Un lugar llamado Predappio
Predappio - Casa del fascio 6

Casa del fascio

En Italia existen unas 8.000 comunas, una de ellas, de 6.500 habitantes en la Provincia de Forlí-Cesena, en Romagna, se llama Predappio. Los datos pueden consultarse en Wikipedia y es el primer lugar al que un no italiano, pero también muchos italianos, tienen que ir si le hablan de una querella entre historiadores acerca de la realización de un Museo del/sobre el Fascismo en Predappio. Sería interesante saber también cuántas personas, incluso entre los historiadores profesionales no italianos, saben que allí nació y allí está enterrado Benito Mussolini. No sería distinto ni menos interesante si se preguntara acerca de dónde nacieron, o están enterrados, Francisco Franco, Charles de Gaulle, Getulio Vargas o Juan Perón. A fin de ahorrar a muchos lectores la búsqueda, digamos que Franco nació en Ferrol, Galicia, y está enterrado en el Valle de los Caídos, en la Comunidad de Madrid, que De Gaulle nació en Lille y está enterrado en Colombey-les-Deux-Églises (Haute-Marne), que Vargas nació y está enterrado en São Borja, Rio Grande do Sul, y que Perón nació en Lobos (aunque como con casi todo en Argentina no deja de haber algo de controversia) y actualmente está enterrado en San Vicente, localidades ambas de la Provincia de Buenos Aires.

   El destino de esos lugares es muy diferente. En São Borja existe un Museo Getulio Vargas, en una casa en la que este vivió muchos años, y en Lobos un pequeño museo en la que es oficialmente la casa natal de Perón. En la casa natal de Franco hay unas placas y según parece se podían cazar pokemones recientemente, cuando ese juego se puso de moda. Los nostálgicos del franquismo tienen su lugar de memoria en el monumental Valle de los Caídos (construido por presos políticos republicanos durante el régimen), donde está enterrado el Dictador pero también José Antonio Primo de Rivera (pese a todo una extraña pareja) y más de treinta mil combatientes y represaliados, muchos sin identificar. El lugar, sin embargo, es muchas cosas a la vez, entre ellas un mausoleo y un lugar religioso (consagrado incluso en una basílica por Juan XXIII) y al estar incluido en los tours turísticos (junto al vecino Monasterio del Escorial) se puede especular mucho acerca de las características del público que lo visita. Los intentos de cancelar o modificar ese símbolo han sido hasta ahora infructuosos.

   Sea de ello lo que fuere, las tumbas de Vargas y el Mausoleo donde Perón está enterrado no son objeto de peregrinación y tampoco de gran significación simbólica y quizás el lugar de las mismas, perdidas en las inmensidades de los territorios sudamericanos, influya en ello. Seguramente para la figura de Vargas es más importante el Museo de la República en Río de Janeiro en el Palacio do Catete, en el que la mayor atracción quizás siga siendo la habitación en la que Vargas se suicidó en 1954 ante el golpe cívico-militar en su contra, y por otra parte existen en Rio de Janeiro, en la ciudad y en el municipio de Volta Redonda, otros dos Memoriales Getulio Vargas. En el caso de Perón su destino fue durante muchos años la bóveda familiar en el Cementerio de la Chacarita en Buenos Aires, hasta que en el 2006 se decidió su traslado a la quinta de San Vicente, lugar en el que pasaba junto con Evita los fines de semana durante los años de sus primeras dos presidencias. Desde luego no faltaron notas truculentas y algo irreales (o mejor del realismo mágico latinoamericano), ya que en 1987 desconocidos profanaron la tumba de Perón y se robaron las manos de su cuerpo embalsamado y en el 2006 durante el traslado de la Chacarita a San Vicente se enfrentaron a tiros diferentes sectores del sindicalismo peronista -que no expresaban ya diferencias ideológicas sino bandas cuasi gangsteriles- en la que fue la última movilización masiva (relativamente) en torno al cuerpo de Perón. Y siempre la violencia entre sectores del peronismo y la voluntad ilusoria de estar cerca, en este caso del féretro. Con todo, una dimensión necrofílica estaba muy presente también entre los antiperonistas, soi-disant liberales y republicanos, cuyos militares, como es sabido, secuestraron el cadáver de Eva Perón luego del derrocamiento del régimen en 1955. El mismo estuvo enterrado durante muchos años en Milán hasta ser devuelto a Perón en 1971 y arribar a la Argentina en 1974, luego de que otro cadáver fuese “secuestrado”, en este caso por los “Montoneros”, el del General Aramburu, el presidente de la revolución militar que había derrocado a Perón.

   Este pequeño itinerario a través de algunas figuras políticas muy relevantes que ejercieron liderazgos excepcionales y perdurables no quiere encontrar ni sugerir rasgos comunes entre los líderes enumerados o entre sus movimientos políticos, que además salvo en el caso del franquismo estuvieron lejos de los niveles de brutalidad del fascismo. Aunque cuatro de ellos fueron incluidos a menudo dentro de esa fantasmagórica categoría genérica y transnacional de “fascismo” (cuya dilatación temporal y espacial tanto como su aplicación a fenómenos muy diferentes entre sí la hace tan inútil como la actual de populismo), se ha agregado deliberadamente al gaullismo, al que en general no se lo ha considerado como tal (con algunas excepciones, como durante mayo del 68) para remarcar que no se trata de una familia política. Lo que se busca proponer, en efecto, son las potenciales ventajas de miradas comparativas sobre operaciones museográficas y topoi en los que se insertan, que es justamente lo que uno extraña un poco en el debate italiano (una excepción es la breve nota de Carlo Ginzburg, que introduce una reflexión comparativa sobre el museo dedicado a Stalin en su ciudad natal). Con todo, no hay ninguna imputación específica aquí: la historiografía actual parece oscilar entre globalidades improbables, provincianismos o regionalismos historiográficos y cierto tipo de historicismo individualizador muy decimonónico, en el que los procesos históricos son provistos de sentido por el cuadro que brindan los estados nacionales, los que va de suyo siguen gozando de muy buena salud.

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Marc Bloch, cuyo “sobrio buen sentido” (en certeras palabras de nuestro Tulio Halperin) no terminaremos de extrañar, ya había indicado que la comparación podía ayudarnos ante todo a pensar el propio caso pero también que las comparaciones debían ser pertinentes. Pongamos un ejemplo: se ha hablado de la imposibilidad de realizar un museo en Predappio porque es un “mnemotopo”, con su carácter mágico, mítico o religioso y de peregrinaje a las fuentes de los fieles y por ende paragonado con un lugar como la “Tierra Santa” tematizada por otro grande, Maurice Halbwachs, y con las reflexiones sobre “la topología legendaria de los evangelios”. La “Tierra Santa” y Predappio, ¿es una comparación pertinente?1¿No sería mejor, más razonable, comparar una religión política con otra religión política? ¿No sería de utilidad reflexionar no sólo acerca de las relaciones entre religiones tradicionales y religiones políticas, sino también entre éstas y las religiones cívicas, que al menos parecen tener, como muestran los nacionalismos con estado o sin estado, una mucha más larga perdurabilidad? Por otra parte, hace muchos años, Luisa Passerini (“Torino operaia e fascismo”) escribió bellas páginas acerca de los límites del consenso y de la religión política fascistas (como lo hizo en hilarantes imágenes Federico Fellini, el mejor descifrador del tono del fascismo según Italo Calvino). Cierto, miles de nostálgicos del fascismo que van a Predappio a visitar la cripta del Duce… Pero ¿cuántos? ¿Y cuántos irán para comer la extraordinaria (según “Tripadvisor”) “piadina” de Predappio? ¿No sería mucho más útil, aunque no fashion historiográficamente, que tuviéramos alguna serie cuantitativa larga sobre el número de visitantes (del tipo que se hacían hace unas décadas) para conocer el trend de esa “devoción”? Seguramente no será difícil encontrar una fuente homogénea pluridecenal utilizable. Sea de ello lo que fuere, y más allá de todas las construcciones bien conocidas en torno a la simbología del cuerpo del Duce, Musssolini yace allí luego de otra rocambolesca historia y no ha pasado nada desde entonces hasta donde yo conozca.

   La larga historia del cadáver de Eva Perón, otro personaje bien notable y con una devoción mucho más extendida -al punto que no faltaron quienes propusieran entre sus seguidores su santificación- y perdurable, mostró bien que luego de que el cuerpo llegó al cementerio de la Recoleta (en 1976) no pasó absolutamente más nada (aunque suele haber flores en su tumba, como las hay en la de Chopin en Pere Lachaise –y no las hay en la de Thiers), como tampoco ocurrió nada con el cuerpo de Perón. Por su parte, luego del suicidio de Vargas, la familia se negó a los funerales de estado y el “Pai dos Pobres” pervivió durante un buen tiempo en la memoria de los contemporáneos y se ha hablado de la construcción del “mito” Vargas como del “mito” Perón cuando estaban en el gobierno y después de él, y ambos son utilizados, sobre todo el último, todavía hoy como referencias políticas, pero no suscitan ninguna devoción popular. Por el contrario, lo que parece ocurrir es un uso de sus figuras por dirigentes y militantes políticos o por aparatos y máquinas políticas que siguen utilizándolos como símbolos identificatorios. El mismo itinerario de Perón sugiere eso. Desalojado del poder en 1955 por una cruenta revolución, definido como el “tirano prófugo”, como un Mussolini que había escapado a su destino (intentos de matarlo en el exterior fracasaron), su mismo nombre fue prohibido y pronunciarlo podía costar una pena de prisión. Sin embargo logró reconstruir su capital político y volver a la Argentina diecisiete años después y convertirse nuevamente en presidente en 1973 con más del 60% de los votos. Aunque muchos siguieron creyendo que había sido un dictador y aún más que su movimiento político había sido un émulo sudamericano del fascismo, ya comenzó a no poderse hablar abiertamente en contra de Perón. Logró respetabilidad e integrarse en el Panteón oficial argentino. No fue el cadáver de Perón el que logró eso sino su habilidad política. Siendo muy joven mi madre fue enviada por mi abuela a caballo al pueblo a buscar un médico, y había que pasar por el cementerio. Mi abuela, ante los temores de mi madre, le dijo: “cuídate de los vivos, no de los muertos”. La jerga popular suele reflejar eso con la expresión aplicada a personas “está para el museo”.

   Entre los argumentos que se han utilizado está también el que la larga, prestigiosa y curiosa lista de historiadores que apoyaron la iniciativa del alcalde de Predappio se basa en “oltre alla compiaciuta fiducia reciproca di un gruppo di colleghi e colleghe, la concreta opportunità offerta dal milionario finanziamento governativo, nonché la prospettiva di (affollati) comitati scientifici per centro studi e museo”, un modo elusivo (pero no demasiado) de hablar de las lógicas académicas en las que el mundo universitario italiano descuella. Si todo eso fuese dicho por parte de aquellos autores que se colocan deliberadamente fuera de la academia, pongamos por caso un Mimmo Franzinelli, autor por otra parte de un óptimo libro sobre la OVRA fascista, sea, pero que sea dicho por un profesor universitario italiano resulta bastante sorprendente.

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Llegados a este punto, recapitulemos. El alcalde de Predappio, del Partido Democrático y renziano (y no ha faltado tampoco quien otorgase significación a ese hecho o quien a los debates en el seno de la izquierda italiana) decide solicitar fondos regionales, nacionales y europeos para hacer un Museo del Fascismo en Predappio, aunque él mismo prefiere llamarlo “Centro de Documentación” o de “Estudio”, porque no tiene ningún propósito “celebrativo” (como si un museo tuviese necesariamente ese carácter) y de ese modo, según sus declaraciones, reconducir a los visitantes nostálgicos (que parecen ser abundantes en la celebración en octubre de los aniversarios de la marcha sobre Roma y secundariamente en los aniversarios del nacimiento y la muerte de Mussolini) a una confrontación con una lectura científica del fascismo. Descartada la voluntad de reivindicar al fascismo, puede desde luego discutirse si ese es el propósito o en cambio lo es ir al encuentro del business patrimonial.

   Ante los disensos que generó la iniciativa, tres historiadores académicos, profesores ordinarios de la Universidad de Siena (dos de ellos jubilados), pertenecientes al ámbito cultural de la izquierda italiana, Tommaso Detti, Giovanni Gozzini (ambos escribieron un manual que no puede no considerarse historiográficamente “schierato”) y Marcello Flores elaboraron una petición de apoyo a la iniciativa, que logró la adhesión de importantes nombres de historiadores contemporaneístas italianos y también de algunos extranjeros. El argumento es que el acalde y su iniciativa son serias y deben ser juzgadas de manera positiva y, como mostrarían tantas otras iniciativas en Europa y fuera de ella, no existe la necesidad de que esa iniciativa sea celebrativa o nostálgica. Será “(...) un museo storico di grande rigore scientifico e capace di spiegare la storia di un tormentato periodo della storia italiana. Un museo che possa educare e coinvolgere attorno ai valori della conoscenza e della verità storica cittadini che hanno ormai introiettato da tempo i valori presenti nella nostra Costituzione”.

   La polémica continuó y puede ser leída de muchos modos, por ejemplo según como consideremos la naturaleza humana o si otorgamos más peso en la acción humana a la relación con los valores o con los fines. Los pesimistas podrán argumentar que de lo que se trata es efectivamente de mecanismos de solidaridad y reciprocidad ligados al mundo universitario o al mundo de los algo alicaídos Istituti per la storia della Resistenza (muchos de los cuales han cambiado de nombre, al igual que lo cambió en 1974 su revista), una red con centro de referencia en el Instituto para la Historia del Movimiento de Liberación en Italia de Milán, el primero, fundado en 1949 por iniciativa de Ferruccio Parri, que había sido leader del Partito d´Azione. ¿Por qué no? Incluso podrían entrar aquí otras consideraciones tan influyentes en el mundo de Clío y que se pueden englobar en los «residuos» y «derivaciones» paretianas. Empero, todo ello puede valer también para algunos o muchos de los opositores al Museo. Finalmente los Profesores Simon Levis Sullam y Giulia Albanese, contrarios al Museo en Predappio, son ambos discípulos (con todo lo que eso significa en Italia) de Mario Isnenghi, que también se opone al Museo, lo que podría ser considerada una «clique» en la terminología del network analysis. Nótese asimismo que el Prof. Levis Sullam es abundantemente citado por la Prof. Albanese2. También puede hipotetizarse que las nuevas reglas de los concursos universitarios liberan relativamente a los candidatos jóvenes de la tiranía de los profesores ordinarios (o a los jóvenes leones de los viejos zorros) y abren un conjunto de posibilidades para una disputa generacional.

   También se puede ser algo más optimistas e indicar que aquí se enfrentan motivos ideales, estrategias pedagógicas y concepciones historiográficas diferentes. Sobre este último punto, puede haber algunas razonables dudas. Con pocas excepciones, los participantes de la polémica, sean los favorables al Museo, sean los opositores al mismo, pertenecen al campo intelectual de la historiografía antifascista, lo que no es sorprendente, ya que ella ha sido bastante hegemónica en el ámbito académico universitario italiano. No aparecen entre los firmantes del petitorio los discípulos de De Felice (quizás porque no fueron invitados por no pertenecer a la red o por razones estratégicas), con la excepción de Simona Colarizi. Tampoco aparecen los miembros de otro de los grupos históricamente fuertes de la contemporaneística italiana, los católicos. En cualquier caso, algunos defelicianos se manifestaron en la prensa sobre el museo, a favor y en contra. Entre los primeros, Paolo Mieli, entre los segundos, Giovanni Sabbatucci y Francesco Perfetti. Este último, el más cercano a posiciones nacionalistas de los discípulos de De Felice, propuso hacer alternativamente un museo de la «identidad nacional». ¡Hasta los nostálgicos si aggiornano, aunque no mucho!

   En una lectura un poco rápida podría argumentarse que se trata de una expresión más de la profunda crisis política y cultural de la izquierda italiana y de sus infinitas autolaceraciones. Desde luego que traspasar el tema del ámbito de la historiografía al de la política sin mediaciones (lo que hace imposible distinguir las dos dimensiones) no es una buena estrategia. Aún en los casos de historiografía más militante, el momento político no contiene la totalidad del momento historiográfico. En cambio, sí podría argumentarse que la confrontación parecería darse entre dos estrategias diferentes de uso público de la historia. Marcello Flores parte de una constatación que vista desde fuera parece innegable: la crisis de la historiografía antifascista y de los relatos simplificadores y moralistas sobre el fascismo, ya no reproponibles. Si ello se debió, como sugirió Serge Noiret, a los problemas de comunicación del relato antifascista, ya que sus difusores carecían de los conocimientos (que brindaría la public history) para vincularse con un público no académico, a las insuficiencias y/o esquematismos del mismo relato o a los cambios históricos y culturales de las últimas décadas, es algo ciertamente opinable y debatible. En la perspectiva de Flores, el Museo sería un paso en la dirección correcta para el verdadero propósito que sería una nueva pedagogía cívica (aunque ahora se la llame public history) sobre el veintenio, que para tener la capacidad de persuadir debe renovar sus argumentos y sus instrumentos. Todo está dicho de un modo mucho más explícito por otro de los promotores – Giovanni Gozzini – en una entrevista3. Allí Gozzini afirma a la vez que el museo no es ya un lugar de sacralización de la memoria sino un lugar de documentación y a la vez de educación. Efectivamente, señala, no se trata de ritualidad cívica sino de pedagogía cívica. “Secondo me questo museo dovrebbe avere scolpita all’ingresso, diciamo così, la domanda "Cos’avrei fatto io?”. Il fatto è che questa domanda il ragazzo se la pone, non facendogli vedere il luminoso esempio dell’antifascista che va al confino e poi diventa partigiano, perché quello se no diventa un po’ come le vite dei santi. Dovrai fargli vedere, e questo è molto più difficile, i meccanismi di assuefazione alla violenza, alla prepotenza, alla paura che ti fa arretrare e che ti porta a rinchiuderti nella tua sfera privata (…) questo è il meccanismo che devi far capire. Devi anche far capire che quei meccanismi psicologici sono universali, sono presenti ancora oggi. Per questo è importante vigilare e costruire degli anticorpi». ¡Una nueva versión de la Historia Magistra Vitae! Aun aceptando premisas tan discutibles, es difícil admitir que un Museo en Predappio pueda resolverlas, y además es posible argumentar que la «normalización» de los estudios y de las representaciones públicas del fascismo ya ha ocurrido en Italia, aunque fuese por la vía del paso del tiempo, del poder disolvente del capitalismo, de la licuación de las pasiones políticas y del «presentismo» de las nuevas generaciones.

   La posición contraria de Giulia Albanese reposa sobre otros argumentos. Ante todo, en una sugerencia intelectualmente bien pertinente acerca de que primero se debería realizar un amplio debate académico del cual emerja un proyecto mucho más complejo y articulado y luego proponer o no un museo (y dónde) y no al revés. Sin embargo, las cosas no ocurren en la praxis casi nunca de ese modo. Se trata más bien de iniciativas de políticos, asesorados o no por algunos historiadores, mezclados con intereses locales. Desde luego es así en Argentina, donde los historiadores no suelen tener ni arte ni parte pero también en Francia o Alemania, donde las iniciativas pueden proceder de la política y, aunque luego se encargue a una comisión de historiadores de proponer un proyecto, nunca se incluirá a todos y habrá debate y, por lo demás, la dinámica histórica y sus contingencias introducirán todo tipo de modificaciones. Pueden verse, por caso, las consideraciones de Michael Werner en torno del Deutsches Historisches Museum y del Haus der Geschichte der Bundesrepublik Deutschland. Los acontecimientos políticos iban a cambiar el significado de ambas empresas. El Museo de Bonn fue resignificado por la reunificación alemana, que suprimía el implícito contraste del proyecto entre la RFA y la RDA y por el desplazamiento de la capital a Berlín. El Museo de Berlín, por su parte, fue concebido para ser instalado en un lugar emblemático, de cara al Reichstag y cerca de la puerta de Brandenburgo, con todas sus implicancias para una ciudad dividida por un muro. Sin embargo, también aquí, el fin de la división de Berlín terminó suprimiendo el muro y desplazando al Museo a otro lugar, lo que le dio un significado completamente diferente.

   De lo que parece tratarse, en el caso de Predappio, es más bien del grupo de historiadores o de instituciones que fue elegido para asesorar la iniciativa y de los que no lo fueron. Albanese, asimismo, sugiere una mayor complejización conceptual, aludiendo a la necesidad de profundizar en el debate entre historia y memoria. El debate desde luego debería ser bienvenido aunque, sin embargo, nuevamente es difícil que desde allí pueda zanjarse la cuestión. Y lo es porque las relaciones entre historiadores y memorialistas presuponen dos conjuntos homogéneos, y eso no es de ningún modo evidente. Historiadores con vocación anticuaria e historiadores con vocación cívica pensarán de manera diferente acerca de la relación entre el propio trabajo y su uso en las operaciones memoriales. De manera no menos diferente lo harán aquellos que se filien con las posiciones hermenéuticas de la filosofía crítica de la historia y aquellos que crean en los postulados analíticos del positivismo lógico (o como quiera llamárselo). La discusión teórica puede ciertamente ayudar a pensar los problemas de las relaciones entre los distintos lugares de enunciación de las narraciones sobre el pasado -y sus vínculos en términos ideales- pero no resuelve el problema de que en la práctica existen no sólo diferentes tradiciones intelectuales, sino diferentes formaciones de las elites políticas y administrativas y diversos tipos de estrategias de los medios de opinión pública. Y esa discusión está bastante ausente en el caso italiano, donde parece hablarse de actores ideales, no concretos e históricamente situados.

   La posición de Albanese también contiene otros elementos de interés. Uno es la alusión a la necesidad de enfatizar, en una narrativa sobre el fascismo, la dimensión de la propaganda, importante desde luego. Empero, aquí el tema contiene una ambigüedad: ¿la propaganda como un instrumento del régimen o la propaganda como el mecanismo a través del cual el régimen logró adhesiones y “consenso”? Si fuera éste último el caso podría temerse que se vuelva a concepciones que se suponía habían quedado atrás, al menos desde la obra de Mosse, y que pueden devenir colindantes de la “sugestión” de leboniana memoria. En cualquier caso, la posición de Albanese bien puede expresarse como de resistencia historiográfica (una suerte de “Fuerte Apache”): es decir como una reproposición de la estrategia que ya fue la de historiadores antifascistas de generaciones anteriores. Así lo evidencia su voluntad de realizar un mapa de lugares fascistas en Italia y encargárselo al Istituto nazionale per la storia del movimento di liberazione in Italia (INSMLI), junto con la Associazione nazionale partigiani d’Italia (ANPI). Aquí como en el caso de la frase transcripta de Gozzini, todo es tan obvio que es innecesario agregar nada. Y, sin embargo, en un pasaje de su nota, Albanese señala: “The news of possible ministerial funding has spawned a debate, which has chiefly involved historians and has received some echo in the press –but less than what might have been the case only fifteen years ago”. Ese “less” ¿no sugiere alguna consideración? ¿Una reflexión sobre el tiempo?

   En una de las entrevistas más interesantes a que dio lugar la polémica, Luciano Cánfora, opuesto al museo por razones que podríamos llamar de sano escepticismo, señaló la contradicción entre el intento de momificación que implica un museo y, en la estela de Benedetto Croce, las inevitables relecturas de todo fenómeno histórico a la luz de los cambios en la experiencia presente, porque, aunque suele olvidárselo, el presente ilumina el pasado al menos tanto como este a aquel. Así, para Canfora, la nostalgia o los peregrinajes tienen una solución distinta a un museo: el tiempo. Y no sin ironía agregó lo siguiente:

« Un giorno, siamo negli anni Cinquanta, chiesero a Zhou Enlai, fedele compagno di lotta di Mao Zedong e autorevole ministro degli Esteri cinese, un giudizio sulla Rivoluzione francese. Ci pensò un attimo, e poi rispose: “Mah, è un po' presto...”. Una battuta, certo, ma non aveva tutti i torti se pensiamo che non molti anni fa, nel bicentenario del 1789, tante certezze su quell'evento fondamentale per l'umanità sono state messe in crisi4. »

   Para concluir, dos observaciones. La primera es que, en este caso, la polémica entre los historiadores parece poder subsumirse en la contraposición de dos estrategias pedagógicas -y cuál sería más eficaz- para lidiar con el fenómeno del fascismo. En ambos casos se presupone que la historia musealizada tiene un papel relevante y eficiente en las operaciones educativas, como si desde allí pudiesen remodelarse las percepciones que las personas corrientes o los escolares tienen del fascismo, algo que bien podría discutirse. La segunda es que, si se ha buscado no excederse en la gravitas en esta nota es porque, si el fascismo fue una tragedia, las discusiones entre historiadores sobre un Museo no lo son. Y, sin embargo, esas discusiones deben ser bienvenidas, aunque muestren historiográficamente que «el fin del caso italiano» (como lo llamaba Nicola Gallerano hace muchos años) no ha llegado, al menos para la historia contemporánea. Empero, en una época en que el hacer carrera a cualquier costo y con cualquier argumento y los subsidios o la curiosidad sin propósito todo lo dominan (una gigantesca época anticuaria-profesional, quizás), es refrescante que los historiadores repropongan antiguas batallas. Reproposición que contiene una doble pregunta por el «sentido»: de los procesos históricos y de la labor del historiador.

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