Michael Goebel, La Argentina partida, Buenos Aires, Prometeo, 2013
La Argentina partida

Michael Goebel, La Argentina partida. Nacionalismos y políticas de la historia. Buenos Aires, Prometeo, 2013.

Desde mediados de los años ‘80 y al amparo de reflexiones originadas fundamentalmente en el ámbito alemán, el concepto uso público de la historia acuñado por Habermas se incorporó al diccionario de la historiografía occidental. El filósofo intentaba llamar la atención sobre las diferencias y distancias existentes entre el tratamiento propiamente historiográfico de la disciplina y su utilización en la esfera pública, pero en el mismo movimiento convirtió a esos “usos” en un objeto de la historia pleno de potencialidades. Las formas de elaboración social de la experiencia histórica, las acciones estatales y de otros agentes que intervienen en su construcción, los medios por los que se difunde o las representaciones que divulga, dieron aliento a numerosas investigaciones a uno y otro lado del Atlántico.

Del conjunto de usos públicos posibles de la historia, los políticos han sido no sólo los más explorados por la historiografía sino los de mayor impacto en la esfera pública, quizá porque ellos despojan a la historia de cualquier aspiración cognitiva dejando al descubierto sus efectos puramente instrumentales. Esta problemática remite a las complejas relaciones entre historia y política, tan antiguas como la propia disciplina, pero en las estribaciones de la Historikerstreit la dimensión instrumental del conocimiento histórico ha sido objeto de un renovado interés. Esta es una de las inscripciones posibles del libro que aquí reseñamos, pensarlo como un estudio de caso – el argentino – sobre las políticas de la historia, entendidas como “las formas en que se escribe y moviliza la historia con el objeto de afectar la distribución del poder político en una sociedad” (p. 11).

Pero la perspectiva adoptada por Michael Goebel en su análisis admite – si no obliga – a adscribir la obra también a otro registro, pues la propuesta está centrada en el análisis no de cualquier política de la historia, sino de aquellas llevadas adelante por el nacionalismo argentino para producir un pasado nacional capaz de componer una identidad nacional y un sustrato para reivindicaciones políticas contemporáneas. Detrás de la pregunta por las políticas de la historia del nacionalismo argentino está la interrogación más general por la naturaleza de los nacionalismos, y de sus modos de construcción identitaria.

En esta clave, el libro puede pensarse como un aporte más al tema de los varios realizados desde los años ‘80 por investigadores extranjeros, en particular del mundo anglosajón. Sin desconocer las contribuciones realizadas por historiadores locales a la temática, que permiten contar con una razonable cantidad de trabajos sobre el nacionalismo vernáculo (Chiaramonte, Devoto, Bertoni, Halperin Dongui, Tato, Lvovich, entre otros) el libro de Goebel, historiador alemán especializado en historia argentina y latinoamericana, intenta poner en diálogo el caso argentino con debates más amplios sobre el nacionalismo.

A partir de la crítica a las obras ya clásicas de David Rock o Nicolás Shumway u otras más contemporáneas como la de Mac Lachlan, cuyas indagaciones explican el supuesto fracaso de la Argentina en la afirmación de una cultura política nacionalista y autoritaria cuya genealogía se inscribe en un desarrollo dicotómico e irreconciliable entre liberalismo y nacionalismo, el autor enfatiza la necesidad de distinguir entre el nacionalismo como movimiento político de derecha y el nacionalismo como discurso más general sobre “lo nacional” adoptado en ámbitos más vastos que ese movimiento.

Anclado en el segundo sentido, el objetivo de la obra puede describirse como un estudio sobre “…las formas en que los intelectuales así como los actores políticos en sentido más estricto y el Estado han producido y utilizado interpretaciones de la identidad nacional fomentando, cooptando o reprimiendo narrativas históricas…” (p. 12). La atención se enfoca en la interacción entre dos versiones de la historia argentina. Por un lado las interpretaciones promovidas desde el Estado y tildadas de historia oficial o historia liberal por sus detractores, y por el otro los relatos construidos por un movimiento autodenominado “revisionismo histórico”.

La expresión revisionismo histórico es demasiado ambigua y ha adquirido a lo largo del siglo XX connotaciones diversas en los diferentes contextos nacionales. Para el caso argentino – y a los efectos de esta reseña –, una rápida y muy general mirada podría definirlo como un heterogéneo agrupamiento de intelectuales y ensayistas que surge como parte del ambiente nacionalista autoritario y antiliberal a principio de la década de 1930, pero que desde mediados de los años ‘50 se convierte en un espacio fluido donde convergen peronismo, nacionalismos de izquierda, movimientos de liberación nacional. El principal y amplio elemento aglutinador sería su crítica a una historiografía denominada “liberal”, su concepción de la historia como arma de intervención en la arena política y su revalorización de los caudillos provinciales, en especial de J.M. de Rosas.

Que la historia argentina es un campo fértil para estudios de esta naturaleza y que éstos tienen plena vigencia en la actualidad, lo demuestran no sólo los argumentos desplegados a lo largo de las 328 páginas sino la propia historia del libro. Resultado de una tesis de doctorado defendida en el año 2006 en el University College London, publicada originalmente en inglés en 2011, algunos de sus argumentos discurrían en torno al debilitamiento de las interpretaciones revisionistas sobre el pasado en el ámbito público, cuestión que atribuía al nuevo clima político abierto a fines de los años ‘80, que por distintas razones habría disminuido el atractivo del revisionismo histórico como arma de disputa política. La publicación de la versión castellana del libro menos de tres años después obligaba al autor a rectificar esta afirmación señalando la reactualización de ciertas querellas sobre el pasado y el despliegue de políticas de la historia que renovaban la utilización de tropos y símbolos revisionistas durante las presidencias de Néstor y Cristina Kirchner. El encumbramiento oficial de algunas de esas líneas, piénsese por ejemplo en la creación del Instituto Nacional del Revisionismo Histórico e Iberoamericano Manuel Dorrego en el año 2011, también ponía en discusión otro argumento de la versión original del libro, aquel que señalaba que en tanto contra narrativa, el revisionismo histórico, por definición, no podría ser oficializado sin perder su condición de tal.

El minucioso análisis de Goebel se extiende en una perspectiva más que secular que abarca desde mediados del siglo XIX hasta principios del siglo XXI y que contrasta con la mayor parte de los estudios sobre estos tópicos. Este prolongado recorrido está organizado en 5 capítulos que responden a una secuencia cronológica apegada al devenir político institucional del país.

El capítulo 1 es un análisis del surgimiento y características de un conjunto de narrativas de carácter nacional, desde los relatos fundacionales surgidos de la pluma de políticos e intelectuales a mediados del siglo XIX, pasando por la paulatina profesionalización del campo historiográfico bajo la égida de la Nueva Escuela Histórica o los argumentos del llamado “primer nacionalismo cultural” que ensaya una reformulación del liberalismo decimonónico. Pero será en los albores de la década del 30, al compás de la crisis abierta por los cuestionamientos a la democracia y al liberalismo, que aquellas interpretaciones sobre el pasado nacional confluirán en un proyecto político opositor y de derecha, dando vida al revisionismo histórico.

La aparición del revisionismo como una contrahistoria capaz de disputar con esa historia oficial, que, utilizando la expresión de Ernesto Palacio consideraban una historia falsificada, dio un sentido político a polémicas históricas. Así emerge la idea de dos argentinas o de una argentina partida: de un lado una clase culta, liberal cosmopolita, urbana, porteña, extranjerizante y sin sentido nacional, frente a la que se levanta una argentina profunda y real, la del interior, los gauchos, los caudillos, las tradiciones federales y las costumbres populares.

El capítulo 2 se detiene en el período peronista (1943-1955), para señalar el pragmatismo de Juan Domingo Perón en la construcción de una doctrina y en el diseño de una política de la historia que tendió a incorporar algunos motivos revisionistas, sobre todo aquellos que gozaban de mayor popularidad, pero sin abjurar de las construcciones liberales del pasado sino complementándolas.

Tanto este argumento como los vertidos en el capítulo anterior no son novedosos para la historiografía local que desde hace casi dos décadas ha fundamentado y puesto en circulación estas interpretaciones. Quizá la originalidad de Goebel resida en poner el foco en el campo de disputas, los posicionamientos entre estas diversas interpretaciones identitarias en el largo plazo y sus usos políticos. Desde esa perspectiva el peronismo se convierte en el vehículo “…mediante el cual sobrevivió el nacionalismo, así como el movimiento que lo eclipsó y lo marginó. El nacionalismo podría seguir sirviendo de ideología legitimadora del Estado […] así como también de instrumento opositor movilizado contra el gobierno…” (p. 138).

El punto de inflexión está puesto en la autodenominada Revolución Libertadora que derrocó a Perón en 1955 y que alteraría profundamente los términos de la ecuación para el nacionalismo y sus narrativas sobre la historia. Los tres capítulos siguientes, “Se profundiza la polarización: la proscripción del peronismo y su política de la historia, 1955-1966”; “El apogeo del revisionismo: el nacionalismo, la violencia política y la política de la historia, 1966-1976” y “¿Nuevas narrativas para una nueva era? Desplazamientos, decadencia y resurgimiento de las construcciones nacionalistas del pasado desde 1976” son los puntos fuertes y más originales del libro. En ellos se examina la construcción de una alianza destinada a perdurar entre el peronismo desplazado del poder y el relato del pasado argentino construido por el revisionismo histórico; también cómo ella reconfigura las diversas formas de nacionalismo partidista que habían circulado. El peronismo logra así convertirse en catalizador de nacionalismos de distinto signo, desde los de corte autoritario hasta las vertientes antimperialistas de izquierda. Esta reelaboración identitaria del nacionalismo se produce en una coyuntura mundial signada por una alta conflictividad política, una gran efervescencia social y profundos cambios culturales que empujan al revisionismo a la izquierda del espectro.

El autor muestra cómo el afianzamiento de las ideas revisionistas, imbuidas ahora de motivos populistas y antiimperialistas, fueron una eficaz arma política del peronismo para contrarrestar las narrativas oficiales de allí en adelante. Su éxito en esta empresa impidió al presidente Arturo Frondizi forjar una síntesis “integracionista” para su proyecto político, del mismo modo que bloqueó la apropiación de argumentos revisionistas por parte del proyecto nacionalista autoritario puesto en marcha por Juan Carlos Onganía luego del golpe de Estado de 1966.

Para entonces la suerte del revisionismo estaba demasiado atada a la del peronismo y, aunque por distintos motivos, tampoco la última dictadura (1976-1983) ni el presidente Alfonsín (1983-1989) quisieron o pudieron incorporarlo en la versión oficial de la historia sustentada desde el Estado. Durante el gobierno de este último el reemplazo de la dicotomía nacionalismo-antinacionalismo por la de dictadura-democracia comenzó a diluir el efectismo de los argumentos revisionistas. El menemismo (1989-1999) acentuó aún más el debilitamiento de esta tradición al atenuar sus matices partidarios y trivializar la historia. En pos de una reconciliación nacional, a la que se apeló también para indultar a militares juzgados y condenados, se entronizaron caudillos en el panteón nacional al precio de debilitar los sentidos que su figura había representado.

Sobre el final del libro, Goebel observa que este paulatino eclipse de las narrativas revisionistas se revierte a partir del nuevo siglo. La crisis de 2001 pareció abrir el dique para discutir sobre el rumbo de la Argentina. La incertidumbre sobre el futuro renovó el interés por la historia nacional, especialmente por relatos como los revisionistas, capaces de dar respuestas simples a la compleja situación por la que se atravesaba. La reorientación política de los gobiernos de Néstor Kirchner (2003-2007) y de Cristina Kirchner (2007-2015) también impulsó la atracción pública por la historia como instrumento de la política.

En suma, más allá del interés que para la historiografía local tiene el caso analizado, el libro promueve reflexiones más generales sobre gestiones de la historia en las que la eficacia política y el impacto público de los argumentos priman sobre la voluntad de conocimiento y comprensión del pasado. Su análisis supone atender antes a las dimensiones instrumentales de esos relatos que a su faceta cognitiva. De eso, nos advierte Goebel, se tratan las políticas de la historia.