y se altera toda la serie. Por ello, y a diferencia de lo que postulaba Woodward, ese pasado, en el caso del estudio del fascismo, no es un pasado cerrado en sus componentes, sino en perpetua redefinición. En este sentido, podría conjeturarse que los problemas interpretativos se agravan por las mutaciones temporales, o si se prefiere por la inestabilidad no de una, sino de dos secuencias: la de las lecturas del fascismo, y la del mismo fenómeno que se define como fascismo, que tiende a conservar como rasgo inmutable simplemente el nombre.

II

Uno de los temas que dieron origen al diseño del dossier era el de la familiaridad, semejanza, similitud, de un conjunto de movimientos y regímenes políticos actuales con otros movimientos políticos de la entreguerras, de la posguerra, que habilitarían o no para englobarlos a todos bajo una etiqueta que incluyese la expresión “fascismo” a secas, o con aditivos, posfascismo, neofascismo, parafascismo, pseudofascismo, cuasi fascismo o más tarde incluso liberal fascismo o, precedentemente, socialismo fascista (y claro socialfascismo), fascismo socialista, royal fascisme, regímenes no fascistas sino fascistizados, y todo lo que se quiera incluir.

Desde luego, si se vuelve a usar la palabra como un término que refiere a regímenes o movimientos políticos, el origen de la serie es el fascismo italiano y todas las asociaciones reposan sobre enfoques analógicos con ese modelo. Esas asociaciones son posteriores a la aparición del fenómeno italiano o con más propiedad a la aparición del término fascismo, no porque tenga que aparecer el vocablo para que aparezca el fenómeno, sino porque en tanto lo que aquí nos ocupa, es obvio que el empleo del rótulo de fascismo no puede ser anterior al surgimiento del término, aunque luego de su surgimiento y sin entrar a debatir sobre su pertinencia, sí pueda aplicarse a cualquier fenómeno en cualquier momento y lugar. De ese modo, puede haber fascismos antes del fascismo, que son tales porque el historiador o el político los rotula como tales, más allá de la imposibilidad de que los mismos protagonistas lo hubieran empleado, lo que hubiera sido como decía Borges un anacronismo que se hubiera descubierto a la larga… En términos esquemáticos, pero eficaces, la conocida distinción etic-emic.

Como suele ocurrir, el surgimiento del término fascismo, como de cualquier otro término de ese tipo, está en la semi penumbra. Lo que se puede identificar es el uso más antiguo descubierto hasta el momento. Y ciertamente, no es propósito hacer aquí una genealogía que remitiese al término fascio, que ya ha sido hecha muchas veces hasta filiarlo con la antigüedad romana, con la modernidad de la revolución francesa o con movimientos políticos contestarios, de trabajadores o no, pero colocados a la “izquierda” en el siglo XIX, de los que uno de los más conocidos eran los Fasci siciliani dei Lavoratori de 1894. Mas limitadamente, podría observarse que el término fascismo tiene también otro vínculo formal posible con muchos de los ismos que se popularizan en el siglo XIX, aunque a veces procedan de antes de la segunda mitad del siglo XVIII. Puede pensarse en términos como socialismo (Facchinei en Italia, 1785, Sieyès en Francia a fines de la década de 1780), liberalisme (1818?), bonapartisme (1818), césarisme (1850), populism (1893?, pero narodničestvo, 1870).

Si se recorren las páginas de la Opera Omnia de Benito Mussolini se puede encontrar el empleo de la palabra “fascisti” (entre comillas y con la indicación de que “introduciamo questa terminología a scopo abrevviativo”) en un artículo de “Il Popolo d´Italia” de diciembre de 1917, titulado “Dalla ipocrisia alla realtà”. En cambio, el término fascismo, en los escritos de Mussolini, se hará esperar todavía casi dos años hasta un discurso en Fiume el 22 de mayo de 19193, junto al de “movimiento fascista”, y esa dilación podría habilitar conjeturas que son solo eso acerca de posibles ambigüedades en la hesitación de Mussolini a emplear un término que incluyese el sufijo “ismo”.

Ciertamente, para los contemporáneos del fenómeno no hubo fascismo hasta que el término se unió con la noción, y esta con un movimiento político específico. A partir de allí, fascismo y fascista alcanzaron una rápida popularidad, para definir, rotular, elogiar o insultar, desde individuos hasta conjuntos de ideas, grupos de intelectuales, políticos, militantes y luego regímenes políticos, en Europa, las dos Américas y Asia. Parece posible postular, dejando de lado posibles debates legítimos, que todo ello reposaría sobre el empleo de la analogía. Marc Olvier Baruch ha resaltado en la entrevista su carácter no científico, aunque quizás en la etiqueta analogía haya también muchas cosas diferentes. Jean Claude Passeron, por ejemplo, aunque rechazando los “analogías salvajes” ha observado qué a los efectos de pensar similitudes, la analogía aún sin tener el mismo estatuto lógico, la misma capacidad heurística ni el mismo poder de prueba de otras metodologías no por eso carece de validez y relevancia. Y agregaba que la lógica analógica estaría en el centro del trabajo sociológico por su capacidad de articular, persuadir y generar nuevas significaciones y aún en su inadecuación, nuevos conocimientos4.

En nuestra perspectiva, hay diferentes grados de plausibilidad y capacidad de persuasión en diferentes tipos de analogías y quizás, como observó una vez Giovanni Busino en relación con el comparatismo que como se sabe parte de similitudes analógicas, aunque propone estrategias sistemáticas diferentes, se trataba de saber dónde termina lo comparable y donde empezaba lo incomparable y lo mismo puede decirse acerca del uso y del abuso de las analogías.

Las observaciones sobre sus límites no tratan de ser, sin embargo, una simple defensa de la idiografía como único instrumento posible para pensar fenómenos sociales, ni para negar la posibilidad de otros mecanismos de transmisión de un caso singular a otro, sea por medio de “influencias”, de imitaciones, de difusiones. En realidad, en determinados planos, como las analogías sectoriales y las sincrónicas, se podría hablar de analogías controladas, de comparatismo o de enfoques (o historias) cruzadas.

Por poner un ejemplo, una cosa sería reflexionar acerca de mecanismos específicos, fuesen discursivos, escenográficos, de gestión política o de dominación social, presentes en distintos regímenes o movimientos políticos, que en su menor complejidad relativa y en su mayor grado de homología formal favorecen enfoques sea comparatistas sea difusionistas, derivados de redes intelectuales o de simple imitación de modelos considerados exitosos. Otra cosa bien distinta sería considerar la similitud de fenómenos políticos más amplios y complejos, por ejemplo los regímenes fascistas, y más aún en cualquier tiempo y lugar, en los que la posibilidad de una misma combinación de “circunstancias reales” o, si se prefiere, de los mismos componentes y con la misma importancia relativa, en la mirada de los protagonistas o con la misma jerarquía (en la mirada de los investigadores), es muy improbable. Los matemáticos podrían ayudarnos indicando cual es la probabilidad que una combinación, imaginemos convertida cada rasgo en un número, pueda repetirse.

Cierto, se podría contestar que el concepto de fascismo no es un concepto empírico, sino un ideal-tipo o un constructo teórico, cuya eficacia residiría en su capacidad heurística. Sea, pero recordando dos cosas: que en el origen del modelo se encuentra también la relación a valores del investigador, y por ende a la situación de este; y que esa estrategia orienta a la construcción de tipologías o taxonomías atemporales, y no a la indagación de dinámicas temporales o, para decirla con Antonio Gramsci en sus análisis del cesarismo, los esquemas sociológicos o las hipótesis genéricas, aunque útiles, no pueden suprimir nunca el estudio histórico concreto.

Dicho esto, debe notarse que esa vocación de establecer paragones y asociaciones fue y es muy habitual en el caso del fascismo. Como anotó hace unos cuantos años Luciano Canfora, el fascismo definido como hecho-arquetipo había mostrado una enorme potencialidad para las aproximaciones analógicas5. En un ejercicio, también él analógico, el gran estudioso del mundo antiguo señalaba que con las debidas diferencias de proporciones era lo que había pasado con la dictadura de Sila en las últimas décadas de la república romana, tanto como para dar lugar al adjetivo sillano que tenía connotaciones negativas.

La pregunta acerca del porqué algunos fenómenos tienen esa capacidad de irradiación y otros no solo puede ser objeto de conjeturas. Una de ellas podría ser la siguiente: es posible que de algún modo se encarnen en ellos polaridades antagonistas de larga duración, en el sentido en el que Koselleck definía esta noción: los acontecimientos son diferentes pero las condiciones dentro de las que se producen son idénticas6. Sin embargo, aún si en lugar de condiciones usamos una noción que sugiere más resistencia temporal, como estructuras o, menos connotadamente, zócalos, siempre estaremos en el marco de procesos que se desarrollan en una temporalidad formalmente continua y delimitable.

A su vez, volviendo a Canfora, en el caso del fascismo, esa capacidad de multiplicarse luego de 1945, podía explicarse también por su carácter polimorfo, que se prestaba admirablemente bien para analogías parciales, es decir con uno solo de los diversos componentes. Quizás por eso los instrumentos que miden la frecuencia en la aparición de una palabra en una base de libros, como el de Google – y admitiendo que la misma es más sensible para períodos cortos de tiempo que para largos, para tendencias que para órdenes de magnitud – el momento de mayor utilización del término en las obras escritas incluidas, sea en castellano, en italiano, en francés, es mediados de la década de 1970 (1974-1978), con ligeras variaciones según la lengua, mientras que en inglés o alemán es durante la guerra entre 1940-1944 y en segundo lugar en el momento 1973-77. Lo que debe anotarse es que esos picos en torno a los años 70 son la culminación de un trend en constante expansión que procede de los primeros sesenta y a ello podría colaborar la emergencia de nuevos regímenes que eran percibidos como fascistas, desde la dictadura de los coroneles griegos a la dictadura de Pinochet en Chile, entre otras.

Si observáramos los datos que nos brinda otra fuente, el cuerpo principal del diario italiano “Corriere della Sera” – y la cantidad de veces que aparece la palabra fascismo – notaríamos un cuadro algo diferente, y a priori vinculable con situaciones específicas de la península. Dos picos, no uno: el primero también en la década de 1970, y que puede tal vez vincularse con fenómenos políticos de esos años, como el terrorismo negro, y con retóricas políticas de nuevas generaciones que tendían a hacer un uso extensivo del término, el segundo, en la década de 1990, momento este que bien podría asociarse a todos los debates en torno al “revisionismo historiográfico”.

Palazzo dell’ Aeronautica, Milano

Palazzo dell’ Aeronautica, arch. Luigi Lorenzo Secchi, 1935-1943

III

Los extendidos usos del rótulo fascismo, en el lenguaje académico, en los medios de comunicación o en las personas corrientes merece algunas reflexiones. Señálese que al hacerlas se dejaran de lado aquellas que han visto al fascismo como algo inherente no ya a una sociedad dada, sino a la naturaleza humana. Es a lo que aluden las nociones de ur-fascismo, fascismo eterno, tribalismo, u otras que conciben al fascismo como una categoría más allá de la política, o mejor primigenia con relación a esta.

Limitándonos entonces a definiciones que referían a una temporalidad identificable y que aludían a su carácter de fenómeno político, los candidatos a ser integrados en la noción de fascismo crecieron en muchas direcciones, en la sincronía, o sea hacia movimientos contemporáneos del “fascismo 0” (o sea el italiano), o diacrónicamente, hacia adelante y hacia atrás -con relación a aquel momento que aquí se considerará fundacional. Esas multidireccionalidad quizás haga útil introducir aquí algunas pocas conjeturas acerca de los mecanismos que posibilitaban u obstruían esa expansión, así como los alcances de la operación analógica, ya que en las analogías entre regímenes o movimientos sincrónicos, que pueden o no reposar sobre comparaciones sistemáticas, los pasos intermedios requeridos son menores, y no se afectan algunas convicciones clásicas de los historiadores, como la aversión al anacronismo, que en cambio es inherente en las analogías hacia adelante o hacia atrás.

Las analogías hacia atrás, es decir con otros fenómenos precedentes funcionaron en relación con regímenes o movimientos políticos, con constructos ideológicos, con tradiciones culturales, o con figuras particulares. Este último camino fue muy frecuentado en la búsqueda de proyectar hacia el pasado los rasgos de los liderazgos fascistas de la entreguerras, o como un modo de construir genealogías políticas y, en este último sentido, fue propuesta tanto por partidarios como por detractores del fascismo. Las más de las veces las operaciones eran menos complicadas y reposaban sobre analogías sencillas, que se atenían a rasgos formales, a veces con propósitos de atraer el interés de un público. Por ejemplo, candidatos recurrentes a comparaciones con Mussolini fueron Pisístrato, Sila, Constantino (Bottai insistía sobre ello), Cola di Rienzo (recuperado por fascistas y antifascistas y las analogías se extendían hasta las respectivas muertes), Bartolomeo Colleoni y tantos más. En Alemania, por poner otro ejemplo, y en relación con otro régimen que era denominado por los contemporáneos también fascista y considerado tal, una particular e insistente analogía entre dos “reformadores”, Lutero y Hitler, y sus respectivos movimientos fue propuesta por teólogos e historiadores de la iglesia, estudiosos del primero y simpatizantes del segundo, como Heinrich Bornkmann y también por adversarios de ambos. Estas analogías se extendían a veces hasta la filiación del racismo y del antisemitismo, ya que las del secundo encontrarían sus raíces en las del primero. En la segunda posguerra, en cambio, destacados académicos ingleses proponían otras analogías con el mundo antiguo. Así, Alan Bullock comenzaba su biografía de Hitler con una cita de Aristóteles sobre la tiranía y la culminaba con una analogía con Atila, según este era descripto por Edward Gibbon7.

Empero, aquí también podrían distinguirse las analogías y genealogías construidas con movimientos o personajes colocados en el horizonte de la “modernidad” y aquellas que iban hasta más o menos remotos pasados. Las analogías cortas, o mejor cercanas en el tiempo, son en tanto tales susceptibles de ser pensadas como parte de un zócalo común, en el sentido que señalamos antes, o sea como parte conceptualmente de una misma duración, o una misma estructura, y por ende ser concebidos o de modo analógico o de modo estructural o de modo genético. Por ejemplo, Boulanger y más aún el boulangerismo fueron un fenómeno en el que se quisieron ver ya rasgos propios de un prefascismo. Por otra parte, dos grandes estudiosos, Georges Mosse y Zeev Sternhell, propusieron operaciones más complejas, ya que buscaban una combinación de elementos específica. tanto de propiedades como de enemigos compartidos, que permitiera colocar el origen del fascismo como idelogía a fines del siglo XIX8. Asimismo, Mosse rastreó sus orígenes hasta el romanticismo y los orígenes del movimiento volkish (y en tanto que liturgia colectiva aún algo más atrás). Se trataba de operaciones genealógicas pero que en tanto buscan al precursor reposaban también en el origen sobre analogías.

Desde luego, más en general, el romanticismo fue reiteradamente el mejor candidato para encontrar las raíces intelectuales y culturales de los movimientos fascistas, claro está en Alemania, y en otros lugares que habían padecido el nazismo como Francia no faltó la proposición de la relación romanticismo-nazismo (por ejemplo, Henri Brunschwig), como tampoco en Italia (polémica Momigliano-Chabod)9, lo que obligaría a algunos estudiosos a tratar de distinguir dos romanticismos, para evitar pensar que había una avenida exclusiva y de sentido único entre éste y los fascismos, y no solo en Alemania o Italia. Por otra parte, quien quizás fue más allá por ese camino del fascismo anterior fue tal vez Sternhell, que como se sabe otorgó carta de ciudadanía francesa, y no italiana, al fascismo al encontrarlo como si fuera un precipitado químico de laboratorio en la conjunción de sorelismo con franjas del maurrasianismo. Desde luego que todo esto es muy sugerente pero no deja de reposar sobre la idea de unicidad lineal entre pasado y presente, que son inherentes al postulado post hoc propter hoc, o a la posibilidad de la retrodicción.

La analogía hacia atrás suele suscitar hoy pocas críticas políticas o ideológicas (y bastante desinterés en este plano) y muchas más críticas científicas o académicas. Una muy sensata, y de especial utilidad para las más plausibles de ellas, o sea las analogías con fenómenos decimonónicos, alude a porqué utilizar ese rótulo, cuando había otros disponibles entre los mismos contemporáneos, como cesarismo o bonapartismo, y podría recordarse que Marx prefería el último al primero, entre otras cosas porque veía en aquel un flagrante anacronismo. Desde luego que, si las analogías se extienden hasta el mundo antiguo, uno se encuentra en una caracterización del fascismo tan amplia que rivaliza con las categorías políticas de la tríada aristotélica.

La expansión de la categoría fascismo en el propio tiempo de entreguerras es la predilecta por parte de la mayoría de los estudiosos que deciden abandonar la convicción de la singularidad irreductible de cada fenómeno histórico. Claramente, hay muchas y buenas razones para ello, a comenzar por la temprana resonancia que tuvo desde el comienzo el “fascismo 0” entre sus contemporáneos. Y es bastante intrigante el hecho de que un fenómeno político producido en una potencia de segundo orden, que además no había definido de modo inequívoco sus políticas y sus objetivos últimos (para los contemporáneos no fascistas, y en otro sentido para muchos fascistas, en cambio para nosotros, que conocemos el resultado ellos estaban bastante claros desde antes) y que tantos esperaban ver todavía constitucionalizado, o mejor absorbido en el pantano del “transformismo” italiano, se convirtiese aún antes del delito Matteotti, del “Aventino” y de la instauración de la dictadura en un punto de referencia, a favor o en contra, de sectores relevantes de las elites económicas, políticas e intelectuales, en Europa y América.

Basta recordar unos pocos ejemplos que, en su diversidad, sugieren la amplitud de su muy temprana difusión. El primero, el IV Congreso de la Internacional Comunista a principios de noviembre de 1922 (o sea pocos días después de la marcha sobre Roma) que colocaba en el centro de la agenda a la lucha contra el “fascismo internacional”, visto como la última apuesta de la burguesía pero que, menos unilateral que en visiones posteriores, también anotaba la demagogia social como instrumento para captar a la pequeña burguesía10. Era a la vez una rápida respuesta y una interpretación del fenómeno de ningún modo banal. El segundo: la tapa que la revista “Time” dedica a Mussolini en agosto de 192311. El tercero, obliga a desplazarse a Sudamérica y es un ejemplo entre varios que muestran la llegada de imágenes del fascismo entre los intelectuales de la región. A mediados de 1923, el celebrado poeta y escritor argentino Leopoldo Lugones da una serie de conferencias, que rápidamente serán publicadas como libro, a la que asisten miembros de la elite porteña de ambos sexos, civiles y militares, para escuchar que el futuro tenía dos rostros, Lenin o Mussolini, y que había que apoyar e imitar al segundo, lo que no era más que reiterar lo que ya había escrito en septiembre de 1922 (antes de la marcha sobre Roma) en uno de los principales diarios de la Argentina12. El cuarto nos obliga a desplazarnos a Roma, noviembre de 1923, visita del rey de España, Alfonso XIII y del neodictador general Miguel Primo de Rivera, en el que él primero indica como modelo político a seguir a Musssolini y poco importa aquí que el primoriverismo haya seguido una fórmula autoritaria diferente, ya que lo aquí interesa es la colocación tan temprana de Mussolini y del fascismo en el lugar de referentes aunque seguramente al precio de ambigüedades y desconocimientos (no claro está entre los comunistas)13.

Los ejemplos podrían multiplicarse, y no harían más que exhibir al fascismo tanto como un fenómeno percibido como de imitación, admitida o no, por parte de grupos de militantes políticos, publicistas e intelectuales, colocados sobre todo en la derecha y en la extrema derecha política, reaccionarios las más veces, revolucionarios (en el sentido de antisistema) las menos, pero también capaces de suscitar propuestas curiosas o extravagantes – véase por ejemplo el libro de Georges Valois, Le Fascisme de 1927, en el que entre otras cosas, además de considerar que con el fascismo la civilización europea pasaba al palier superior, se afirmaba que la revolución rusa con la NEP se encaminaba hacia el fascismo14. Desde luego, no todos usaban la expresión, el nazismo no se denominaba como tal pero tampoco, según me informa Ismael Saz, el mejor conocedor del tema, el Falangismo o las JONS (Juntas de Ofensiva Nacional-Sindicalista) se reconocían explícitamente como tales, aunque el falangismo fuese más disponible a admitir la comparación. Así, independientemente de cómo lo vieran los opositores (o los historiadores posteriores), reivindicaban un propio lugar bajo el sol. Y aquí hay tanto una cuestión de prestigio como de competencia entre nacionalismos extremos.

Esa oleada de grupos variopintos que en Europa y en las dos Américas en tropel intentaban referenciarse, en base a analogías aproximativas, con el fascismo, o usar el término y que todavía más lo harán en la década de 1930, ya que con el triunfo del nazismo en Alemania más personas parecían persuadidas en distintas partes del globo que tal vez se iba efectivamente hacia un nuevo orden mundial. Todo debía suscitar la imagen de una turbamulta que a veces más que complacencia generaba preocupación. Así Delio Cantimori, el notable historiador italiano, en ese entonces firme militante intelectual del fascismo radical, en una serie de notas publicadas en “Vita Nuova” en 1931 y 1932 -y referidas solo a Europa- trataba de deslindar e indicar que la gran mayoría de esos movimientos “reaccionarios” no tenían nada que ver con el fascismo y que era un error considerarlos tales porque así ellos se definían15.

No menos reticentes, aunque por otros motivos, eran, por poner otro ejemplo, los diplomáticos italianos con respecto a regímenes militares o grupos políticos sedicentes fascistas o simpatizantes con el fascismo en la Sudamérica de entreguerras, incluso con el que consideraban más afín, el Integralismo brasileño, que en sus miradas sin embargo estaba políticamente en la infancia. Y dicho sea esto al margen, es cuanto menos curioso que pese a ello, o pese a que la mayoría de los integralistas trataran de diferenciarse del fascismo, se vuelva todavía hoy rutinariamente a incluirlo sin discusión dentro de la categoría fascismo (pero el lector si llegó hasta acá habrá seguramente leído ya las tan pertinentes observaciones en la entrevista de una experta como Angela de Castro Gomes).

Lo que esas heterogéneas miradas sobre el fascismo, producidas por políticos, activistas, o pensadores variopintos, a las que habría que agregar las de los múltiples opositores, sugieren es heterogeneidad, diversidad o si se quiere un término que era (y es) usado, a veces ideológicamente otras instrumentalmente, para referir a todo tipo de cosas, como Cantimori había percibido bien. Desde luego que, con el tiempo, historiadores posteriores vendrían a decirnos con una regla de sastrería que este era fascista y aquel no, pero en aquella entreguerras no parecía tan claro definir – o mejor no se veía la utilidad de hacerlo, salvo por parte de los puristas. Debería, sin embargo, anotarse una paradoja: ese laxismo contrastaba con las interpretaciones prestigiosas, y que devendrían canónicas, producidas en esos años, que buscaban no recuperar esa diversidad sino encontrar un molde común.

Esa primera serie de lecturas (y se deja de lado la vertiente de la llamada historiografía de la crisis16), que tardarían mucho en envejecer, procedían de dos familias interpretativas principales: la que veía al fascismo como un instrumento del gran capital; y la que lo veía como la emergencia activa de un nuevo actor social, llamado pequeña burguesía o clases medias, según la familia ideológica, por entonces vista como clase en descenso, luego en ascenso.

Sin embargo, ese esquema, válido para las miradas posteriores, era bastante más complejo. Dejando de lado aquí las discusiones sobre el totalitarismo, que sin embargo ya por entonces eran objeto de debate en su relación con categorías como bonapartismo y fascismo, abundante material para la reflexión había en el seno de las lecturas marxistas heterodoxas. Ellas buscaban delimitar y conceptualizar los nuevos fenómenos políticos, en un diseño que diera cuenta del grado de modernidad capitalista, de las interacciones de las clases sociales, pero también de las fuerzas propiamente políticas, y que, más allá de hipotecas teóricas, abrían un rico conjunto de problemas interesantes todavía hoy, en torno a la búsqueda de caracterizaciones complejas del nacionalsocialismo y de los regímenes políticos inmediatamente precedentes en Alemania. Debates que llevaban a un intento de refinar categorías como prefascismo, fascismo y bonapartismo, como el que contrapuso a August Thalheimer y León Trotsky (tendiente este último, sin embargo, a ver en el bonapartismo, a la vez, primero un antecesor y luego un componente del fascismo)17. Y en esta tradición de heterodoxos todavía podía indicarse otra vertiente, aquella que propuesta por Wilhem Reich indagaba la psicología de las masas en conexión con las dimensiones de la sexualidad y estas con los modelos autoritarios familiares en Alemania18.

Ciertamente, conservan mucho vigor las reflexiones y los ángulos de enfoque propuestos por Antonio Gramsci, en el Cuaderno 13 (en la numeración de Gerratana), en torno a la categoría de cesarismo (que tenía una muy venerable tradición intelectual desde mediados del siglo XIX) y, más aún que en la conocida distinción entre progresivo y regresivo (en parte tributaria de Engels), en aquellas que dedicó al lugar de la burocracia como actor político central en el proceso (ideas que podrían vincularse reformuladas con algunas temáticas que había propuesto Max Weber) y también aquí un grupo profesional pensable en sí y en su relación o derivación de específicos estratos sociales19. Una reflexión susceptible de inspirar una saga de estudios, que daba todo su lugar al estado moderno, y que posibilitaría toda una serie de reflexiones y de deslindes entre los distintos regímenes fascistas y aún a la pertinencia o no de utilizarlo indiscriminadamente.

Desde luego que el tema de los aparatos estatales no deja de ser otra línea de reflexión a incluir entre esas lecturas de los contemporáneos, que abría muy ricas posibilidades interpretativas, sea a partir del estudio desde la arquitectura institucional, sea del de su diseño jurídico y, más atrás aún, el de las dimensiones normativas – piénsese a la potencialidad heurística de la contraposición estado prerrogativo-estado normativo en Ernest Fraenkel20. Y todo ello se vinculaba por entonces también con una concepción de lo político que sería bueno explorar, si se le va a otorgar una primacía a la acción política, lo que remite claro está a una discusión en torno a la obra de Carl Schmitt, y lleva de nuevo también a la discusión sobre el concepto de totalitarismo.

La construcción de aquellas lecturas del fascismo era el producto tanto de la experiencia vivida por sus autores – y aunque no lo proclamaran abiertamente ella debió ser en muchos puntos decisiva – como de una herencia teórica y de una serie acotada de lecturas disponibles, que eran más publicistas que eruditas. A esa singularidad se agregaban otras, si comparadas con lecturas posteriores, como el hecho de que, aunque la filosofía de la historia pudiese sugerir una línea teleológica, nada decía de cómo y cuándo esos regímenes podían colapsar, por lo que su mirada era muchos menos dependiente de los resultados del proceso que las posteriores, y ello se percibe claramente en la precedencia otorgada por mucho tiempo al motivo anticomunista por sobre el racista. Por otra parte, ellas se basaban en la indagación de un caso singular, fuese Italia, fuese Alemania, y las propiedades de este estilizadas servían para formular un modelo a aplicar a los casos sucesivos, bajo la forma de inferencias analógicas.

Sin embargo, bien mirada esa unicidad teórica se avenía muy mal con aquella heterogeneidad que señalamos, relacionada con quienes se referían y eran referidos como fascistas, lo que no dejaría de tener consecuencias no irrelevantes, entonces y ahora. Inauguraban dos estrategias destinadas a perdurar que consistían en manipular los nuevos casos sin pudor, a golpes de hacha por así decir, para integrarlos en el modelo del fascismo original o descartarlos y englobarlos bajo alguna otra etiqueta. Los años de la entreguerras optaron por la primera estrategia y todo tendía a devenir fascista. Sin embargo, en aquellas lecturas matriciales también estaba el antídoto, aunque muchos lo olvidaran: había más de un concepto para referir a esos heterogéneos fenómenos y no se habían descartado otros como vimos. Finalmente, como sugiere Gianfranco Pasquino en la entrevista aquí incluida, aunque sin referir explícitamente a aquellos años, se podría ir en sentido inverso y considerar al fascismo (o al bonapartismo o al cesarismo) como una subvariante de un genus que sería el autoritarismo, lo que como toda solución también crea otras dificultades para acomodar los casos.

IV

A la caída del fascismo la tarea de la hora parecía ser no ya explicarlo sino exorcizarlo. Dos eminentes estudiosos, Benedetto Croce y Friedrich Meinecke, esbozaron dos lecturas que al precio de muchos equívocos podían ser vistas como tranquilizadoras: el fascismo como un paréntesis, como un germen o un virus que había afectado temporáneamente a la historia de las respectivas naciones y no solo. En ambos, el virus y las causas y consecuencias de este debían verse a nivel europeo (analógicamente indicaba Meinecke).

Las tesis, así interpretadas, resultaban cómodas para el momento, pero todo reposaba en una serie de discursos de Croce en 1944, y en una lectura por lo menos superficial del libro de Meinecke, “La catástrofe alemana”, del año siguiente21. En realidad, la tarea de demolición que ambos proponían era doble, ya que además referían despectivamente a los actores políticos de esos gobiernos: una “banda de criminales” (Meinecke), o de asnos salvajes, una onagrocrazia, cuando no los “hyksos” (Croce) y que eran parte de una más amplia serie de retratos descalificadores tipo dictadura de la “chusma” o de la “escoria”. Un retrato destinado a perdurar.

Mas problemática era la lectura del “paréntesis” ante todo para compatibilizarla con los presupuestos historiográficos de los mismos Croce y de Meinecke. Si bien ambos procedían de dos vertientes diferentes del historicismo, ninguna de ellas habilitaba para pensar en términos de una supresión del devenir histórico durante veinte años.

Efectivamente, el paréntesis croceano solo puede ser visto o como un expediente instrumental en defensa de los intereses de un país vencido, o como parte de un momento de exaltación. En cualquier caso, más plausible parece otra lectura, que contemple el conjunto de la producción del último Croce dominada por la categoría de “vitalidad” y teñida de pesimismo22. Su mirada se acercaría o mejor continuaría la que fuera llamada literatura de la crisis, y que veía en el fascismo una crisis civilizatoria mucho más profunda, y en Croce de ningún modo terminada con la caída de los fascismos, como lo mostraría para él la fortaleza del comunismo (acomunado con el fascismo dentro de la etiqueta tanto de totalitarismo como, aunque en distinto grado, de barbarie).

En el caso de Meinecke, es todo más sencillo, porque el mismo libro antes aludido muestra al nazismo como un virus, sí, pero también como el producto de la combinación de azar y necesidad, o en otros términos de factores personales y generales, que según él siempre aparecían interrelacionados en los procesos históricos. Así se combinaban motivos profundos (olas), que procedían del siglo XIX, con contingencias posteriores.

Va de suyo que ni Croce ni Meinecke fueron estudiosos del fascismo o del nazismo, sino que fueron espectadores más activos o pasivos de esas experiencias vividas desde el interior. Sus reflexiones fueron así ante todo testimonios derivados de esas experiencias y en este punto compartían la situación con las lecturas que enunciamos antes, producidas desde exilios exteriores o interiores. Y va de suyo que en unos casos y en otros esas experiencias particulares implicaban un específico punto de mira, que ponía hipotecas sobre sus lecturas del fascismo si considerado como un todo. En cualquier caso, más allá de esto, la comodidad o la pereza de no leer los textos y repetir lo que fuera dicho innumerables veces (y puede verse todavía hoy) avaló la tesis del paréntesis. Tesis que brindó un adecuado soporte al clima de creencias inmediatamente posterior al fin segunda posguerra, pero que sería menos apto para ser recuperado en los años de la guerra fría.

Por el contrario, la historiografía posterior a 1945 sería por mucho tiempo tributaria de las lecturas fundadoras, e incluso de las premisas inherentes al momento fundador (entendido este como los años veinte, no lo treinta). Si hemos de creer en la imagen propuesta por George Mosse en 1966, la historiografía sobre los fascismos europeos o no (el texto incluía alusiones al peronismo) había hecho muy pocos progresos luego de 1945, salvo en el caso alemán23. Los hubiera hecho o no, el problema se agravaba al haber cada vez más nuevos candidatos a integrar el grupo de movimientos o regímenes fascistas, con la diferencia que ahora, luego de la derrota de los regímenes de extrema derecha europeos y de la enorme publicidad que adquirieron sus actos criminales, pocos gustaban de ser identificados en público con ellos, salvo aquellos que se consideraban sus herederos o continuadores.

Así la situación era bien diferente a la de la entreguerras, y las analogías propuestas por los científicos sociales funcionaban ahora no de acuerdo con las autodefiniciones de los aludidos, sino en contra de ellas. Por lo demás, esa expansión de la etiqueta fascista era aún mucho más amplia, ya que devino no solo una caracterización y, a la vez, un insulto político, con lo que podía aplicarse a cada vez más casos, independientemente de la mayor o menor concordancia de rasgos con el modelo original. Así, la noción de fascismo se cargaba cada vez más de nuevos significados, lecturas y ejemplos, como otros conceptos genéricos colocados en esa situación (piénsese en uno célebre por su problematicidad: burguesía) y podía sostenerse al precio de todo tipo de equívocos y omisiones.

Por otra parte, ahora el rótulo se extendía crecientemente fuera de Europa, y ello no dejaba de plantear otros problemas. Como señaló Eric Hobsbawm con mucha propiedad y a su vez desde experiencias directas y no librescas, a principios de los sesenta, poco sentido tenía el empleo de la etiqueta fascista en América Latina, y en especial aplicado a movimientos que podían combinar evocaciones al nazismo con intentos de realizar revoluciones sociales24. En este punto, no habría que generalizar, además de Hobsbawm no dejaba de haber otros estudiosos perspicaces, como Gino Germani que contribuirían decididamente, ya desde 1955 pero con énfasis desde comienzos de los setenta, con relación al caso latinoamericano -inicialmente al argentino, o sea el peronismo, pero luego extendido a muchos otros-, a establecer diferencias y a ubicarlos en distintas constelaciones políticas. Para hacerlo Germani proponía crear otra familia, la de los populismos nacionales, diferente de los fascismos europeos25.

Desde luego Germani no es el único nombre que puede recordarse aquí, y quizás pueda hablarse en esos años setenta de una voluntad de hacer claridad en esa jungla creciente en que se había ido convirtiendo la categoría de fascismo. Dejando de lado a Guillermo O’Donnell, cuya categoría – estados burocrático-autoritarios – venía también a descongestionar para el caso latinoamericano la categoría de fascismo26, entre los que contribuyeron en modo relevante a complejizar y deslindar debe mencionarse al menos el de Juan Linz que, por lo demás, compartía con Germani el haber experimentado la cotidianeidad bajo dos regímenes considerados totalitarios o fascistas (Alemania e Italia, el primero, Italia y Argentina, el segundo).

Como es bien conocido se debe a Linz el refinamiento de la categoría de régimen autoritario, que servía para deslindar con totalitario, noción que tenía una larga tradición, como vimos y había logrado una nueva vitalidad gracias a la obra de Hannah Arendt y al clima de la guerra fría. Empero servía también, y es lo que acá nos interesa, para distinguir entre aquellos que eran denominados indiscriminadamente fascistas. Es decir, por ejemplo, entre los fascismos clásicos (nazismo, fascismo, pero este en una zona inestable de frontera) o totalitarismos clásicos, que a los precedentes agregaba el estalinismo, y un régimen ni totalitario ni fascista, como lo serían, en su perspectiva, el franquismo o el salazarismo. Ciertamente, la categoría de autoritarismo venía a aliviar, como el populismo nacional de Germani, la pesada mochila que gravaba de manera evidente sobre la noción de fascismo. En su caso, ayudaba a descongestionar los casos europeos, pero también servía para rotular a dictaduras latinoamericanas por entonces en ascenso. Por lo demás, el mismo Linz reintroducía (no era el único) otra antigua categoría weberiana: regímenes “sultanistas”, que servía para podar por otro lado el frondoso árbol27.

Desde luego que la categoría autoritarismo, o mejor la dupla totalitarismo/autoritarismo, no estaba exenta de problemas y habría otras discusiones, de las cuales el mismo Linz era muy consciente y mucho más que sus seguidores. Si la cuestión se mirase no desde los diseños o las interacciones entre poderes e instituciones sino a nivel de los efectos sobre las personas corrientes que padecían un tipo de régimen u otro, ¿la perspectiva sería diferente? Y aquí Linz debía reconocer una aporía en su análisis: el problema nada menor de los grados de violencia y represión, que bien podían ser mayores en un régimen definido autoritario que en otro definido totalitario28. Problema, agregaríamos nosotros, que se declinaría de modo diferente no solo en cada régimen, independientemente de cómo se lo rotule, sino del momento que se considere, ya que cualquier régimen es en los hechos muchos regímenes (probablemente con excepción del nazismo). En cualquier caso, aquí emergen algunos de los problemas de los análisis comparativos y baste un ejemplo: el colocar al franquismo, un régimen notoriamente criminal, al menos hasta 1943, junto con el salazarismo elimina un problema tan importante como las clasificaciones que es las gradaciones. Basta leer, aunque sea un enfoque parcial, el libro que me recomendó hace años Ramón Villares en las calles de LIsboa, las Memórias de Pedro Teotónio Pereira para “comprender” bien las distancias29.

El mismo Linz volvía sobre la cuestión en un fundamental artículo de 1976, para una comparación del fascismo en una perspectiva histórico-sociológica, incluido en el importante Reader´s editado por Walter Laqueur que proponía un balance de cincuenta años de estudios sobre el fascismo30. El trabajo exploraba en modo sistemático distintas características y condiciones de posibilidad y reposaba sobre un número amplio de casos. En lo que aquí interesa, el trabajo proponía cuestiones muy relevantes, como la necesidad de poner el énfasis en movimientos y partidos políticos que no estaban en el poder y al hacerlo se aproximaba a la idea de comparar lo comparable y operar, como sostuvimos en el inicio, con analogías controladas (aún si el énfasis no implicaba exclusividad). Todo ello iba acompañado de una nueva poda de los casos, según sus criterios no pertinentes para ser incluidos en la categoría fascismo. Con la poda desaparecían todos los movimientos asociados del siglo XIX y la Acción Francesa. La Unión Patriótica primoriverista, la Unión Nacional del salazarismo, el Movimiento Nacional del franquismo (“in the later years”), el OZON de Polonia, el Imperial Rule japonés y varias de las dictaduras monárquico-militar-burocráticas de Europa Oriental y Sudoriental. Desde luego que varios de ellos ya habían sido eliminados por otros autores en recortes precedentes y, en cualquier caso, como el mismo Linz admitía, otros habían ido incluso más allá, como Eugen Weber y Stanley Paine, que diferenciaban entre fascismo italiano y nacional socialismo alemán, que permanecían en cambio unidos en el núcleo de la categorización de fascismo de Linz31.

Con todo Linz incluía dentro de su categorización del fascismo al Integralismo brasileño, el Partido Nazi chileno y la Falange Socialista Boliviana, sin que sea evidente el beneficio de incluir a estos y excluir a la Unión Nacional o al Movimiento Nacional. El caso del Integralismo, al que ya nos referimos, es interesante, porque muestra hasta qué punto los enfoques macro dependen de fuentes secundarias, que hayan sido publicadas en un lugar “respetable”. En el caso del Integralismo todo procede del importante libro de Helgio Trinidade (una tesis en Paris I), un autor que trabajó siempre con una definición muy extensa de fascismo que incluiría años después también a las dictaduras militares de América del Sur32.

Ciertamente, otro deslinde posible, sugerido ya por Linz, que podría derivar de la utilización de la conocida distinción propuesta entre otros por Renzo De Felice, entre régimen y movimiento, aunque con un propósito distinto y más abarcador33. Colocar en la misma grilla al bastante pequeño movimiento nacionalsocialista chileno (de claras simpatías hacia el nazismo pero que apoyó al Frente Popular que claro está incluía a los comunistas, en las elecciones de 1938) con el régimen nacionalsocialista en Alemania, no es muy claro para que sirve, salvo que servía a los contemporáneos para atacar al grupo chileno. Distinción de buen sentido para los movimientos de extrema derecha, que valdría para cualquier otra familia política e incluso para aquellas más y mejor articuladas internacionalmente: ¿qué sentido tiene por ejemplo colocar en un mismo contenedor analítico a un pequeño partido comunista, además a menudo en la clandestinidad, como había varios en América Latina en la segunda posguerra, con regímenes comunistas como por caso los llamados socialismos reales de Europa oriental? Desde luego que una objeción sería o el puro uso político o, intelectualmente, la concepción de esos fenómenos como un virus que se difunde aquí y allá.

Banca Agricola Milanese

Banca Agricola Milanese, arch. Marcello Piacentini, 1932-1934

V

En algún momento las lecturas de los fascismos viejos y nuevos cambiaron en muchos sentidos en sede académica. Cuando yo era todavía estudiante a principios de los años setenta todavía circulaban las nociones de bonapartismo (muy usada) y gracias a la persistencia de Gramsci, la de cesarismo, pero podía ser el retraso argentino. Luego, probablemente desde mediados los ochenta, pero la cronología debería establecerse con más precisión, todas aquellas lecturas matriciales de la entreguerras quedarían o devaluadas, o directamente condenadas a la sección de la historia de la historiografía. No siempre34.

Sería interesante pensar esos cambios en su posible relación con cuestiones más generales, muy diferentes y contradictorias, como el avance de las transiciones a la democracia (en Sudamérica y en Europa del Este), la permanencia y en algunos casos (Francia, Austria) la expansión en Europa de partidos políticos de extrema derecha, que  remitían directa o indirectamente a las tradiciones fascistas, pero también con nuevos grupos políticos en situaciones post comunistas como en Rusia, con cambios globales en la historiografía, como los vinculados a las crisis del marxismo o, más específicamente al tema a debates como el historikerstreit o sobre “La Guerra civil europea” de Ernest Nolte en Alemania, polémicas que subseguían a la abierta desde antes en Italia en torno a la obra de Renzo de Felice. Nótese que también fueron años de polémicas contra los negacionistas, que culminarían con la sanción en Francia de la discutida ley Gayssot35.

Si los debates alemanes o italianos eran eso, debates nacionales, y por ende incidían poco en la cuestión del carácter genérico del fascismo, en tanto implicasen una normalización del nazismo serían acusadas de normalizar también a los movimientos de extrema derecha presentes en el escenario político contemporáneo, y, desde luego, la ley Gayssot colocaba en el centro el problema la responsabilidad ciudadana y el estatuto de la historiografía. La llamada crisis del marxismo y los cuestionamientos a una historia social estructural parecen haber incidido más directamente en los cambios en el modo de aproximarse a los fascismos. En especial las lecturas economicistas de algunas matrices marxistas, muchas veces devenidas caricaturales u ociosas (en tanto multiplicaban los estudios puntuales para arribar a las mismas conclusiones), parecían un blanco fácil por su “determinismo” como señalarían varios textos apodícticos que aprovechaban el cambio del viento historiográfico, pero también eran atacadas las lecturas “sociales”, en nombre de una “primacía de la política” (en otras variantes de autonomía de la política) que a veces parecía una nueva forma de determinismo o mejor de monismo explicativo.

Empero, también las interpretaciones culturales reclamaban un lugar central en el escenario. Así sin saber bien porqué, por poner un ejemplo, para caracterizar al fascismo, el estudio del papel de los grandes empresarios en el origen del nazismo o del fascismo pasó a ser menos relevante que el estudio de grupúsculos de intelectuales que publicaban periódicos de escasa difusión, o las políticas económicas de los regímenes fascistas, sus instrumentos y su eficacia (aún si se les quitara buena parte de su especificidad, como propuso en un conocido artículo Charles S. Maier36) menos relevantes que sus estrategias propagandísticas, su simbología o sus ritualidades.

Como tampoco se entiende porque, salvo por una tiranía de las modas, las explicaciones políticas deberían ser o preferidas a las sociales o pensadas como independientes de aquellas, ahí donde, por ejemplo, el network análisis había ya mostrado muy bien la superposición de relaciones sociales y relaciones políticas sin determinismos de ningún tipo, o las historias a ras del suelo de la cotidianeidad lograban todavía brindar nuevas perspectivas desde el punto de vista de la vida cotidiana o de las personas corrientes (a la Christopher Browning) y, como señala al pasar en la entrevista Mathew Feldman, no estaría mal saber más de sus percepciones. Y quizás más que, por ejemplo, una primacía de la política sea útil pensar de modo nuevo las relaciones entre sociedad, economía y política y al hacerlo incluir desde las dinámicas temporales al juego de escalas.

Los nuevos enfoques hegemónicos de la historia políticos o de la historia cultural, estos últimos entendidos en sí o como historia cultural de la sociedad o de la política tenían otras implicancias para la comparabilidad entre fenómenos políticos. La historia económica y social clásica ponía muchos obstáculos para postular comparaciones entre países con distintos sistemas económicos o con diferentes niveles de complejidad dentro de cada uno de ellos o en sus articulaciones sociales y lo mismo se podía afirmar de los análisis sistémicos de la política. Sin embargo, otros enfoques de la historia política habilitaban ahora a incluir dentro de las variedades del fascismo a los regímenes comunistas desde el “stalinofascismo” al “fascio-comunismo” castrista, todo ello en el contexto de las propuestas (conservadoras) de abolir la distinción derecha-izquierda37. Por su parte la historia cultural planteaba la comparación en un registro más simplificado, lo que aumentaba la capacidad de postular analogías. Si se iba a definir fascista a un régimen por una serie de rituales o determinadas escenografías, era sencillo aumentar los candidatos a integrar la categoría.

En cualquier caso, no se trata de arbitrar aquí entre ventajas y desventajas de cada aproximación, sino señalar que, se elija la vía que se elija, todas esas líneas de argumentación pueden ser sustentables, en la medida de su coherencia y de su congruencia con la evidencia empírica disponible. En tanto parten de hipótesis diferentes y por ende enlazan una secuencia diferente de acontecimientos en la construcción de su argumentación, ellas no son refutables entre sí. Es el clásico argumento de Max Weber de las múltiples historias posibles38. Desde luego que ello implica admitir que cada una de ellas ilumina diferentes dimensiones del fenómeno, las que están en parte contenidas en las hipótesis. El problema, creemos, no está en la elección del ángulo de visión, sino en la aspiración a la exclusividad, o a lo que en otros tiempos se llamaba a encontrar la causa “en última instancia” determinante.

En cualquier caso, en el contexto del apacible pluralismo de los tiempos contemporáneos permanecen los viejos problemas irresueltos entre ellos la búsqueda de distinguir minuciosamente cada fenómeno político o la búsqueda de una especie de substancia identitaria fascista. Ciertamente, después del desmalezamiento de los años setenta, paulatinamente el concepto de fascismo volvió a crecer (y sigue creciendo) en número de candidatos y ha visto extender las propiedades que lo definirían.

Nuevamente hay aquí crecimientos vinculados a la voluntad de incluir allí desde los ex regímenes comunistas a los perdurables movimientos de extrema derecha, de los nuevos movimientos de ese signo o con algunas semejanzas formales con ellos (o incluso sin ninguno como en el llamado liberal fascismo) en Europa y fuera de ella  Por otra parte, la llegada de algunos ellos al gobierno en coaliciones iliberales plantea la posibilidad de incluirlos no solo por su presente sino por el futuro que parecerían augurar sus declaraciones. Hacerlo volvería a rediseñar los términos de la comparación al juntar de nuevo partidos y movimientos políticos y regímenes en el poder. Desde luego que se está en el terreno de analogías problemáticas, aunque claro que se podría decir: hasta ahora…

Empero como ya señalamos si crece el número de candidatos a ser englobados bajo la etiqueta fascismo es también porque los historiadores están más dispuestos a conceder las membresías, sea por las “ventajas” que brindaría la historia cultural, sea por las modas transnacionales, sea por una cierta tendencia a englobar, también en otros casos, cada vez más figuras diferentes dentro de una misma etiqueta. ¿Herencias de la historia global? En cualquier caso, se asiste a una nueva universalización del uso de la categoría fascismo. Por poner un solo ejemplo reciente, dos estudiosos bien presentes en los medios de comunicación de Europa y América y bien insertados en la academia norteamericana, Federico Finchelstein y Jason Stanley, han escrito sobre políticas fascistas de la pandemia”39. ¿Se escribirá también en algún momento sobre l’esprit de succés mediático o sobre el business académico que acompaña a muchos estudios sobre el fascismo?

Nuevamente también, como señalamos en el caso de las analogías hacia atrás, puede también defenderse la idea de un zócalo común, y no en el sentido de que el fascismo no se ha ido nunca, sino en otros más modestos, que indican que ciertas claves civilizatorias que se declinan de muchos modos han mantenido una perdurabilidad de largo plazo. Aquí emergen diferentes vías posibles de argumentación: una sostendría que ha sobrevivido un campo de fuerzas político-culturales antagónicas subyacente, una dicotomía fascismo-antifascismo de largo plazo, que en buena medida legitimaría pensar en términos de reproducción de las condiciones de posibilidad de esos movimientos y sus opuestos. Perspectiva que suele coincidir con la de la conciencia política antifascista y que podría pensarse como parte de una homología atemporal, vista la persistencia o reemergencia de movimientos políticos que remiten a arquetipos originarios.

La segunda perdurabilidad es la de una nueva crisis civilizatoria, que reproduce de manera a la vez semejante y diferente la crisis de fines del siglo XIX y comienzos del XX. Y todavía se podría ir más atrás y ver todo el conjunto a la manera de Jacob Burckhardt, tan leído en la entreguerras, por lo demás, como una distopia en forma de aquel advenimiento de grandes simplificaciones y simplificadores dictatoriales que el auguraba como corolario de las sociedades de masas, ahora claro está virtuales40.

Una tercera podría partir de que, vistas las secuelas de aquellos regímenes fascistas originarios y la construcción de memorias públicas alternativas, la multiplicación de la percepción de fascismos aquí y allá (además de constituir un insulto y un arma de combate político) puede representar una estrategia de defensa, o de protección de las sociedades democráticas, en algunos casos de movimientos que se reconocen ellos mismos  herederos del fascismo, en otros porque se los percibe como amenazas in nuce. Este punto concierne más al problema del comportamiento ciudadano que al del investigador social pero ambas figuras no están escindidas, ni siquiera entre los más aislados eruditos. Sin embargo, subsiste una pregunta, ya no sobre la pertinencia sino sobre la eficacia. Y en este plano, ¿es preferible multiplicar el uso de la etiqueta fascismo aquí y allá, o refinar el análisis y encontrar nuevas palabras, definiciones, categorías para presentar a los fenómenos de las últimas décadas? En este caso quizás una mejor historia no esté reñida con un mejor uso de ella.

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1

Agradezco a Sabina Loriga, Federica Bertagna y Thomas Hirsch por su atenta lectura y sus comentarios al texto. Agradezco también a Xosé Manel Nuñez Seixas y a José Rilla por sus diferentes aportes para su realización.

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2

Llewellyn Woodward, “The Study of Contemporary History”, Journal of Contemporary History, vol. 1, no 1, 1966, p. 4.

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3

Benito Mussolini, Opera Omnia, Firenze, La Fenice, 1952, t. X, p. 147 y 1954, t. XIII, p. 145.

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4

Jean-Claude Passeron, “Analogie, connaissance et poésie”, Revue européenne des sciences sociales, XXXVIII, no 117, 2000, p. 13-33. Ver también las reflexiones de Paul Ricoeur sobre analogía y hermenéutica en Paul Ricoeur, Freud: una interpretación de la cultura, México, Siglo XXI, 1990, Libro Primero. En oposición, citado por Baruch, Jacques Bouveresse, Prodiges et vertiges de l’analogie : de l’abus des belles lettres dans la pensée, Paris, Ed. Raisons d’agir, 1999.

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5

Luciano Canfora, Analogia e storia: l'uso politico dei paradigmi storici, Bari, Laterza, 2010, 3 (“Analogia e politica”).

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6

Reinhardt Koselleck, Il vocabolario della modernità, Bologna, Il Mulino, 2009, p. 30-31.

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7

Alan Bullock, Hitler: A study in Tyranny, New York, Harper&Row, 1964, p. 807-808. Asimismo, analogías recurrentes con distintos  momentos del Imperio romano son propuestas por Hugh Trevor Ropper, The Last Days of Hitler, London, The MacMillan Press, 1978, passim.

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8

George Mosse, The crisis of German Ideology. Intellectual Origins of the Third Reich, New York, Howard Fertig, 1998 (1964); Id., The Nationalization of the Masses: Political Symbolism and Mass Movements in Germany, from the Napoleonic Wars Through the Third Reich, New York, Howard Fertig, 1975; Zeev Sternhell, Ni droite ni gauche. L’idéologie fasciste en France, Bruxelles, Complexe, 2000 (1983).

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9

Henri Brunschwig, La Crise de l’État Prussien à la fin du XVIIIe siècle et la genèse de la mentalité romantique, Paris, PUF, 1947 ; Federico Chabod-Arnaldo Momigliano, Un carteggio del 1959, Istituto Italiano per gli Studi Storici, Napoli, Il Mulino, 2002.

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10

Tesis, manifiestos y resoluciones adoptados por los Cuatro primeros congresos de la Internacional Comunista (1919-1923): https://www.marxists.org/espanol/tematica/internacionales/comintern/4-Primeros3-Inter-2-edic.pdf

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11

“Time”, v. 1, n. 23, 6 agosto 1923.

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12

Leopoldo Lugones, Acción Buenos Aires, Tip. De Martino, 1923.

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13

Javier Tusell-Ismael Saz, “Mussolini y Primo de Rivera. Las relaciones políticas y diplomáticas de dos dictaduras mediterráneas”, Boletín de la Real Academia de la Historia, 179, 1982, p. 413-483 y Stanley Paine, “Fascist Italy and Spain, 1922-1945, Mediterranean Historical Review, 13, 1988, p. 100-101.

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14

Georges Valois, Le Fascisme, Nantes, Ars Magna, 2018.

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15

Delio Cantimori, “Fascismo, Nazionalismi e Reazioni” y “Fascismo, rivoluzione e non reazione europea”, en Id., Política e storia contemporanea, Scritti (1927-1942), Torino, Einaudi, 1991, p. 81-87 y 111-118.

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16

Johan Huizinga, La crisi della civiltà, Torino, Einaudi, 1962 pero, desde luego, también aunque en otro sentdo, Spengler.

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17

Es claro que la noción de Bonapartismo actuaba como un diafragma a la hora de establecer el lugar de las clases sociales. Cfr. August Thalheimer, “Sobre el fascismo”, en AAVV, Fascismo y Capitalismo, Barcelona, Martinez Roca, 1976, p. 23-43, León Trotsky, The Only Road (septiembre 1932, publicado en 1933), https://www.marxists.org/archive/trotsky/germany/1932/320914.htm; Id., Bonapartism and Fascism (julio 1934), https://www.marxists.org/archive/trotsky/germany/1934/340715.htm.

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18

Wilhelm Reich, Psicología de masas del fascismo, México, Ediciones Roca, 1973.

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19

Antonio Gramsci, Quaderni del carcere, Torino, Einaudi, 2007, v. III, p. 1602-1622; Max Weber, “Parlamento y gobierno en una Alemania reorganizada”, en Id., Escritos políticos, Madrid, Alianza, 1991, p. 105-300 y sobre los orígenes de la idea de cesarismo, Arnaldo Momigliano, “Per un riesame della storia dell´idea di cesarismo”, Rivista Storica Italiana, 68, 1956, p. 220-229.

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20

Ernest Fraenkel, The Dual State. A Contribution to the Theory of Dictatorship, Oxford, Oxford University Press, 2017.

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21

Friedrich Meinecke, La catástrofe alemana. Comentarios y Recuerdos, Buenos Aires, Nova, 1947; “Discorso inaugurale”, Gli atti del Congresso di Bari. Prima Libera Assemblea dell’Italia e dell’Europa liberata, 28-29 enero, 1944, Bari, 1944, p. 17-22; “Discorso all’Eliseo”, 21 septiembre 1944, en Id. Pagine Politiche, Bari, Laterza, 1945, p. 97-116. Ver también, Benedetto Croce, “The Fascist Germ Still Lives; Benedetto Croce warns that the infection it caused may spread again over the world”, The New York Times, 28 november 1943, p. 9.

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22

Un largo itinerario puede ir, por ejemplo de Benedetto Croce, “L’ombra del mistero”, La Critica, 37, 1939, p. 325-333, a “L’anticristo che è in noi”, Quaderni della Critica, 8, 1947, p. 66-70 y más allá.

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23

George L. Mosse, “Introduction: The Genesis of Fascism”, Journal of Contemporary History, vol. 1, no 1,1966, p. 14-26. Es interesante comparar ese texto con otro de diez años después para percibir expansiones (temporales y espaciales), redefiniciones y reevaluaciones: Walter Laqueur, George L. Mosse, “Introductory Note”, Journal of Contemporary History, vol. 11, no 4, 1976.

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24

Eric Hobsbawm, Viva la revolución. Il secolo delle utopie in America Latina, Milano, Rizzoli, 2016.

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25

Gino Germani, Autoritarismo, fascismo y populismo nacional, Buenos Aires, Temas, 2003.

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26

Guillermo O’Donnell, El estado burocrático autoritario, Buenos Aires, Universidad de Belgrano, 1982.

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27

Juan J. Linz, “Totaiitarian and Authoritarian Regimes”, en Fred I. Greenstein y Nelson Polsby (comps.), Handbook of Political Science. vol. 3: Macropolitical Theory, Reading, Addison-Wesley, 1975, p. 175-411; Juan J. Linz, H.E. Chehabi, Sultanistic Regimes, Baltimore, John Hopkins University Press, 1998.

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28

Juan J. Linz, “Totalitarianism and Authoritarianism: My Recollections on the Development of Comparative Politics”, in AAVV, Totalitarismus. Eine Ideengeschichte des 20. Jahrhunderts, Berlin, Akademie Verlag, 1997, p. 150.

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29

Pedro Theotonio Pereira, Memórias, Verbo, 1972, Lisboa, Verbo, 1972-1973, 2 v.

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30

Juan J. Linz, “Some notes toward a comparative study of fascism in sociological historical perspective”, en Walter Laqueur, Fascism: a Reader’s Guide. Analysis, Interpretations, Bibliography, Berkeley, University of California Press, 1976, p. 3-121.

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31

Stanley Paine, Fascismo. Comparison and definition, Madison, The University of Wisconsin Press, 1980, p. 73-76.

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32

Helgio Trinidade, Integralismo (o fascismo brasileiro na década de 30), Sao Paulo, Difusào Européia do Livro, 1974. Tesis de doctorado dirigida por Jean Touchard y Georges Lavau en la Universitè de Paris I, 1971.

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33

Renzo De Felice, Intervista sul fascismo, Bari, Laterza, 1975, cap. III.

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34

Roger Griffin, Mathew Feldman, Fascism Critical Concepts in Political Science y Fascism: The social dynamics of fascism,London, Routledge, 2004, v. 1 y 2.

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35

Un punto de vista sobre la cuestión en Marc Olivier Baruch, Des lois indignes ? Les historiens, la politique et le droit, Paris, Tallandier, 2013, p. 50-64 y 298-299.

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36

Charles S. Maier, “The economics of Fascism and Nazism”, en Id., In search of stability. Explorations in historical political economy, Cambridge, Cambridge University Press, 1987, 2, p. 70-120.

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37

Ver, por ejemplo, las observaciones polémicas de A. James Gregor, The Search for Neofascism: The Use and Abuse of Social Science, Cambridge, Cambridge University Press, 2007, p. 8-22.

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38

Max Weber, “Studi critici intorno alla logica delle scienze della cultura”, en Id., Il metodo delle scienze storico-sociali,Torino, Einaudi, 2003, p. 89-180.

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39

https://www.nytimes.com/es/2020/06/03/espanol/opinion/bolsonaro-trump-fascismo.html; https://www.washingtonpost.com/outlook/2020/06/03/danger-president-trumps-lies-amid-coronavirus-urban-uprisings/.

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40

Jacob Burckhardt, Reflexiones sobre la historia del mundo, Buenos Aires, El Ateneo, 1945.